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Escrito por

Yoani Sánchez

Yoani Sánchez es licenciada en Filología. Reside en La Habana y combina su pasión por la informática con su trabajo en el Portal Desde Cuba. Fue premiada con el premio Ortega y Gasset de Periodismo por su blog Generación Y, que más tarde ha ganado el Premio BOBs al Mejor Blogs del Mundo de 2008 y el Premio del Jurado en Bitácoras.com 2008.

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La devaluación de la piratería

Con carátula colorida y forro de nylon, la nueva oferta de Cds y DVDs asoma en cada esquina de mi ciudad. Vender música, series televisivas y filmes es una de las profesiones por cuenta propia que se ha expandido ?más aceleradamente- en las últimas semanas. Todos quieren tener su propio punto de distribución y los más creativos ofrecen compilaciones de un mismo actor o toda la discografía de una cantante. No hay barreras con el derecho de autor, mientras los seriales norteamericanos y españoles llevan la primacía en el número de copias adquiridas. La piratería ha dejado de ser algo que se susurraba al oído de los interesados para mostrarse públicamente en improvisados anaqueles de madera y cartón. Cualquiera puede poner en jaque a las discográficas y a las productoras, siempre y cuando no traspase la línea de lo ideológicamente aceptado. Llama la atención que en medio de la osadía de saltarse el copyright, nadie se atreva a ofertar los programas prohibidos y populares que sí recorren las redes alternativas de información. Están ausentes de los catálogos públicos esos documentales ?tan vistos en los hogares cubanos- que abordan nuestra historia nacional desde una óptica diferente a la oficial. No aparecen tampoco, en los estantes que se exhiben en portales y ventanas, los filmes que muestran la situación de la Rumanía de Ceausescu, la Rusia de Stalin, la Corea del Norte de Kim Jong Il. Los verdaderos hits del mundo underground harían peligrar la licencia de cualquier recién estrenado cuentapropista. Se conoce incluso de ?visitas? de advertencia hechas a los nuevos empresarios, para que ni se les ocurra brindar ciertos materiales conflictivos. El pacto de la censura se ha cerrado. Ajeno al tema del control, está el de la rentabilidad de estos pequeños negocios. Cuando comenzaron a crecer, el precio de un DVD con cinco películas estaba alrededor de los 50 pesos nacionales. Hoy, en vistas de la profusión de vendedores, apenas si supera unos 30. Muchos de ellos no llegarán al primer semestre como trabajadores independientes. Otros diversificarán su producción y ampliarán sus puntos de venta. Sin embargo, para mantenerse a flote y con ganancias, probablemente apelarán a esas temáticas hoy condenadas. En un par de meses una buena parte de ellos tendrá, además de la oferta visible, otro anaquel escondido, sólo para clientes muy confiables, para satisfacer a los inquietos buscadores de lo prohibido.

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13 de enero de 2011
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El país de las sombras largas

Hay dos hombres en la esquina. Uno lleva un audífono, mientras el otro mira hacia la puerta del edificio. Todos los vecinos saben muy bien por qué están allí. En uno de los pisos vive un disidente y los dos miembros de la policía política observan quién entra y sale del lugar; mantienen el auto cerca para seguirlo a dondequiera que vaya. No intentan esconderse, pues quieren hacer notar que ese sujeto de opiniones críticas está fichado, de manera que los amigos se alejen para no terminar cayendo ellos también en la redes del control, en la telaraña de la vigilancia. No es un caso aislado. Aquí cada inconforme tiene su propia sombra o grupo de ellas que lo persigue. Los llamados ?segurosos? usan, además, sofisticadas técnicas de supervisión que van desde intervenir la línea telefónica, colocar micrófonos en las viviendas o rastrear la ubicación del objetivo a través de la señal de su propio teléfono celular. Son tan devastadores los efectos en la vida personal y social de quienes sufren uno de esos operativos, que hemos dado en llamar a la Seguridad del Estado con nombres terribles como ?el Aparato?, ?el Armagedón? o ?la Trituradora?. Pero ni siquiera estos militares vestidos de civil pueden escapar del escarnio popular. Hay varias bromas acerca de la desmesurada proporción de segurosos que rondan alrededor de cada opositor. En un tono bajo y mirando por sobre el hombro, muchos apuntan con sorna: ?Con tantos brazos que hacen falta en la agricultura y mira a estos aquí, vigilando todo el día al que piensa diferente?. Pues sí, qué contraste se notaría si, en lugar de penalizar la opinión, se dedicaran a labores productivas; si en vez de proyectar su larga sombra sobre los críticos del sistema la dejaran caer sobre una plantica de lechuga o de tomate, sobre ese surco ?hoy vacío? que ellos podrían ayudar a sembrar.

