Javier Rioyo
Pasar de la gestación de Lennon a la muerte de Albert Camus no es tan forzado. No lo es por muchas cosas. Dos chicos de barrio, dos que jugaron en la calle. Uno hizo música y el otro hizo literatura. Los dos tuvieron preocupaciones morales, los dos denunciaron miserias, hipocresías y los dos fueron dueños de su propia libertad. De las calles de Liverpool, nada mediterráneas, a las playas de Argel, ese Mediterráneo pobre y esencial dónde el escritor Albert Camus, el ídolo de los jóvenes intelectuales de los años existencialistas, aprendió a gozar la vida, conocer la libertad, la dicha de la piel, del sol, de los cuerpos y el juego del fútbol.
Después vino París, las publicaciones, el éxito, el compromiso y su inveterado amor a la independencia. Llegó el Premio Nóbel, y pasó. Camus, durante décadas ha sido el espejo dónde se miraban muchos de los jóvenes que querían escribir. Un escritor fotogénico, un triunfador que no había dejado de ser un buen tipo. Ni un seductor de algunas de las más interesantes mujeres de su época y en la ciudad más canalla y glamourosa de los años de la posguerra europea.
Chicos de toda condición, jóvenes mediterráneos porque "el Mediterráneo- lo dice Vicent en el primero de sus retratos sobre escritores que llama "Póquer de ases"- no era un mar, sino una pulsión espiritual, casi física, la misma que yo sentía sin darle nombre: el placer contra el destino aciago, la moral sin culpa y la inocencia sin ningún dios".
Cuenta Vicent que el primer libro que compró de Camus fue "El verano", todavía clandestino y en una editorial argentina. Nosotros ya pudimos leer a Camus con más o menos normalidad, se representaba su teatro en los Colegios Mayores, y se editaban sus primeros libros sin tener que venir de Argentina. Yo también recuerdo el impacto de "El verano", un cuento largo que venía acompañado de "Las bodas" en la edición que siendo muy joven me llevé conmigo hasta Argel. Después de infortunios varios, historias de mi vida inocente, ese libro fue mi casi única compañía fiel hasta Tipasa. Después continuaron los accidentes, incluso algunos muy buenos, por aquellos complicados mediterráneos en los que me enredé. Terminé en Cerdeña, antes de que nadie pudiera pensar que alguna vez llegaría un Berlusconi. Nunca me abandonó su libro, era otra manera de seguir cerca de ese chico argelino, de antepasados franceses y menorquines, que ahora recordamos cincuenta años después de un estúpido accidente.
Vuelvo a Vicent que mejor que nadie dice lo que muchos sentimos del escritor, los escritos y la vida de Albert Camus:
"Al principio fue sólo una emoción estética por su forma de estar en el mundo lo que me atrajo de este escritor, pero llegó un momento en que, en medio del naufragio de todas las ideas, lo elegí como un buen guía frente a mis propias dudas y contra toda clase de infortunio".
Hay literaturas, hay vidas, que salvan de los infortunios. Camus es uno de nuestros santos paganos. Y no hay que rezarle. La fe se demuestra leyendo.