Javier Rioyo
Me escapé una noche de una ciudad tan real como Valladolid y pasé el día, sobre todo la noche, del sábado en la irreal Tánger. Hay ciudades que tienen realidad, son lo que parecen, tienen más visibilidad que secretos.
Ciudades sólidas, cargadas de historia, renovadas para encontrar en ellas lo que tiene que tener una ciudad: comercios, bares, cines, teatros, restaurantes, burdeles, iglesias, mercados, plazas y tráfico y ciudadanos. Valladolid tiene de todo eso y, además tiene historia y un festival de cine. Además está bien comunicada. Recuerdo una noche hace dos o tres años, ya de retirada al hotel, en compañía de Jorge Herralde y Laly Guber, cuándo cruzábamos su tan histórica plaza Mayor -que vio más de una quema de herejes en los barrocos Autos de Fe- se paró Laly y dijo: "Qué hermosa ciudad, no la imaginaba así". Me sorprendí que una mujer tan viajera, tan cosmopolita no conociera esa ciudad tan histórica y tan viva que es Valladolid.
Seguro que conoce Tánger. Una de las ciudades más literarias de nuestro mundo. Refugio de escritores, músicos, pintores, buscadores de fortuna y de derrochadores de fortunas y de vidas. Esa ciudad que en el cine se llamó Casablanca, es una ciudad que ya apenas existe en el recuerdo, en la imaginación de algunos supervivientes. Para evocar esa belleza canalla de una de las ciudades más atrevidas, de mejores fiestas- aunque fueran a puerta cerrada- de un tiempo en que muchos creyeron que la vida no debería ser una cosa tan seria. Disfrutaron, bebieron, amaron, se enmascararon y se quitaron sus máscaras. Estuve con uno de los últimos representantes de aquella generación de elegantes y extravagantes, el sentimental y nervioso, Pepe Carretón superviviente de la esta vieja dama que fue Tánger. Ciudad que ya solo podemos conocer a partir de lo que otros contaron. Callaron algunas de las mejores historias por eso, de vez en cuando, me gusta encontrarme con Carletón, el último superviviente de una mítica foto dónde pasaban las irreales tardes, las noches sin fin en compañía de los Bowles o del joven, demoníaco con aspecto angelical llamado Truman Capote.
Tánger, esa Tánger, es ahora imaginación. Pasado e irrealidad. Hay otra Tánger, también nocturna, abierta a las sorpresas. Me gusta pensar que un día me tocará la sorpresa. Como de vez en cuando tengo la ilusión de que me tocará la lotería. Tánger vale el juego, merece el riesgo de encontrar su oculta vida en alguna noche de octubre.