Javier Fernández de Castro
A la sola vista de semejante título dan ganas de decirle al lector desprevenido que, aparte de ser una broma privada del autor, el contenido del libro quedaría mejor explicado si en lugar de “eclesiásticos” dijera “lingüísticos”. El problema es que, a lo mejor, con esa precisión el remedio podría ser peor que la enfermedad porque los lingüistas, a qué engañarnos, nunca se han caracterizado por ofrecer unos “productos” (como los llama el propio Rafael Sánchez Ferlosio) amenos e inteligibles para el lector no especializado. En ese caso, y una vez metidos en el farragoso camino del afán aclaratorio, tal vez sería necesario añadir también que los presentes ensayos, aun siendo lingüísticos, no tienen como propósito una investigación científica. Antes que nada Rafael Sánchez Ferlosio es un narrador (o por mejor decir, un gran narrador) y su principal preocupación es la narratividad y, por ende, presta una gran atención a la estructura de la frase y la especulación narrativa. Al fin y al cabo el pensamiento no es lineal y los conceptos no constituyen un continuo, por lo que la realidad también es discontinua y solo encuentra su unidad a través de las rupturas y no en el intento (por lo demás inútil) de ocultarlas. Se trata por tanto de que si el mundo es complejo difícilmente se podrá comprenderlo, o siquiera reflejarlo, con un lenguaje artificiosamente sencillo y lineal.
Pero se equivocará quien busque certezas y principios más fuertes en los Altos estudios eclesiásticos porque la búsqueda va justamente en sentido contrario y el propósito final sería ofrecer “un libro repleto de respetuosas vacilaciones y nuevas proposiciones de vías de investigación”. O dicho en otras palabras, la propuesta de Rafael Sánchez Ferlosio es una aventura literaria en la que, por remedar la famosa ocurrencia machadiana, lo importante es el camino (“caminante no hay camino…”) y no la feliz arribada a un puerto determinado. Y al hablar de aventura nadie mejor que el propio Ferlosio puede dar una idea de a qué se refiere. Por ejemplo cuando en la introducción a la segunda parte de Las semanas del jardín, empieza diciendo que han surgido complicaciones en el intento de alcanzar la ciudad de las figuras porque […] “esa ciudad resulta estar tan apretadamente rodeada por las tiendas de los nómadas que parece cada vez más difícil alcanzar sus puertas, e incluso se empieza a recelar si la famosa ciudad no será al fin toda ella más que campamentos junto a campamentos”. Cómo saber si, en el afán por caminar no se ha dejado atrás el objeto de la búsqueda, o si no estaremos enzarzados en un desesperante callejear sin sentido ni final. Siempre por utilizar los términos en los que se expresa el propio autor, resulta difícil decir si estamos dentro o fuera de la ciudad porque lo que nos hace es la palabra y no podemos percibirnos desde fuera o tomar una perspectiva porque no existe un exterior de la lengua. Lo que buscamos, y el objeto del que nos valemos en esa búsqueda resultan ser la misma cosa.
Y si bien no hay certezas, si caben las respetuosas (y muy sugerentes) vacilaciones y proposiciones. El grueso de las investigaciones “eclesiásticas” lo constituyen dos ensayos ya clásicos: Uno es Las semanas en el jardín, en el que es especialmente recomendable el Apéndice II titulado “El caso Manrique”, y el segundo es Memoria e informe sobre Víctor de Aveyron, una investigación acerca de la formación de una conciencia mediante la adquisición del lenguaje. El volumen lo completan unos apartados que bajo el título de “Antigüedades” y “Diversiones” ofrecen una muestra indispensable para seguir la trayectoria intelectual de Rafael Sánchez Ferlosio.
Altos estudios eclesiásticos
Rafael Sánchez Ferlosio
Edición de Ignacio Echeverría
Debate