Clara Sánchez
¿No os habéis sentido alguna vez como Tippi Hedren cuando, en la película de Hitchcock, cientos de pájaros comienzan a llenar los cables de la luz a su espalda? El espectador observa con bastante tensión la amenaza, mientras que ella, ajena al peligro, fuma y piensa en sus cosas con cierta mirada de ensoñación. Y la verdad es que respiramos cuando por fin gira la cabeza y se da cuenta de lo peligroso de su situación.
Esta escena de Los Pájaros es el resumen de la paranoia en su estado puro. Ni miles de páginas de psiquiatría conseguirían explicarla con tanta claridad. Y también alimenta la inquietante sospecha de que cuando alguien se siente perseguido es porque alguien de verdad le persigue. Quien más quien menos a veces nota con un escalofrío cómo unas cuantas sombras le muerden la espalda, nota empujones como golpes de viento ardiendo, nota ojos acechantes. ¿Quién no ha tenido nunca la sensación de que unas cuantas pajarracas y pajarracos murmuradores se cuelan por los hilos del teléfono y por las rejillas de ventilación de esos despachos donde se podría estar dirimiendo su futuro? El gesto de mirar atrás ha quedado inmortalizado desde los tiempos bíblicos, en que la mujer de Lot fue convertida en estatua de sal por curiosa, como el peligro que encierra querer saber un poco más, no conformarse con lo que te cuentan y pretender llegar al fondo de las cosas. Uno se puede acabar volviendo loco.