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No sufrir compañía

Por 1 de noviembre de 2010 Sin comentarios

Javier Fernández de Castro

 

Aviso para neófitos: el silencio, tal y como lo entienden quienes lo practican de una u otra forma, no tiene nada de pasivo. Es decir, no tiene relación alguna con la imagen de una persona desmadejada sobre el asiento, con la cabeza caída sobre el pecho, las manos sobre las rodillas y la mirada perdida a dos o tres palmos de la puntera de sus zapatos. Lejos de ello, el silencio es un principio activo incluso para quien lo busca en la vida contemplativa, y de inmediato vienen  a la mente los ejemplos de Hildegard de Bingen, la mística medieval alemana que en las descripciones de su agitada vida interior pasa por ser la primera en haber descrito un orgasmo femenino. Aunque, a los lectores castellanos nos resultan mucho más próximas las no menos agitadas experiencias espirituales de Teresa de Jesús, de una intensidad y viveza que todavía hoy impresionan.

                Que el silencio tiene más resonancia de lo que puede sospecharse los prueban dos libros que actualmente se encuentran en las librerías y que, curiosamente, ofrecen dos aproximaciones al silencio casi contrapuestas,  Uno, Viaje al silencio, es de Sara Maitland, una feminista militante y de izquierdas que un día se vio despojada de su cotidianidad (divorcio sin trauma, hijos que se han hecho adultos, insatisfacción con su trabajo) y decidió dar un giro decisivo a sus objetivos y conceder primacía absoluta a su creatividad literaria. En este sentido su Viaje al silencio es una mezcla de viajes, ensayo y memorias, a lo largo del cual el silencio empieza siendo un bien a conquistar y para ello emprende una serie de investigaciones y viajes iniciáticos ( al desierto, a los diarios de los exploradores antárticos, a las experiencias de los anacoretas e incluso a la isla de Robinsón Crusoe). Pero poco a poco Sara Maitland va cayendo en la cuenta del gran impulso que puede suponer para su creatividad literaria el sumergirse en un silencio radical. Tan radical, de hecho, que acaba arreglando una casa de pastores perdida en algún remoto lugar de Escocia: kilómetros y kilómetros en derredor de la más absoluta nada, como lo describe ella misma. La experiencia en sí resulta fascinante. En cambio, el carácter práctico que subyace en esa experiencia  le resta algo de valor porque es imposible evitar la sensación de estar asistiendo a una inversión que puede, o no, resultar rentable. Y sería muy injutso decir que se trata de un libro de autoayuda, pero a veces bordea peligrosamente el género.

No sufrir compañía, de Ramón Andrés, es por completo diferente y el subtítulo lo deja bien claro:  Escritos místicos sobre el silencio. En la (sabia) introducción se ofrece un amplio resumen del origen de la tradición del silencio en Oriente y Occidente y que, curiosamente, no difieren tanto como puede parecer a primera vista, o si se piensa en cómo han llevado a la practica unos y otros unos presupuestos que, insisto, son muy parecidos. En ambos casos se entiende el silencio no como una supresión del ruido  sino como una forma de conocimiento, en principio interior pero que acabará siendo una vía para entender el mundo también. Y para ello la conditio sine qua non es la "supresión del pensamiento",  o por decirlo en palabras de los propios místicos, el abandono de la razón. Un abandono que empieza por despojarse de todo: "Cuanto más silencio", dice San Juan, "más se oye". Y de ahí la pelea a brazo partido, la lucha incesante por alcanzar ese estadio que los místicos describen con metáforas felicísimas: "el habla interior", la "música callada"o la impagable "soledad sonora" de Juan de la Cruz. Una vez alcanzado el fin que cabe imaginar en los enunciados anteriores, ya nada importan los medios utilizados para llegar a ellos, o en palabras del místico, que una vez llegados a puerto cesa la navegación. O también, que una vez conquistado el silencio ya nada importa, empezando por la mproducción literaria. 

El grueso del libro, como bien dice el subtítulo, es una antología de escritos místicos y, de paso, una muy lucida muestra de lo que dejó escrito la asombrosa variedad de personas que dedicaron su vida a buscar la perfección lejos del mundo. Y por más descreído que sea uno sobre los beneficios del silencio, sólo la lectura de gente como Juan de Osuna. Bernardino de Laredo, Alonso de Orozco o María de Ágreda, por no citar a los inevitables Luís de Granada, Teresa de Jesús, Luís de León, Juan de la Cruz o Miguel de Molinos, ya es un regalo en sí misma porque da ocasión de degustar  un castellano maravilloso.

No sufrir compañía

Ramón de Andrés

Acantilado

   

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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