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Escrito por

Yoani Sánchez

Yoani Sánchez es licenciada en Filología. Reside en La Habana y combina su pasión por la informática con su trabajo en el Portal Desde Cuba. Fue premiada con el premio Ortega y Gasset de Periodismo por su blog Generación Y, que más tarde ha ganado el Premio BOBs al Mejor Blogs del Mundo de 2008 y el Premio del Jurado en Bitácoras.com 2008.

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La otra entrevista

No me gusta ir por la vida defendiéndome de ataques, quizás porque me he pasado la mayor parte de ella bajo el fuego cruzado de la crítica. He aprendido que a veces es mejor digerir el insulto y seguir adelante, pues denigrar ensucia más a quien lo hace que a la víctima. Sin embargo, todo tiene un límite. Algo bien distinto es que pongan en mi boca frases que yo no dije, tal y como ha ocurrido con la entrevista publicada por Salim Lamrani en Rebelión. Al comenzar su lectura, no noté mucho la tergiversación, pero ya en la segunda parte me era imposible reconocerme. Es cierto que la introducción trataba de generar aversión en los lectores hacia mi persona, pero  ese es el derecho que tiene cada entrevistador de narrar cómo ve al objeto de sus preguntas. La gran sorpresa ha sido constatar -en la medida en que avanzaba el texto- enormes omisiones, distorsiones y hasta frases inventadas atribuidas a mí. Todo hubiera quedado en otro intento ?entre tantos miles- de adjudicarme posturas que no tengo y afirmaciones que jamás he dicho, si no fuera porque los medios oficiales cubanos se aprestaron rápidamente a hacerse eco de la reacomodada entrevista. Ayer, cuando vi al presentador del más aburrido programa de la televisión oficial referirse ?sin mencionar mi nombre- a una serie de preguntas que ?me desnudaban?, comencé a comprenderlo todo. La razón para la adulteración ya no era la premura al transcribir ni el deseo de un periodista de probar a toda costa su hipótesis aún distorsionando para ello las palabras del entrevistado. Algo mayor se está fraguando con ese texto semi-apócrifo y hago ahora un alto en el camino de mi blog para advertirlo. Tengo una memoria muy vívida de aquella tarde de hace casi tres meses ?curiosamente el señor Lamrani ha tardado todo este tiempo en hacer pública nuestra conversación- y de las palabras que intercambiamos. Recuerdo sus preguntas estereotipadas y por momentos desinformadas sobre nuestra realidad que muy poco se parecen a estas -tan documentadas- que él ha vuelto a redactar para parecer un especialista. No me caracterizo por responder con monosílabos, de ahí que me cuesta trabajo identificarme entre tanta parquedad. En la medida en que el intercambio que tuvimos en el hotel Plaza avanzaba, se podía notar como la simpatía de él hacia mi posición aumentaba. Al final, sentí que todas las barreras se habían derrumbado y el comprendía que no éramos contrincantes, si acaso personas que veían un mismo fenómeno desde ópticas diferentes. Un abrazo final de su parte me lo confirmó. Pero, evidentemente, pudo más la disciplina a ?la causa? que su ética periodística y el profesor de la Sorbone  terminó ?visiblemente en la segunda porción de la entrevista-por adulterar  mi voz. En su modernísimo Iphone mis moderadas frases debieron ser como un virus informático royendo los estereotipos, un llamado a terminar con esa confrontación que personas como él prefieren alimentar.

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16 de abril de 2010
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Plantillas infladas

