Clara Sánchez
Este año el Día del Orgullo Gay ha hecho visibles a las lesbianas, acostumbradas a llevar sus relaciones y su vida con bastante discreción o, por lo menos, sin exhibicionismos de ningún tipo, o con tal naturalidad que desde el primer momento se han camuflado con la sociedad heterosexual porque siempre se han aceptado mejor las carantoñas entre amigas que entre amigos. La amistad e intimidad entre mujeres era una manera de salvarlas de los hombres, de conservarlas vírgenes, de alejarlas de la sexualidad, de que continuaran siendo esa reserva humana de la que extraer a las esposas sumisas y a las impolutas madres de los hijos por venir. Y de pronto nos hemos enterado de que esas dos señoras que llevan conviviendo cuarenta años resulta que son pareja, que tuvieron que escapar de su pueblo para hundirse en el anonimato de la ciudad y no tener que engañar a un posible marido ni a unos posibles hijos, eso sí condenadas a seguir disimulando, y que acaban de quitarse la espina casándose. Esas dos mujeres, ahora mayores, que se cogen las manos, no como amigas sino como matrimonio, pueden ser el emblema de una sociedad a la que le encanta retorcerlo todo, incluso la sencilla felicidad de dos personas que se quieren.
Esperemos que en siguientes ediciones el Día del Orgullo no tenga que ceder ningún protagonismo a las lesbianas, sino que lo sean porque están y destaquen y las veamos. Estaría bueno.