Basilio Baltasar
El oficio del crítico literario exige estar bien informado, elegir lo prometedor y razonar la jerarquía que imponen sus valores. Una presunción imprescindible, además del buen criterio que se le supone, es su olfato para descubrir el talento, la creatividad, el estilo y las ideas ocultas en la gran literatura.
Recuerdo esto a cuento de la decepción de Santos Sanz Villanueva ante los ejercicios literarios colgados en la Red. Su artículo, publicado en el número 273 de Cuadernos Hispanoamericanos, no deja lugar a dudas: "los efectos renovadores que la Red prometía son más virtuales que el propio soporte". Sanz estudia la obra de cuatro autores hechos a sí mismos en la Red y después de dedicarles algún benevolente juicio -"un dietario de trivialidades", "un cuaderno de apuntes"…- se pregunta en que acabará la promesa de los nuevos lenguajes narrativos.
Además de las insuficiencias señaladas por Santos Sanz, me apresuro a subrayar la insalvable distancia que separa a la cultura del Libro de la cultura de la Red. Aunque el mito literario nos haya invitado a tratar al autor como al animal sagrado de un panteón divino, lo cierto es que la literatura es un conglomerado de acontecimientos sin el cual su poder se extinguiría. La literatura es el autor, por supuesto, pero al mismo tiempo es el editor, el libro, el librero, el periódico, el profesor, el crítico y el lector. Es ésta comunidad la que hace viable la percepción cognitiva de lo literario.
La literatura es además un incesante ejercicio de comparación. Todo en la literatura sucede en relación a otra cosa: cada relato pertenece a un corpus de narraciones cuya escritura se remonta al comienzo de la tradición en la que se inserta. Nuestra percepción de lo literario -ya sea el conocimiento que imparte o el goce estético que procura- depende de los agentes culturales implicados en el imaginario histórico y sin su comprometida participación el edificio de nuestra literatura se desplomará.
No es extraño que ante "los varios millones de blogs en todas las lenguas" el crítico literario padezca un irritado enojo. No sólo no tiene modo de seguir razonablemente el desarrollo de sus creaciones, no sólo carece de las referencias necesarias a la erudición comparativa, sino que, además, se encuentra solo ante el descomunal reclamo de los autores virtuales. Han aparecido por su cuenta en la Red, sin el filtro con que los editores y el resto de la comunidad literaria contribuye a clasificar la obra de los nuevos valores.