En un ciclo que parece no terminar nunca se anuncian frecuentes remedios que dinamizarán nuestra economía. Esta vez se le llama ?terminar con las plantillas infladas?, aunque desde la óptica de quienes quedarán sin puesto de trabajo se resume en una palabra: ?desempleo?. Largos reportajes muestran en la tele que el problema de la ineficiencia está dado por el exceso de personal en oficinas, fábricas y hasta hospitales. Cada jornada de trabajo debe tener contenido para evitar el ocio, nos dicen en los medios, como si tan elemental fórmula hubiera sido descubierta hace un par de semanas. Algunos economistas advierten que enviar a casa a todos los que sobran en sus funciones dispararía la cifra de parados a más de un 25%. Uno de cada cuatro trabajadores podría ser cesanteado en aras de sanear las  abultadas nóminas, pues el país no tiene liquidez para seguir pagando brazos inactivos. Tan alto número de desocupados implicaría un aumento del descontento social, cientos de miles de personas lanzadas a realizar ocupaciones ilegales y el fin del truco de crear subempleos como forma de adulterar las estadísticas de ocupación. Indago sobre qué ocurrirá en esas dependencias oficiales plagadas de burócratas o qué pasará con el engordado listado de quienes laboran para la Seguridad del Estado. ¿Tendrán ellos también una reducción de plantilla? Visto el número creciente de los policías vestidos de civil que deambulan por las calles, creo que se debería comenzar con ellos para eliminar tantos excesos. Por una razón de imagen a los que queden fuera no se les llamará desempleados, sino con alguna sutileza ?como las ya usadas en otros momentos? al estilo de excedentes o interruptos. A pocos días de celebrarse el primero de mayo, muchos cubanos están bajo el riesgo de perder su plaza laboral. Sin embargo, estoy segura de que no veremos en el desfile de la Plaza un solo cartel mostrando la inconformidad o la crítica ante la reducción de personal. El propio presidente de la CTC dijo que la cita de los trabajadores será para reafirmar su apoyo al proceso y para criticar la llamada campaña mediática contra Cuba. La única agrupación sindical legalizada del país demuestra así su condición de polea transmisora de orientaciones desde el poder hacia los obreros, pero no lleva demandas en la otra dirección. Los veremos pasar frente a la tribuna, a punto de perder el trabajo, pero portando una tela de repudio a la Unión Europea o a Estados Unidos. Ninguno podrá hacer de ese día un momento de verdadero reclamo, una cita para exigir al gran patrón llamado Estado que no lo dejen en la calle.

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14 de abril de 2010
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El estigma de la prosperidad

Para los cubanos de mi generación, la idea de anhelar el éxito implicaba el padecimiento de una terrible desviación ideológica, no sólo si se pretendía sobresalir en lo personal sino también en el ámbito profesional o económico. Se nos educó para ser humildes y se nos impuso la norma de que al recibir algún reconocimiento público, era obligatorio subrayar que sin la ayuda de los compañeros que nos rodeaban hubiera sido imposible obtener semejante resultado. Lo mismo ocurría con la simple tenencia de un objeto, el disfrute de una comodidad o la ?malsana? ambición de prosperar. La pretensión de ser competitivo se castigaba con etiquetas muy difíciles de despegar de nuestro expediente, como las acusaciones de autosuficiente o inmodesto. El éxito tenía que ser -o parecer- común, fruto del esfuerzo de todos, bajo la sabia dirección del Partido. Así aprendimos que la autoestima tenía que disimularse y que había que ponerle riendas al entusiasmo emprendedor. Los mediocres tuvieron su agosto en esta sociedad que terminó por cortar las alas a los individuos más atrevidos, mientras potenciaba el conformismo. Eran los tiempos de ocultar las pertenencias materiales, demostrar que todos éramos hijos de abnegados proletarios y afirmar que odiábamos profundamente a los burgueses. Algunos fingieron que abrazaban el igualitarismo, pero en realidad acumulaban privilegios y amasaban fortunas, mientras repetían en los discursos los llamados a la austeridad. Eran los que seguían diciendo en las autobiografías que venían de una familia pobre y que su aspiración principal era servir a la patria. Con el tiempo sus colegas del trabajo descubrían que detrás de la imagen de ascetismo se escondía un desviador de recursos del Estado o un acumulador compulsivo de posesiones materiales. Aún hoy, la máscara de la frugalidad ha seguido en sus rostros, aunque sus abultados abdómenes digan todo lo contrario.

