Los fans de Agatha Christie acudieron el pasado mes de septiembre en peregrinación a Torquay, al suroeste de Inglaterra, la ciudad costera donde nació hace 125 años la reina del misterio. Pocos cultos son comparables al que se le profesa a esta mujer que tras la placidez de un moño ordenado y una corpulencia domeñada por un traje chaqueta de sufragista sigue siendo la mayor best seller de todos los tiempos ?sólo superada en ediciones por la Biblia y Shakespeare?. Avezada viajera, amante de los cruceros de lujo y de los vagones del Orient Express, también resultó una investigadora obsesiva con formación química y años de laboratorio. Sus voluntariados en el hospital de Torquay y la farmacia del University College de Londres durante las dos guerras mundiales la familiarizaron de tal manera con el fósforo y el cianuro que años más tarde fue admirada por la comunidad científica debido a la exactitud de sus fórmulas. Aunque ha sido enmarcada entre los tejedores de misterios intuitivos, junto a Chesterton o Conan Doyle, más preocupados por el ambiente y los personajes que por la exactitud de los mecanismos, tendía pistas con mesura y audacia para que sus lectores pudieran resolver el misterio al tiempo que sus propios personajes. Algo que no ocurrió en su biografía, donde figuran unos puntos suspensivos que nunca se acabaron de cerrar. La experiencia está llena de giros que oscilan entre el infortunio y la suerte, el abandono y la gloria, y así le ocurrió a la prolífica autora aquella noche del 3 de diciembre de 1926 en la que su automóvil ?que palabra tan antigua parece? apareció abandonado junto al lago de Newlands Corner. Su abrigo de pieles tendido en el asiento del copiloto, el equipaje en el maletero y alguna pequeña mancha de sangre hicieron temer lo peor. La inexplicable desaparición provocó gran conmoción en la opinión pública. Más de mil policías, quince mil voluntarios y varios aviones rastrearon palmo a palmo la zona donde desapareció. Once días después era identificada como una huésped del Swan Hydropathic Hotel en Harrogate, un balneario donde se había registrado bajo el nombre de Teresa Neele. La escritora, que después alegaría una extraña amnesia, afirmó no reconocerse en las fotos que publicaba la prensa y tampoco fue capaz de identificar a su marido cuando llegó a su encuentro. Nunca explicó nada de lo que le sucedió en esos once vaporosos días. Hay quienes vieron el episodio como una suerte de venganza contra su marido Archibald, tras conocerse que pocos días antes de desaparecer le había confesado su amor por otra mujer, Nancy Neele ?el mismo apellido que utilizó en su rocambolesca aventura?, y pedido el divorcio. Unos dijeron que quería avergonzarle públicamente, otros afirmaron que trató de hacerle parecer culpable de su desaparición, como si de una de sus novelas se tratase. También hubo quienes, a costa del inmenso éxito de El asesinato de Rogelio Ackroyd, denunciaron una sofisticada campaña publicitaria. Incluso algún biógrafo ha tratado de demostrar que sufrió un padecimiento psicológico denominado ?estado de fuga? ante el shock de la infidelidad. Dos años después Agatha encontró al hombre de su vida, egiptólogo, Max Mallowan, con el que fue feliz? e incluso se afirma que dijo aquello que se non è vero, è ben trovato: para ser feliz cásate con un arqueólogo, cuanto más vieja te hagas, más encantadora te encontrará. Portentosa figura que, aún a día de hoy, mantiene la cabeza bien alta en las librerías y los anaqueles de mujeres ?pocas? que murieron exitosas, ricas y felices. Vuelta al sofá / Renée Zellweger Pero, ¿quién echaba de menos a Bridget Jones? Esa caricatura que se vendió como ?posfeminismo? y encarnó la crisis de las treintañeras a las que no les valía el éxito profesional si no triunfaban en el amor. Inseguras a pesar de sus cualidades, torpes, siempre a dieta, inmaduras y dependientes con los afectos. Helen Fielding se forró con el género chick lit, una mezcla de glamour y mala leche. Ahora, en su comeback, la tuneada Renée Zellweger demostrará si Bridget ha cambiado también. A lo Botticelli / Maria Grazia Chiruri Sobrevivir a Valentino, el