Javier Rioyo
Nunca podré separarme de Dylan.Tampoco nunca hemos estado juntos. Así es todo más fácil. Dylan, el ausente anunciado de los Premios Príncipe de Asturias. ¿Quién pensó que vendría Dylan? ¿Qué jurado no aseguró antes su presencia? Acaso no conocían el carácter, las rarezas, el genio y otras cosas que hacen que el judío- y un poco cristiano- que nos cambió las músicas y las letras se mueva por razones no musicales y crematísticas. Las hay, pero son muy impenetrables. Me gusta ver su lugar vacío. Ese escenario que ocupará con sus buenas intenciones y su pesadez la estrella de Al Gore. El mismo que ocuparon gentes que nos gustan, al lado de otros que nos son indiferentes.
Muy dylaniano eso de dejar colgados a príncipes, principados, aristócratas y burgueses más o menos ilustrados. Para uno como él, que hizo dormir al Papa en el mismísimo Vaticano, eso de venir al premio es una preocupación que le ocupa el mismo espacio que la calderilla.
Creo que muy pronto se dieron cuenta de que sería un premio en ausencia. No importa. Dos de los mejores premios Nóbel tampoco quisieron estar presentes, Samuel Beckett y Jean Paul Sartre. Su ausencia se queda compensada con su último disco/fetiche que recopila sus mejores cincuenta canciones. Y, por si alguno se queda con sed de Dylan, se acaba de publicar el libro con todas sus letras traducidas. ¡Ay, no es la esperada traducción de Rodrigo Fresán! No sólo están traducidas, traicionadas, sus letras, sino que en las más de mil doscientas páginas, se cuenta la historia de casi todas sus canciones. No es pequeño regalo, yo me lo regalaría.
Y de Dylan a Dylan, pasando por unas copas. Recordé escuchando a Dylan al otro, al primero, al poeta. El que llegó de Gales a Nueva York, pasando por los bosques de cerveza, de whisky y de muy poca leche. Dylan Thomas, el poeta que cedió su nombre al otro poeta que canta, a decir de sus amigos era “como una urraca. Siempre sabía exactamente qué era lo que quería robar”. Un gran poeta “al que sólo le interesaba la gente en la medida que ésta pudiera darle lo que necesitaba”. En fin, no seamos tan duros, quedémonos con el testimonio de su mujer:”Dylan era un cabronazo”. Nada demasiado raro entre los seres humanos. Menos si se llaman Dylan. Pero, ¿qué importa? Ahí están las canciones de uno. Los poemas de otro.
Adiós, y felicidades a Bob, con un fragmento de poema de Dylan:
“En este oficio o arte taciturno
que ejerzo en el sosiego de la noche
cuando sólo la luna rabia
y los amantes yacen en el lecho
………………………………
No para el hombre altivo y ajeno
a la rabiosa luna escribo
en estas hojas rociadas de espuma,
ni para los muertos encumbrados
con sus salmos y ruiseñores,
sino para los amantes, que abrazan
las tristezas de los siglos,
que no pagan con elogios, ni sueldos
y no tienen en cuenta mi oficio o mi arte”
Nunca serán mis amigos, pero no me quitarán sus compañías.