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13 de abril de 2010
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Beligerancia

Hace un par de meses tuve el gusto de hablar en un hotel habanero con un periodista extranjero que había escrito un largo artículo contra mí. La charla fue muy amena, aunque le reproché el haber redactado un texto tan extenso sin entrevistar antes al objeto de su diatriba, una persona viva y fácilmente localizable en La Habana. Después de dos horas de preguntas y respuestas, nos dimos cuenta que ambos queríamos básicamente lo mismo: un marco de respeto para nuestras ideas. Él lleva a cabo una cruzada contra los medios hegemónicos imperantes en su país y yo trato de que los cubanos puedan sacudirse el monopolio informativo estatal. Visto así, se trata de aspiraciones similares. Entre las estrategias más usadas por el discurso oficial en Cuba está la de separar a los ciudadanos en compartimentos no conectados. En la medida que cada uno se niega a escuchar al otro, no pueden constatar que tienen observaciones afines sobre su realidad y deseos confluentes de mejorar el país. Por eso se sataniza al crítico y se le impide a los periodistas oficiales invitarlo a los estudios de la televisión a participar en esos paneles aburridos donde todos tienen el mismo punto de vista. Se repite la táctica de ?echar a pelear? a personas que sentadas frente a una taza de café confirmarían sus afinidades en lugar de ahondar en sus diferencias. Siempre que escucho denigrar a alguien con adjetivos encendidos al estilo de ?mercenario? o ?vendepatria? me percato de que el emisor de tantas calumnias teme ?en su interior? que en un debate no pueda dejar los gritos y argumentar sus ideas. Los que ofenden son, generalmente, los que temen a la sana polémica por estar carentes de razones. He leído con sorpresa y optimismo el intercambio de cartas entre Silvio Rodríguez y Carlos Alberto Montaner, Cuando dos figuras que han sido colocadas en las antípodas pueden llevar a cabo una controversia sin apelar al alarido o a la amenaza, es señal de que las inyecciones de crispación ya no funcionan. De pronto hemos visto como el cantautor de la ?utopía? y el ?archienemigo? del gobierno han comenzado a mantener correspondencia y a debatir sus puntos de vista. Me pregunto si esa es la señal de arrancada para que en el interior del país un miembro del partido comunista pueda sentarse a dialogar con otro que pertenece a un grupo de la oposición. ¿Estaremos asistiendo al derrumbe de las paredes interiores que nos aislaron a unos de otros? ¿Cuántos más estarían dispuestos a dejar a un lado la injuria y sentarse a conversar? Quisiera creer que sí, que el mero hecho de responderle a un contrincante es la prueba de que se le respeta, la mejor forma de validar su existencia y su derecho a pronunciarse.

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11 de abril de 2010
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De la leche al parapeto

Con la estampida en masa de inversionistas extranjeros, los anaqueles de las tiendas muestran las reales cifras de nuestras finanzas. Mi madre me llama temprano para avisarme que hay papel sanitario en un mercado lejano; dice que debo apurarme pues ya se ha corrido la voz y pronto se agotará. Salgo mirando a la derecha y a la izquierda como un ventilador, a ver si también aparece algún tipo de jugo para poner en la taza de Teo por la mañana. Pero el desabastecimiento es notable y han desaparecido de las tiendas los envases tetra-packs con la marca Río Zaza, la otrora empresa mixta sumida hoy en un escándalo de corrupción. El mercado negro ha colapsado, pues no es un secreto para nadie que éste se nutre del desvío de recursos en las fábricas y del robo durante la transportación de las mercancías hacía los comercios. Hasta los más pacientes empresarios foráneos, al estilo del español que regenteaba la firma Vima, han hecho sus maletas y regresado a casa. El consorcio entre la perfumería Suchel y el capital ibérico aportado por Camacho está llegando a su fin y mis amigas muestran sus canas ante la ausencia de tintes para el pelo. El tiempo en que el país compraba primero y pagaba después se terminó. Ahora arrastra tantas deudas que hacen difícil atraer el capital y tomar fiado. Los efectos de la crisis se sienten con fuerza en la vida cotidiana, donde un jabón ha pasado a costar un 30% más que hace apenas un año. Las amas de casa se rascan la cabeza frente a la sartén, mientras gritan que el salario se va como agua una vez cobrado a fin de mes. Ni siquiera los bendecidos por una remesa llegada desde afuera o los habilidosos comerciantes del mercado informal la tienen fácil. Pocos se acuerdan ya de aquel discurso pronunciado hace tres años en Camagüey, donde Raúl Castro insinuaba la posibilidad de un vaso de leche para cada cubano. Muy por el contrario, las palabras que emitió el pasado domingo nos han traído trincheras, parapetos e imágenes apocalípticas de la Isla hundiéndose en el mar. Corriendo detrás de los escurridizos alimentos, hemos tenido poco tiempo para reflexionar sobre lo dicho en el Palacio de las Convenciones, pero sus numantinas amenazas gravitan sobre nosotros. Interpretadas en un sentido directo, presagian que nos espera un hueco húmedo rodeado de sacos de arena, un fusil para dispararle no se sabe a quién y esa última bala en la recámara que usaremos sobre nosotros mismos. Mientras, el General se mantendrá firme en su puesto y comprobará ?a distancia? que no incumplamos la orden final de inmolación.

