Clara Sánchez
Todo el mundo más o menos ha olido el filón hortera de Eurovisión, pero aún no se sabe cómo manejarlo. El francés, por ejemplo, llegó al escenario con una estética que pretendía ser humorística pero que no se entendía, se intuía que ese cantante es considerado gracioso pero no comprendimos por qué. Eso sí, era seguro que pertenecía al grupo de los que no se toman esta gala en serio, de los que ya no la necesitan. Todo lo contrario que Azerbaiyán, con dos cantantes disfrazados de ángel y demonio completamente en serio. ¡Menudos trajes! ¡Menudas alas! Este es el auténtico espíritu de Eurovisión, que han recuperado con fuerza en parte los países del Este. Pero ni siquiera Azerbaiyán pudo con Rusia. Ganó la puesta en escena más hortera de todas. Dima Bilan todo de blanco y descalzo al lado de un enloquecido violinista que casi le saca un ojo y del campeón del mundo de patinaje artístico (que a mí personalmente me gusta, pero que no deja de ser el deporte más hortera de todos), haciendo piruetas también frenéticas, y todo a fondo, entregándose. Así que cuando apareció Chikilicuatre nos pareció demasiado falso. Un falso hortera, un falso friki, un falso cutre. Resultó soso. No nos lo creímos, quedó desvaído, una parodia impostada de no se sabe qué. No pudo con la fuerza arrolladora de los que aún creen en Eurovisión.