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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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Esto es hardcore

Un sexo libertino, con unos gramos de Viagra -de uso recreativo-, intercambios de pareja, sexting y poses acrobáticas abandona la oscuridad de los sótanos. No se alarmen, aún no es obligatorio; pero cada vez parece menos excepcional. La libertad de información que procura la red incide en la sexualidad, y de qué manera. “Cuando se tiene sexo hoy se quiere que sea como en una película porno”, confiesa una estudiante a la edición norteamericana de Vanity Fair en un reportaje sobre el impacto de la tecnología en la vida sexual de los más jóvenes. Asediados por una cultura pornográfica que las generaciones anteriores recibieron con cuentagotas y codificada, hoy tanto la disponibilidad para la cita a ciegas como la caída de tabúes han modificado la forma de interactuar con el deseo. Y si bien durante largos años se ha denunciado la sexualización de la mujer por parte de la publicidad, las revistas femeninas, la moda o el cine, ahora la impudicia con la que se exhiben cuerpos preparados para desafiar el clasicismo sexual no entiende de puritanismos, feminismos ni caminos de retorno. No sólo son las desinhibidas estrellas de Melrose Avenue, con sus morritos procaces, como Miley Cyrus, que puso el trasero en pompa en el escenario de los premios MTV; celebrities cuya explícita hipersexualidad, sumisa, queda a años luz del juego de provocaciones de sus predecesoras. También las escenas y los anuncios porno que se cuelan en los dispositivos electrónicos a los que permanecen enganchados los adolescentes más de once horas al día. Basta un clic para despertar de la edad de la inocencia: pubis depilados, erecciones encadenadas, obligados juguetes sexuales, desafíos para romper rutinas…y, como telón fondo, el riesgo de banalizar la transgresión. Algunas voces de alarma advierten de que el sexo ha mecanizado el artificio entre las parejas tiernas que quieren emular aquello que ven a diario en sus pantallas. Y que a las experiencias eróticas enriquecedoras las ha reemplazado la imposición de un hardcore inapelable. Resulta chocante que en ese mar de emociones fuertes alguien defienda lo positivo de las rutinas de pareja que arrastran una especie de culpabilidad social, según la sexóloga Catherine Blanc: “Hoy se cree que las relaciones a tres son casi prácticas obligatorias, pruebas de libertad o de emancipación, pero no olvidemos que nos pertenece a nosotros definir nuestros deseos”. Porque lo que importa no es el escenario o las fantasías, sino actuar con conciencia sin patrones ni imposiciones -ya sean puritanas o libertinas- para que cada uno escoja el lenguaje con el que desea expresarse en la vida y en la cama. O a través de la pantalla. (La Vanguardia)

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16 de octubre de 2013
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Pechos que no venden

