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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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Memorioso y disfrutón

“La vida da muchas vueltas”, admite Miguel Arias Cañete en el minuto 36 de la entrevista como argumento para no juzgar los diversos modelos de familia. “Se trata de una realidad con la que tenemos que convivir y a la que tenemos que crearle los marcos jurídicos que permitan su mejor desarrollo. Yo prefiero una familia de corte tradicional en un entorno estable y ordenado. Todo el mundo tiene sus circunstancias, y la vida da muchas vueltas”. ¿Su vida ha dado muchas vueltas?, le pregunto. “La mía ha sido muy constante”, responde. ¿Lineal? “No, lineal no. Hubo una época de juventud más movida y traviesa, pero una vez decidí casarme, mi compromiso fue para siempre”. La recepción de la sede del PP en Génova tiene empaque de multinacional. Podría ser el vestíbulo de una empresa del Ibex 35, provista de un mostrador semicircular donde atienden unas muchachas que se toman muy en serio su trabajo. Cubículos acristalados y funcionales componen la mayor empresa política española, con 800.000 afiliados. En una pequeña sala de reuniones animada con un desayuno, Miguel Arias saluda con un “hola” alargando la “a”, una vocalización muy propia de la jet madrileña más risueña. Es fácil percibir el sello disfrutón en su entrecejo, su mirada expectante, a punto de la ocurrencia. Este hombre orondo y barbudo cuenta con la simpatía de limpiabotas, reyes árabes, marquesas del barrio de Salamanca, pescadores y productores de aceite. Y con la animadversión de quienes lo tildan de excesivo y rancio. Dispuesto, solvente, campechano, histriónico, y lo que tanta falta le hace al PP: guasón. “Yo propuse como eslogan: ‘Vota Cañete’. Es potente, ¿eh? pero no me dejaron… a mí me disfrazan de Papá Pitufo”. Miguel Arias Cañete ha sido el ministro mejor valorado del Gobierno. El que se zampó un yogur caducado o un pepito de ternera en plena crisis de las vacas locas, emulando el show de Fraga en Palomares; el que provoca regalando titulares costumbristas sobre nuestro vino o jamón. ¿Bonhomia? “Sí, cien kilos. Soy un perfecto ejemplo del fracaso de las dietas. Cuando hago cinta, miro las calorías que quemo para poder hacerle hueco a una cervecita”. Primera revelación: conserva a sus amigos del colegio casi en la edad de la jubilación, y siguen comiendo juntos los primeros viernes de cada mes. La segunda: conserva una memoria fotográfica y recuerda al detalle los primeros años de su vida. También su familia -casado con Micaela Domecq y Solís-Beaumont desde hace treinta y seis años, con la que tiene tres hijos- y su compromiso con el partido (en 1982 ya pertenecía a la ejecutiva nacional de Alianza Popular) continúan intactos. El suyo es el manual del buen conservador aunque afirma que su carrera política es el resultado de un cúmulo de casualidades, y de suerte. “De estar en el lugar oportuno el día oportuno”. De joven fue “trabajadorcísimo y cumplidor, con mi puntito simpático”. El primer rayo de sol de su vida lo conoció en Tetuán, donde vivió hasta los seis años ya que su padre ejercía de asesor jurídico del Alto Comisariado del Protectorado de Marruecos. “El haber convivido con otra cultura te hace más tolerante”. Y desgrana un sinfín de escenas: la tortilla de patata con arena en la playa del Rincón, las sandías que enfriaban en el mar… “De mi padre heredé el sentido del esfuerzo, que no te regalan nada en la vida; de mi madre, la tolerancia, la mano izquierda, el hacer familia”, añade. Cuando Rajoy perdió sus primeras elecciones presidenciales en el 2004 y la vieja guardia puso pies en polvorosa, tan solo él y Ana Pastor lo acompañaron en su travesía por el desierto. Aún y así “conserva” su sintonía con José María Aznar. Era difícil meterlo en campaña, pero ahí estaba la destreza de Cañete. “Hemos regresado a donde tu nos dejaste” le dijo pública y sentidamente a Aznar. Le repito estas palabras, pero las elude. Igual que evita analizar el éxito eurovisivo de la drag queen Conchita Wurst, y aunque cueste creerlo, afirma que no lo ha visto aún: “escucharé la canción sin ver la imagen para que no me influya”. ¿Prejuicioso? “No, yo respeto a todo el mundo”, insiste. El candidato del PP pide un café con “una gota de leche” arrastrando un ligero deje andaluz. Hedonista pero recto. Nunca le ha faltado de nada, acaso por ello ha antepuesto la vocación política al dinero. Dice que si preguntáramos a su mujer, nos diría que es un altruista y un estúpido, capaz de cerrar su despacho de abogado para darse al partido. No representa al núcleo más ideologizado del PP pero se declara, con la boca llena de croissant, un hombre de derechas con unos principios inamovibles: “pocos pero muy claritos, economía social de mercado, modelo liberal, defensa de la familia y unidad de España”. Lo peor que le ha pasado en la vida fue un accidente que sufrió junto a su esposa, en 1992. Él estuvo dos meses en el hospital; su mujer un año y medio. Le tocó procesar su culpa, “quedamos escachifollados -mejor pon descuajeringado que lo de follado suena regular-”. Al darles el alta, invitó a las 36 enfermeras que los atendieron a Estrasburgo. Cree en Dios y en la vida eterna. Y se lamenta de la supresión del limbo como lugar de paso. Sus frustraciones confesables guardan relación con el amor por los coches de carreras: “No haber participado en unos juegos olímpicos”, por ejemplo. Ahora, defiende estas elecciones europeas como brújula y faro. Y en cuanto a las utopías, más Cañete que Arias recurre a un sofisma del torero Manolete: “lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible”. (La Vanguardia)

