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Variaciones sobre un tema romántico

Por 19 de septiembre de 2011 Sin comentarios

Javier Fernández de Castro

“Cuando llegaron –  siguiendo el camino del río – no había otra luz que la débil palomilla de aceite de la urna del santo sobre el portalón de entrada. Todo el edificio – no era alto, de dos plantas, pero muy alargado y estrecho, para ceñirse al reducido ribazo entre el escarpe y el río – se hallaba a oscuras, las ventanas cerradas, sumido en esa palpitante tiniebla –a causa del borbollar de la rápida y caudalosa corriente – que surgida de un turbión siempre parece a punto de provocar un estallido. Del lado del río el santuario se hallaba cercado por una tapia coronada por una albarda de teja a dos aguas, que con el edificio adosado a la roca creaba un patio ornado de aligustres y mirabeles en cuyo extremo se erigía un airoso crucero gótico sobre un basamento de peldaños de granito […]

Cualquier buen lector reconocerá de inmediato el timbre inconfundible que resuena en este párrafo. Y si se lo ha atribuido a Juan Benet habrá acertado de lleno porque pertenece a uno de los cuentos inéditos – Variaciones sobre un tema romántico – que acaba de publicar Mondadori.  No obstante, y como en el libro se ofrecen datos suficientes acerca de las circunstancias y vicisitudes experimentadas por estos relatos hasta ahora desconocidos, me limitaré a insistir en su genuina calidad. Y aprovecho la ocasión para resaltar la indecible sensación de pérdida que se experimenta durante su lectura porque – y a las pruebas me remito – es una escritura irreparablemente perdida, y sólo Rafael Sánchez Ferlosio, cuando le da por escribir ficción, puede ofrecer una altura similar.

Por fortuna, los degustadores de historias bien contadas tienen la posibilidad de refrescar la memoria con el volumen  titulado Ensayos de incertidumbre, también publicado por Mondadori y en una magnífica edición preparada por Ignacio Echeverría. En él están incluidos trabajos como “Ética, noética, poética” o “¿Se sentó la Duquesa a la derecha de Don Quijote?” que son míticos dentro de la producción benetiana. Pero entiéndaseme: no pretendo menospreciar los conocimientos, el buen tino en sus observaciones o la vasta curiosidad que le llevó a ocuparse de temas tan diversos como la escritura sagrada , el hipérbaton y las tácticas militares,  o una libertad de criterio que le permitió – y hablo de los años setenta del siglo pasado – poner en duda el aplauso universal a James Joyce o echar una ojeada (muy)  crítica a un personaje tan elogiado y poco leído como era y es Benito Pérez Galdós. Sin embargo, tanto Juan Benet como el arriba mencionado Sánchez Ferlosio son dos narradores natos y no pueden evitar el que, en medio de su densa, muy cuidada y pensadísima prosa, emerjan micro narraciones de una intensidad asombrosa. Y al revés. En pleno relato, pueden surgir observaciones de una altura moral que las firmarían sin dudarlo Pascal o Montaigne. Como ejemplo de este segundo aspecto remito al lector al cuento titulado  “El legado”, del que, aparte del placer que proporciona su lectura, se podría extraer un tratado sobre las (ejemplares ) relaciones entre un chico joven y un anciano. Si se trata de sólo placer en la lactura, remito asimismo al lector al cuento “La hostería”, al que pertenece el párrafo citado en el encabezamiento del presente escrito.

Con respecto a la otra característica de la prosa benetiana – la narratividad dentro de un ensayo perfectamente erudito – pongo únicamente a modo de ejemplo el elocuente ensayo titulado “De Canudos a Mancondo”. Como es lógico, el ensayo pretende hacer un recorrido sentimental  que va desde Canudos, el paisaje donde Euclides da Cunha insertó su monumental Os Sertáo, hasta el Macondo de Cien años de soledad. Frente a lo que haría cualquier profesor de literatura comparada, Benet empieza por sacar un personaje estrafalario  – un supuesto genio que según él guió no tan azarosamente y a lo largo de su vida el itinerario de sus lecturas. Luego, tras un breve pero severo repaso a la educación religiosa de aquel tiempo, el lector se ve inmerso en una disparata historia de gallegos y portugueses en  la que – siempre al dictado del genio de la lectura – aparece el citado libro de Euclides da Cuhna leído sin diccionario y cuando en realidad buscaba una forma de entenderse con sus subordinados gallegos. Sólo entonces aparecen Macondo y el resto de páramos, casas verdes y demás reinos de este mundo que tanta fama le dieron a la literatura latinoamericana de la época. Pero insisto en que sólo es un ejemplo y que el libro – y ya que sale, el resto de ensayos de Benet y Sánchez Ferlosio – están plagados de historias igual de formidables.

 

Variaciones sobre un tema romántico

Ensayos de incertidumbre

Juan Benet

Lumen

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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