Iván Thays
RESEÑAS SIN PLUMAS
por Iván Thays
METAFORA DE LA DESAPARICION
La imagen de topos escondidos bajo la tierra le sirve a Sergio Bruzzone para aludir a diversos significados. En primer lugar, nos conduce a los desaparecidos por la dictadura argentina, los hijos que perdieron a sus padres o los hermanos también desaparecidos de estos hijos. En segundo lugar, nos remiten a seres subterráneos, personajes que no han visto la luz, ciegos ante la luz incluso, pero que pueden andar muy bien en los canales construidos por ellos mismos bajo la tierra. El mundo oculto, el mundo de la no-identidad, brota desde un frontera sexual, que es el mundo travesti. La novela va insertándose en este mundo de apariencias poco a poco, pero de manera contundente, al mismo ritmo que ingresa también al de la violencia desatada.
Puede resultar sintomático que no tengamos en cuenta la violencia desde el principio de la novela, desde las primeras líneas incluso, cuando nos enteramos que el personaje es un hijo de desaparecidos y cuya novia, Romina, milita en el movimiento HIJOS, dedicada a reunir familias destrozadas por la dictadura, a pesar de no ser ella una hija de desaparecidos. Tomamos todas estas situaciones como un contexto, un referente, olvidando que son fruto de una situación concreta, real, más violenta que cualquier situación que suceda luego en la novela. Es muy significativo, además, que el narrador se niegue a militar en HIJOS, como se lo pide constantemente Romina, del mismo modo como luego se negará a amar a Romina o a tener un hijo de ella. La palabra ?aborto?, otra palabra que comulga con la violencia, aparece en el libro como anuncio de un giro hacia el origen del problema (abortar/desaparecer personas: maneras de manipular la vida). En el mundo de los topos cualquier idea de familia ha quedado destrozada y solo puede ser reemplazada por una caricatura. Romina y su amiga Ludo conseguirán ser madres solteras, amparadas por una suerte de comuna de ayuda mutua, mientras que el narrador sentirá una liberación tras las muerte de su abuela Leila, su último familiar consanguíneo, anciana obsesionada con la presencia fantasmal de otro hijo de la madre desaparecida. Un espectro que aparecerá constantemente en la novela, más allá de la muerte de Leila, como un rostro invisible que siempre encuentra la forma de salir a la superficie y ver la luz de manera insospechada pero contundente.
En sus viajes hacia la casa de Romina, el narrador transcurre por una calle frecuentada por travestis. Se detiene ahí, conversa con ellos, poco a poco se va inmiscuyendo más, hasta que finalmente se involucra con uno de nombre Maira. Si por Romina no sentía amor, quizá incapaz de creer en una relación horizontal y estable con una mujer que lo ama, por Maira empieza a sentir auténtica y arrebatada pasión. La travesti Maira también se engancha con él, aunque sin mostrarle sus debilidades ni ofrecer demasiado. Pronto, el narrador sabrá que Maira es su lado-b, su espejo oscurecido. Ella también es hija de desaparecidos y ofrece el sexo como carnada para llegar a ex militares de la dictadura y asesinarlos.
A partir de Maira, la novela tiene un punto de inflexión que crece en intensidad (aunque, al mismo tiempo, la prosa se vuelve más escueta, más descriptiva) rumbo a la violencia descontrolada. El narrador abandona las pocas funciones que lo unen a la sociedad (como, por ejemplo, llevar un negocio familiar de fabricación de tortas de cumpleaños) y se obsesiona con el mundo del desapego, de los secretos ocultos, de las persecuciones y paranoias (llega a pensar que existe un complot anti-homosexual); es decir, el mundo de los topos, el de Maira y el travestismo.
Los topos es una novela transgresora en su forma de relacionar el travestismo con la violencia política argentina, un engranaje donde el odio se responde con odio, y la sumisión con sumisión. Sin embargo, no es subversiva sino más bien convencional dentro del contexto de la narrativa latinoamericana al utilizar la sexualidad como símbolo o pretexto; más concretamente como metáfora política.
