Clara Sánchez
Fuera del restaurante hay cuarenta grados, dentro estamos tiritando. Se me ha olvidado echar un jersey en el bolso y me toca pagar las consecuencias. Ahora en lugar de salir de casa en todo el sopor de un mediodía de agosto con abanico, hay que salir con algo de abrigo. En invierno, por cierto, hay que quedarse en manga corta en los sitios cerrados del calor que hace. El mundo al revés para despilfarrar y gastar más energía. La ropa es casi intemporal como si nos estuviésemos anticipando al cambio climático y ya se ha dejado de decir eso de guardar la ropa de invierno para sacar la de verano y al revés, algo que suena a trabajo titánico.
Llegará un día en que no necesitemos ropa. Tal vez se invente una especie de burbuja que nos proteja del frío, del calor y en la que proyectemos los diseños que más nos apetezcan. Según van las cosas de rápido parece ya un poco anacrónico que nos tengamos que vestir y que tengamos que cargar con los trapos de un lado para otro. Pero hasta que llegue esa novedad, no veo el momento de salir corriendo de esta nevera al fuego de la calle.