
Eder. Óleo de Irene Gracia
Iván Thays
Ricardo Sumalavia en Lima, con su libro y un ochentero adorno de uvas de ónix sobre la mesa. Fuente: moleskineRicardo Sumalavia está desde hace una semana en Lima y ya le ha pasado todo lo que tenía que pasarle: desde una falsa alarma de gripe AN1N1 hasta una intoxicación por comer conchitas a la parmesana. Además, ha tomado mucha Inca Kola; ha subido a un taxi; lo han estafado en una cuenta y él ha dejado un centavo brillante de propina como le enseñó Calderón Fajardo; ha caminado por el acantilado conversando de literatura; ha visto una puesta de sol con sus hermanos en plena parrillada cerca al mar del Callao; se ha perdido por las callejuelas del centro de Lima como un personaje de su amigo Vila Matas; ha extrañado a Carmen, Vero y Andrea escuchando a Lucía de la Cruz o el Zambo Cavero en un auto y su madre le ha llevado el desayuno, con «sangrecita» y pan francés, a la cama. Pero ya le quedan poco días y se prodigará por varios lados. El jueves tendremos, en la Universidad Católica a las 12:30, un conversatorio que nos conducirá de nuevo al «alma mater» juntos, como cuando estudiábamos literatura y nos pasábamos sentados en la cafetería de letras, o cuando dictábamos en el CEO y nos la pasábamos sentados en la cafetería de letras.Ya les contaré de eso luego. Por lo pronto, este post es solo para darle una bienvenida tardía a este extraordinario escritor y amigo. Y para comentarles que el libro de nuestro hombre en Burdeos, Ricardo Sumalavia, Que la tierra te sea leve (Bruguera) ya está en Lima.