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15 de mayo de 2014
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La barba de Conchita

Que Conchita Wurst (que en alemán significa salchicha o indiferencia) haya ganado el concurso televisivo decano en el mundo es todo un síntoma de cómo lo extraordinario acaba adueñándose de la realidad. Un hombre con cuerpo de mujer barbuda consigue levantar el trofeo de Eurovisión ante millones de espectadores que viven en un continente polvoriento a pesar de sus inmaculadas autopistas y sus surtidos de panes. Y que eso ocurra a las puertas de unas elecciones europeas, con una guerra civil latente en Ucrania (que, junto al enemigo ruso y Bielorrusia, ejerce una violenta intolerancia contra los homosexuales) redondea aún más el mensaje. Los austriacos, con serios problemas de ultras en su tejido social y una formulación de la belleza fijada por los frescos de Gustav Klimt, eligieron a Conchita su representante para la gala. Y no sólo por su voz, sobre todo por el mensaje. “Haz lo que quieras y sé quien quieras”, reza el lema de la artista, un personaje creado por el modelo homosexual Tom Neuwirth, que inventó a Conchita como respuesta a la discriminación homófoba que sufrió de chico. Con su triunfo, ha conseguido lo inaudito: resumir años de investigaciones y teorías acerca de las identidades nómadas. Una glamurosa estética contestataria al servicio del llamado tercer sexo. La mujer barbuda fue una de las atracciones de feria más humillantes de la tradición circense de los Barnum, Ringling Brothers y compañía para aquellas que además de ser pobres padecían hirsutismo. Hoy, el talle esbelto de Conchita, sus ademanes elegantes y su barba negra y recortada se hallan a años luz del escarnio, como el que provocaba la mujer que pintó José de Ribera: Magdalena Ventura de los Abruzos, que se dejaba crecer la barba desde hacía 15 años, y en el cuadro aparece con un bebé rollizo rozando su turgente pecho. Hoy, la rúbrica hipermoderna, la que exalta la moda andrógina en busca de lo diferente, la ha hallado -¡y de qué manera!- en el festival musical que empieza a derivar en una versión performativo-melódica del Cirque du Soleil. Eurovisión lo ha ganado un personaje ficticio. Así lo votaron los jurados, cuyas parrillas televisivas responden a un gran barullo populista y gritón empastado de realities en el que el vínculo entre sus personajes y la audiencia sustituye al santoral de antaño. Tampoco lo ha ganado únicamente la tolerancia. La apuesta disruptiva del festival planta cara a la decadencia del formato, y lejos de desaparecer -como la OTI- o conformarse con ser reliquia entre petarda y friqui, premia a una drag queen barbuda que canta con épica de superproducción americana. Ha ganado el espectáculo. Y la barba. (La Vanguardia)

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14 de mayo de 2014
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Un cordial saludo

