Javier Fernández de Castro
Es una verdadera delicia. El volumen que ahora presenta BackList, titulado Las crónicas de Cranford, reúne en realidad tres libros distintos: Confesiones del señor Harrison, Cranford y Milady Lundlow. Las tres son el resultado de técnicas literarias muy diferentes, están ambientados en épocas y lugares muy dispares y, así como en el primero la voz narrativa es masculina, los dos siguientes están contados por una mujer.
Pero todos esos rasgos diferenciadores carecen de importancia porque, según avanza en la sucesión de relatos que componen cada libro, al lector ya no le importa quién está contando en realidad cada historia o dónde y cuándo transcurre la misma porque quien habla de verdad es la sensibilidad de una época, los fundamentos de una cultura, los compromisos morales de una religión, los usos y costumbres de unas personas inmersas en un mundo que está siendo arrasado (por la Revolución manchesteriana, nada menos) y que se aferran a sus míseros signos de identidad para no verse empujados hasta las cloacas por los embates de la nueva era.
Elisabeth Gaskell nació en 1810 en Chelsea, entonces a las afuera de Londres. Pasó su infancia en la casa que tenía una tía suya en un pueblecito del condado de Cheshire llamado Knutsford y que ella se tomó grandes trabajos para camuflar bajo el nombre de Cranford, aunque de nada le ha servido porque la dinámica sociedad de amigos y admiradores suyos ha identificado alli cada casa y cada uno de los paisajes que salen en Las crónicas de Cranford y hasta ha organizado un itinerario para que sus entusiastas no se pierdan el menor detalle. Y hablando de entusiastas, fuera de Inglaterra y Estados Unidos, donde cuenta con importantes sociedades de apoyo y estudio, en Japón hay una Sociedad Gaskell que no puedo decir con cuántos socios cuenta ni a qué actividades se dedican porque su página web está íntegramente en japonés, pero el día que yo entré allí había sido precedido por otros 11.725 curiosos.
Desde 1850, y hasta el día de su muerte con sólo cincuenta y cinco años de edad (1865) Elisabeth Gaskell se instaló con toda su familia en una mansión de Manchester situada en el 84 de Plymouth Grove, donde escribió todas sus obras y recibió a escritores de la talla de Charles Dickens, que fue su mentor y amigo durante toda la vida, y Charlotte Brontë, de la que escribió una espléndida biografía. Obviamente, viviendo en Manchester no podía mantenerse ajena a la explotación laboral y las espantosas condiciones de vida que sufrían las masas hacinadas en los suburbios industriales, y de eso hablan sus novelas Mary Barton (la primera, publicada anónimamente en 1848) y Norte y Sur (1855).
Pero las historias reunidas en el presente volumen no tienen nada que ver con los horrores del neocapitalismo y, en especial las que dan nombre al libro, ya digo que son una delicia. Y un prodigio de observación, empatía por los personajes y un pulso fuera de serie para contar sin que en ningún momento decaiga el interés unas historias aparentemente triviales pero de una riqueza de matices pasmosa. Tómese por ejemplo la historia de la vaca que se cae a una balsa de cal viva y la rescatan con vida pero sin pelo. Ante la tesitura de matarla, su piadosa propietaria decide seguir el consejo del inefable capitán Brown y le confecciona un chaleco y unos calzones de franela con los que, ante el estupor general, aún tendría ocasión de salir a pastar durante muchos años. Y ya que sale la vaca, la narradora se ocupa de contar cosas de su propietaria, la pulcra y paupérrima Betsy Barker, de la cual pasamos al capitán Brown y sus dos hijas casaderas y también a las señoritas Jenkyns, Pole o Matty, todas con su compleja vida social y unas invitaciones a tomar el té que se rigen por un protocolo no menos refinado que el de la homónima ceremonia japonesa, o el apasionante problema de las pastas que se servirán durante la recepción porque, Dios las confunda, algunas de las asistentes pueden comer más de la cuenta y causar con ello un grave quebranto a la anfitriona, estricta practicante como todos del "ahorro elegante", una norma ésta basada en el credo de que el ahorro resulta "elegante" y el despilfarro "ostentoso y de mal gusto", aunque luego resulta que es un sabio acuerdo no escrito y que permite sobrevivir con decoro a las honestas pero pobres señoritas locales. Y lo mismo vale para los sombreros y lo que pasa si van adornados con unas cintas amarillas que permiten identificarlos como pertenecientes a varias temporadas atrás, o con las velas, que deben encenderse y apagarse alternativamente para que se vayan consumiendo por igual, no vaya a ser que de pronto se presente una visita y quede al descubierto que en aquella casa, cielos, sólo se enciende una vela para ahorrar.
Es como si de repente hubiese salido a la luz un Dickens que al no necesitar superar cada vez la cota alcanzada en su novela anterior, se dedicase a contar historietas amables y distendidas de sus vecinos y conocidos.
Las crónicas de Cranford
Elisabeth Gaskell
BackList