modisto que enfundó en rojo a la mismísima alfombra roja, el modisto de realezas y prime donne, parecía un ejercicio ocioso. Pero quienes asumieron la dirección creativa de la firma en el 2008, Maria Grazia Chiruri y Pier Paolo Piccioli, se han erigido en virtuosos de la moda. Su último desfile parisino, inspirado en África, levantó aplausos y silencios admirativos. Esculpen una hiperfeminidad refinada: una especie de Botticelli en el café Costes. Adiós en ‘noir’ / Henning Mankell Cuando la editorial Tusquets nos descubrió al inspector Wallander los países nórdicos solo eran ejemplares en diseño y políticas sociales. Sin embargo, con cada nueva novela de Mankell, Suecia y noir se convertían en sinónimos. En el 2014 le diagnosticaron un tumor pulmonar con metástasis vertebral. ?Moriré de esta enfermedad?, dijo, y así ha sido. Se ha ido tan negro como siempre: bromeando acerca de que la vértebra delatora de su mal es la misma que se rompe cuando te ahorcan. (La Vanguardia)
No hay nada como una boda gay para soltar los demonios. Un paraíso habitado por la alegría de camisa abierta y caderas excitadas. Es asombrosa esa iconografía festiva con la que rinden tributo a lo hortera consiguiendo revertirlo. Porque ante todo prevalece el amor universal que descorchan cuando están en su salsa, borrando siglos de crueles persecuciones, de estigmas, de bulling, de baladas de la cárcel de Reading? De hipocresía y silencio. Por supuesto que persiste un sanbenito del gay divertido, igual que les ocurre a los andaluces: como si levantaran de la cama con la guitarra y los lunares puestos. Homosexuales taciturnos, melancólicos o aburridos los ha habido y los habrá siempre, como sevillanos deprimidos. Pero la gozosa desinhibición gay a menudo rompe muros de contención, y se contagia. Bien lo sabía Miquel Iceta cuando protagonizó el momento más “Priscilla, reina del desierto” de la campaña catalana haciendo temblar el entarimado con el “Don´t Stop Me Now” de Queen. Me confesó que le entró el subidón. Que se dejó ir, con la rumba suficiente en el cuerpo para no poder dejar de moverse, sorprendiendo a un Pedro Sánchez cuya transgresión frente a las cámaras incluye algún gin tonic y poco más. ?El listón está tan bajo que te sacan bailando en un mitin y haces el momento estelar de la campaña? comentaban en las redes. Nadie discute que el matrimonio gay, gracias al gobierno de Zapatero, es una realidad consumada, y un modelo de éxito que está siendo copiado en todo el mundo, barriendo un espantoso ridículo que ha confundido el amor con los pantalones y la dignidad humana con la identidad sexual. Hace unos días me encontré con Jesús, el viudo de Pedro Zerolo, y lo recordamos de la manera que se hace con aquellos que pasaron cerca nuestro como un ángel. Al despedirnos me dio su teléfono: “Jesús de Zerolo”, me dijo. Así se escribe la historia en minúsculas. Y luego están las escenificaciones. Que a veces resultan imprescindibles para exorcizar fantasmas recalcitrantes. Como el alegato de la historia del movimiento gay que por fin ha hecho suyo el PP, y su presidente, Mariano Rajoy, en la boda de Javier Maroto. Una nueva etapa. Un callar bocas. Un puñado de votos. Muchos hemos sido los ciudadanos que no hemos dejado de lamentar cuántas fatigas nos hubiéramos ahorrado si Javier Maroto y su ya marido se hubieran casado antes. Si hubieran anticipado unos años su fiesta eurovisiva, enfebrecida con el “Building Bridges” de Conchita Wurst, los clásicos de Abba, e incluso el “La, la, la” de la Masielona; la demostración de una realidad por fin aceptada por la derecha mainstream. Que en los medios sigan apareciendo listados de políticos gays, indica que aún hablamos de excepción. Pero su visibilidad, la tan manida salida del armario, ha conseguido su efecto benefactor. El último es Eric Fanning, homosexual declarado que ha sido nombrado por Obama como jefe del Ejército de Tierra de los EEUU; ahí es nada. La política no debería de dimitir de estos compromisos pendientes con la sociedad. Aunque en el caso de las lesbianas los armarios siguen llenos. ?Cada cual debe manifestarse como es. Y si está normalizado que, directa o indirectamente, las mujeres y hombres que se dedican a la política se manifiestan como heterosexuales, igual derecho tenemos los homosexuales, transexuales y bisexuales?, sostenía Zerolo. La ovación cerrada al matrimonio, y a la realidad homosexual, en la España de hoy se debe al activismo de hombres y mujeres resistentes a los prejuicios y a favor de la igualdad en todas sus variantes. Como Pedro Zerolo, pionero en la lucha, que sonreiría con su bondad universal al ver a Rajoy bailando la conga con el “YMCA”. (Icon)