El travestimos en la novela se asume como un modo ?desviado? de integrarse a la sociedad y de relacionarse sexualmente, una forma de ocultamiento y transfiguración que nace de la falta de identidad por culpa de ser parte del horror de los desaparecidos y víctimas de la dictadura. La identificación de los travestis con los hijos de desaparecidos, y de estos con ?topos?, incide en el código de virilidad (donde se inscribe la novela voluntariamente) donde la sexualidad bien encausada debe ser heterosexual y ?socialmente aceptada? como la que le propone Romina al narrador pero él no puede aceptar quizá porque no se considera un ser ?normal? por formar parte de ese desvío histórico de las desapariciones políticas que obliga a sus víctimas y a sus victimarios a una existencia marginal (una existencia de topo) dentro de la sociedad. El travestismo, entonces, no se manifiesta como una forma distinta, revulsiva o subversiva, del sexo, sino como un sometimiento y un ?desvío? del que participan los hijos de los desaparecidos como los militares corruptos. La de Bruzzone se suma a la lista de novelas latinoamericanas con el tópico del sexo como metáfora social y política. El narrador será abandonado por Maira (a quien encontrará luego, al final de la novela, en circunstancias distintas) y tendrá una nueva relación, esta vez no con un travesti sino con un homosexual que lo someterá a él como mujer y que será un nuevo punto de inflexión, en su vida y en la novela, pues a través de esa relación el narrador ingresará en el proceso de desaparición y nueva identidad. Así, terminará convertido en un travesti y buscará vengarse, a su vez, de un personaje violento y que abusa de su poder entre la sociedad de travestis callejeros, un ex militar apodado El Alemán. Se convierte así en el reflejo de Maira, cerrando el círculo de identificaciones, que incluye la posibilidad de que Maira sea su doble perdido, el hermano, el otro hijo de su madre, este sí desaparecido, que su abuela Leila tanto buscó hasta la muerte.
¿Se consuma finalmente la venganza? ¿O los subterráneos topos no tienen posibilidad de triunfar sobre el mundo real? La novela plantea una respuesta desoladora a esa pregunta cuando el narrador no solo se deja humillar sino incluso transfigurar por El Alemán, quien lo obligará a ponerse tetas en un paso más hacia la disolución de su identidad masculina y la asunción de su nuevo cuerpo y su nueva vida como travesti, sometido al poder brutal (y aparentemente sin límites) de su protector y abusador El Alemán.
Un episodio de la novela sirve como indicativo del mundo topo y su incapacidad de realizarse en la superficie. El narrador descubre, un día, que la casa familiar vendida por su abuela está abandonada. Sin preguntarse por los compradores, ingresa en la vivienda y empieza a habitarla tratando de pasar desapercibido para los vecinos, a pesar de que contrata a una planilla de obreros para hacer algunas modificaciones en la casa vieja. La recuperación de la casa de familia, o si se quiere la ?apropiación? de esa identidad, concluye tristemente cuando los obreros descubren que los dueños son ancianos, que han muerto, que nadie va a reclamar ese sitio y que, por tanto, ellos se apropiarán del inmueble para sus familias. Expulsan así al supuesto dueño y patrón, quien no tiene más remedio que abandonar brutalmente el proyecto de habitar un lugar que pertenece a su pasado y reconstruirlo. Así, la novela transita no en los territorios del delirio, como podría creerse, sino de la realidad más brutal y dura que existe, del residuo que dejan las dictaduras y su ruptura del orden natural de los individuos y sus familias, obligando a sus víctimas a asumir una existencia ?desviada?, soterrada, vigente en el mundo de ciegos topos cuyas pequeñas cabezas, apenas intentan brotar a la superficie, son amenazadas con violencia hasta hacerlas sumergir otra vez en la realidad paralela, el submundo oscuro y de reglas retorcidas donde viven los topos.
Sergio Bruzzone. Los Topos. Mondadori, 2008