De la misma forma en que la distancia marca el saludo, y no es lo mismo agitar el brazo desde lejos que una cortés inclinación de cabeza, ni estrecharse las manos que abrazarse al estilo postureo -esto es, palmoteando sonoramente la espalda-, la cultura marca el primer intercambio de miradas entre los seres humanos, determinando la predisposición y el grado de confianza que mediará en el tipo de roce de dos cuerpos. Desde darse la mano, un gesto tan antiguo como la humanidad; a veces blanda y sudorosa, otras puro hueso, clavándote el anillo hasta la tortura, hasta los dos besos, con barba, acné, maquillaje o sudor; besos esquinados que no saben adonde van. Pero en ellos prende la ilusión amistosa del contacto, además de la tradición que empuja y a pesar de lo innecesario que tantas veces resultan dos besos, acabamos complaciendo la escenificación social del hola o adiós. Porque eso, básicamente, es el saludo. “Un cordial saludo”, se remata en los e-mails como fórmula correcta, la justa distancia para graduar el adjetivo. Atento. Cordial. Afectuoso. “Un saludo” es más seco, de trámite, el mainstream del punto final en los correos y cartas. No tiene por qué ser borde, o desinteresado, venir a decir: “Tú no me interesas, sólo el asunto”, pero a muchos así se les antoja, y aunque no conozcan a su interlocutor se atreven con un contumaz beso o abrazo. Algo que los catalanes distribuyen a conciencia. Los hay que se refugian en el socorrido gracias: un respeto cercano y atento, un gesto de aproximación aunque aún quede por ver si habrá razón para agradecer algo. Pero luego vienen los autóctonos. El tan de bar de autopista “una encaixada”; el anglosajón y a la vez casteller “records”; la miga anarquista del “salut”. O el antifrástico “merci”. “Antifrástico porque tiene un efecto contrario al que pretende, causa rechazo”, me comenta la profesora Anna Caballé, a quien a menudo le voy con esos cuentos. Los catalanes son muy de merci. No tanto por el mercès como por el pegamento francés que quiso adornar costumbres. Afortunadamente, no llegaron los extenuantes tres besos galos, suficiente ya son los dos ósculos obstinados, salivados o rasposos. Beso, una palabra sonora, con belleza interior, más besos que petons, que parecen de juguete, y carecen de la solemnidad o la camaradería del abrazo, aunque abraçada remate mejor. Abrazos es la variante elegida por algunos plumillas. Y últimamente todo el mundo parece empeñado en desear que tengas un buen día, importando las cortesías yanquis. Pero hoy, a diferencia del tiempo epistolar, nos comunicamos infinidad de veces al día, y resulta absurdo repetir las formas del saludo, que acaban siendo emojis o fotos. Aun así, el insulso “un cordial saludo”, se escribe millones de veces al día, y en su propio vacío caemos en la cuenta de que no somos nadie. Un punto. (La Vanguardia)

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12 de mayo de 2014
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Glamour sin ?o?

Cuánto tiempo necesitará el ojo para acostumbrase a leer glamur sin sentir nostalgia de la o que se ha caído en la españolización de la palabra? Porque glamur no acaba de ser lo mismo que glamour, por mucho que se pretenda. Siempre me han gustado los arreglos castizos, ese deje umbraliano, a palabras importadas: desde restaurán y cruasán a dernieres. Acaso pronto leamos luc y cul en lugar de look y cool; y puede que nuevos palabros y onomatopeyas de uso común en las revistas femeninas (de girly a guau), por ejemplo, se clasifiquen como nuevas interjecciones. “Zapatero quería una chica joven y con glamur” ha confesado un resentido César Antonio Molina en su último canto de sirena sobre el papel de los maltratados intelectuales frente al poder. Cuando lo reemplazaron, se decía en Madrid que el exministro llevaba muy mal que su teléfono apenas sonara. La sensación de ser improductivo que tan bien me detalló hará un año Carme Chacón, al ocupar un discreto escaño tras haber bregado con militares de la vieja guardia, piratas somalíes y el avispero afgano. Han pasado cinco años del relevo de Molina, un asunto que a nadie le interesa hoy. Deberíamos felicitarnos de que los 44 tacos con los que llegó Ángeles González-Sinde al ministerio (más dos carreras, quince películas, varios cargos institucionales, etcétera) sean sinónimo de “mujer joven”. Y de que, como tantas ministras de ZP, haya dejado la política y ande embarcada en una premiada aventura literaria, sin abandonar el cine, y siga los avatares de esa expresión cultural que es la moda. En cuanto al glamur, aunque el ministro de cultura en la sombra, José María Lassalle, haya minimizado su importancia: “incluso sin glamur somos una de las potencias culturales”, declaró, España no será un país culturalmente exportable hasta que no logre un barniz de glamur sin parecer disfrazada para ir de boda. Vean sino el rédito que se le saca a la gala del MET neoyorquino cada año: Hollywood y Washington rendidos al descomunal motor de la belleza, al hipermoderno espectáculo de la alfombra roja que tanto deseo y negocio crea. La mismísima Michelle Obama elogió a su “buena amiga” Anna Wintour en la inauguración de una nueva ala del museo dedicada a la moda que lleva el nombre de la directora de Vogue. Su antecesora, Diana Vreeland, ahora interpretada por la gran Carme Elías, también ofició de árbitro del buen gusto en ese papel que, en EE.UU., Francia o Italia, conceden a las editoras de moda; el súmmum de la vacua frivolidad en nuestras orillas. Pero esa es otra historia. Si la elegancia es olvidar lo que uno lleva, el glamur consiste en alfombrarlo suavemente, con goce. No pudo ser Putin Al final, Aznar apareció en la foto. “El muerto viviente”, como le apodan algunos marianistas, reapareció en escena electoral a pesar de su enemistad encrespada con Rajoy. Porque tras la sucesión, éste no le dejó hacer de Putin ni él quiso hacer de Medvédev, y más después del 11-M. Pero Aznar no perdona ni olvida. En el reportaje de Jesús Rodríguez en El País Semanal, en varias líneas reveladoras, Aznar se reconocía a sí mismo como “un fino crítico artístico, un cultivado lector de poesía intimista y muy leído en historia”. Contaba haber logrado aprender inglés pasados los 50, fardaba de cuerpo de deportista de élite y de conferencias a 40.000 el bolo. A este paso, no me extrañaría que le pidiera clases a Martina Klein para aprender a sonreír. Al final, Aznar apareció en la foto. “El muerto viviente”, como le apodan algunos marianistas, reapareció en escena electoral a pesar de su enemistad encrespada con Rajoy. Porque tras la sucesión, éste no le dejó hacer de Putin ni él quiso hacer de Medvédev, y más después del 11-M. Pero Aznar no perdona ni olvida. En el reportaje de Jesús Rodríguez en El País Semanal, en varias líneas reveladoras, Aznar se reconocía a sí mismo como “un fino crítico artístico, un cultivado lector de poesía intimista y muy leído en historia”. Contaba haber logrado aprender inglés pasados los 50, fardaba de cuerpo de deportista de élite y de conferencias a 40.000 el bolo. A este paso, no me extrañaría que le pidiera clases a Martina Klein para aprender a sonreír. Enterrar el vestido Lewinsky convirtió la mancha en su traje en la llave forense que identificó el esperma de Clinton. Esas cosas feas nunca terminan bien. “Es hora de quemar la boina y enterrar el vestido azul”, ha declarado a Vanity Fair. La entrevista de Lewinsky no es sino la enésima constatación de que el pasado siempre acaba por volver. A Monica no le dan trabajo, asegura, porque está manchada con su historia. Nadie vería a una relaciones públicas o ejecutiva de cuentas, por ejemplo, sino a la mismísima Lewinsky, y probablemente después hicieran comentarios sobre su boca. ¿Qué empresario aguanta esto? Sólo la prensa y la política disponen de colchón para ella si hay titulares y la candidatura de Hillary sigue moviendo hilos. La feria de Marianne En mis años andaluces conocí un Sur que me subyugó con su arte, su aje y su poesía, y otro Sur que no aguantaba, con rebujito, bulla o folklore atronador. Me bastó con acercarme un día a las casetas para eludir su cita sine die, suficiente trago había sido quedarme atrapada toda una tarde de Semana Santa en medio de centenares de capuchas. Es asombroso cómo los sevillanos sacan la tradición de paseo, alzando los brazos y cimbreando la cintura todo el día. La Feria tiene ya, desde hace unos años, a su Marianne, esto es, la que mejor lleva el traje de flamenca, sin gafas de sol en el escote ni móvil en la manga. Ella es Lourdes Montes, amor de torero y lozanía de niña bien que se ha criado con sopas de picadillo y bofetadas de azahar. En Sevilla. (La Vanguardia)

