Clara Sánchez
Hasta ahora el reto de los rascacielos consistía en que cada vez fuesen más altos. Por lo visto se está construyendo uno en Dubai que ya ha llegado a los ochocientos y pico metros. Que no cuenten conmigo para subirme ahí. Tengo la experiencia de una vez que me alojé en el piso 60 de un edificio de Atlanta y el día de mi partida se estropeó el ordenador central y todo se paralizó: ascensores, aire acondicionado, comunicaciones internas… Los clientes nos quedamos atrapados en las habitaciones y pasillos sin saber qué hacer. Parecíamos náufragos. Eso sí a las dos horas entrábamos y salíamos de los diversos cuartos como Pedro por su casa en un plan muy familiar. Uno tenía café, otro unas magdalenas y otros una resaca de tres pares de narices y no se enteraban de nada. Nunca he visto tanta bolsa con hielo en la cabeza, más bien sólo en las películas. Y creía que era un recurso cinematográfico porque en mi cultura las resacas se combaten con cerveza.
Algunos se vistieron de calle y otros se quedaron con sus saltos de cama y sus pijamas. Hay gente con la que daría gusto meterse en la cama sólo por pasar la mano por los camisones de superseda y los pantalones de rayas recién planchados. Después de tantos días, ahora empezábamos a saber los nombres unos de otros. Estábamos en el mismo barco a la deriva, perdidos en las alturas, y yo echaba de menos ardientemente pisar tierra firme. Así que en un arrebato me despedí de mis nuevos amigos y me lancé escaleras abajo arrastrando un enorme maletón y el bolso que se me escurría del hombro constantemente. Las escaleras eran estrechas y llenas de rellanos, pero tenía un objetivo que tiraba de mí y era salir de aquel edificio infernal.
Y ahora se inventan los rascacielos giratorios, cuyos apartamentos se irán moviendo en todas direcciones para poder disfrutar de distintos paisajes y matices. Que ¿qué me parece esta nueva idea? El lunes os lo diré.