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11 de enero de 2011
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Despidos y despedidas

Era abogada en una empresa de Camagüey, hasta que el día de los Reyes magos le entregaron no un regalo sino el acta de su despido. Descorazonada, se llevó a casa el vaso plástico con el que tomaba agua en el trabajo y aquella planta de hojas pequeñas que adornaba su buró. En un primer momento, no supo cómo contarle al marido que ya no tenía empleo, ni siquiera llamó a sus padres para decirles que a su ?niña? la habían dejado fuera con el nuevo reordenamiento laboral. Soportó y calló mientras comía en la noche y el noticiero nacional hablaba con optimismo sobre el nuevo camino para lograr la eficiencia. Sólo acostada y en la penumbra de la habitación, le explicó a él que no pusiera el reloj despertador, porque al otro día no tendría que levantarse temprano. Su nueva vida, sin trabajo, había comenzado. Después de recortar la plantilla, el administrador de aquel centro camagüeyano contrató los servicios de un bufete colectivo para que lleve los temas legales. Si antes la solícita abogada se ocupaba de todo el papeleo jurídico por sólo 500 pesos mensuales (menos de 25 USD), ahora la empresa debe abonar unos 2 000 pesos para recibir la asistencia desde una institución externa. La aritmética atormenta a la jurista desempleada, pues ni siquiera le queda el consuelo de que su despido sirvió para hacer más rentable la empresa. Para colmo, los empleados más confiables políticamente o más cercanos en amistad al director se quedaron en sus puestos. Lograron salir airosos declarando sus ineficaces plazas de burócratas como si en realidad estuvieran directamente vinculadas a la producción. De ahí que el secretario general del PCC aparezca ahora ?ante los ojos de los posibles inspectores? como si fuera tornero, cuando todos saben que vegeta detrás de una mesa llena de documentos atrasados y amarillentos. Sin embargo, lo que más angustia a esta mujer que ha caído en el paro no es el futuro de su empleador estatal, sino el rumbo que su vida personal tomará. Nunca ha hecho otra cosa que llenar actas, componer contratos, enmendar declaraciones. Sus diecisiete años de vida profesional los apostó a trabajar para ese patrón gubernamental que hoy la ha dejado en la calle. No sabe nada de peluquería, ni de las artes de una manicura como para abrir su propio salón de belleza; apenas si ha aprendido a manejar una computadora y no habla ningún otro idioma. Tampoco tiene un capital inicial para abrir una cafetería o invertir en la crianza de cerdos; lo único que se le da bien es analizar decretos de leyes, encontrar los intersticios en los artículos jurídicos. En el caso de ella, el despido es la despedida de su vida laboral, el regreso al fogón, la dependencia al hombre que todavía conserva su empleo; es el silencio perenne de aquel reloj que antes sonaba a las seis de la mañana.