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10 de abril de 2010
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Cuba Libre preso en La Habana

Justamente ayer, la víspera de presentarse en Chile una compilación de mis textos con el título Cuba Libre, me llegó una   información de la Aduana General de la República. En ella me confirmaban la confiscación de diez ejemplares de mi libro enviados a través de DHL. En las rancias y breves palabras de la burocracia, me explicaban:

Al realizar la inspección física del envío se detectó documentación cuyo contenido atenta contra los intereses generales de la nación, por lo que se procede a su decomiso en correspondencia a lo establecido en la legislación vigente.

Trato de reproducir la escena de ?los especialistas? dilucidando si permitían o no que el libro traspasara las fronteras de esta Isla y llegara hasta mis manos. ¿Buscarían en sus páginas alguna imagen obscena que pudiera ofender la moral? De seguro no la encontraron entre las fotos de vallas inflamadas de consignas políticas, las desvencijadas entrañas de un automóvil abandonado y las banderas cubanas exhibidas en un mercado donde no vale la moneda nacional. Esto último puede parecer obsceno, pero no es mi culpa. ¿Serían celosos doctores de la gramática esos que manosearon las frases de Cuba Libre buscando quizás una errata  o un tiempo verbal mal usado?  ¿Se trataba acaso de analistas militares, indagando entre los párrafos de mis crónicas por códigos ocultos, revelaciones sobre la economía o documentos secretos de la Seguridad del Estado? Nada de eso hallaron, ni siquiera la receta de cómo fabricar guarapo, esa casi extinta bebida nacional que se logra exprimiendo la caña de azúcar. Me conformo con fantasear que quienes impidieron a la versión española de mis textos llegar hasta cientos de amigos entre los que circularía eran unos uniformados con más disciplina que lecturas. Probablemente ya estaban avisados por los escuchas que monitorean constantemente mi teléfono; pueden haberles advertido incluso que no fueran a leer el contenido. Si tres años de publicar en el ciberespacio hubieran servido solamente para hacer llegar mi voz hasta estos torvos censores, sería suficiente motivo para sentirme satisfecha. Algo de mí quedará en ellos, como mismo su represiva presencia ha marcado mis crónicas, las ha empujado a saltar hacia la libertad.

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8 de abril de 2010
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Una juventud demasiado vieja

La máxima cita de la Unión de Jóvenes Comunistas concluyó en La Habana, pero su pariente mayor, el Partido, aún no anuncia la fecha en que celebrará su sexto congreso. Raúl Castro afirmó a principios de 2009 que convocaría -a la mayor brevedad- una conferencia nacional del PCC, pero a estas alturas nadie puede ubicarla en el almanaque. La UJC se le ha ido entonces por delante al reunirse en el Palacio de las Convenciones y discutir temas que habrían dejado fructíferas polémicas si hubieran contado con un marco de verdadero respeto. Bajo el lema de ?Todo por la Revolución?, cientos de rostros juveniles observaron la mesa presidencial repleta de funcionarios que ya cumplieron más de seis décadas de vida. La vieja generación no estuvo allí para decirles a los más nuevos ?el país también es de ustedes, les toca ahora decidir el rumbo?, sino que los exhortó al sacrificio, los amonestó por la poca combatividad y quiso arrancarles pactos de continuidad y eterna fidelidad. Es el tipo de acciones que desarrolla un partido político en relación con su cantera, pero en el caso cubano se trata de la única organización juvenil permitida por la ley. Llama la atención que a esa edad en que adoptamos las poses más variadas y defendemos las banderas más increíbles, a nuestros jóvenes sólo les está admitida la militancia bajo el carnet rojo. Muchos de ellos, en circunstancias más libres, engrosarían filas en un grupo ecológico, se sumarían a un piquete de activistas sindicales o se afiliarían para exigir el fin del Servicio Militar obligatorio. Quienes hoy forman parte de la UJC nacieron comenzado ya el Período Especial, no alcanzaron juguetes en las tiendas de productos racionados y sólo tomaron leche -legalmente-  hasta los siete años. Han crecido gracias al mercado negro y se han puesto zapatos porque sus padres desviaron recursos del estado o le pidieron a un pariente exiliado ayuda para comprarlos. Se trata de una generación crecida en medio del apartheid turístico que impedía a los cubanos entrar en los hoteles o acceder a ciertos servicios; hijos amamantados con consignas vacías en las escuelas y palabras de hastío en los hogares. A pesar de su compromiso de lealtad, sospecho que acarician el desquite, ese momento en que romperán todas las promesas hechas a los mayores.

