
Eder. Óleo de Irene Gracia
Iván Thays
Paolo Giordano. Fuente: espaciolibros Paolo Giordano, el último ganador del Premio Strega, construyó una metáfora que unía sus dos grandes pasiones: los números (es físico teórico) y el amor literario en La soledad de los números primos, su premiada novela, editada en España por Salamandra. El resultado pudo ser una porqueria o una obra bellísima. Y a juzgar por la admiración rendida de la exigente Mercedes Monmany, lo segundo es lo que ha ocurrido: En el caso de Giordano, el centro de atención de su relato -la difícil etapa de crecimiento de dos inadaptados- está enfocado dentro de un ámbito intimista, psicológico y sociológico. La dureza del drama parece palpitar entre las cuatro paredes de un laboratorio que despliega bajo el microscopio sentimientos y sensibilidades reticentes a un fácil desglose. El relato en ningún momento pierde ese aire neutro, de observación clínica, minuciosa, escueta, dotada de un lirismo seco y petrificado que despoja al lenguaje, aún en sus momentos emocionalmente más atormentados y lacerantes, de todo victimismo. El resultado es una fábula delicada y sutil sobre el azar y la fragilidad de la existencia. Sobre el despiadado rechazo social, desde la misma escuela, hacia los diferentes, hacia los que no actúan, intercambian pautas, confidencias o experiencias similares con los de su entorno. Alice y Mattia, dos adolescentes traumatizados y hostigados por oscuros fantasmas de su infancia, arrastran secretos que los empujan a las mazmorras del aislamiento y los encierran en las cárceles invisibles del resentimiento, de la culpa y de un vago afán de venganza. (…) Verdugos de sí mismos, suicidas sin valor para abandonar una existencia que aborrecen e inhabilitados para el amor o el afecto, un día, en el patio del colegio, Alice y Mattia se encuentran. Los dos reconocen en el otro a un igual atrincherado en sus miedos y su soledad. Desde entonces, una fuerza o imán irreversible, indestructible, les hace iniciar una compleja relación que durará toda la vida, basada más en gestos y ausencias compartidas que en palabras. Una relación con la que de nuevo se castigarán por sombríos remordimientos y desgracias de un pasado que sólo ellos conocen y se han contado. Paolo Giordano enlaza su historia con una bella y cautivadora metáfora sobre los números primos, dentro de los cuales existen unos aún más especiales: los números primos gemelos, entre los que siempre se interpone un número par. Números «solitarios, sospechosos», «emparedados entre otros», como el 11 y el 13, o el 17 y el 19, que permanecen próximos, pero sin llegar a tocarse nunca. Como, en el fondo, Alice y Mattia.