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Italia a media luz

Javier Fernández de Castro

En principio, un texto debería leerse directamente y sin necesidad de recurrir a explicaciones externas o ajenas al texto mismo. En el fondo esta afirmación esconde una cuestión de gran calado y que desde hace siglos viene planteándose de formas muy diferentes, por ejemplo así: ¿disfruta más y más provechosamente de una obra de arte el sabio que ha dedicado su vida al estudio de la actividad artística y que allí donde mira parece que lleve puesta en la mirada su envidiable biblioteca, o quien disfruta de verdad es la persona imaginativa y muy creativa que entra inadvertidamente en una sala a oscuras y al encender las luces y elevar la mirada hacia lo alto de las paredes y el techo descubre que se ha colado en la Capilla Sixtina? O dicho de otro modo: para apreciar hay que saber o basta con ser creativo.

                En el caso de D.H. Lawrence, faltaría más, lo que procede es abrir cualquiera de sus libros por la primera página y seguir hasta la última dejándose llevar por el autor. Es perfectamente irrelevante saber cómo se llamó primitivamente la novela que acabó siendo publicada como Mujeres enamoradas o enterarse de que Lawrence nunca disfrutó de un aprecio nacional similar al de Milton o un del doctor Johnson por haber descrito tan minuciosamente el placer que experimentaba una lady en los brazos de un guarda forestal. Y no es que en las clases aristocráticas no supiesen lo que algunas de sus damas hacían con algunos de sus criados. El problema fue que nunca nadie había descrito tales prácticas con tanto entusiasmo, o como si en fondo un hubiese tanta diferencia entre una dama  de alta alcurnia  y su cocinera. Y hasta ahí podíamos llegar.

Sin embargo, en el caso de Italia a media luz (aunque la traducción generalmente aceptada sea Crepúsculo en Italia) quizá no sea inadecuado conocer algo acerca de las circunstancias que estaba viviendo Lawrence cuando escribió este libro que, para empezar, refleja su primer contacto con Italia pero no es un relato de viajes al uso aunque tampoco un cuaderno de notas y reflexiones o las impresiones de un protestante que topa por vez primera con una sociedad católica tan peculiar como era la italiana anterior a la Primera Guerra Mundial. Hay algo de todo ello, pero tratado de forma muy personal.

En cierto modo, D.H. Lawrence se estaba abriendo por vez primera al mundo de los sentidos porque acababa de conocer a Frieda Weekley, una mujer que desde su primer y tempestuoso encuentro le cambió todos los supuestos que él tenía acerca del sexo, el amor, la vida en pareja, la amistad e incluso la salud, ejerciendo una benéfica influencia en sus escritos que le iba a durar toda la vida. En ese momento Lawrence ya era un escritor que empezaba a ser conocido pero lo editores temían ser perseguidos por publicar sus libros y si lo hacían aprovechaban la circunstancia para pagarle muy poco. Durante los años siguientes Frieda y él iban a llevar una vida muy modesta pero también muy  variada e intensa.

En conjunto Italia a media luz, recoge las primeras impresiones y hallazgos de un placentero viaje a pie a través de los Alpes y que culminaría  con una larga estancia en el pueblecito a orillas del lago de Garda. Es curioso pero aunque Frieda le acompañó todo el tiempo y compartió con él los momentos más exaltantes y duraderos, en el libro no sale una sola vez la palabra “nosotros”,  como si temiera que lo que para él era un viaje iniciático los lectores lo pudiesen  tomar como el simple relato de una luna de miel. Las ya mencionadas primeras impresiones de su encuentro con la simbología católica quedan recogidas en el apartado inicial titulado “Los crucifijos” a lo largo del cual se pone una vez más de manifiesto lo muy enriquecedora y a la vez desmitificadora que puede resultar la mirada de un extraño al posarse en símbolos tan conocidos y en apariencia agotados (en el sentido de que parece que no se pueda decir ya nada nuevo de ellos) como son los cristos que almas piadosas construían antaño en los caminos para proteger a los caminantes. El capítulo “En el lago de Garda” incluye apartados como “La hilandera y los monjes” o “El teatro” (por cierto, magnífico), pero sobre todo “El huerto de los limones”, donde aparecen por vez primera las semillas que más adelante iban a fructificar en unos  vínculos imperecederos de Lawrence, como  la “pobreza” de Italia plena de sol y limoneros frente a la “riqueza” de la Inglaterra gris y polvorienta que estaba colonizando el mundo con las máquinas. No obstante, pese a la exaltación que le provocaban el sol y el modo de vida italiano, o lo extraordinario de laderas de limoneros que descendían casi hasta el lago, Lawrence detectó desde el primer momento el peligro que se cernía sobre ese mundo antiguo y de ahí el “crepúsculo” que añadió al título.   “Italianos en el exilio” y “El viaje de regreso” cierran el volumen y ni vital ni temporalmente manifiestan un estado de ánimo similar al que reinaba durante la estancia en Garda, pero en cambio dejan entrever a un Lawrence más experimentado, más viajero podría decirse, y con una conciencia cada vez más clara de su distanciamiento y ruptura sentimental con la Inglaterra de la primera parte de su vida. Aún tenía por escribir lo mejor de su obra, pero ya había adquirido el acento que luego le haría mundialmente famoso.

 

 

Italia a media luz

D.H. Lawrence

Edición de Miguen Ángel Martínez Cabeza

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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