
Eder. Óleo de Irene Gracia
Iván Thays
Mi adorada Kate como April Wheeler. Fuente: canaltcm Hace unos días fui a ver la película Vía Revolucionaria (traducida pésima, mediocremente, como Solo un sueño) de Sam Mendes, basada en la novela de Richard Yates. Bueno, ya saben, en realidad fui a ver a la mujer de mi vida, Kate Winslet (dirigida por el hombre de su vida, Mendes). Los disfuerzos de Leonardo di Caprio por robarse un show donde solo era una comparsa competían con el afán, ambicioso, desmedido, enamorado, de Sam Mendes de convertir a la magullada April Wheeler en una heroína a la altura de su adoradísima Kate. Con eso traiciona la novela de Richard Yates, en la que los dos esposos Wheeler están igual de encarcelados y atrapados en sus sueños imposibles de cumplir (aunque la diferencia es que Frank es solo un hablador y April una revolucionaria ilusa que alguna vez le creyó); pero hay que decir a su favor que ha sabido subrayar las mejores frases de la novela y las ha dicho tal cual. Para los fans de Yates, eso es de agradecer. Mi momento favorito (en la novela y en la película) es cuando Frank Wheeler, convencido al fin de su propia mediocridad, dice en el dictáfono: «Título: Hablando de Control de Inventarios, paréntesis, tercera revisión. Párrafo. Saber lo que uno tiene, coma, saber lo que uno necesita, coma, saber de lo que uno puede prescindir, guión. Eso es…» Tampoco voy a negar el impacto que me dio la frase de April, en mitad de una pelea con Frank, a quien ha dejado de amar: «Yo pensé que era amor pero solo era un chico que me hizo reír en una fiesta». Esa frase, textualmente, no existe en la novela pero sí un apropiado, cinematográfico, resumen del pensamiento de April en el momento que toma la decisión de abortar, mientras recuerda el beso de despedida (muy bien dirigido en le película, ciertamente) luego del mejor desayuno de sus vidas: «El beso, puesto a pensarlo, había sido perfectamente correcto: un beso casto, un beso amistoso, el beso que se da a un chico que acabas de conocer en una diesta, el chico con el que has bailado y te ha hecho reír y después te ha acompañado a casa, hablando de él todo el tiempo. El único error real, la única cosa injusta y deshonesta, había sido verle como algo más que eso. Oh, durante un par de meses, solo por diversión, no habría estado mal jugar a eso con un chico ¡pero tantos años seguidos!»A la amiga con la que fui a ver la película le pareció que no había mucha coherencia en la amenaza de Frank, en una pelea anterior a la final, de conseguirle a April un psiquiatra. También le pareció un poco maniquea la presencia de John Givings, el hijo loco de la casera que sin embargo es el único lúcido de la novela. Ambas apreciaciones son correctas en cuanto a que Mendes ha eliminado completamente todas las referencias al psiconálisis que se hacen en la novela. Es obvio que Yates detestaba el psiconálisis y esa búsqueda contemporánea de «solucionar» la vida de los demás haciéndolos encajar en una línea media. Yates, realmente, odiaba a los psiquiatras (loqueros los llama) y a los manicomios; quería vivir establecido en aquella locura lúcida que le permitía escribir. Yates es Givings, eso es obvio. De hecho, al final de la novela un exitoso negociante Frank Wheeler se encuentra con su vecino Shep y le comenta que está en terapia con un psicólogo. Le dice «A mí me parece que estamos llegando a un terreno bastante básico; cosa que yo nunca me había planteado acerca de la relación con mi padre…» Shep siente lástima y decpeción por aquello en «lo que se ha convertido» Frank. A mí me da más bien ternura. Pobre Frank. Pobre April.Atención, que lo siguiente puede ser considerado spolier así que, si no han visto la pela ni leído el libro, no lo lean: La escena en que April aparece ensangrentada luego de su aborto viendo por su enorme ventana la luminosa Revolutionary road y sus jardines verdes, una sofisticación innecesaria de Sam Mendes, se justifica dada la lectura del propio Richard Yates sobre su novela. En la edición de Emecé recuperan felizmente sus palabras al respecto:Alguien me preguntó en una fiesta sobre mi novela y le respondí que estaba escribiendo sobre el aborto. Le dije que era una sucesión de abortos de todo tipo: una obra abortada, varias carreras abortadas, una infinidad de ambiciones y planes abortados, todo lo cual conduce a un aborto real, físico, y a una muerte al final. Tal vez ése sea el mejor resumen de la novela que puedo ofrecer. Durante los cincuenta prevalecía un generalizado deseo conformista en todo el país, y no solo en las urbanizaciones: una suerte de búsqueda de seguridad, ciega y desesperada, que se encarnó políticamente en el gobierno de Eisenhower y en la caza de brujas de Joe McCarthy. Muchos estadounidenses estaban muy preocupados por ello, pues parecía una traición absoluta a nuestro más gallardo espíritu revolucionario, un espíritu que quise ver encarnado en el personaje de April Wheeler. El título alude a que la vía revolucionaria de 1776 había llegado prácticamente a su fin en los años cincuenta»Finalmente, solo me queda agregar que las citas de este post las he tomado de la edición de la novela publicada por Emecé (2003) y traducida por Luis Murillo Fort, y que Kate Winslet es una estupenda actriz y una mujer hermosa, absolutamente hermosa, tanto cuando se está riendo como cuando está peleándose, cuando tiene fe o cuando la ha perdido, cuando hace el amor en la cocina, cuando baila el jitterbug o cuando huye de sí misma por un bosque. Hermosa.