Clara Sánchez
A veces los hijos entran en el lote de esta sinrazón. Pero estos sujetos no se ven tal como los vemos nosotros, sólo ven esas humillaciones que según se dice alimentan su baja autoestima. Algunos tienen orden de alejamiento, pero en otros casos no hay denuncia y hasta supone una sorpresa para el vecindario que jamás se habría imaginado tal cosa. Y con cada nueva víctima todos repudiamos el hecho avergonzados por pertenecer a la misma raza que el energúmeno de turno. Todos nos echamos las manos a la cabeza mientras pelamos la naranja, desconcertados, ¿qué es esto?, no es un hecho aislado, tampoco es terrorismo y, sin embargo, es terrorífico. La familia se desespera ante el ataúd porque de alguna manera el desastre tuvo que ser evitado. Los padres, el hermano, los hijos no pueden creer que haya ocurrido algo tan cruel y tan absurdo. Y es que un día el dolor entró en sus vidas bajo la apariencia de un tipo normal. Quién se lo iba a imaginar. No se puede ir pensando que los hombres lleven dentro un monstruo que despierta cuando se encuentra a solas con su mujer.
Y algunos aun nos atrevemos a echarle algo de culpa a la víctima porque no le denunció la primera vez que se le fue la mano, porque aguantó, porque fue débil, porque incluso seguía enamorada de él después de la primera paliza, porque no supo salir de la situación, porque se dejó humillar en silencio y porque nos recuerda hasta qué punto cada uno de nosotros es víctima o verdugo. Debe de ser angustioso y terrorífico sentirse perseguida y amenazada por alguien con quien has compartido tu afecto y tu intimidad y que te conoce bien.