Estimado lector, si aún no ha desayunado le invito a que posponga esta lectura para más tarde: nada más lejos de mi intención que arrebatarle la suavidad de la mañana con asuntos proclives al sobresalto. Ayer me llamaron los amigos de La ventana de la Ser, Carles Francino acompañado por Álex Grijelmo y Benjamín Prado, para debatir en antena sobre las razones por las que los hombres son tan caros de ver completamente desnudos en la pantalla. De primeras llegamos a ese callejón sin salida que lo aglutina todo: el machismo, cuyas víctimas colaterales también son ellos. Pero, además, que sólo siete de cada cien directores de cine sean mujeres tiene mucho que ver: una herencia de casi 120 años de miradas masculinas ha deformado nuestra visión de lo erótico imponiendo el punto de vista del hombre. A lo largo de la historia, de la rotundidad de las venus primitivas al abuso del cuerpo desnudo como refuerzo del talento, el concepto estético de la belleza ha sido escenificado por mujeres. Recuerdo con qué grandilocuencia algunas actrices anunciaban aquello de que se desnudarían ?siempre que lo exija el guión?, y así los libretos, más forzados que nunca, corrían a extenderles alfombras a sus deshabillés. Pero, a estas alturas de la liberación universal ¿dónde están los penes? ¿Por qué el cuerpo de la mujer se muestra sin remilgos y el desnudo frontal de los varones puede llegar a ser considerado, como dijo Sam Taylor-Wood, la directora de Cincuenta sombras de Grey, como algo ?asqueroso?? Por supuesto que hay desnudos puros, estéticos y libidinosos, también los hay grotescos: los que suelen mostrar los Full Monty de turno, culos peludos tratados con socarronería y desplante, como si la belleza masculina fuera también tabú para ellos. Un pequeño diálogo entre Gilbert & George lo ilustra a la perfección: ?Es raro: una mujer desnuda es hermosa; dos mujeres desnudas, muy interesante; pero dos hombres desnudos? uno es un estudio del cuerpo masculino; más de uno… Bueno, eso es ya algo serio?. A Francino y compañía les recordé uno de mis primeros aprendizajes como directora de revistas: ?Sexo sí, pero sin pelo?, me inculcaron unas editoras francesas, marcando el límite de lo conveniente en las partes despobladas de vello. Claro que hoy esta máxima no funcionaría, cuando la depilación genital se ha convertido en un mantra estético y erótico. En cambio, permanece el gran tabú ?a excepción de películas dirigidas por cineastas homosexuales, desde Pasolini hasta Almodóvar, o Steve McQueen y su generosa Shame? del desnudo integral masculino, como si el de las mujeres fuera puro erotismo y el de los hombres pornografía dura. (La Vanguardia)

“¿No te dolió??, le pregunté a Ana Saiz, una joven y talentosa ilustradora a quien nunca había visto en shorts, bajo los cuales asomaba un florido tatuaje que ocupaba medio muslo. ?Es una especie de dolor estimulante, retador?, me dijo. Igual que ocurre con los tacones de aguja, puede más el deseo de elevarse con ellos que su tortura; son pequeñas pruebas del azote que nos hace transgredir delicadamente. Nos encontrábamos en las Conversaciones Literarias de Formentor, junto a un grupo de escritores, editores y periodistas mezclados hábilmente por el factótum del encuentro, Basilio Baltasar. El asunto que tratar era la maldad en la literatura en sus diversas facetas y roces: de la crueldad al espanto, de la perfidia a la infamia y el desprecio. Puro masoquismo el que se planteaba: hablar en uno de los paisajes más cotizados del Mediterráneo de cráneos de bebé estampados contra las rocas o de las torres aquel 11-S