Javier Rioyo
Estoy escuchando un disco de Dylan, uno de sus raros, de esos rescatados que no estaban grabados "oficialmente" en los últimos 27 años. Es decir ,cuando ya era una estrella que había grabado sus mejores canciones… y sin embargo, este poeta que canta es lo más duradero de la música de otro siglo, de otro tiempo, otro país y también de ahora, nuestro y de siempre. Me gusta dejarme llevar por su voz, sus acercamientos a los ríos, los sueños, las mujeres, los blues y las carreteras americanas. Desde que soy adolescente le escucho, creo que no dejaré de hacerlo.
Lo escucho y me entretiene de la lectura. No importa la lectura a la que he vuelto esta tarde tiene mucho que ver con él. Estoy con un libro que Benjamín Prado reedita sobre poesía y poetas: Siete maneras de decir manzana. Inteligente y cercano libro de conjeturas poéticas. Cercano porque nos pasea por sus poetas, por sus poemas que son como si estuviera invitándonos a sus manzanas. Siempre es un placer caer en la tentación de las manzanas. "Poemas manzanas" decía Joyce.
Y en el epílogo del libro de Benjamín habla de Robert Lowell, uno de los más grandes poetas americanos. Un poeta que amó, como tantos otros, la poesía de Auden. Agradecido a su poesía, como casi todos los que la hayan leído, porque, dice Lowell siempre supo ser "responsable y ambicioso". Y "supo tratar profundamente los grandes temas, añadiéndoles cada vez algo excéntrico, algo encantador y a sí mismo".
Y termina Benjamín Prado recordando otras palabras de Lowell, pidiendo que los poemas entren en nuestras vidas como lo hacen ciertas cosas "que llegan para quedarse, irrumpen en nosotros", dice Benjamín, y vuelve al final de un poema que una vez escribió Lowell en un tren viajando de Roma a París y que terminaba: "como reyes asesinos en una copa Etrusca". Hermoso y brusco final como a veces la poesía. O la vida. Yo sigo escuchando de fondo a Dylan. Y se mezcla bien con Lowell. Ahora probaré con Auden. Otra buena manera de espantar noviembres y días laborables.