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7 de enero de 2011
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El gran alumbrón

"El gran apagón" Obra de Pedro Pablo Oliva Pinar del Río es una ciudad sin cines, un trozo urbano donde apenas pasan autos y en las noches tiene las calles oscuras y vacías. Sin embargo, algunos proyectos personales brillan en medio de tanto marasmo. Uno de ellos es la casa taller de Pedro Pablo Oliva, con su sala a medio camino entre el hogar familiar y la galería de arte. Allí te mandan a pasar, te dan café, te enseñan el lienzo colgado en la pared o la escultura que yace en una esquina, sin preguntarte quién eres, de dónde has venido. La primera vez que lo visité, Oliva daba pinceladas a un Fidel Castro en óleo, visto como a través de un aparato de radiografías. Flotaba con su barba rala y entre las manos tenía una doncella casi asfixiada, que se parecía ?irrefutablemente? a Cuba. En la parte inferior del cuadro, diminutas personas con las cuencas de los ojos vacías presenciaban el forzado estrujón que el Máximo Líder le infringía a la patria. Regresé a mi casa atesorando el cariño que me dieron aquel pintor, su esposa Yamilia y sus hijas, una de ellas con el hermoso nombre de ?Azul?. Sentí que con gente así era posible el abrazo, el entendimiento, el debate; era posible incluso volver a alumbrar de vida las calles de Pinar del Río. Pocos meses después, supe que los mítines de repudio habían marcado también aquel lugar, cuando Yamilia empezó a realizar una serie de performances públicos bajo el título de ?Sin permiso?. Seleccionó para ello el día 10 de diciembre, fecha en que en esta Isla los demonios de la intolerancia se desbocan. El resultado, un tumulto de gente gritando frente a su puerta, impidiéndole salir a llevar sus caballetes para que los transeúntes los llenaran de colores en las plazas y los parques. Un año después, también en la jornada por los Derechos Humanos, se volvió a repetir la misma escena, esta vez incluso con piedras y palos amenazantes que la obligaron a quedarse en casa. A través del móvil, Yamilia mandó su mensaje de auxilio y recuerdo haber subido a Twitter aquel S.O.S que me llegaba desde el oeste. En un momento incluso recomendé públicamente que Pedro Pablo Oliva, figura emblemática de nuestra cultura, se pronunciara sobre lo que ocurría tan cerca de él. Hace unos días me llegó su respuesta, con la aclaración de que podía hacerla pública si así lo estimaba. Sus palabras son de un tono tan libre y reconciliador que creo merece la pena que las comparta con ustedes. Cuando las leí, supe que el cine de Pinar del Río algún día reabrirá y que esa inmovilidad urbana y cívica dará paso a una ciudad más viva, menos sectaria. A El gran apagón, que él mismo pintó en los años más difíciles del Período Especial, le ha surgido una velita aquí? una luciérnaga allá. Video de obras de Yamilia Pérez Click here to view the embedded video. Carta de Pedro Pablo Oliva:

