Clara Sánchez
Un día a los médicos les dio por recomendarnos que bebiésemos dos litros de agua diarios, y hemos seguido la recomendación con tanto rigor que ahora vamos por la calle con el móvil en una mano y una botella de agua en la otra, lo que ya es pasarse porque una cosa es beber agua y otra es no parar de beber. Y no sólo esto, sino que veo con preocupación que en fiestas y salidas nocturnas algunos han sustituido el alcohol por agua coloreada, lo que hace bajar las reservas del Canal. Menos mal que los borrachos de mi barrio equilibran la balanza, están tan unidos a sus superlatas de cerveza (esas que miden medio metro de altas) que no es de temer que se pasen al grifo.
El planeta se está secando y se nos pide que no despilfarremos el agua. Que llenemos la cisterna por la mitad, que no la dejemos correr a lo tonto. Que en lugar de imitar las series norteamericanas en que a los personajes les encanta meterse en baños de espuma rodeados de tétricas velas encendidas a punto de que se les aparezca un espíritu, nos duchemos cerrando el grifo en la pausa del enjabonamiento. Se podría decir que el primero en señalar el peligro de derrochar agua fue Hitchcock, porque en el fondo a Norman Bates en Psicosis lo que le irrita de verdad es que la huésped se ensimisme debajo de la ducha, ¿cuántos litros se fueron por el desagüe antes de que él interviniese?.