No fue “un episodio capaz de producir objetivamente una perturbación grave del orden”. Así lo dictó en su auto el juez Ramiro García de Dios, ordenando la puesta en libertad de las activistas de Femen que alborotaron el Congreso con sus grafiteados pechos al aire. El juez parte de una premisa monumental: desnudar el torso “en la realidad social del tiempo actual” ya no escandaliza a nadie. Acaso podrían causar disturbio grave las palabras de las activistas, afirma, pero no tanto por su contenido sino por dar voces hasta interrumpir abruptamente las sesión. La lógica del juez parece la propia de una sociedad madura y cansada: resulta más condenable armar griterío entre las bancadas de sus señorías que plantarles un topless reivindicativo en pleno escaño. Protestar con las tetas apuntando a la lente de la cámara no significa protestar más, pero sí conseguir un eco mediático que, a día de hoy, sigue funcionando. Quién lo hubiera dicho. La mamocracia es en nuestros días un lugar común que, como bien advierte el juez, se ha convertido ya en costumbre. Las mujeres exhiben sus tetas por motivos bien dispares: bajo el sol, para mostrar rebeldía, con deseos lúbricos o para amamantar a sus hijos. En las campañas de publicidad, en el cine, en las revistas que promueven un erotismo cool -como la resucitada Lui, dirigida por el escritor y provocador profesional Frédéric Beigbeder; o la barcelonesa Odiseo-, las modelos posan ante fotógrafos estrella en desnudos llamados “estéticos”, glamurosos o minimalistas. Eso ocurre en un dobladillo de la realidad, y por su intensidad como espectáculo predomina en el discurso público de los senos desinhibidos. Pero, en el otro extremo, entre la masa difusa de las vidas corrientes, en las que no hay asomo de exhibicionismo ni de bronca, muchos pechos corren otra suerte: en la Comunidad de Madrid, 30.000 mujeres no han podido someterse desde hace más de medio año a una mamografía preventiva. Asuntos de contratos con clínicas privadas. Recortes. Y como resultado, una dimisión del sistema en toda regla. La Sociedad Española de Oncología Médica ha anunciado su preocupación, y el PSOE pide abrir expediente, pero el caso es que esas 30.000 mujeres de entre los 50 y los 69 años -a partir de entonces te desahucian del protocolo de prevención- aguardan su cita con la máquina. “No respires, no te muevas”. Los pechos oprimidos entre planchas de acero. Una prueba sádica, dolorosa, y aun así salvadora y reconfortante. Cierto que no es lo mismo el amor que el sexo, ni el erotismo que la ginecología. Y que los pechos expectantes de una mamografía poco tienen que ver con los senos morbosamente felices de las revistas que ahora vuelven a los quioscos de la Rive Gauche ni con las tetas protestonas de Femen. En verdad son más noticiables, sí; pero no venden. (La Vanguardia)

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14 de octubre de 2013
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Madrid es un bache

En Madrid también se cierran panaderías. No las de barrio de toda la vida, esos pequeños colmados que combinan la baguette con las chucherías y la bollería industrial (que curiosa adjetivación que en cambio no se aplica a los frankfurt), sino aquellos establecimientos nacidos con el arranque del nuevo siglo, tan europeos, que nos enseñaron a recorrer medio mundo a través de las más diversas formas de amasar la harina o el centeno. El pan es lo que la ternura a la infancia en el reino de los alimentos. Señalaba Morris en ?El mono desnudo? que tenemos preferencia por la comida caliente porque simula ?la temperatura de la presa?, vinculándonos a nuestro pasado de animales de rapiña. También existe una razón dictada por ?la sabiduría del cuerpo?: los alimentos se calientan para ablandarlos. Pero, ¿por qué razón se calientan los blandos, y por qué sentimos tanto gusto masticando pan caliente? Acaso porque sabemos que es un placer fugitivo, que pronto se enfría. Mucho podría glosarse acerca de la mística del pan; también de la suerte de santuario en que se convierten algunas panaderías, y el reencuentro con la memoria del primer olor, ese acontecimiento de la infancia cuando se manda al niño, por primera vez, solo, a comprar el pan. En poco tiempo, en la calle Hortaleza, en General Oraa o junto al Paseo de la Habana han desaparecido los hornos donde se doraban los candeales, los de nueces, pasas o variadas semillas. Recuerdo que al llegar a esta ciudad, hace ya más de dieciséis años, me sorprendí de la escasez de tiendas gourmet, además de gimnasios decentes. En Barcelona siempre hubo hornos golosos, con casta, y luego cadenas de panaderías con dulce y salado, unas mejores que otras. ?El pan es uno de los productos mágicos con un precio asequible? dice Ferran Adrià en el libro ?Locos por el pan?. Madrid que reventó en los noventa con gimnasios, flag-ship stores y panaderías artesanas, celoso y a la vez admirado del esplendor de Barcelona, cada vez con mayor ambición y menos complejo. Hoy, la hegemonía del Paseo de Gracia contrasta con la soledad de las aceras de Ortega y Gasset mientras por primera vez no habrá festival de jazz en el otoño de la capital ?donde han actuado, en sus 29 años de historia, los más grandes? mientras que Esperanza Spalding actuará en el Palau. Una vez perdida la llave de los juegos olímpicos, con un pronunciado descenso del consumo, el tráfico aéreo y la oferta cultural, así como un sangrante recorte en la recogida de basuras, la ciudad pierde alegría, brillo y hornos de pan. ?Madrid es un bache? ?me dice un taxista (con permiso de Paul Johnson para utilizar este recurso un artículo)?: hay miles y no arreglan ninguno. Ni los de postín?. (La Vanguardia)

