Iván Thays
Enrique Vila Matas y la familia Auster, protagonistas de Dublinescas
Mientras cada vez se corre más la voz en los blogs de que el verdadero autor de Dublinescas (Seix Barral) es Vilem Vok, probable heterónimo de Enrique Vila Matas, me envían desde la revista Arcadia en Colombia una extensa nota de la presentación del narrador español en el Festival El Malpensante. Nadie se ha referido aun, por cierto, al detalle de que la elegante punta roja que sobresale de su saco oscuro no es un pañuelo rojo, como podría creerse, sino una de las puntas de unos RayBan Wayfarer rojos.
Ahí podemos leer el resumen de algunas de sus ideas recogidas por el periodista y narrador Stanislau Bhor. Dice:
Me ubico en la segunda hilera del teatro. Cuando empieza la entrevista, parece tímido. Posee una voz paciente que espera al pensamiento mientras acaba de configurarse la idea. Los hombros enjutos, las manos empalmadas y aferradas al micrófono como si fuera un revólver y estuviese a punto de darse un tiro. A mi lado pasa un señor de bigote oscuro y pelo encanecido cuyo perfil me parece familiar. Vila-Matas saluda a Álvaro Mutis que está dentro del público. El anuncio cae como una bomba (pero de confeti). La gente busca a Mutis. Yo busco la mirada de Vila-Matas y veo que apunta al viejito que se ha sentado a mi lado. El moderador desmiente que sea Álvaro Mutis y sugiere que es otra distorsión de la realidad muy al estilo de Vila-Matas. La tensión perturba el rostro del escritor. Ahora menos que nunca parece una estrella de rock, o de cualquier constelación. Se requeriría de un punto de giro brutal (como los que cambian los argumentos de sus novelas a mitad del libro) para limpiar el ambiente. En El mal de Montano hay un momento en que el narrador, Rosario Girondo, le dice al lector que todo lo narrado es mentira, que el viaje a Chile nunca ocurrió, que uno de los mejores personajes del libro no existe y otras cosas así que causan un cortocircuito en la memoria del lector. El momento exige algo como eso para echar a andar la entrevista. Vila-Matas está abochornado, incómodo en una silla demasiado estrecha para su volumen y en un escenario tan grande y desnudo y con un reflector tan ofensivo haciéndole ver a Mutis donde sólo hay canas. Entonces pasa: Oscar Collazos sufre un lapsus, un desliz del habla, una traición de la memoria, y confunde el nombre del entrevistado con el de otro escritor doméstico al que quizá le entusiasmaría aun más entrevistar. Lo llama ?García Márquez? a Vila-Matas. Una vieja adoración del entrevistador, que también es periodista, además de columnista en un periódico. La gente ríe. Vila-Matas ríe. Su risa es convulsiva, refrescante. Es un sinsentido revitalizador, un momento ferdydurke, como los que amaba Gombrowicz, tan caro a Vila-Matas. Es el gesto que exigía la mente de Vila-Matas para movilizar su infantería. Ahora fluyen las ideas. Los temas afines y esenciales en él: vidas falsificadas, escritores que dejan de escribir, vanguardias estéticas (y estáticas), literatura y realidad, literatura y enfermedad, comienzo del fin de los libros, coincidencias librescas, Joyce, Beckett, Walser, citas falsas? Cualquiera que se haya apasionado por sus libros sabe que está repitiendo lo que ya ha escrito muchas veces. ¿A qué vino la mayoría de gente que está en este auditorio? No lo sé. ¿A qué viniste tú?, me pregunto. A oír tal vez esta historia que narra ahora con magnífico cinismo:
?Yo empecé queriendo ser un escritor raro al estilo ?me dije- al estilo de Gombrowicz. Me había hecho a una fotografía de Gombrowicz en Polonia, y me gustaba como vestía, su actitud; y me empecé a imaginar qué era lo que escribía, la naturaleza de ese escritor. Durante años estuve imitando a Gombrowicz sin haberlo leído. Un día, cuando ya había publicado bastantes libros, me encontré con un libro de Gombrowicz y quedé sorprendido porque no tenía nada que ver con lo que tenía en mente. Pero entonces, una vez maestro, había adquirido un discurso propio, tratando de copiar al otro?.
Sí, Gombrowicz no es más Vila-Matas.