Javier Fernández de Castro
Por alguna razón, Daisy Sisters ha tardado bastantes años en ser traducida, primero al alemán, luego al inglés y ahora al castellano. Pero no se trata del clásico rescate de una obra guardada en un cajón y que sólo sale a la luz para aprovechar el tirón posterior del autor. En el caso de Mankell, el “tirón” se calcula en unos 20 millones de libros vendidos en 40 lenguas de todo el mundo a razón de más de un millar de libros diarios. Según sus biógrafos, Daisy Sisters surgió a raíz de una reunión de mujeres operadoras de grúas celebrada en la localidad de Borlänge, y en la cual se estudiaron los problemas y la situación personal de las mujeres trabajadoras en el arranque de la década de 1980. Para responder a la pregunta de qué se le había perdido a Mankell en semejante lugar, y con aquel motivo, habría que preguntarse de paso por qué, siendo ya un un autor de fama universal, Mankell continúa pasando la mitad del año en Maputo, capital de un país como Mozambique con un analfabetismo que afecta al 75 % de la población, cosa que no le impide programar en el teatro que allí dirige obras de Strindberg, Darío Fo o Lorca, entre otros. De paso cabría preguntarse por qué entrega la mitad de sus considerables ingresos a organizaciones de solidaridad humana o qué hacía –hace apenas un año – a bordo de la flotilla que se dirigía a Israel para ayudar a los palestinos en la lucha por su dignidad como pueblo. O sea que se trata de una pregunta compleja y que sus biógrafos se suelen despachar diciendo que “se trata de un hombre con profundas convicciones sociales”.
En Daisy Sisters el lector que haya seguido las aventuras (o quizás mejor, desventuras) del comisario Kurt Wallander va a encontrar muchos de los rasgos que caracterizan a Mankell como narrador, en especial una marcada irregularidad en el desarrollo de la acción. Cuando parece que ésta, la acción, se va a centrar en las dos amigas que marcan el arranque de la novela, una de las dos desaparece y la atención se focaliza en la otra, que sólo un par de capítulos más tarde va a ceder el protagonismo a su hija, que tampoco es una heroína clásica (ninguna de las dos mujeres lo es) en el sentido de que no asume la responsabilidad de su vida y sus actos con vistas a alcanzar un objetivo que bien podría ser la pura y simple supervivencia. En su pasividad, madre e hija son como dos catalizadores, o conductores, que posibilitan la circulación de las fuerzas vitales constitutivas del entramado social. Ello con la particularidad de que el hecho primigenio que desencadena la interacción de dichas fuerzas sociales son los embarazos, generalmente por el expeditivo medio de la violación.
Porque ése es quizás otro de los rasgos narrativos más sobresalientes (y perturbadores) de Daisy Sisters: Mankell adopta el papel de notario meticuloso y objetivo de los acontecimientos y no lo abandona ni siquiera durante los momentos más emotivos. No hay juicios éticos que determinen el carácter de unos hechos que sólo tienen importancia de acuerdo con las consecuencias que tienen para el sujeto pasivo de los mismos. Y en ese sentido, la trama no puede ser más cotidiana: dos amigas que sólo se conocen por carta encuentran la forma de pasar juntas unas vacaciones en bicicleta. Al regreso a casa resulta que una de ellas ha quedado embarazada y tras un desgraciado intento de resolver el problema a las bravas decide asumirlo hasta el final, cosa que marca decisivamente la vida de esa hija de obreros obligada a salir adelante con una criatura que condicionará decisivamente su futuro. Con el tiempo, la hija no deseada alcanza la edad de meterse en sus propios líos y la narración se centra en sus propias tentativas por crearse una vida propia que se verá decisivamente condicionada por los sucesivos embarazos (tres) a los que se añade el de la madre, que decide volver a embarazarse coincidiendo con una de las gestaciones de su propia hija. Los sucesivos encuentros y desencuentros de ambas mujeres con sus respectivos destinos se desarrollan contra el fondo de las condiciones laborales de Suecia desde la Segunda Guerra Mundial hasta las crisis económicas de finales de la década de 1970.
Pero, como queda dicho, Mankell es un notario escrupuloso y al levantar acta de los acontecimientos no oculta ni por un momento el lado sórdido de los mismos, con toda la brutalidad, la violencia y la mezquindad que cabe imaginar en unas clases trabajadoras sometidas a unas condiciones laborales y sociales bestiales. Lo que ocurre es que, además de escrupuloso también es objetivo y si no perdona uno solo de los aspectos sórdidos de la conducta de los personajes, tampoco oculta los aspectos generosos, solidarios y afectivos que el ser humano es capaz de mostrar junto con su lado más oscuro. Y en ese sentido Daisy Sisters es una narración muy completa. Irregular, pero comprehensiva de la conducta humana.
Daisy Siters
Henming Mankell
Tusquets