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9 de octubre de 2013
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Risa con espinas

Confieso que también sentí estupor al contemplar la risa de Rosario Porto, la madre de la niña asesinada en Santiago. Ese natural desenfado, provisto de la ligereza refrescante que muchos consiguen transmitir cuando sonríen… A primer golpe de vista parecía incluso una risa alegre. La escena, captada desde lejos y entre árboles, desprendía el halo de imagen furtiva, robada, lo que aún rubricaba más su ignominia. Porque en las películas sólo los malvados sonríen mientras la policía busca pistas del crimen de tu propia hija. La ficción, como estructura mental que ha organizado las reacciones humanas y nuestro imaginario colectivo -estereotipándolas de paso-, reescribe el guión del dolor con estilo noir. Reírse en medio del drama es un acto indecoroso, y a la vez desafiante. Y si esa risa nos llega a través del ojo de una cámara el juicio es inmediato. Porque bajo el impacto de la noticia del asesinato de una niña en el que los padres son detenidos como presuntos sospechosos, la división entre el bien y el mal está cantada. “Se trata de una risa social”, afirmaba el otro día una experta en semiótica, al tiempo que denotaba su percepción de la madre como una mujer experta en manejar la distancia social, acostumbrada a interactuar, incluso con los policías que la llevaban detenida. No en vano es abogada. Reírse. Es innegable el grado de ofensa que puede entrañar fuera de contexto. Su poder hiriente, el desprecio que supone en un marco de desgracia, cuando alrededor domina la conmoción. Puede que fuera la única sonrisa en 48 horas de Rosario Porto, o que se tratara de una reacción espontánea ante un comentario animoso. Incluso de un mecanismo de defensa. Da igual. En el crimen de Santiago ya se ha escrito la mitad de la sentencia con los antecedentes: hija adoptada, y superdotada, que a veces tomaba medicación fuerte, madre con crisis de ansiedad, separación de los padres, abuelos recién fallecidos, y mucho dinero, una copiosa herencia patrimonial. Y si le sumamos el retrato psicológico de una de las supuestas culpables, al veredicto le acompañan en nuestra mente redobles condenatorios. Es remarcable cómo hemos acostumbrado no sólo la mirada sino también el juicio a la edición de la realidad. En nuestra sociedad panóptica y sobreinformada, instagrameada, tuiteada y youtubeada en directo, sólo cuenta lo que se ve. A pesar de que la filosofía nos ha prevenido contra las apariencias, hoy somos capaces de invadir la intimidad, de conocer cada una de sus teclas, y de sacar conclusiones rápidas gracias a la fijación de una imagen. Mientras le rendimos culto de manera desesperada, aferrados a lo visible, una parte de la vida subterránea, insondable, inconsciente, sigue oculta. Y se nos hace excesivamente arduo enfrentarnos a ese “por qué” sin cámaras de por medio, como si la realidad fuera un largometraje en 3D. (La Vanguardia)

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7 de octubre de 2013
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Hablar por las uñas