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10 de mayo de 2014
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La pinchacondones

Hay un momento en que la adolescencia entra de nuevo por la puerta de casa, con sus mejillas encendidas, las cejas furiosas y un sudor feromonado. Algunos días llega con la sonrisa iluminada, el ensueño impresionando la mirada, y piensas: la habrá besado. O acaso le habrán dicho que es guapa. O puede que sólo imagine el día en que andará encima de los tacones que ha pedido para cuando cumpla los dieciséis. Pero otras tardes, los primeros pasos al cruzar el umbral truenan sordos, como aviso de que anda enrocada en un laberinto estéril de no-sé-qués capaces de hacer detestable la presencia materna. Los adolescentes a menudo emanan satisfacción, al igual que dudas, complejos, autorreproches, languideces y poca calma para mantener la alegría a pesar de los asaltos entregados, porque aún creen que el tiempo es una línea recta por la que se avanza y que invariablemente va mejor. Basta con dejarse ir suavemente. Negociar con ellos es un asunto fatigoso, pero también vitaminado: un acto de resistencia que te devuelve ese coraje juvenil que creímos invencible. Nunca convences a la primera, pero hay ideas que se posan en la mesilla de noche, junto al iPhone, y dos o tres días más tarde regresan amañadas con sus propias palabras. Aunque también hay noes, imprescindibles como el agua. El no a un adolescente es, para ellos, el dique que frena un poderoso deseo de elección, autoafirmación y libertad. Justo los valores que subliminalmente dice transmitir el comentado anuncio de Desigual con una chica que se prueba ropa delante del espejo y pincha condones. Un “grito a la liberación personal y al derecho a perseguir los sueños” según sus responsables, que se ponen la zancadilla al justificar que, sea como fuere, no pretenden “proponer patrones sociales de conducta”. Me parece muy bien que la chica que simula un bombo con un cojín reviente preservativos, como si quiere hacer globos con ellos. Pero ese anuncio de una marca que ha logrado un increíble éxito internacional, que visten muchos chavales en la edad del pavo, y que proclama con encantadora ingenuidad que “la vida es chula”, iba acompañado del rótulo: “Día de la madre”. Las cifras de embarazos infantiles no dejan de ser preocupantes: en el 2011 nacieron 3.289 niños de madres menores de 17 años en España, según datos del INE. Aunque no quiera ser ejemplar, ni proponer modelos de conducta, la publicidad no puede dimitir de sus responsabilidades. ¿Qué imagen de mujer se perpetúa con este spot? Como si hoy, para ser madre en solitario, se tuviera que recurrir a esos métodos tan rastreros que alientan al engaño y a la trampa, en lugar de recomendar una higiénica inseminación artificial. (La Vanguardia)

