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El día en que fui García Márquez

Por 28 de marzo de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

-Hola, soy el premio Alfaguara.

-Ah. ¿Eres Luis Leante?

-No, Santiago. Santiago Roncagliolo.

El periodista me observa con perplejidad, tratando de recordar quién soy, aunque me entrevistó hace seis meses. Recuerdo que hablamos durante horas. Tomamos un café. Nos hicimos amigos.

-¿Eres el premio Alfaguara del 2005? –pregunta.

-¡Soy Santi, el de toda la vida! –noto la duda en su mirada-. El peruano ¿Te acuerdas que una vez ganó un peruano?

-Ah, ya sé ¡Tú eres Jaime Bayly!

Abandono el hotel deprimido, sabiendo que moriré en la pobreza y el olvido como los próceres. Busco a mi editora para que me suba la moral:

-Pilar, nadie me recuerda…

-No te lo tomes demasiado en serio, Fernando.

-Me llamo Santiago.

-Sí, eso…

-Pero, Pilar, yo soy el premio Alfaguara.

-No, ya no lo eres. Por cierto, la organización sólo te paga el hotel hasta mañana, cuando termina tu reinado oficialmente. -Siento que el corazón se me cuartea. Y la billetera también. Pero aún falta la estocada final-. Ah, y te regresas a España en clase turista.

-¿Quéeeeee? Pilar, no me puedes hacer esto. ¿En clase turista? Eso está lleno de pobres.

-Sí, bueno, bienvenido a la realidad.

-Pero es que es un tema existencial ¡Yo pertenezco a la business class! ¡Yo quiero vivir en business class! Dime una cosa, al menos tú ¿me quieres?

-Crece de una vez, hijo.

Conforme mi editora se aleja, mi mundo se derrumba. Comprendo que hay que tomar decisiones rápido, y decido comenzar por recuperar mi popularidad. Pienso en García Márquez. Todo el mundo lo adora. Y ni siquiera se ha ganado el Alfaguara. Pero Cartagena está llena de homenajes en su nombre. El rey de España se reúne con él. Por toda la ciudad corren rumores sobre su paradero. Se dice que bebió hasta las tres de la mañana en un bar de la calle Estrella. Que lo vieron persiguiendo chicas en el centro de la ciudad. Que salió volando mientras tendía la ropa en un patio. Eso me inspira una idea. Regreso al hotel, donde el periodista continúa bebiendo su café. Lo saludo como quien no quiere la cosa, y le pregunto.

-¿Has entrevistado a García Márquez?

-García Márquez no ha concedido una entrevista en más de diez años. Es el sueño de todo periodista.

-Pues yo lo tengo en mi cuarto.

-¿Cómo va a estar en tu cuarto?

-Porque sabe que ahí no lo buscaría nadie.

El periodista considera mi respuesta y mi credibilidad. Finalmente, admite.

-Bueno, tiene sentido.

-Me ha contado la verdadera razón de la pelea con Vargas Llosa ¿Quieres saberla? –el periodista abre los ojos como dos platos. Lo tengo en mis manos-. Poker.

-¿Poker?

-Jugaron una mano toda la noche. Habían bebido. García Márquez se negó a pagar. Discutieron. El resto es historia.

-Poker –asiente lentamente. Pero un ramalazo de desconfianza cruza por sus ojos- ¿Cómo es que te ha contado todo eso?

-Creo que lo hace para que yo lo difunda sin tener que comprometerse. Por ejemplo, me ha dicho que odia a Fidel, pero finge respaldarlo porque le gusta llevar la contraria. Por supuesto, no puede estar diciendo eso en público.

-Por supuesto.

-Y me ha contado que una noche se fue de farra con Clinton y Mónica Lewinsky. A la Lewinsky se la tenía que quitar de encima. Dice que es una levantisca.   

-¡No!

Y así comienza a extenderse el rumor. A partir de ese momento, los periodistas vienen a transmitirme preguntas para García Márquez: ¿Cuándo saldrá el segundo volumen de sus memorias? ¿Cuál es su lugar favorito del mundo? ¿Habrá otra novela? A todas respondo con gracia y coherencia, tratando de usar palabras que he aprendido en sus libros como “historiado” o “cuca”. Lo he logrado. La prensa se me acerca. La gente me quiere. Me invitan a las fiestas. Se ríen de mis chistes. Y al fin he comprendo por qué se homenajea tanto a este hombre: porque es generoso con su nombre y su leyenda. Por eso y mucho más, gracias, Gabo.      

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