¿Qué somos las mujeres sin manos? Sin los dedos que abrochan sujetadores, se colocan los pendientes con un gesto concentrado o hurgan en el fondo del bolso. Manos que extienden cremas hidratantes sobre la piel de sus hijos, que aún anudan corbatas o atusan cariñosamente el pelo de los maridos. Manos laboriosas que se entrelazan en el ancho páramo de la convivencia a esa hora en la que tanta falta hace tener otra cerca para sentirla dentro de la tuya. Hay mujeres que son auténticas virtuosas del arte de mover las manos. Algunas incluso hipnotizan con sus movimientos. Las extienden, agitan, repican las uñas en la mesa con golpecitos lentos y secos, las hacen girar como una mariposa o las abren en un gesto que viene a ser mitad súplica mitad ofrenda. En algunos países del sudeste asiático, el peso de la danza no se apoya en los pies sino en las manos, que van dibujando formas en el aire. Como las bailaoras de flamenco. Hubo un tiempo, a finales de los noventa, en que se pusieron de moda las clases de sevillanas en los gimnasios. A veces me quedaba mirándolas tras el cristal: señoras con el pelo mojado, embutidas en un traje de faralaes. Veinte mujeres, cuarenta manos y cuatrocientos dedos en tensión; muchas sensaciones emergían, pero todas ajenas al tacto. En casi todas las culturas, cuando una mujer se siente sobreexpuesta, le sobran las manos. No sabe dónde meterlas. Es un asunto particularmente visible en las fotos:te sobran, no sabes qué hacer con ellas. El auge del llamado ?nail art? en verdad representa una prótesis decorativa de gran sofisticación. ¿Por qué hoy las mujeres se pintan las uñas de azul o amarillo? Del rojo oscuro de Cleopatra a aquellos primeros colores sólidos que popularizó Eleanor Roosevelt, la moda de decorar las uñas se ha convertido en un nuevo ?nicho? de mercado. La carta de colores y filigranas, de esmaltes permanentes y brillos, se extiende en un catálogo infinito como si quisiera neutralizar las uñas mordidas, las manos agrietadas o los dedos retorcidos. A veces contemplo a aquellas que se acarician a sí mismas mientras esperan en un aeropuerto. Si son mujeres, prueben la diferencia de hacerlo con las uñas descuidadas o recién pintadas. Qué inexplicable sentimiento de eficacia aportan unas manos, como se dice, ?arregladas?. No en vano, el arreglo ha sido una circunstancia connatural de nuestra condición, un adjetivo que ha determinado dos categorías muy claras: mujeres arregladas y mujeres dejadas. En ambos casos, no puedo dejar asociarlas a un taller de reparación. Y es que en realidad, los esmaltes de uñas no son más que una composición refinada de la pintura de coches.

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2 de octubre de 2013
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Buscarse la vida en Marte

El show de la realidad en formato televisivo se ha convertido en un nuevo aguijón de subsistencia. Más allá de los cinco minutos de gloria y de la obsesión por la fama como activo -no tanto para sumar fortuna como para sedar vanidades y conseguir mesa en un restaurante-, hoy a través de los realities se consigue una profesión. A poder ser vocacional. Ahí está el llamado Project Runway -un concurso de diseñadores de moda gracias al cual el ganador puede financiar su colección-, los histriónicos Master chef o La voz, de donde se sale con la promesa de un luminoso futuro laboral y una campaña promocional gratuita. En Italia, RAI3 estrenará el próximo noviembre Masterpiece, un talent show para escritores que mezclará literatura y emociones, presumiblemente no a la manera de Bernard Pivot en su mítico Apostrophes, ni de nuestro Joaquín Soler Serrano y sus espléndidas conversaciones sobre literatura y vida, sino, supuestamente, de forma vistosa, comercial, “atractiva para el gran público”, como suele decirse. Escritores expuestos a la grasienta cotidianidad de la convivencia y convertidos en protagonistas de un exhibicionismo de primer orden: sus inseguridades, bloqueos, manías, sus euforias y rituales, la necesaria soledad del que alinea palabras para narrar una historia, pero sobre todo ese manojo incierto de celos, lágrimas y libidos alimentarán la parrilla televisiva a cambio de ver su nombre en la tapa de un libro. “A día de hoy, o te presentas a un reality o emigras”, me decía el otro día una joven que no ha conseguido adaptarse en Munich y que forma parte del casi medio millón de españoles que, según el INE, emigraron el año pasado (desde 2008 el número de jóvenes expatriados ha crecido un 41%). Buscarse la vida lejos como solución a la crisis, al desempleo o la precariedad y a la desesperación ha definido siempre los movimientos migratorios, incluso los de las aves. Desarraigo frente a supervivencia. Aunque cada vez más radical, como acaba de plantear una organización llamada Mars One que supera el formato del reality: se trata de emigrar para siempre a Marte. Hasta el momento han recibido más de 200.000 solicitudes, entre ellas casi 4.000 desde España. En 2023 un equipo convenientemente formado “se convertirá en el primer grupo de seres humanos que viajan a Marte para vivir allí el resto de sus vidas”, afirman sus promotores, que también dejan claro que el retorno es inviable económica y tecnológicamente. Y además, “tras un tiempo en Marte, el cuerpo no sería capaz de habituarse de nuevo a las condiciones gravitatorias de la Tierra”. I’m a stranger here myself, titulaba Odgen Nash uno de sus libros de poemas. Así nos vemos un poco más cada día, extraños para nosotros mismos, habitantes de la nada dispuestos incluso a plantar lechugas en Marte sin billete de vuelta. (La Vanguardia)

