Iván Thays
John Banville
La novela Los infinitos de John Banville ya llegó a una segunda edición. El autor ha sido todo un éxito desde que ganó el Booker con la maravillosa El mar. Los elogios han empezado a caerle ya. Esta es la reseña en Babelia de José Maria Guelbenzu. Pero ojo, que los que esperen una nueva versión de El mar pueden verse afectados con esta historia sobre libros y autores.
Dice la nota:
Esta es una novela distinta. Una novela que ha de irritar a muchos y parecer fascinante a otros. Me encuentro entre los segundos. Lo que sí necesita es un lector amante de la literatura y dispuesto a aceptar novedades de concepción y estilo. Creo también que es una de las novelas del año.
En el libro se unen dos mundos: el de los mortales y el de los dioses. Uno de estos últimos, Hermes, es la voz narradora. La mirada de Hermes se tiende sobre la familia Godley en un momento en que el patriarca, Adam Godley, Sr., un reputado científico, se encuentra en coma a pocos pasos de su muerte. Junto a él se encuentran en la casa familiar de Arden (¿un guiño a Nabokov, este nombre?) su segunda mujer, Ursula, alcohólica; su hija Petra, medio autista, y su hijo Adam, Jr., junto con su esposa, la bella Helen. También forma parte de la casa Ivy Blount, de origen aristocrático reducida al estado de criada; Duffy, un campesino analfabeto, y dos visitantes: Roddy Wagstaff, pretendido cortejador de Petra, pero que en realidad ronda a Adam, Sr., con la intención de ser su biógrafo, y Benny Grace, un gordinflón desaliñado, descalzo y ladino, que también parece ser una encarnación del dios Pan.
Con estos mimbres construye Banville una cesta insólita donde cabe una historia mínima y vulgar de relaciones familiares entre individuos afectados por problemas comunes al resto de los mortales que son contemplados por unos dioses inmortales y aburridos de su inmortalidad. La novela, por tanto, y la vida con ella, se mueve entre la muerte y la eternidad. Mientras Hermes relata las pequeñas pasiones de los humanos siente a la vez pena y cierta envidia de ellos por el hecho de que lo que a sus ojos son pequeñas reyertas y dificultades sean, precisamente, lo que da viveza y entretenimiento a sus actos, algo de lo que los dioses carecen, como carecen del horizonte de finitud de aquellos. Todos los dioses soportan mal la eternidad y su único entretenimiento es jugar con el destino de los humanos, sin beneficio para ellos ni para los humanos, aunque ellos lo hacen por divertirse, por pasar el rato, mientras que los mortales lo pagan con el dolor. Cuando Zeus, el padre de Hermes, despierta de su siesta, dirige su apetito sexual hacia Helen, la mujer de Adam, Jr., y, valiéndose del ardid de posesionarse de la voluntad de Roddy, la lleva junto al bosque y la besa apasionadamente ocasionando una pequeña catástrofe entre los mortales; después, como un niño con un juguete usado, lo aparta y vuelve a su estado de aburrimiento al comprobar que las envidiadas pasiones no son para los dioses.