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Extraño homenaje a Ribeyro

Por 17 de diciembre de 2009 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Iván Thays

El gran Julio Ramón Ribeyro ríe después de leer su cuento post-mortem titulado «Homenaje en Riva Agüero». Foto. Caretas Cuando he ido a Congresos Internacionales fuera del país hay un denominador común: todos los escritores me preguntan por Julio Ramón Ribeyro. Ribeyro tiene una fama cabalgante fuera del Perú, es un escritor de culto, el autor que todos se precian de haberlo leído. Si Vargas Llosa o Bryce Echenique son los referentes obligados, el caso de Ribeyro es distinto: a él se le admira, se le cuida, se comparte entre buenos lectores. Y yo, debo decir, me siento tremendamente orgulloso no por ser peruano sino por ser «ribeyriano» a carta cabal. Por eso, me da pena enterarme en la revista CARETAS de un extraño homenaje que se le hizo en el Instituto Rivaguero de la PUCP donde participaron Alonso Alegría, Jorge Valenzuela y Richard Cacchionne. El sobrino de Ribeyro, Juan Ramón, comenta la cantidad de desatinos que se dijeron esa noche. Por ejemplo:»El profesor Jorge Valenzuela, a través del cuento «Junta de Acreedores» trató de demostrar que Ribeyro es autor del fracaso, y que a pesar de estar considerado como neorrealista no lo es, ya que a diferencia de los representantes de esta tendencia que se solidarizan con los personajes, Ribeyro los despoja de toda su humanidad y los degradaba con sarcasmo.En primer lugar, habría que dudar del método de crítica que expulsa ideas generales luego de la lectura de un solo cuento, más aún de un autor tan prolífico como Ribeyro. En segundo lugar, ¿de dónde sacará valenzuela aquella norma según la cual el «Neorrealismo» implica que el autor o narrador se solidarice con sus personajes? ¿Eso sucede siempre? Primera noticia. Quizá ha visto demasiado Ladrón de bicicleta de Vitorio de Sica. Pero el neorrealismo tiene demasiadas aristas. Por otra parte, creo que ya es tiempo de sacarse de la cabeza aquello de que Ribeyro es un escritor «sobre el fracaso». ¿Realmente fracasan todos sus personajes? Yo creo que no. Hay varios aprendizajes en la obra de Ribeyro. Cuentos vitales como «Al pie del acantilado» o «Silvio en el Rosedal» permiten una lectura diferente. Quizá el hecho de que la antología se llame La palabra del mudo (título impuesto por el editor Milla Batres, según supe) manipule la lectura. Cuentos de circustancias, otro de los títulos que usó Ribeyro, me parece más acertado para definir su obra.La exposición de Richard Cacchionne es resumida por Juan Ramón así:[…] dijo que el autor provenía de una familia oligárqueica y por ello tenía un pensamiento retrógrado del siglo XIX, racista y que pensaba mal del indígena.Sin palabras. Intentar explicar por el pasado familiar de un autor la ideología de la obra es un error gravísimo. Llamar «racista» a Ribeyro por exponer, justamente, con enorme acierto y solvencia el racismo de la sociedad peruana (en cuentos como «Alienación» o «De color modesto») es una equivocación horrorosa. Es confundir al mensajero con el mensaje. Lo mismo podría decirse, al leer «El marqués y los gavilanes», que Ribeyro al ridiculizar al «oligarca» como un demente que no puede ver la realidas es racista contra los blancos. Y aunque la crítica lanzó por ahí una frase célebre («Ribeyro es nuestro mejor escritor del siglo XIX») esa frase es infortunada. Ribeyro es un escritor muy bien afiatado a su siglo. Y no solo por sus cuentos sino por sus insuperables Prosas Apátridas o sus Diarios, dos aspectos de sus obras, al parecer, lamentablemente soslayados por los comentaristas. Las reflexiones en sus prosas y diarios son las de un hombre que observa el siglo XX como un siglo en decadencia, no la de un decimonónico positivista entusiasmado con el progreso. Pero sobre todo el radical escepticismo de Ribeyro es una característica notable de la mejor literatura del XX; por lo demás, ese escepticismo riega todos sus textos como el gran unificador (más que el fracaso). Cuentos sobre el absurdo como «La insignia» o cuentos con técnicas literarias como «Carrusel» solo pueden inscribirse post-Kafka o post-Joyce. ¿Ribeyro un autor del siglo XIX? ¡Bah!La parte más extensa del artículo se refiere a las palabras, también desafortunadas, de Alonso Alegría (quien escribe una columna respecto al tema hoy en Perú21). Resume así Juan Ramón lo que dijo el dramaturgo:Alonso Alegría comenzó su ponencia […] diciendo que ningún narrador puede hacer buen teatro ya que, para escribir una obra de este género había que ser dramaturgo, y en consecuencia las dos obras de Ribeyro Atusparia y Santiago el pajarero carecían de valor. esbozó luego una feroz crítica contra Ribeyro porque se regodea con el fracaso […] Respecto a su actuación política dijo que hizo lobby por Alan García para defenderlo por la matanza de los penales y que tuvo una posición ambivalente respecto de su amigo Vargas Llosa. Finalmente, vaticinó que como el país iba saliendo de la crisis y el fracaso iba dejando de ser parte de la idiosincracia del país, en los próximos años ya nadie leería a Ribeyro.En primer lugar, me parece un desatino recordar -para menospreciar su obra literaria- la actitud política de Julio Ramón Ribeyro durante los años de Alan García, en que fue funcionario. Coincidentemente, un enemigo declarado de Alonso Alegría, el maoísta Miguel Gutiérrez, usó la misma estrategia en Un mundo dividido. Parece que, en el Perú resentido, envidioso