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7 de mayo de 2014
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La ministra y la abaya

La ministra de Fomento, Ana Pastor, no le hace ascos a la abaya, esa túnica negra, el sobre todo que cubre la vestimenta de las mujeres del golfo Pérsico. Ya la utilizó en su viaje a Abu Dabi, sin tratarse de una exigencia para las extranjeras, cuyo único imperativo consiste en tener sentido común y no vestirse como para salir de noche. En la segunda gira en busca de dinero fresco por la meca del petróleo, Pastor escogió un nuevo modelo de abaya para el encuentro con el rey de Bahréin -el lupanar del Golfo, donde muchos saudíes escapan a fin de dar rienda suelta a sus deseos más lujuriosos, además de beber alcohol sin restricciones-. El gesto de la ministra, digamos de cortesía o propio de buena aduladora -radicalmente distinto al de su homónima, que entrevistando a Ahmadineyad dejó caer su velo-, mereció el inesperado piropo del monarca insular. Los países ricos de Oriente Próximo aún resultan incógnitas para el occidental. Es difícil no caer en el tópico de parques temáticos sin hechizo urbano donde sólo se puede pasear por los zocos o los centros comerciales refrigerados cuyos trampantojos imitan una ciudad veneciana, y sus bóvedas, un cielo cambiante. A media tarde, cuando el visitante ya se ha adaptado al artificio, la luminotecnia comandada desde pantallas de iPad oscurece las nubes de un azul violento, como si fueran verdaderas. Entonces, el ir y venir de oscuras abayas va dejando tras de sí un rastro de perfume penetrante, el bakhoor. Del primer impulso de rechazo al contemplar cómo avanza una multitud de mujeres con sotana y bolsos de lujo, hasta que se es capaz de descifrar la complejidad de los mensajes de su vestimenta, hay un mundo. En diferentes visitas a esta zona he advertido un fenómeno sutil pero categórico: la microrrevolución de la abaya. En un principio todas eran negras, lisas y a ras de suelo; y su principal función, aparentemente, consistía en invisibilizar. Hoy, cada vez se acortan más, mostrando tobillos -ese objeto fetichista desde que, en Europa, las mujeres de principios del XX empezaran a subir a los tranvías- y tacones de diez o quince centímetros. Existen las abayas de crepé o chiffon, con juegos de transparencias tras las que se adivinan unas piernas desnudas, incluso la forma del glúteo; con encajes en las mangas, geometrías azules y doradas, al estilo de las que se venden en la tienda del bellísimo Museo Islámico de Doha, obra de Ieoh Ming Pei. Los nuevos diseños pujan por elogiar la diferencia y multiplicar el efecto de “entrever, insinuar y provocar lentamente”. Así me lo han confesado sus portadoras, sin pudor. Y en verdad, la acomodación estética de la mirada masculina acaba por exaltar esta pieza que aúna modestia y misterio, tornándose más compleja de lo que percibe nuestra visión eurocéntrica. Veamos si no ¿qué otro líder mundial hubiera lanzado un piropo por su atuendo, sea el que fuese, a la ministra Pastor? (La Vanguardia)

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5 de mayo de 2014
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Luchar contra gigantes

