Clara Sánchez
…Subo las escaleras de la estación de Nuevos Ministerios hacia la línea 10. Primero las subo y después las bajo, no son tan interminablemente altas como las de Tribunal o Cuatro Caminos (estoy hablando de Madrid), por cuyos profundos andenes parece que va a salir un demonio con el rabo envuelto en fuego, y que cuando las subes y las subes da la impresión de estar ascendiendo por la bíblica escala de Job en versión mecánica. Éstas son más asequibles y, si no llevo apenas equipaje como ahora, prefiero hacer en metro el viaje mi casa-aeropuerto-mi casa, porque aparte de ser más rápido y fiable, me da la sensación de vivir en una sociedad donde la importancia de la gente no se mide por el cochazo que le espera a la puerta, sino por lo que hace en la vida. Y además, ahora un coche lo tiene cualquiera, y es un síntoma de modernidad y de avanzar con los tiempos el no vivir tan pegado a él. En este sentido, sería deseable que nuestros ministros y las llamadas "personas relevantes" usaran más los transportes públicos, y de paso la enseñanza pública, porque la forma de mejorarla no es huir de ella, sino calibrarla desde dentro para poder ser exigentes, pero éste ya es otro cantar. Ahora estamos en el andén de la línea 10. He llegado casi sin darme cuenta, dándole vueltas a la actuación del matón, detective, o quien quiera que fuese el individuo de la línea 8, y preguntándome por qué saldría corriendo hacia la cabecera del tren, a quién buscaría. Por supuesto ya he perdido de vista al chico de los cascos y el libro, el único viajero que compartió conmigo aquella experiencia.
Me estoy metiendo en el vagón que por fin me conducirá a mi barrio. Como no hay ningún asiento libre coloco la bolsa con el ordenador entre los pies y me cojo a la barra de acero un poco mojada por otra mano. Y así, de pie, me voy mirando en el cristal de la ventana y pensando "¡vaya pinta!, los viajes por cortos que sean le demacran a uno", cuando de pronto siento una presencia inquietante a mi lado. Giro la vista hacia la derecha, ¿y qué me encuentro ante los ojos?, la cazadora beis del matón de la línea 8. No me lo puedo creer, levanto los ojos, y aquí está, de nuevo junto a mí, con sus tensas facciones y su tensa mirada. Ya no va solo, le acompaña otro sujeto que si cabe me da más miedo aún, con una cazadora de pana negra, y con cara de ser capaz de cualquier cosa. Lo que estoy contando no es ficción es auténticamente cierto, me ocurrió el otro día y ni entonces ni ahora mismo soy capaz de entender qué estaba pasando.
El caso es que…