Basilio Baltasar
Es el más europeo de los escritores norteamericanos. No en balde fue traductor de poesía francesa. Paul Auster, que vive en el acogedor barrio de Brooklyn, posee una extravagante imaginación literaria. Es el creador de un mundo narrativo en el que quieren vivir sus numerosos lectores. Esto no es algo que pueda decirse de cualquiera.
Sus obras son elogiadas por una tribu cada vez más adicta. En España se le celebra y festeja. Tiene algo de ídolo y sus lectores se comportan como idólatras. Se le quiere más que en Estados Unidos. Pero Auster es un escritor prisionero. Sus seguidores tan sólo esperan leer una nueva versión de su anterior novela. Son insaciables.
Su editorial española, Anagrama, publica ahora el primer esbozo de su autobiografía. Por lo visto Auster tiene miedo de hacerse viejo ("Has entrado en el invierno de tu vida") y se ha propuesto recordar algunas cosas. Su Diario de invierno es un autorretrato. Mal acogido por los críticos -y no lo entiendo. Al fin y al cabo ¿para qué escribe un hombre su autobiografía? Para comprenderse mejor y para darse a conocer. Una especie de inventario: ¿realmente existo tal y como me parece? Decídmelo, por favor. El ejercicio es una pausa en la fábrica narrativa. Es una confesión. Hay que hacer caso a los escritores que tienen necesidad de verse en el espejo del recuerdo. ¿No hay aquí algo de ternura, de compasión? Compartirla no puede ser tan malo. Aunque a veces los pensamientos carezcan de grandeza y se limiten a reproducir lo que de otra manera no podría decirse. Si amas a tu mujer y te gusta abrazar a tus hijos y has vencido cualquier pulsión equívoca al respecto, ¿qué otra cosa puedes decir? Salvo el temor a la muerte y a la pérdida de los tuyos, claro.
Auster relata historias de sí mismo, imágenes sueltas en las que se ve haciendo y diciendo cosas que había olvidado. ¿Subsiste este hombre en mí mismo? No importa que me sienta orgulloso o avergonzado de él. ¿Qué puede quedar de él? Auster nos cuenta algún hallazgo imprescindible, quizá tardío: "ignorar lo que dice la gente es beneficioso para la salud mental de un escritor". No hay elipsis ni estrategia: son hechos. Exentos, espero, de imaginación artística. No hay ficción en el hombre que se retrata sin engaño. Podrá haber mala memoria y a veces, algo de pudor. Pero el resto debe ser cierto. Eso espero al menos.
Auster hurga en su memoria para saber algo más de sí mismo y para darse a conocer. ¿Qué puede sacar de todo esto? ¿Qué le impele a ponerse en cuestión de este modo?
"Cuando trabajabas como miembro de la tripulación del buque Esso Florence, amenazaste con golpear e incluso matar a uno de tus camaradas de a bordo por acosarte con insultos antisemitas. Lo agarraste de la camisa, lo incrustaste en la pared y le pusiste el puño en la cara, diciéndole que dejara de insultarte o se atuviera a las consecuencias. Martínez se retractó inmediatamente, pidió disculpas, y no tardasteis mucho en haceros buenos amigos".
Recuerda las sucesivas penurias de su prolongada juventud:
"Aun cuando os advirtió que la casa no estaba en condiciones primorosas, ninguno de los dos imaginó que os esperaba una chabola en ruinas".
Se sorprende al descubrir episodios de una ingenuidad que probablemente todavía se estén incubando en la misma cáscara:
"Entonces fue cuando hiciste la pregunta, pronunciando las desatinadas palabras que demostraban tu absoluta necedad y el hecho de que seguías sin entender nada del pequeño mundo en que por casualidad estabas viviendo. "¿Habéis llamado a la policía?" John sonrió. "Por supuesto que no", contestó. "Los chicos lo han molido a palos, le han roto las piernas con bates de beisbol y lo han metido en un taxi. Jamás se le ocurrirá volver al barrio; si es que quiere seguir respirando". Así fueron tus primeros tiempos en Brookyn."
Paul Auster habla con su difunto padre en sueños:
"Lleva ya muchos años visitándote en una habitación a oscuras al otro lado de la conciencia, sentándose para mantener largas conversaciones contigo, sin prisas, tranquilo y circunspecto, tratándote siempre con amabilidad y buena voluntad, siempre escuchando con atención lo que tienes que decirle, pero en cuanto se acaba el sueño y te despiertas, no recuerdas una sola palabra de lo que cada uno de vosotros ha dicho".
Y así subsiste la vida de un hombre en su memoria.