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30 de septiembre de 2013
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Obreras de la moda

De nuevo la pasarela. Esa adicción juvenil. Ese negocio monumental. La exaltación estética, aspiracional. Vuelve lo de siempre, la recreación del pasado con un barniz de novedad capaz de encender el deseo y reproducir en un lenguaje universal sus consignas a fin de capturar el aire del tiempo. “Los años se secan como hojas”, escribe el autor del momento, el recuperado John Salter, de moda como los pantalones al tobillo o las botas con tachuelas. Pero, mientras la prosa sin pedrería de Salter se lee como un descubrimiento, los diseños que estos días desfilan en las semanas de la moda -ahora, la de París- se exhiben como una evidencia. Ni teorías a lo Barthes ni poesía costurera en las crónicas. Lo que en verdad cotiza es la nomenclatura: las marcas, las tendencias y, muy especialmente, las modelos. Los rankings de las mejor pagadas se han convertido ya en un tópico, aunque siempre aparezcan en las páginas de cotilleo. Mientras se encumbra a las más famosas, tan indispensables para cualquier inauguración, campaña o reportaje, una legión de muchachas anónimas, algunas vulnerables muñecas de porcelana -como cantaba Serrat-, se visten y desvisten varias veces al día ante un director de casting que las escruta sin piedad. El 30%, según la organización Model Alliance, ha sufrido tocamientos o ha sido despedida por no perder dos kilos. La mayoría tiene entre 15 y 22 años y su mayor esfuerzo consiste en estar delgadas. Engordar un kilo significa una derrota. Las que llegan a las pasarelas internacionales representan un privilegiado 2%. Hay niñas de quince años a quienes un fotógrafo les pide que se desnuden. Una de ellas confesaba que se escondió en el baño a llorar, pero luego lo hizo, posó. A veces trabajan doce horas seguidas. Y no son pocas las que, a Dios gracias, reciben un traje y la cena como único salario. Los abusos sexuales siempre han acompañado a esta profesión sobre la que pesa la acusación de frivolidad, prebendas, objetualización del cuerpo y narcisismo. Vivir de la imagen, en verdad, tiene algo que ver con la prosa rasa de Salter: hay que asumir una actitud ganadora desde el primer momento. Pero la realidad esconde demasiadas historias sórdidas, y hablar de los derechos de las modelos parece un asunto muy diferente que el resto de reivindicaciones laborales. Garantizar los mismos derechos que amparan cualquier otro oficio es lo que pretenden asociaciones como Equity o Model Alliance: regular horarios, limitar la edad de las chicas para trabajar, controlar el mobbing y los abusos… Porque bajo las alfombras del glamur existe un sucio suburbio en el que se cometen auténticos atropellos contra las bellas obreras de la moda. (La Vanguardia)

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25 de septiembre de 2013
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La crisis, las abejas y el Papa

