Basilio Baltasar
No soy inmune a la atracción del enigma. Mi inclinación escéptica y mi curiosidad científica me han hecho precavido pero no indiferente al juego de los misterios. El Arca de Noé, la pirámide de Keops, el Arca de la Alianza, el Santo Grial, el tesoro cátaro, la venganza de los Templarios o el reino del Preste Juan, entre tantos otros, son parte de un género literario tejido con caprichosas fantasías, ecos de confusas ensoñaciones y retazos de un relato cuyo origen se remonta al momento en que el hombre aprendió a hablar. Aprecio en estas piezas maestras de la imaginación el poder de invención que nos ha intrigado durante milenios.
La Sábana Santa de Turín sigue la estela de los misterios alentados como sucedáneo popular de la emoción religiosa. Para conmoverse con la figura de Jesús de Nazaret basta leer los Evangelios, pero a la población analfabeta se le daban reliquias que compensaran la palabrería de los predicadores. La desconfianza tradicional, tan tercamente unida a la credulidad, agradecía el fascinante testimonio de lo que tanto costaba creer a pies juntillas.
A la Sábana Santa, proverbial objeto de culto, peregrinación y veneración, se le han practicado análisis de todo tipo y las últimas pruebas de Carbono 14 confirman que el paño debe datarse entre 1260 y 1390. Algunos investigadores se preguntan quién pudo reproducir con realismo biológico la huella en negativo de un cadáver y concluyen que sólo Leonardo da Vinci disponía por entonces de conocimiento y destreza suficiente para resolver el encargo sobre viejos tejidos.
La investigación pertenece al ámbito del misterio y por ello no deja nunca de encontrar nuevas pistas. Sin embargo, para devolver la Sábana a la factoría de reliquias religiosas basta fijarse en la posición de las manos y preguntarse por qué el fallecido las apoya pudorosamente en sus partes pudendas. ¿Acaso temían los familiares de Jesús que este se avergonzara de su desnudez en la sepultura? Lo usual ha sido cruzar las manos del muerto en su plexo solar. Obviamente, la púdica posición que vemos retratada en la Sábana era imprescindible si se quería exponer ante los fieles tan valiosa reliquia.