Clara Sánchez
Me desayuné el martes con unos apuntes sobre las mujeres en el teatro, el miércoles con las mujeres en la literatura y esto me ha llevado a pensar en las mujeres en la pintura, aprovechando alguna de las reflexiones con que escribí hace ya algún tiempo un artículo en El País Semanal llamado "Las otras impresionistas". Las recuerdo con un catálogo de sus pinturas abierto ante mí:
"Marie Bracquemond, Mary Cassatt, Eva Gonzalès, Berthe Morisot. Emociona pensar en estas cuatro pintoras, en su gran talento y en su tesón por desarrollarlo contra viento y marea, hasta el punto de que Degas, Manet, Rendir o Pizarro no tuvieron más remedio que reconocerlo. Las retrataron, trabajaron con ellas y expusieron en los mismos salones impresionistas, pero a la larga se las ha excluido hasta convertirlas en casi unas desconocidas. Sin embargo, quien se acerque a su obra se sentirá conmovido por algo interno que sobrepasa la técnica, el tipo de pinceladas o el color, algo que procede de sus vidas, de su mundo emocional, de su propia sensualidad, de sus penas y alegrías. ¡Qué tristes los dos cuadros que Mary Cassatt le dedica a su hermana Lydia ya enferma! No hay lágrimas, ni sensiblería, ni ningún atisbo de autocompasión. Lydia nos es mostrada como una persona madura, adulta, concentrada en sus pensamientos ante un bastidor, y envuelta y medio confundida con el ocre declinar del otoño en un parque. Cuánta ternura y seriedad nos devuelve esta contemplación de la hermana. También Edma Morisot nos presenta a una Berthe profundamente reflexiva, muy natural y desprovista de perifollos femeninos, meditando ante un caballete la siguiente pincelada. Por no mencionar a la ensimismada hermana de Marie Bracquemond de La hora del té, que nos deja muy intrigados por eso que acaba de leer en el libro que sostiene en las manos y que la obliga a separar la vista un segundo de las páginas. O a las jóvenes de Eva Gonzalès, encarnadas en su mayoría en su hermana Jeanne, que suelen mirar con vaga melancolía hacia algún punto lejano como si, ni en el palco de un teatro, ni regando una planta, ni en un perezoso y blando despertar, fuesen capaces de escapar de su pequeño mundo…"
Como el texto es muy largo, termino con algunas de las frases que ellas mismas dijeron:
"Maldita sea, esto es lo que me hace rechinar los dientes cuando pienso que soy mujer".
"Sólo deseo captar lo transitorio aunque esto sea pedir demasiado".
Y Manet comentó al conocer a las hermanas Berthe y Edma Morisot en el Louvre, seguramente considerando lo que se les venía encima como pintoras: "Las señoritas Morisot son encantadoras. Es una pena que no sean hombres".
Hasta mañana.