Clara Sánchez
Como decía ayer, en Quemar después de leer Brad Pitt y George Clooney están para que los aten, como si se hubieran pasado con la coca-cola. Clooney, ¿por qué pones esas caras de soy un actor cachondo? Para remate (y esto no parece culpa de Clooney) ligado a este personaje hay un detalle tan desconcertante, supuestamente tan cómico como el mismo Clooney, que la sala se quedó muda. No sabíamos qué pensar, los dedos se paralizaron sobre las palomitas. En la oscuridad tratábamos de pensar en lo que estábamos viendo. ¿A qué viene esa silla de donde sale esa cosa (no quiero chafarle al espectador la sorpresa)?. Esta estrafalaria silla, este invento, no viene a cuento, es desproporcionada, lo estropea todo. ¿Será un rasgo genial de los Coen?
Da la impresión de que un hermano quería hacer una peli mala (dirigida a los que reían a mandíbula batiente cuando Pitt sorbía de la botella isotónica por un lado de la boca, gracia repetida varias veces) y el otro, una buena. En la buena está la trama, llena de talento y humor, está Malkovich y están todos los secundarios a cual mejor. Y también está Frances McDorman, que en algún momento pone un pie en el bando de los malos como si se hubiese pegado un trancazo de la coca-cola de Brad.
El final es sublime, con los dos jefes de la CIA sin comprender nada de lo que pasa, una buena metáfora de la vida.