Basilio Baltasar
Esperemos no cometer jamás la imprudencia de ofender a un juez con nuestra presencia. Caería sobre nosotros el peso de su toga y nadie podría salvarnos. Esto es lo que deduce cualquier ciudadano que lea la crónica de la persecución contra Garzón. Ahí está la Falange Española tocando las puertas del Supremo y recibiendo el homenaje del Estado a su primitiva razón de ser, ahí está. Pero más importancia tiene la animadversión que la corporación de jueces ostenta contra un colega díscolo. Es probable que ignoren el daño que hacen a la credibilidad de una institución sin cuyo prestigio caeremos en un solitario descreimiento. Todo ciudadano a partir de ahora podrá ser triturado por la maquinaria de poder alzado contra su disidencia, o impertinencia, y liquidado como una simple molestia. ¿A quién podrá apelar? Si los jueces pueden permitirse el lujo emocional de castigar en público a un rival, si no les importa enfrentarse a los editoriales de la prensa extranjera, al estupor de las instituciones internacionales, al reproche de jueces de todo el mundo ¿qué será de nosotros? Que no haya nadie dentro del llamado Poder Judicial dispuesto a corregir el mal paso dado, que ninguno -salvo los jueces y fiscales jubilados- salga a criticar el tremendo error, ya nos da una idea de cómo se administra la obediencia en el Tercer Poder del Estado. En el acto convocado en la Universidad de Barcelona en apoyo a Garzón intervino, entre muchos otros, el ex fiscal jefe de Catalunya, José María Mena, y dice El País que protagonizó la intervención más "brillante, emotiva y rigurosa" al presentar al juez como la "víctima de un corporativismo transversal e inaceptable".