Clara Sánchez
Cuando llegué a Oporto, el día estaba ligeramente nublado. A los románticos el nublado, la llovizna y la caída de las hojas nos ponen muy tontos, así que fue descubrir el puente de Eiffel, llamado D. Luis, y pensar en la diferencia que habría entre cruzarlo sola entre el azote del viento y un terrorífico vértigo o con aquel en quien ahora pienso. La diferencia entre tomarme un oporto sola o con él. La diferencia entre hacer un crucero sola por el Duero sobre el reflejo de la ciudad en las aguas o con él. ¿Y entrar en la suntuosa librería Lello de principios del XIX y hojear libros juntos? No es que no me quiera a mí misma como aconsejan las revistas, pero también en el café Majestic me habría gustado que me quisiera alguien más. El escenario de Oporto parecía hecho con mis propias manos, incluso había ese punto de descuido en las fachadas y la tradicional ropa tendida que le daban una dolorosa naturalidad. Pero faltabas tú. Me comí un delicioso bacalao junto a un borrascoso Atlántico con personas que apenas conocía y pensé que lo mejor para salir de este estado y recuperar el equilibrio sería encontrar un centro comercial y zambullirme en compras absurdas. Pero no, tuve que tropezarme con la dichosa estación de San Benito y entonces me vinieron a la cabeza esos dueños de oportunidades perdidas que fueron los personajes de Celia Johnson y Trevor Howard (Breve encuentro) coincidiendo cada jueves en la misma estación hasta que ya no pueden pasar el uno sin el otro, pero con un final que no les perdonaremos nunca. Y lo mismo cabe decir de Jennifer Jones y Montgomery Cliff, para cuyo largo estira y afloja entre esta mujer casada y su joven amante italiano se alquiló la Estación Termini de Roma. Y tampoco habrían quedado aquí nada mal Meryl Streep y Robert De Niro sufriendo el embeleso del uno por el otro como podían en Enamorarse. Nada es perfecto.
Artículo publicado en: El País, Babelia, 19 de enero de 2008.