Yoani: Quiero primero saludarte y preguntarte cómo anda tu salud y la de tu esposo, la última vez que nos encontramos fue en la calle Obispo a raíz de una cita que solicitó al oficial que te raptó  (por decirlo de una manera poética) aquellos días feos y torpes. Él me enseñó las marcas de la violencia. Voy al grano para no extender mucho mis palabras. Me imagino conozcas la declaración que la Casa-Taller (proyecto que tengo hace 10 años) emitió relacionado con las acciones plásticas que Yamilia Pérez Estrella, en aquel momento mi esposa, realizó en la provincia de Pinar del Río, todavía está en Internet. En algunos de los párrafos de esa declaración dejé expresada mi posición, pero si quieres puedo dejar definido otras cosas mucho más claras. Estoy, estuve y estaré en contra de cualquier uso de la violencia manipulada o no para acallar un pensamiento o una idea, resulta realmente bochornoso intentar con agresividad imponer un pensamiento o intentar hacerlo desde la intimidación. Todo acto de este tipo genera rechazo y repulsión y en nada ayuda en la tan necesaria unidad de este país marcado por conflictos políticos y familiares. Por otra parte creo y creeré siempre que el artista necesita espacios más abiertos de comunicación, y por eso lucha. Mi generación por otra parte creyó en la función social del arte, yo al menos lo asumí con orgullo de ahí mi afán por una obra que intentara reflejar su contexto y que llevara un análisis crítico de la sociedad. Más de una censura he tenido por ello. A Yamilia me une el afán por cambiar el mundo, por intentar hacerlo mejor, siempre desde posiciones diferentes, ella desde la confrontación directa como lo hacía o hace Tania Bruguera, yo desde el mismo sitio donde nacen los proyectos sociales, cuestionando o no, criticando o no. En algo estamos totalmente de acuerdo: -no es esta una sociedad perfecta, tampoco otras que he vivido lo son. Sueño con una sociedad diferente, utopía de esté hombre que soy y que ha vivido años tras años aciertos y fracasos, pero que no cesa de luchar por ese sueño. Soy, Yoani, de los que cree que los contrarios necesitan expresarse como lo hacen el día y la noche, lo húmedo y lo seco, creo sin miedo en la necesidad de más de un partido porque las personas tienen derecho a agruparse por afinidad de pensamientos o filosofías o por la preciosa coincidencia de soñar. Si me preguntaran un día, (cosa que dudo) a qué partido me gustaría pertenecer respondería que a uno que no encierre a sus hijos por pensar diferente, a ese que permita el fluir de las ideas como el río corre entre las dos orillas, a ese que me enseñe que sus hijos estén donde estén recibirán el dulce abrazo de la patria, ese que respete que una mujer ame a otra mujer y un hombre a otro hombre. Aquel que cultive paso a paso el encantador embrujo del amor. Ese que te enseñe el horizonte no como fin sino como comienzo, ese partido que no te diga ?esto es, sino que sea abierto como las alas de una mariposa, el que cuide a sus hijos del fantasma odioso del hambre y el terrible flagelo de los dogmas. Un partido que como fin entienda que las nuevas generaciones necesitan dirigir el país y expresarse como se expresa el viento y la lluvia, y muchas cosas más, Yoani, que sería interminable nombrar y que forman parte de ese sueño al que aspira este hombre. Si algo he aprendido en todos estos años es que una persona no puede permanecer tanto tiempo dirigiendo un país, puedo entender la presencia de un partido 20 ó 30 años, tal vez 50; pero no dirigido siempre por la misma imagen, los rostros, la manera y el pensamiento; son necesarios cambiarlos cada cierto tiempo, cada hombre puede tener un método diferente. Disculpa mi disgregación o incoherencia. Sabes que Yamilia tiene una obra demasiado corta, pero sé que tiene espíritu y agallas suficientes para superar cualquier obstáculo en el proceso de creación. Esta es mi posición, no hay otra, da pena ver tanto aparataje oficial girando alrededor de una delgada muchacha para impedirle hacer una acción plástica un día que alguien le adjudicó erradamente a la disidencia, si surgieran diez Yamilia, me imagino que desplegarían todo el ejercito. Te aseguro, Yoani, que este hombre vive sin miedo. Mi cariño hacia ti, tu Pedro Pablo Oliva.

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5 de enero de 2011
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Un pasaporte, un salvoconducto

Tiene apenas treinta y dos páginas y una sobria cubierta azul. El pasaporte cubano parece más un salvoconducto que una identificación. Con él podemos saltarnos la insularidad, pero su tenencia tampoco garantiza que logremos tomar un avión. Vivimos en el único país del mundo donde para adquirir dicho documento de viaje hay que pagar en una moneda diferente a la que se reciben los salarios. Su costo de ?cincuenta y cinco pesos convertibles? significa para un trabajador promedio guardar el sueldo íntegro de tres meses en aras de conseguir ese librito de filigrana y hojas numeradas. Sin embargo, en este principio del siglo XXI ya no es tan inusual encontrar a un cubano con pasaporte, algo raro en los años setenta y ochenta, cuando sólo unos pocos elegidos podían mostrar uno. Nos volvimos un pueblo inmóvil y los pocos que salían iban en misión oficial o camino al exilio definitivo. Cruzar la barrera del mar era un premio para los fieles y la gran masa de los ?no confiables? no podía ni soñar con dejar atrás el archipiélago. Afortunadamente, eso cambió gracias quizás al arribo de turistas que nos contagiaron la curiosidad por el afuera o por la caída del campo socialista que puso al gobierno ante la evidencia de que ya no podría regalarles ?viaje de estímulos? a los más leales. Ahora, en cuanto consiguen nacionalizarse en otro país, mis compatriotas respiran aliviados de contar con otro documento de identificación que les devuelva el sentido de pertenencia a algún lugar. Unas breves páginas, una carátula forrada en piel y el escudo de otra nación, pueden hacer la diferencia. Mientras, el librito azulado donde dice que nacieron en Cuba, queda escondido en la gaveta, a la espera de que algún día sea motivo de orgullo y no de pena. *Aprovecho para contar que la oficina de Inmigración y extranjería mantiene retenido mi pasaporte desde mi última solicitud de permiso de salida. ¿Habré pasado a ser una indocumentada?