Madrid en efervescencia. La primavera dulcifica su deriva decadente, y aunque la zafiedad low cost intoxique las calles y el nuevo Zara de Serrano se convierta en atracción turística, el Jardín Botánico empieza a oler a rosas Adelaide d’Orléans recalentadas y lascivas. Bajarán los impuestos anuncia el PP, al tiempo que proclama que “la vida es chula”. El hashtag #EstoyMuyContento de Rajoy dobla el espinazo de la oposición, aturullada. La banca va bien, gracias; y los magnolios del jardín de Ana Patricia Botín se preparan para estallar de belleza recreando la vista de sus vecinos, que tienen que soportar sus máquinas cortacésped y aspirahojas cada día, invariablemente, a la hora de la siesta. Así son los ricos, viajando siempre y dejando sus propiedades al cuidado de una ruidosa brigada de mantenimiento. Madrid por fin ganará la Champions. Mou y Guardiola se quedan en interruptus. Para triunfar hay que creérselo, y el Atleti de Simeone representa la fuerza ascendente de los David del mundo, de los que trata Malcolm Gladwell en un ensayo subtitulado “el arte de luchar contra gigantes”. Su teoría: Mientras poder y prestigio pueden ser paralizantes, los débiles vencen, con más frecuencia de lo que pensamos, porque compensan fuerza con esfuerzo, e ingenio. Hace un par de meses me encontré en el puente aéreo con la novia de Carlo Ancelotti. Habíamos coincidido, sin conocernos, en el vuelo de ida, y en el de vuelta empezamos a hablar cuando un grosero pisoteó nuestro equipaje. Le pregunté a qué se dedicaba: “Soy la mujer de Ancelotti”, respondió en un perfecto castellano. Cuando era más joven, no entendía cómo una mujer preparada, atractiva, ingeniosa y con sentido del humor podía elegir la “profesión” de esposa o pareja de un hombre poderoso. En el caso de los Ancelotti, los paseos por el Retiro, la sensatez del técnico italiano y un inmaculado perfil en LinkedIn suavizan el asunto. Mucho más arriesgado es asumir ser la novia de Donald Sterling, hasta ahora dueño de Los Angeles Clippers, siendo, además, mexicana y llevando sangre afroamericana, y llamándote Maria Vanessa Pérez (dice que se puso V Stiviano para caer mejor). ¿Se imaginan que un señor, con el que presumiblemente te acuestas aunque te separe de él algo más de medio siglo, cuestione por qué te haces fotos con minorías? Minoría es una palabra bella, sonora, pequeña a pesar de sus cuatro sílabas. Las exquisitas minorías han levantado los cimientos del mundo. Incluso presiden los EE.UU.. Pero los planes de salud pública mental aún no han beneficiado a algunos ciudadanos con serios problemas de tolerancia. Los Sterlings del mundo permanecen en los brazos de geishas latinas que, tras insultarlas, les dicen suavemente: “¿Qué puedo hacer por ti, cariño?” . Ya va siendo hora de que midamos las responsabilidades femeninas acerca de la tan victimizada posición de la mujer en el mundo. Misterio popular Guarda mucho más misterio del que aparenta su vis cómica, su no-sé-qué capaz de empastarse de ingenio y entusiasmo popular. Paco León ha roto con lucidez la baraja de las distribuidoras, hasta el extremo de regalar las entradas a la première de su Carmina y amén. Más de 50.000 personas la vieron gratis en una campaña viral como pocas. Dirigir (a tu madre), a una matrona que derrama verdad y disparate; aguantar diez años en el personaje más popular de la serie que revela el surrealismo de calcetín de España; demostrar altura en el teatro y querer ser de mayor Concha Velasco, como declara en la revista ICON… sólo se puede sostener desde la inteligencia. Y desde el legítimo deseo de querer ser guapo. Nadie es perfecto “La coca es la droga performativa. Con la coca puedes hacer cualquier cosa. Antes de que te haga estallar el corazón, antes de que el cerebro se te haga papilla, antes de que el pene se te quede fláccido para siempre…” escribe Saviano en su Cero, cero, cero. Seguro que el alcalde de Toronto, Robert Ford, que ha abandonado su cargo temporalmente para rehabilitarse, lo suscribiría. Ford, de quien su sobrepeso sea probablemente tan preocupante como su adicción a las drogas y el alcohol, ha declarado con autoindulgencia que “nadie es perfecto”. Una pipa de crack en los altos mandos. No será la primera ni la última. ¿La lucha? Coincide con la autopsia de Peaches Geldof: sobredosis de heroína. No hay otra: educación, prevención y legalización. Pierde la apuesta Hay algo perversamente encantador en los comunicados de renuncia: “Tras seis años, el señor Clooney siente que es hora de retirarse como mensajero de la paz de la ONU”, anunció el portavoz de la ONU. Pero aún más compuestos son los de los abogados humanitarios: “Doughty Street Chambers desean lo mejor y felicitan a la Srta. Alamuddin y al Sr. George Clooney por su compromiso matrimonial”, difundió el bufete de la brillante letrada. El soltero de oro, que pulió su atractivo hasta encarnar el paradigma de guapo del siglo XX, anuncia que está dispuesto a perder la apuesta y se casa. Extenuados con su colección de novias, esperaremos pacientes -George es George- otro hallazgo como el que consiguió con Los idus de marzo.

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3 de mayo de 2014
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La soportable levedad

