Clara Sánchez
Se ha roto el maleficio y la selección española de fútbol pasó anoche a semifinales, que tendrá que jugarse con Rusia. El éxito nos supo a gloria y aún están sonando las bocinas de los coches. Con el fútbol pasa algo muy raro, siempre se está preparado para la victoria. En cuanto los de casa meten un gol, en ese mismo instante, empiezan a sonar las bocinas como si los aficionados estuviesen siguiendo el partido dentro del coche para ser los primeros en tocar el claxon, y en ese mismo instante también alguien tira un petardo, como si estuviera en la calle con él en la mano para ser el primero en tirarlo. Se está tan preparado para la celebración y la euforia que cuando se frustra la decepción es enorme.
Pero además parece que este triunfo nos haya liberado de un conjuro que nos tenía bloqueados en los cuartos de final. Por supuesto se trata de un juego dentro del juego. Ha tenido gracia ese muñequito que representaba a la selección italiana y al que todos le clavábamos alfileres, y se ha invocado la suerte porque sin suerte por bien que se juegue no hay nada que hacer. De hecho, en las declaraciones posteriores al partido Casillas y Aragonés estaban anormalmente serios, sobre todo el entrenador con semblante más de haber perdido que ganado, y esto seguramente para no romper el sortilegio de la suerte.
Pero la superstición no afecta sólo al fútbol, continuamente estoy oyendo tonterías al respecto: los que se atribuyen a sí mismos una enorme suerte para hacerse deseables, los que se arriman a unas personas y a otras no porque piensan que unas les dan suerte y otras no. Y, sobre todo, cuando en este clima brujeril se tacha a alguien de "gafe", que en los mediocres tiempos que corren es de lo peor que se puede ser tachado. Una vez oí confesar en televisión a un cantante que había intentado suicidarse porque le habían colgado el sambenito de gafe y no le contrataban en ningún sitio. Y el otro día oí tildar alegremente de eso mismo a un político y pensé que si el rumor prosperaba lo iba a tener difícil. Desde luego se trata sólo de palabras, pero de palabras que dan muy mala suerte.