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3 de enero de 2011
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Los deseos, los sueños

Click here to view the embedded video. El 24 de diciembre me levanté tecleando en mi teléfono móvil algunos deseos, breves vaticinios de lo que 2011 podría traernos a los que habitamos sobre esta Isla. Después de lanzar varios textos en 140 caracteres hacia Twitter, se me ocurrió pedirles a mis amigos y conocidos que me enviaran sus propias esperanzas y yo me comprometía a catapultarlas al ciberespacio. En apenas un par de horas la bandeja de entrada de mi Motorola colapsó, de tantos pronósticos y expectativas que generan en nosotros los próximos doce meses. Curiosamente, una palabra se repetía en la mayoría de estos mensajes, la escurridiza ?libertad? copaba con sus ocho letras una buena parte de los sms que me llegaron en las vísperas de Navidad. Por eso, quiero en estos últimos días de 2010 colgar en Generación Y mi propio concepto de libertad. En estas imágenes, filmadas por un par de jóvenes cineastas alemanas, se resume mi relación con ese concepto ausente de nuestra vida, pero no de nuestras aspiraciones.

* El video es un fragmento del filme ?Soy Libre? que aún está en proceso de edición, dirigido por Andrea Roggon de Alemania

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30 de diciembre de 2010
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Adiós al racionamiento

Cada día que pasa nos acerca al nuevo año, y con ello crece la alarma sobre el recorte de empleos y la disminución de subsidios que enfrentaremos en los próximos meses. La frase de ?seguir bordeando el precipicio?, que utilizó Raúl Castro en su último discurso, no tiene visos de metáfora sino de dolorosa realidad. Dentro de las asistencias sociales que serán eliminadas, está el llamado mercado racionado que distribuye una pequeña cuota mensual de productos para cada ciudadano. Nadie puede sobrevivir comiendo solamente lo que anotan en su ?libreta de racionamiento?, documento más importante aquí que el propio carnet de identidad. Sin embargo, los bajísimos salarios y los altos precios de los otros mercados existentes en el país hacen que la supresión de esta subvención sea dramática y extremadamente controvertida. No sólo es un apoyo básico y magro, sino que se comporta como el alpiste que justifica la jaula. Siempre que la crítica eleva su tono y la inconformidad empieza a señalar al sistema, salen los oficialistas a recordarnos que el gobierno gasta millones al año para proveernos de un poco de frijoles, un paquete de café cada treinta días y ese trozo de mortadela que nutre más el humor popular que los estómagos. Así ha sido durante más de cuarenta años, desde que se instauró el mercado normado, en un momento en que mis padres pensaron en que iba a ser algo temporal, una medida transitoria hasta que la economía planificada y centralizada comenzara a rendir frutos. Con apenas unos días de nacida, inscribieron mi nombre en el registro de consumidores y veinte años después yo tuve que anotar a mi propio hijo en la misma lista. El racionamiento pasó a ser así algo inherente a nuestras vidas, de ahí que tantos no sepan si reír o si llorar ante la noticia de su final. Todos estamos conscientes de que mantener la ?libreta? resulta insostenible para la economía nacional, pero pocos se imaginan la vida sin ella. Por si las cosas, en nuestra casa, hemos decidido poner a buen recaudo el menudo librito de hojas cuadriculadas que nos han entregado para 2011, pues si resultara ser realmente el último con toda seguridad se convertirá en un documento histórico. Quienes defienden su eliminación inmediata aseguran que eso significará la colocación automática de toneladas de mercancías en venta libre, lo que se supone provocará un bajón de los precios en el mercado no regulado por el estado. Pero, quizás el cambio más importante puede ocurrir en la mentalidad de las personas, cuando sientan que la pequeña porción de alpiste ya no está siendo colocada en el interior de la jaula, cuando comiencen a sentir la presión real de cada uno de los barrotes.