Vivimos tiempos de cambio de formatos. O mejor dicho, de adelgazamiento, recorte y levedad. De los libros cortos a las cenas frugales, lo mini -nano incluso- y lo light han catapultado su reinado. Queda descatalogado lo exhaustivo, lo latoso y lo fatigoso. El arte de la inmediatez exige ritmo y tijera; escapar de lo prolijo en favor de la transparencia es un imperativo que se cuela en todos los medios y registros. Mensajes sutilísimos amparados en la cultura de las app demuestran cómo el mundo se apoya en entidades invisibles: del genoma a los bits sin peso, la nube o el bitcoin. La inmensidad de la red, donde no hay límites de extensión, choca con esta nueva noción de la materialidad escuchimizada. Aunque lo ostentoso pierde fuelle mientras lo ingrávido cotiza. Tiempos donde se declaran nuevas y livianas adicciones. A las series, por ejemplo, aceptando la cantinela que venimos escuchando desde hace algunos años, mitad por verdadera, mitad por repetida, de que la ficción televisiva -la fórmula gafapasta para decir “las series de televisión”- ha superado al cine en calidad y originalidad. Al cine de Hollywood, claro, porque no deberíamos olvidar que hay cine -y de gran calidad- más allá de las palmeras californianas. En la oficina, en los periódicos, en las reuniones de amigo, todo el mundo habla de ellas, tanto que el término spoiler (literalmente el que arruina algo, en este caso revelando vericuetos de la trama) se ha convertido en uno de esos insoportables neologismos à la mode. La levedad es el ideal: de las colas de la burocracia a los expedientes on line, de las comilonas de antaño a las sojas, quinoas y alimentos bio, de las botas de cowboy a los zapatos con cápsulas de aire, o “zapatos que respiran”, reza una marca, pretendiendo alcanzar el sueño de poner alas en los pies. La materia voluminosa cae en picado en la nueva cotidianidad, y algunos tejidos ligeros, como el cachemir, se convierten en el auténtico must del llamado lujo experiencial. Adscritas a la tendencia micro -de microrrelatos a micropigmentaciones-, marcas y tiendas presentan sus llamadas colecciones “cápsula”, y las novelas lacónicas nos recubren de feliz eficacia (empezar y acabar rápido). Todos queremos pesar menos, andar como si fuéramos descalzos y liberarnos de cargas. “Existe una levedad del pensar, así como todos sabemos que existe una levedad de lo frívolo; más aún, la levedad del pensar puede hacernos parecer pesada y opaca la frivolidad”, escribía Italo Calvino acotando bien la noción de lo espeso. Y así es: bien sabemos que la levedad y la ligereza resultan insoportables cuando son triviales en lugar de sublimes.

(La Vanguardia)

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30 de abril de 2014
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La influencia de un culo poderoso

Sus furiosas caderas que rasgan el aire. La firmeza en la mirada, la salacidad en los labios. Y una melena afro como bandera ondeante de una lucha antigua: los años difíciles del padre en Alabama, el tiempo en que la madre no podía tomar asiento en la parte delantera del autobús. A los seis años, Beyoncé Knowles cobraba 5 dólares a los amigos de la familia que querían verla cantar; la peluquería de la madre fue su primer local de ensayo. Y ahora, con 32, la amiga íntima de los Obama, el modelo para Sheryl Sandberg -una de las jefazas de Facebook-, y la artista mejor pagada del planeta, ocupa el número uno de la lista de las 100 personalidades más influyentes del mundo para la revista Time. El primer análisis es previsible: tanto sufrimiento a lo largo y ancho del planeta en la lucha de millones de mujeres y eligen a una popstar que se planta en el escenario con body, tacones y medio trasero al aire, razonarán algunos. Vale que rompió barreras con el primer grupo de R&B femenino competitivo, Destiny’s Child, cuyo nombre fue elegido por su madre, Tina Knowles, que lo sacó de la Biblia: su hija sería hija de un destino superior. Y también es evidente que, desde entonces, la joven de piel lustrosa ha peleado con denuedo la hegemonía masculina, número uno tras número uno y portada tras portada. Incluso logró que se acuñara una palabra en el Oxford Dictionary: bootylicious (culo delicioso), título de una de sus canciones. Pero, ¿son esos méritos suficientes para que se la coloque por delante del papa Francisco, Angela Merkel, Hillary Clinton, Jeff Bezos o el propio Obama? “Mi tarea es la de empoderar a las mujeres”, ha declarado en varias ocasiones. Y es cierto que sus alianzas con otras mujeres poderosas, sus campañas en favor de la igualdad o la llamada a la acción, reconvirtiendo la mala leche de las angry black women en orgulloso contoneo, han calado hondo entre millones de seguidores. Beyoncé es un símbolo de la cultura pop de los años 10. De una época pobre en mitos y gurús, en la que los líderes están llamados a remangarse y renunciar al coche oficial. Pero, sobre todo, unos tiempos atontados en los que la energía es uno de los bienes más escasos. Por ello, el huracán Beyoncé, que parece extremadamente madura en las entrevistas y que abandera con sus curvas el orgullo femenino, replantea las formas -no tanto el fondo- de la conciencia de ocupar un lugar -y qué lugar- en el mundo global. Ella tiene ya su portada triunfal en Time. Lo que, a pesar de que los críticos se amohínen ante su triunfo, refleja qué entendemos hoy por carisma quienes habitamos en este cambio de paradigma, como tan bien explica en Limbo el escritor Agustín Fernández-Mallo: “El limbo es ese lugar en el que nos hallamos todos los humanos en espera de algo, aunque no sepamos qué es. Con una mirada extraña y desenfocada”. Y vaya si Beyoncé la enfoca. (La Vanguardia)

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28 de abril de 2014
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Normales no, gracias

