Basilio Baltasar
Podemos leer la carta de Fidel Castro a los cubanos como el testamento de un hombre al que siempre le resultó más fácil hablar que escribir. Nada queda en el texto divulgado por Granma de la grandiosa teatralidad de sus actuaciones públicas; muy poco subsiste de la elocuencia que conmovía a las masas hipnotizadas.
Pero la brevísima disertación autobiográfica tiene su interés y no vale la pena conformarse llamándola "carta de dimisión". Lo sustancial se esconde detrás de algunas frases y leyéndolas uno debe preguntarse ¿a quién se dirige Fidel? ¿A quién dedica las sutiles consideraciones de su mensaje?
Quizás a los fervorosos partidarios del régimen, que hace tiempo temen sufrir la soledad de los huérfanos.
A lo mejor a los más razonables de sus herederos, conscientes del declive que aguarda a un régimen hecho a imagen y semejanza de su paternal tutor.
Sin duda la carta quiere consolar el corazón entristecido de sus admiradores y, en cierto modo, paliar la furia de sus detractores. Varias veces apela a la inteligencia.
En cualquier caso, la carta se dirige al único interlocutor que importa a Fidel Castro: la posteridad. Es un tuteo que mantiene desde hace tiempo.
El dictador derrotó a sus enemigos, sedujo a sus adversarios, humilló a sus contrincantes. Se elevó por encima de los traidores, de los taimados, de los dubitativos. Fue el fuerte, el único, el gran Yo de su yo, mientras la mayoría de sus contemporáneos, incluso los que presumían de ser sus amigos, caían aniquilados por la decadencia o la confusión.
Fidel Castro no cede ante nadie. Tan sólo en un lugar existe la potestad de dar por concluida su Historia: y este lugar es la muerte. Sólo con la muerte negocia Fidel. Y esto es lo que está haciendo.
"Mi deber -dice Fidel desde la clínica y a sus años- es no aferrarme al cargo ni mucho menos obstruir el paso a personas más jóvenes". No aclara por qué le costó tanto tiempo cumplir su deber.
¿Un inesperado rasgo de humor en boca del comandante?
Un par de párrafos antes había dicho: "mi deseo es cumplir el deber hasta el último aliento".
Ningún lector debe sentirse defraudado pues a pesar de la brevedad, el género epistolar resuelve sus cábalas: Fidel renuncia pero permanece.
El último párrafo de la carta es una sorprendente promesa: "seguiré escribiendo". Y anuncia el título elegido para su libro:"Reflexiones del compañero Fidel".
Pero la "autobiografía" del comandante ya la escribió un cubano exiliado, Norberto Fuentes. El segundo tomo apareció el año pasado, en la editorial Destino, de Barcelona. Ya les contaré.