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29 de diciembre de 2010
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Los feriados de vuelta

Ir a trabajar el 25 de diciembre, tener clases el mismísimo día de Noche Vieja o estar en un trabajo voluntario mientras el año llegaba a su fin. Todo eso era posible en la Cuba del fervor ideológico y de los extremos ateístas, del falso ascetismo y la subestimación de las festividades, que nos llevaron a esas Navidades ausentes, grises, en voz baja. Las últimas semanas de 1980, 1983 o 1987, fueron tan repetidamente aburridas, tan idénticas en su falta de colorido, que se me mezclan en los recuerdos como una sola. Pasé varias de esas jornadas sentada en un pupitre, mientras en otras partes del mundo la gente compartía con la familia, abría los regalos, celebraba en la intimidad de sus hogares. Tal parecía que las vacaciones de Navidad nunca más iban a establecerse en las escuelas cubanas, que los estudiantes sólo tendrían receso durante las celebraciones patrióticas o de corte ideológico. Sin embargo, poco a poco, sin anunciarse en ninguna parte ni aprobarse en nuestro peculiar parlamento, los propios alumnos comenzaron a recuperar esos feriados. Al principio, en cada aula sólo un tercio de la matrícula faltaba a la escuela por esos días, pero lentamente el virus del asueto comenzó a contagiar a todos. Las ausencias durante las últimas semanas del año se elevaron tanto en las escuelas que al Ministerio de Educación no le ha quedado más remedio que decretar hasta una quincena de pausa en las clases. Es de esas pequeñas victorias ciudadanas que ningún periódico reporta, pero que todos evaluamos como un terreno arrebatado a la falsa sobriedad que nos quieren imponer desde la tribuna. Hoy, mi hijo Teo se ha levantado tarde, no irá a la escuela hasta el próximo año. Sus colegas llevan desde el miércoles sin presentarse en el preuniversitario. Verlo dormir hasta las diez, hacer planes para los próximos días de descanso, me ayudan a compensar mis aburridas navidades infantiles. Me hacen olvidar todas aquellas Noche Buenas que pasé sin percatarme siquiera que había un motivo para celebrar.

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24 de diciembre de 2010
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El hotelito

