Iván Thays
robert walser
Con magnífica traducción del peruano Juan José del Solar, la editorial Siruela ha publicado el libros Historias de aquel genio que se negó a creer en la genialidad literaria: Robert Walser. La reseña en ?El Cultural? es de Rafael Narbona quien analiza los mejores relatos del libro.
Dice la reseña:
Historias apareció por primera vez en 1914, pero hasta ahora no se había traducido a nuestro idioma. Siruela nos regala una edición exquisita, con una traducción impecable de Juan José del Solar. No cabe sorprenderse, pues Siruela ha llevado a cabo una tarea admirable con la obra de Walser, acercándola al lector español en versiones de extraordinaria calidad. Eso sí, es curioso que haya escogido una frase de Hermann Hesse para la contraportada. Hesse afirma que ?el mundo sería mejor si Walser tuviera cien mil lectores?, pero Walser se quejaba de que los editores le empujaban a imitar el estilo de Hesse para triunfar. Amante de lo modesto y pueril, Walser no simpatizaba con Hesse, que se paseaba por el mundo con ?un nimbo de heroísmo y santidad?. Walser se consideraba un escritor de la llanura y lo periférico. No le atraían las cimas ni pretendía ser el centro de nada. El escritor debe ser modesto, no tener hijos y morir solo. Si hace mucho caso a su yo, acabará extraviándose en la retórica y el narcisismo. La reserva no es un gesto de prudencia, sino la esencia del trabajo literario. El escritor se hace invisible para que el mundo salga a la luz. (?) Al leer el prodigioso ?Extraña ciudad? de Walser, la ensoñación se confunde con la banalidad. Walser sólo necesita tres páginas para urdir una utopía. Habla de una ciudad que ya no precisa de poetas, pues sus habitantes poseen ?una sensibilidad fina, fluida, alerta y brillante?. Nadie sabe cómo, pero todos se expresan de una forma delicada, profunda, armónica. Walser disipa enseguida la ilusión. Esa ciudad no existe. Sólo es real el paisaje de las afueras, un parque donde el sol del mediodía salpica de manchas la hierba y el rostro de los paseantes, pero ni siquiera eso es perdurable. La lluvia lo borra todo y no queda nada. Sólo es real el manicomio de Herisau. Para Jabès, sólo es real el desierto, ?una ruptura salvadora en las proximidades mismas de la ciudad?. Walser y Jabès elaboran una poética donde el hombre vive como un Extranjero en un mundo que lo repudia. Sólo hay espacio para comentar los cuentos más notables. ?Kleist en Tun? recoge un pasaje de la vida de uno de los precursores del Romanticismo alemán, que acabaría suicidándose a orillas del lago Wansee, acompañado de su amante. Walser nos lo presenta urdiendo planes, escribiendo, planteándose el sentido de la literatura. Al igual que Walser, añora la vida sencilla del campesino. Es una nueva embestida contra el yo. En ?Paganini. Variación?, surge otra vez la figura del artista que sólo logra la perfección formal al perder la conciencia de su propio existir. En ?Teatro de gatos?, se interna en el enigmático mundo de los felinos, sin caer en la enseñanza ejemplarizante. Walser no es un moralista. Su escritura se conforma con captar el silencio mágico de un gato dormido o la semejanza entre los gemidos humanos y los maullidos de esas misteriosas criaturas que toleran la compañía del hombre. En ?Una mañana?, se acerca a Kafka -al que apenas leyó- describiendo el trabajo en un banco como una dolorosa experiencia de tedio y enajenación. Su forma de describir la sucursal recuerda la oficina interminable de El apartamento, pero sin intrigas para medrar. El protagonista del relato se conformaría con pasar la mañana en la montaña, pues no concibe nada más bello que la luz resbalando por una ladera arbolada. En ?Seis historias breves?, aparece la pasión por la música. Walser consideraba inaceptable que la música se convirtiera en un telón de fondo. La música no debe inmiscuirse en el silencio. El piano o el laúd no son instrumentos, sino seres vivos que nos escuchan. El poeta no se diferencia de ellos, pues sus palabras son el eco de nuestros lamentos y anhelos. Al hablar el poeta, hablamos nosotros. El poeta no es un yo, sino un nosotros.