Francisco Ferrer Lerín
Es conocido el correlato entre la turbiedad de la atmósfera, tras las numerosas e importantes erupciones volcánicas sucedidas entre los años 1830 y 1835, y el incremento del color rojizo en las pinturas de William Turner y Caspar David Friedrich correspondientes a aquel periodo.
Ahora, avezados investigadores, amplían el campo de influencia de esos fenómenos geológicos a la redacción de varios títulos indispensables en la historia universal de la literatura de terror.
1816 fue llamado en Europa “El año sin verano”; los vientos trajeron gigantescas nubes de ceniza procedentes de la erupción del volcán indonesio Monte Tambora, provocando que en los meses estivales reinara la oscuridad y las temperaturas, muy bajas, no fueran las propias de la estación. En Villa Diodati, famosa mansión cercana a Ginebra, tradicional lugar de veraneo de escritores y artistas, las malas condiciones meteorológicas y, por tanto, el obligado encierro, fueron el detonante para que Mary Shelley escribiera Frankenstein, John Willian Polidori escribiera El vampiro (que años más tarde inspiraría a Bram Stoker la escritura de Drácula) y, en poesía, Lord Byron escribiera Darkness [Oscuridad].
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Texto elaborado a partir de los artículos “Lo sublime y la toxicidad del aire” y “El año sin verano” apud La condición postnatural. Glosario de ecologías para otros mundos posibles (Madrid, Cthulhu Books, 2024)