El alojamiento hospitalario fue construido en un terreno donde una vez se fundieron piezas prefabricadas para crear la ciudad del hombre nuevo. Como tan quimérico individuo no se logró y tampoco había recursos para edificar nuevas viviendas, el sitio quedó vacío por décadas. Con el surgimiento de la llamada Batalla de Ideas, en aquel lugar comenzaron a colocarse los cimientos para un hotel con más de un centenar de habitaciones. Las grúas y los camiones llegaron a una velocidad asombrosa para las construcciones en Cuba y apenas en dos años levantaron las paredes, instalaron las ventanas de aluminio e inauguraron el lugar. Con los recursos hurtados en aquella obra, muchas familias de la zona pintaron sus fachadas, se hicieron con aires acondicionados para sus habitaciones y remodelaron sus baños. Conocido como el hotelito de Tulipán, fue destinado a servir de albergue para enfermos latinoamericanos que venían a curarse en nuestra Isla. En los momentos de mayor actividad de la llamada ?Operación Milagro?, la amplia entrada del lugar se llenaba de ómnibus que descargaban a decenas de pacientes cada semana. Después, cuando fue mermando el número de los que venían por motivos de salud, se veía en él a grupos que recibían preparación político-ideológica para implementar el ?Socialismo del siglo XXI? en sus respectivos países. Los vecinos ?desde el muro exterior? curioseábamos sobre la transformaciones que se operaban en aquel alojamiento y aventurábamos algunas hipótesis de cuál sería su destino final. Hubo hasta algunas apuestas de si lo entregarían a los militares o llevarían a vivir a él a los damnificados del último huracán. Sin embargo, hace unos días, apareció un cartel con una oferta de una ?cena de Navidad? en el otrora exclusivo comedor del hotelito. Pocas semanas antes, los jóvenes del barrio habían podido mirar el partido entre Barcelona y el Real Madrid, desde los mullidos asientos del lobby, por 2 pesos convertibles la entrada. Ahora, las empleadas de la carpeta aseguran que cualquiera puede alquilar una habitación y ya no es necesario ser extranjero para acceder al hermoso patio central. Sin dudas, es una clara señal de que la Batalla de Ideas ha sido sepultada definitivamente y de que el verdadero ?milagro? que hoy se propone el gobierno es el de recaudar algo de divisas, hacer rentable lo costoso. A ver si el país no se hunde en el abismo, como temía Raúl Castro en su último discurso.

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23 de diciembre de 2010
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Tania es mucha Tania

Imagen tomada de http://www.atlantico.net/ - Foto: nuria curras. Recuerdo muy bien aquella jornada de la Bienal de La Habana, en la que Tania Bruguera instaló un par de micrófonos para que cualquiera pudiera disfrutar de su minuto de libertad en el podio. Poco tiempo después, esta artista irreverente y universal se fue a Colombia y conmocionó a todos al repartir ?a manera de performance? cocaína entre su público. En Cuba, nos regaló una dosis intensa de opinión sin mordazas; en Bogotá los contrastó a ellos con la evidencia de la droga, principio y fin de muchos problemas en esa nación. Las autoridades colombianas respondieron escandalizadas, pero al final aceptaron que el arte es así de transgresor. Sin embargo, a algunos de los que aquí participamos en El susurro de Tatlin se nos sigue impidiendo entrar a un cine, a un teatro, a un concierto cualquiera. Hace una semana supe que Tania ?nuestra Tania? ha decidido fundar un partido de inmigrantes con sede en New York y Berlín. La nueva entidad está pensada para la defensa de esos que siendo niños llegaron a tierra norteamericana y hoy se sienten en peligro de deportación, pero también quiere enfocarse en los yugoslavos sin papeles que habitan en Madrid, los nigerianos que se esconden de la policía en París o los tamiles que falsean su pasaporte para quedarse en Zürich. Su nueva obra de arte-política se basa en aquellos a quienes los sueños personales, las estrecheces económicas, la guerra, la reunificación familiar o las desiguales condiciones de este mundo, los han empujado a instalarse como indocumentados en otro país. Declaro que he tenido el impulso de militar en ese partido de inmigrantes, pues once millones de cubanos somos segregados en nuestra propia nación con trozos de territorio a los que no tenemos acceso, cruceros que surcan nuestras aguas sobre los que están prohibidos los pasaportes nacionales, tierras que se dan en 99 años de usufructo sólo a quienes pueden demostrar que no han nacido aquí y empresas mixtas para gente que habla con la ?zeta? o dice ?Madame? y ?Monsieur?. Encima de eso, nos imponen fuertes restricciones para entrar y salir de nuestras fronteras, restricciones que evocan a la garita donde retienen a los ilegales en un aeropuerto. Hay momentos en que uno siente que nuestra nacionalidad es como una visa vencida, una tarjeta de residencia caducada, un permiso de estancia que cualquier día nos pueden revocar.

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21 de diciembre de 2010
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