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5 de abril de 2010
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Bicicletas

Hace veinte años nuestras calles comenzaron a llenarse de bicicletas y a vaciarse de autos. No era una moda para proteger el medioambiente o para ejercitar el cuerpo, sino el resultado directo del fin del subsidio soviético. Se interrumpió el suministro de petróleo a precios preferenciales llegado desde el Este, el transporte público colapsó y mi padre perdió su empleo como maquinista de trenes.  Por aquellos años, trasladarse hacia al trabajo podía tardar el equivalente a media jornada laboral y frecuentemente viajábamos colgados de las puertas de los ómnibus, como racimos humanos. Llegaron entonces sucesivos cargamentos de bicicletas desde la tierra de Deng Xiaoping y se distribuyeron entre obreros destacados y estudiantes vanguardias. Ya el premio  por una meritoria faena o por la incondicionalidad ideológica no era un viaje a la RDA o la entrega del último modelo de Lada, sino un reluciente ciclo marca Forever. Aparecieron por doquier parqueos donde se protegía a los ligeros vehículos de los ladrones y mi papá abrió un taller para repararles los ponches. También surgieron innovaciones que les agregaban sillas de bebé, tráilers y cestas delanteras. Hasta las mujeres de avanzada edad, renuentes a mostrar sus piernas mientras les daban a los pedales, terminaron por adaptarse al ritmo de los tiempos. Con la dolarización de la economía, se permitió a altos funcionarios, artistas y extranjeros residentes importar sus propios autos, mientras que los turistas podían rentar un Peugeot o un Citröen. Así las calles experimentaron nuevamente el rodar constante de los neumáticos. Las bicicletas fueron menguando porque ya no llegaban barcos cargados de ellas, las piezas de repuesto escaseaban y los cubanos se cansaron de pedalear a todos lados. Una ligera mejoría en las rutas de ómnibus ha hecho a muchos deshacerse del rodante compañero, como si estuvieran con ese gesto librándose de la crisis.

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5 de abril de 2010
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Fama y aplausos