Hay datos concluyentes de que estrenamos una nueva era. Y no sólo por los archiconocidos argumentos de cambios de paradigma. Ocurren a diario transformaciones que nos mantienen en vilo, cada vez más habituados al sobresalto. Frente a la desconfianza de los cínicos que nunca han creído que los lazos de la fraternidad humana sean naturales, sino producto del interés común, aflora una nueva sensibilidad. O mejor dicho, una transformación ética que promueve otros baremos para medir el valor de lo tangible y lo intangible bajo unos criterios bien distintos a la lógica capitalista del sistema de precios. Hoy, incluso la supervivencia de las abejas se ve amenazada (gran tema que hace unas semanas publicaba Time en portada, alertando sobre el uso de pesticidas y sobre todo dibujando un mundo donde cada vez se plantan menos flores). Una excelente metáfora sobre estos tiempos la que planteaba la revista al aventurar que habrá que crear abejas robóticas porque la tercera parte de los alimentos humanos son polinizados por abejas, según la Wikipedia; y su labor representa quince mil millones de dólares de valor en los cultivos, según Time. Las alternativas para suplir lo que se extingue a menudo pasan por la deshumanización, como el polen de acero frente a los enjambres naturales que tantas veces han representado el trabajo en equipo y la organización de grupo. Las colmenas abandonadas a causa de la amenaza de los pesticidas simbolizan el éxodo, interior y exterior de una sociedad cada vez más empobrecida. No sólo la bancarrota de los estados provoca un cambio de actitud; una demanda casi histérica de protección se multiplica frente al desplome del Estado del bienestar: educación, sanidad, pensiones… Y parecen razones suficientes para neutralizar la sociofobia que ha permanecido en tantos discursos liberales. Lo analiza con hallazgos César Rendueles en Sociofobia. El cambio político en la era de la utopía digital. (Capitán Swing). “Un sistema económico basado en un arrogante desprecio por las condiciones materiales y sociales de la subsistencia humana está condenado a caer en un proceso autodestructivo cuya única finalidad es tratar infructuosamente de reproducirse”, afirma el autor. Las medidas urgentes que penalizan a la ciudadanía, ahora esos 33.000 millones de recortes en pensiones, evidencian de nuevo que los discursos sobre la austeridad son de cartón piedra, y que la dignidad es un valor perdido. Hubiera querido dedicar esta columna a las palabras sinceras, diferentes, revolucionarias, del papa Francisco. Al significado de los puentes que tiende para combatir las distancias sociales y las exclusiones. Y al final he escrito sobre abejas y sociofobias. Pero basta terminar con una frase suya que debería de convertirse en nuevo mandamiento universal: “No se puede hablar de la pobreza sin experimentarla”. (La Vanguardia)

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23 de septiembre de 2013
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Poderosos y psicópatas

El asunto de la personalidad siempre ha sido sumamente atractivo. No hay más que ver el ascendente que aún mantiene la astrología en las relaciones sociales, como si preguntar por el horóscopo en un primer encuentro fuera una manera popular de desvelar algunos rasgos del carácter -que curiosamente sus portadores, sean aries o virgo, suelen aceptar con agrado-. Melancólicos, coléricos, sanguíneos o flemáticos, en la clasificación de los cuatro temperamentos humanos que elaboró Hipócrates conocer al otro pasa por poder catalogar la pasta de la que está hecho. Aun sabiendo que una prolija colección de máscaras acompaña la presentación del individuo en sociedad, e incluso ante uno mismo. Los psicópatas, asegura Kevin Dutton, autor de La sabiduría de los psicópatas, abundan en las altas esferas y, de hecho, algunas de sus características son indispensables para ostentar el poder actuando bajo presión. Como el arte de pisotear a quien les tose sin que les tiemble el labio. Ni autocrítica, ni sentimiento de culpa, ni inseguridad; una capa de barniz es incapaz de oscurecer del todo la frialdad de su mirada esencial para tomar decisiones de gran calado. Pero no siempre es posible detectar la falta de empatía, el sentimiento de omnipotencia o la obsesión por el control como rasgos de personalidades psicópatas. ¿Requerimientos necesarios para inquebrantables mandatarios? Como Putin, amigo del sanguinario El Asad, convertido ahora en prohombre global por haber detenido una nueva guerra en Siria ganando por la mano en capacidad de liderazgo al propio Obama. ¿Recuerdan al Putin de Beslán, y la escuela que su ejército asedió para acabar con un comando de terroristas chechenos -y de paso con más de 170 niños-; o del teatro moscovita donde también se asfixiaron con los gases 129 rehenes inocentes? Por no citar a Litvinenko, Politkóvskaya o a su opositor, reciente candidato a la alcaldía de Moscú, Navalni, y otros adversarios políticos de este exagente del KGB. De la misma forma que escuchamos “un poco de ansiedad es buena”, tras la lectura del libro de Dutton uno se medio convence de que un punto de psicopatía también lo es en este mundo raro. Durante el curso de su investigación, el autor los ha conocido en todos los círculos y ámbitos de la vida, empezando por su padre. Y aparte de los Hannibal Lecter, también ha hallado “psicópatas que, lejos de devorar a la sociedad desde dentro, han servido, mediante una tranquila desenvoltura y tomando decisiones muy duras, para protegerla y enriquecerla”. Otro cosa sería su fiabilidad. Los que no son compasivos, ni dudan, ni tan siquiera sueñan, pueden cambiar el destino de un país, sí, con un rictus terrorífico. (La Vanguardia)