y chismosón, a la hora de contar chismes mal contados no existen banderas políticas. Ciertamente, Ribeyro y Vargas Llosa tuvieron diferencias (están expuestas en las memorias de Vargas Llosa El Pez en el agua) pero sé que las solucionaron en privado, como debe ser. Alegría quiere «ponerse» extemporáneamente del lado de Vargas Llosa, a quien califica de «amigo». ¿Con qué sentido? ¿Qué necesidad hay de airear ese tema en un homenaje a un narrador extraordinario en su aniversario? Si Vargas Llosa y no Alonso Alegría hubiera estado presente, por respeto y admiración a un escritor notable, jamás lo hubiera expuesto de una manera tan arbitraria y descontextualizada. En segundo lugar, Alonso Alegría está desde hace años en una campaña personal para quedar como el único dramaturgo importante del Perú. Decir que Ribeyro es un mal dramaturgo (y vamos a pasar por alto la inferencia difícilmente defendible «ningún narrador puede ser buen dramaturgo») es como decir que Usaín Bolt, campeón plusmarquista de 100 metros planos, nunca ha ganado una medalla en Salto Alto. Lo que está en discusión es su marca mundial, no su salto alto. Lo que se discute en Ribeyro es la calidad de su obra, sin necesidad de diseccionarla. Posiblemente, las obras dramáticas no estén a la altura de sus cuentos y sus prosas. Cierto. Pero eso no significa nada en el contexto de una obra solida y compacta. Y mucho menos, puede decirse que «no tienen valor» porque cuando un autor es tan complejo y sofisticado como Julio Ramón Ribeyro todas las obras contribuyen a la comprensión de su summa literaria. Ribeyro (y quizá eso le duela mucho a Alegría) no es el autor de una sola obra celebrada, sino de una Obra Total que incluye distintos géneros, entre ellos la dramaturgia. Desdeñar su obra dramática es perder el objetivo, que es la lectura global de su obra. Resaltar la menor calidad dramática de un narrador espléndido como Ribeyro en su homenaje solo puede ser provocado por la envidia o mala leche.Pero lo que sí resulta aún más lamentable es aquella conclusión pitonisa de que en el futuro «nadie leerá a Ribeyro» en el Perú. Hay que ser muy negligente para mandarse con una frase de oráculo sobre el siempre imprevisible destino literario de un autor. Pero sustentar esa especulación bajo una teoría «sociológica» es, ya, una falta de respeto. ¿Realmente cree Alonso Alegría que el Perú es un país optimista, donde el fracaso no existe? ¿Realmente lo cree ad-portas de un proceso electoral donde la hija de Fujimori tiene un alto porcentaje de votación solo por el apellido? ¿Un país optimista es el que produce los sucesos de Bagua? Si Alonso Alegría se ha dejado llevar por las mini-series sobre bandas de cumbias que salen del fracaso y luego se compran camionetas 4×4, o si cree las estadísticas sobre el «milagro peruano» es su problema. Pero el Perú es un país complicado, dividido, desintegrado, inurbano, sin instituciones, racista y, encima, con un gran desprecio a la cultura. Un país donde cada uno jala agua para su molino, donde cada día descubrimos un escándalo político nuevo, donde todos los días nos enteramos de miserias humanas en familias de todas las condiciones sociales, desde violaciones a menores, líos por herencias familiares, jubilados sin pensiones, asesinatos selectivos que incluyen el matricidio. ¿Ese es el país que va dejando de creer en el fracaso? Incluso si así lo fuera, como acota bien Juan Ramón, nadie podría asegurar que se dejaría de leer a Ribeyro, como no se ha dejado de leer a Chejov, Kafka o a Dostoievski. O como lo demuestra la obra Millenium de Larsson, ubicada en la utópica Suecia «sin fracasados». Pero sucede, justamente, que no es así. El Perú sigue siendo el país que retrató con lucidez Julio Ramón Ribeyro. Y más allá del Perú, los seres humanos seguimos siendo esos proyectos fallidos, esos personajes tentados por el fracaso, de sus prosas. Por eso se lee cada vez más a Ribeyro no solo en el Perú sino en el exterior. Porque Ribeyro tocó una fibra humana a la que pocos autores acceden. Porque Ribeyro, incluso en sus obras menores como las dramáticas, era un autor consciente de que la verdadera tragedia del ser humano no radica solo en su entorno sino en sí mismo.Y como prueba final de que Alonso Alegría está equivocado pongo este homenaje. ¿Acaso no es un perfecto cuento de Ribeyro el convocar a tres peruanos incapaces de entender la obra de Julio Ramón Ribeyro para hablar, justamente, de las bondades de un autor complejo como Julio Ramón Ribeyro? Este es el cuento post-morten que debería sellar la exitosa reedición, por Seix Barral Perú, de La palabra del mudo (el libro más vendido de la feria Ricardo Palma, además, y el que salvó al stand de Planeta, como para darle la contra al Perú triunfalista que no lee a Ribeyro que imagina Alonso Alegría). Julio Ramón debe estarse riendo desde las alturas. Las alturas no del cielo donde debería morar sino de su enormísimo talento, por cierto.

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Iván Thays

Iván Thays es escritor peruano (Lima, 1968) autor de las novelas "El viaje interior" y "La disciplina de la vanidad". Premio Principe Claus 2000. Dirigió el programa literario de TV Vano Oficio por 7 años. Ha sido elegido como uno de los esccritores latinoamericanos más importantes menores de 39 años por el Hay Festival, organizador del Bogotá39. Finalista del Premio Herralde del 2008 con la novela "Un lugar llamado Oreja de perro".

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