Durante más de una década, la esquina de Infanta y Manglar mostró la mole inacabada de un edificio de veinte plantas. Su terminación se había quedado varada con la llegada del Período Especial y el fin de aquel concepto constructivo llamado ?microbrigada?. Los que comenzaron levantando los cimientos con la ilusión de obtener un apartamento en el espigado inmueble, rabiaron de impotencia cuando se les anunció que no se podía continuar su construcción. Habían entregado años de sus vida a levantar las paredes y de pronto la ansiada casa se les escapaba con la misma celeridad que los técnicos soviéticos abordaban los aviones de regreso a su patria. Con sus veinte pisos incompletos y aún rodeada de restos de materiales constructivos, la edificación pasó a ser una de esas ruinas nuevas que desdoran nuestra ciudad. Los enormes problemas habitacionales hicieron que muchos planificaran ocuparla ilegalmente, con tal de no seguir en el albergue para damnificados de algún remoto ciclón. Sin embargo, el sitio estaba bien custodiado pues en alguna oficina ya se cocía un plan para reabrir la obra y otorgar sus apartamentos. Los vecinos vieron retornar las grúas, los camiones con cemento y a unos constructores que no residirían allí después de la inauguración. En lugar de los primigenios microbrigadistas, los propietarios serían seleccionados por sus méritos políticos, artísticos o periodísticos. Todos entendimos de qué se trataba: el edificio de Infanta y Manglar sería entregado a los más fieles. En medio de la campaña por traer a Elián González de regreso a Cuba, se destacaron algunas voces que inmediatamente vieron compensado su entusiasmo con la llave de una nueva vivienda. La picardía popular bautizó al finalmente terminado edificio del Cerro, como Fama y Aplausos ?en alusión a un programa televisivo? pues empezó a llenarse de cantantes, directores de cine, caricaturistas, ministros, reporteros y actores. Participar en la Batalla de Ideas* ya tenía un resultado concreto, poder disfrutar de un ventanal con vista al paupérrimo barrio de San Martín. A muchos, el obtener finalmente una vivienda propia los hizo comprometerse aún más con el discurso oficial y su proyección pública aumentó unos grados en la incondicionalidad. Abajo, el iluminado parqueo se llenó rápidamente de modernos autos que venían a completar la ya sustanciosa prebenda. Los ojos que atisban en las humildes viviendas colindantes siguen sorprendidos de que el ruinoso edificio de antaño sea esta mole, recién pintada y de cristales sensibles al sol, con rostros famosos asomados en cada ventana. ?         *La llamada Batalla de Ideas fue una vuelta de tuerca en la propaganda ideológica que arrancó con el caso Elián González y feneció ?sin que la prensa oficial lo anunciara? hace ya un par de años. Consumió enormes recursos económicos en movilizar a los participantes de las Tribunas Abiertas, confeccionar pullovers con consignas políticas y organizar marchas de reafirmación revolucionaria.

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2 de abril de 2010
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Liberación

Esta no es la crónica de una mujer que logra escaparse del esposo abusador ni la historia del adolescente que se les escurre a unos padres autoritarios. El título refiere a otro proceso de emancipación, a ese permiso ?engorroso y feudal? que deben pedir los doctores, enfermeras y farmacéuticos para viajar fuera de esta Isla. Bajo el significativo nombre de ?liberación?, existe un procedimiento obligatorio que los trabajadores de Salud Pública deben cumplimentar ya sea para una salida temporal o definitiva. En el expediente del posible viajero se incluye si éste posee casa o auto propios, pues el Estado los confiscará si no vuelve antes de los 11 meses. El trámite pasa por numerosos niveles de autorización que pueden demorar un año o una década. Muchos nunca reciben respuesta. Mario atendía a los pacientes en una consulta especializada y comenzó a ser mirado como un desertor cuando anunció el deseo de reunificarse con su familia al otro lado del mar. De inmediato lo castigaron a ocupar una plaza de médico general en un cuerpo de guardia bien alejado de su casa. Le recordaban cada día que aquel título que colgaba de una pared de su sala se lo había dado esa Revolución que ahora él traicionaba. Tragando en seco soporto cinco años de coser puñaladas e indagar por ese salvoconducto ?para abandonar el país? que el ministro de su ramo aún no le había firmado. ?Tenemos muchos casos, no damos abasto? le repetía la secretaria y su esposa exiliada rompía a llorar por la línea telefónica, cuando él se lo contaba. Sus hijos, mientras tanto, crecían sin padre en algún lugar distante. En medio de la impotencia, Mario llegó a reprocharle a su mamá el haberlo aupado a estudiar medicina. ?Por qué no me advertiste?, le gritó una tarde en que ya no pudo más con aquella bata blanca que se había convertido en su grillete. Para cuando le permitieron abordar el avión, un círculo de calvicie se delineaba en el centro de su cabeza y un tic nervioso se había apoderado de sus manos. A quien le dieron la bienvenida en un aeropuerto lejano, no fue al emprendedor ortopédico de años atrás, sino a alguien decidido a separarse de los hospitales. El angustioso proceso de ?liberación? le había quitado los deseos de arreglar una rodilla o corregir un tobillo; no dejaba de pensar que aquella profesión lo había separado de su familia.

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1 de abril de 2010
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