Iván Thays
Tomás Transtromer.
Tomás Tranströmer, el poeta sueco nacido en 1931, es un eterno candidato al Premio Nobel y su nombre ya no resulta desconocido para nosotros, aunque sí su obra. Felizmente, me entero que en España la editorial Uriz ha decidido publicar un poemario suyo bajo el título (hermoso, desde ya) El cielo a medio hacer.
Dice la reseña de Jaime Siles en el ABCD:
El cielo a medio hacer contiene no pocos poemas excelentes, como «Cara a cara» o «Una oscura silueta nadadora». Si en este libro Tranströmer se muestra «a mitad de camino hacia el lenguaje», en el siguiente -Tañidos y huellas (1966)- está por completo dentro de él. El yo es lo que aquí se poetiza, pero un yo que no es el romántico, sino el yo poético humano universal. De ahí la invocación a Arquíloco y ese moverse tras el olor de la verdad. Una deriva menos lograda parece Visión nocturna (1970), que mejora en Senderos (1973): sobre todo, en el poema «La parroquia dispersa», que supone una muy válida actualización de la llamada «poesía social». Una apuesta de calado mayor es la que hace en Bálticos (1974), donde amplía tanto el mapa como la materia propia de su discurso, enriquecido por la experiencia de la memoria personal. Y lo mismo, pero por medio de otros cauces más abiertos, como el poema en prosa, realiza en La barrera de la verdad (1978). Descubre que «el otro mundo es también este mundo», y que -como expone en La plaza salvaje (1983)- a veces hay «palabras, pero no lenguaje» y, otras, «lenguaje, pero no palabras». En «Air Mail», Tranströmer hace suyo medio verso de Mallarmé -«el silencio avaro»- y remodula el madrigal: «En algún lugar de nuestras vidas» hay «un gran amor sin resolver». Lo más interesante del Tranströmer último, semiparalizado por su enfermedad, es Góndola fúnebre (1996).