Normcore se denomina la tendencia emergente -o mejor dicho la no-tendencia- que refleja un creciente sentimiento antimoda, esto es: ser normal. Tengo serios problemas con este adjetivo cuando se utiliza fuera de contexto. De una “analítica normal” a una “persona normal” -que así es como muchos acaban definiendo al asesino que vivía en su escalera- hay un salto gigante, el mismo que media entre lo objetivo y lo subjetivo. Ocurre algo parecido con la muletilla “correcto”, en lugar del rotundo “sí”. Porque si el mundo fuera solo de los normales y correctos, sosos y anodinos, sin lugar para los arriesgados, excéntricos, neuróticos y visionarios, acaso no hubiéramos pasado de la edad del hierro. No vale resguardarse en la cautela y la mesura, sin la energía para cambiar lo inservible, experimentar, crear, incluso equivocarse, aunque la prudencia sea un grado. En el panorama literario, y fuera del universo superventas, triunfan las antítesis de “lo normal”. Ahí está ese fenómeno que nos ha enmudecido con su descarnada historia y su magnífica prosa: desde Noruega, Karl Ove Knausgard, en cuya mirada no se disimula tormento, testosterona, ni un poblado mundo interior, ha sacudido la impostura (y de paso a la crítica) con Mi lucha, el relato de su vida a cinco años de cumplir los 50. Seis novelas, 400.000 ejemplares vendidos en su país. La honestidad del relato, y su capacidad para apresar el diálogo interior, así como los ritos de pasaje, convierten a Knausgard en un nuevo deseado para legiones de lectores y también de mujeres que aún colman su imaginario de hombres intensos, difíciles y atormentados, en un doloroso masoquismo del cual difícilmente pueden abstraerse. Entre los literatos siempre ha habido perlas de intensidad: el engolado Henry-Lévy, el magnético Carrère, el libertino Beigbeder, el afilado Martin Amis o nuestro Ray Loriga. Diferente, polémico, atractivo y bebedor, con su Héroes arrastró a toda una generación que alargamos la adolescencia hasta extremos insospechados. Su foto ocupaba la portada: media melena, anillos, tatuajes y mirada desafiante, inaugurando el realismo sucio hispano. Una nueva forma de contar el mundo, un malditismo chic, con rock y tragos largos. Hasta que empezó a pagar colegios. Y dejó las drogas. Aunque el delirio de un camello convertido en tiburón estructura su última novela, Za Za, emperador de Ibiza, recibida, tras ocho años de silencio, con expectación y aplauso: “Sí, he perdido miedo. No me han matado, aunque me hayan dado mucho. Y eso es vital para seguir escribiendo”. La antinormalidad es más tendencia que el normcore. Pero cuidado: del deseo al tedio, ni el vuelo de un pájaro. ‘Avant la lettre’ “Regía mi vida por las reuniones del periódico, desde la primera a la del cierre; 34 años… He cambiado el ritmo de las mareas”. Así se expresaba en la fiesta de La Vanguardia el periodista más parecido a Ciudadano Kane que ha dado este país; el audaz, inteligente, perverso ínclito y cuantos adjetivos se antojen, Pedro ‘Jota’. Sorprendía verlo como “autor”, aunque La desventura de la libertad (La Esfera) sea su decimotercer libro. Ahora tiene otro brillo en la mirada, y el halo de venerabilidad que inviste a un exdirector con cartas en la manga. Recuerdo una cena en su casa, con Jaume Matas, Espe y Aute, sentados en sillas de lunas, corazones y margaritas de Ágatha Ruiz de la Prada. Osado dadaísmo, venenosa nostalgia. La estirpe Clinton El producto de las dos marcas personales más potentes del mundo, Bill y Hillary, ha anunciado la continuidad de la dinastía Clinton con su reciente embarazo, al tiempo que asume el mando en la fundación familiar. Aquella niña de piel gruesa (como ella misma reconoce en su cruzada contra los azúcares en los comedores escolares) ha abandonado los rizos por la queratina. También ha anunciado que no tiene ninguna duda: su hijo vivirá en un mundo comandado por jóvenes líderes femeninas. Superado el fiasco como comentarista política en la NBC, su carrera en el ámbito público despega: primero la campaña ‘Hillary for president 2016′, y quién sabe cuatro años más tarde… “Chelsea sabe más de todo que nosotros”, ha sentenciado Bill. Viernes milagro ¿Por qué la mayoría de mujeres, después de parir, habitamos un cuerpo extraño durante meses y las chicas del couché, como Elsa Pataky o Eugenia Silva, emergen de la maternidad como del programa operación bikini? Divina naturaleza que discrimina entre el postparto de matrona y el de sílfide. No es el caso, pero los más insidiosos aseguran que existe una práctica común en los partos de las más bellas: en camilla, pasan automáticamente de un quirófano a otro para aspirarles los sobrantes. Programamos los partos agenda en mano, idealizamos la maternidad como un cuento de hadas y nos exigimos recuperar la figura como si trabajáramos en un cabaret. Loco mundo absorto en lo accesorio en vez de arrodillarse ante la ternura. (La Vanguardia)

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26 de abril de 2014
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El Boomeran(g)
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