
Eder. Óleo de Irene Gracia
Iván Thays
August Strindberg
?Me ha acompañado toda la vida: lo he amado, lo he odiado y he lanzado sus libros contra la pared. Lo único que no he podido hacer nunca es deshacerme de él? dijo Ingmar Bergman sobre August Strindberg. Hace 100 años, un 15 de mayo de 1912, murió el sueco Strindberg, uno de los más grandes genios de la literatura contemporánea. Su país natal ha decidido celebrar a lo grande el centenario del narrador y dramaturgo quien, para muchos, es el mejor escritor que ha dado Suecia. Es momento de encontrar algunas de sus obras (como Infierno, editada por Acantilado, o como La señorita Julia) o de ver alguna de las adaptaciones cinematográficas de sus dramas (La señorita Julia del cineasta Mikes Figgis es estupenda).
Dice la nota de Elsa Fernández-Santos en “El País”:
El miedo y la ira de August Strindberg acabaron el 15 de mayo de 1912, hace ahora un siglo. Ese día, un cáncer de estómago ponía fin a la vida de un escritor que, pese a los tortuosos fuegos cruzados de su carácter, construyó una obra que le convierte no solo en un titán de la literatura nórdica sino en uno de los padres indiscutibles del teatro moderno. Temeroso de todo, y pese a no creer nunca en nada, pidió que le enterraran con una Biblia sobre el pecho. ?Salve cruz, única esperanza?, fueron sus últimas palabras. Tenía 62 años y vivía recluido en su casa, sin apenas recibir visitas, acechado por la esquizofrenia que marcó no solo su vida sino también su obra.
La suya era una personalidad quebradiza y enferma, la hipersensibilidad flageló su niñez y juventud, y su vida adulta fue la de un hombre de temperamento tan vehemente como inseguro. En Genio artístico y locura (Acantilado), Karl Jaspers estudia el caso apoyado en sus propios textos. En Inferno, Strindberg tampoco escatimó detalles. La enajenación no le impidió construir una obra prolífica y dispar: pintor, fotógrafo, dramaturgo? Ingmar Bergman, que llevó a escena sus obras hasta 30 veces, dijo que leerle le gustaba tanto como escuchar música. Su sueco, afirmaba el director de Persona, es incomparable. También lo eran su rabia ??y yo la entendía?, confesó el cineasta?. Es difícil no ver la conexión entre estos dos tótems de la cultura sueca. La frase más célebre de Bergman sobre Strindberg ilustra libros y hasta la web de la fundación del cineasta: ?Me ha acompañado toda la vida: lo he amado, lo he odiado y he lanzado sus libros contra la pared. Lo único que no he podido hacer nunca es deshacerme de él?.
?Sencillamente, es el mejor escritor sueco de la historia?, afirma Jesús Pardo de Santayana, traductor al español de todo su teatro contemporáneo y de su demoledora novela de juventud El salón rojo (Acantilado). ?Aprendí su lengua solo para leerle. Internacionalizó el sueco, que antes de él solo era un idioma pintoresco de un país escandinavo, con una literatura mona y poca cosa más. Pero Strindberg lo cambió todo. Puso a Suecia en el mapa de la cultura europea. Nosotros no tenemos esa experiencia porque Cervantes no creó el castellano, ya existía antes que él. Pero la literatura sueca cobró el empaque de gran literatura de su mano?. Pardo recuerda que, paradójicamente, el gran hombre de las letras suecas jamás obtuvo el Premio Nobel: ?Vivía rodeado de gente con la que había reñido. Era superior a todos los demás, y lo sabían, pero fue una figura muy incómoda. Vivía en contraposición a los demás pero sobre todo a sí mismo?.
(…)
?Era misógino, sí, y muy complejo, pero su obra también está llena de otro Strindberg mucho más amable, chispeante y divertido?, explica Diego Moreno, cuya editorial, Nórdica, arrancó el año con una edición facsimilar de los cuentos del autor y lo cerrará con un libro sobre su pintura acompañada de fragmentos de su Diario oculto.