Francisco Ferrer Lerín
Ese pan integral multigrano para celíacos, para diabéticos, para intolerantes a la lactosa, y quizá también para tartamudos y gonorreicos, que venden a precio de oro en las tiendas de régimen, también llamadas dietéticas, acostumbra a estropearse con cierta rapidez formándose una bonita capa de moho en el interior de la bolsa de plástico. Ayer mi hijo Miqui me preguntó si me interesaba una de esas bolsas de pan enmohecido, una bolsa que compraron en el anterior viaje y que había quedado perdida en un rincón de la despensa (mi hijo sabe de mi recia condición ecologista que me lleva a la entrega puntual de los restos orgánicos a la voracidad de la fauna silvestre). Lancé pues, desde la ventana de la cocina, para el ávido pico de urracas y cornejas, las rebanadas de pan, una a una, sobre las tejas árabes del cobertizo de uso agrícola donde, en su interior, se ahorcó recientemente el hijo del jardinero, pero una inesperada ráfaga de viento desvió la última yendo a parar a la acera de la calle María Virtudes Gimeno. Esta mañana he bajado a echar los desperdicios no degradables al contenedor correspondiente cuando de entre los coches aparcados ha surgido la figura del barrendero (“señor barrendero”, según mis socios progresistas) empujando su carrito y que, con cierta diligencia, se dirigía al punto de la acera donde aún reposaba la rebanada de pan desviada ayer por el viento. Ha sido angustioso, yo no encontraba en los bolsillos la tarjeta que permite la apertura del contenedor, y el barrendero avanzaba inexorable hacia la rebanada. Por fin, he logrado echar la basura y dando alaridos, ¡barrendero, señor barrendero!, he corrido, a toda la velocidad que permiten mis achacosas piernas, en pos del funcionario municipal y, por cuestión de segundos, lo he alcanzado cuando armado de escoba y pala se disponía a recoger la rebanada. Le he propinado un fuerte empujón, he recogido la rebanada y, cruzando la calle, la he tirado por el terraplén en el que prospera una nutrida fauna de pequeños mamíferos y activos insectos. “Barren”, que también podría llamarse así, ingresado en el hospital de referencia, cura de las heridas producidas al golpearse la cabeza, por mor de mi empujón, contra un majano de adoquines.