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18 de septiembre de 2013
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Uno de cada cinco

Hay historias de familia que se graban en la médula del ser como hierro caliente. Moldean ya no la personalidad o la conducta, sino algo que va más allá: llamémosle alma, inconsciente, disco duro. Perolos asuntos de familia no dan para demasiados titulares. Porque el ámbito privado ha merecido siempre una sagrada inviolabilidad, hasta que estalla en catarsis o se enquista para siempre. Este verano he leído algunos libros que por un lado paladean y por otro se enfangan en la edad de la inocencia. Desde ?El vino de la juventud? de John Fante, en el que recuerda su pálpito cuando halla en un baúl una foto de su madre, aún joven y bella pero ?en la cocina estaba mi madre, prisionera entre cazos y sartenes; una mujer que ya no era la encantadora mujer de la fotografía?; hasta el arrollador y adictivo ?Nada se opone a la noche?, en el que la prosa de Delphine de Vigan fondea en una compleja historia de familia que demuestra cómo el primer sabor a veces amargo de la infancia se adhiere, imperturbable, al resto de la vida. El discurso de los niños siempre ha sido secuestrado por los adultos. Nosotros le ponemos palabras, registramos sus simbologías, observamos sus proyecciones y buscamos el significado de sus lágrimas. Pero permanece oculta una realidad acerca de la cual ellos carecen de voz para que emerja, y que aún no forma parte del discurso de los adultos: la realidad de los abusos. Puede que este titular reciente sea menos nuevo de lo que imaginamos: ?el 90% de los abusos sexuales a menores son cometidos por miembros de la familia?, o este otro: ?uno de cada cinco niños es víctima de la violencia sexual, incluida la violación antes de los 18 años?. Lo difunde la campaña del Consejo de Europa contra la violencia sexual sobre niños, niñas y adolescentes puesta en marcha hace tres años. En España, a través de la FAPMI ?la Federación de Asociaciones para la Prevención del Maltrato infantil- se insta a los mayores a convertirse en agentes de prevención, y a concienciarnos de nuestro compromiso ante esa lacra mucho más apegada a la condición humana de lo que suponíamos. Desde denunciar una web nociva o bien educar previniendo y creando entornos poco intimidantes en base a una regla básica: ?los secretos buenos les hacen felices, los malos no?. Hasta bien entrada la democracia en España, a partir de los ochenta, no se empezó a adquirir conciencia de que los asuntos de malos tratos a mujeres en el domicilio conyugal tenían que ver con la violencia, y no con la pasión. Con el abuso de poder del más fuerte sobre el más débil. Y con el sometimiento propio de aquellos que confunden el amor con un perverso asunto de propiedades. En el caso de la violencia, y concretamente de la sexual contra los pequeños, la mala noticia es ése ?uno de cada cinco?, y la buena, que nuestra sociedad parece ya lo suficiente madura para afrontarlo sin más prórrogas.

(La Vanguardia)

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16 de septiembre de 2013
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El Boomeran(g)
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