convertidas en una visión hipnótica, como subrayó la pynchoniana Marta Fernández. O la destrucción del amor ?desde la representación del amor mismo?, la razón de vivir de Valmont y la marquesa de Las amistades peligrosas que desglosó José Carlos Llop. ?En el interior de cada uno de nosotros hay una ventana que da al infierno?, aseguró Sònia Hernández, autora de Los Pissimboni. Porque la literatura condensa los encuentros del artista con el diablo y coloniza un espacio cedido para el mal, hasta el extremo de convertirlo en pedagogía. Qué lectura tan penetrante hizo Justo Navarro de los relatos de los Grimm, cuyas terribles historias obedecen la lógica de que los cuentos de hadas fueron el hogar de la ley, atribuyendo a la literatura un valor legislativo. ?Pero la ley tiene un poder de persuasión del que carece la literatura?, aseguró el poeta. Aún y así influye en la vida. ?La obligación del creador puro es entrar en el abismo con los ojos abiertos?, dijo Eduardo Lago citando a Bolaño. Y habló de Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, y de cómo quiso volver a esa vieja lectura que le cambió la vida como un ejercicio misterioso; una historia de soledad delirante en que ?la emoción no necesita apoyarse en palabras?. La rebelión del mal contra el bien sigue perturbando a la humanidad fuera de los libros. Asistimos cada día a una ración de crueldad televisada, y aun así no le ponemos rostro al mal. Por eso nos quedamos embobados ante las imágenes de los criminales que difunde la policía, intentando atisbar algún indicio de corrosión en su mirada. También somos capaces de asustarnos de nosotros mismos al aceptar la injusticia, la tortura y la excitación de adentrarse en las tinieblas. A indagar en el mal. ?Cuando el infierno y el cielo son lo mismo?, como señaló Victoria Cirlot en su magistral lectura de Cumbres borrascosas. Porque otra de las múltiples ventajas de la literatura es que nos sirve en bandeja la batalla del ser humano para acallar sus demonios. (La Vanguardia)

No se ha repetido una voz como la suya. Glacial. Lineal. ?Un ordenador IBM con el acento de la Garbo?, la definía el Popism de Warhol. ?Ahí estaba su grave y diáfano contralto, sin rastros de vibralto, perfectamente ajustado en el tono. Era una profesional de los pies a la cabeza?, en palabras de su biógrafo Richard Witts, quien asistió atónito a una actuación en la BBC donde todos los demás invitados recurrían al play back menos ella: la yonqui, la punki, la mentirosa compulsiva, la Miss Pop 1966, la Dietrich de la Velvet Undeground: Nico. Cómo nos fascinaba en los ochenta cuando cantó en Madrid, un año antes de morir, ataviada de melancolía pero capaz de mantener el efecto hipnótico de su voz. Como buenos veinteañeros, permanecíamos ajenos a sus pies descalzos y a su retorcida maternidad: cuando a su hijo Ari, nacido de una relación con Alain Delon, le dolían los dientes, ella le pasaba un dedo untado de heroína. Años más tarde, él confesó: ?Mi madre me ayudaba a pincharme heroína y compartíamos las agujas?. A Nico le gustaba decir que era una superviviente: convivió con el caballo hasta los cuarenta y nueve años, a diferencia de sus amantes Jim Morrison o Brian Jones. Fue una compositora que trabajaba con el lirismo, singularísima, pero en vida se la trató como a una yonqui que se había tirado a una buena pandilla de estrellas. También fue un icono para la moda: ?Sencillo significa elegante y dramático, que son buenos cimientos?, dijo en una entrevista. Estos días suena de nuevo una de sus canciones míticas, Sunday morning. La trae un anuncio de H&M, con una parejita entre folk y rock, versionada con azúcar y resucitando aquel flower power que ella trataba con sarcasmo. Nada que ver con la heladora profundidad de Nico. Se cumplen este año 30 de su último disco de estudio, Camera obscura, justo intentaba alzar el vuelo después de una época donde quiso dejar de ser Nico para tomar el alma de Christha Päffgen aquella niña bastarda y huérfana, demasiado alta y demasiado rubia para pasar desapercibida por la vida hasta que se convirtió en un cesto luces y sombras, de sublimación y calamidad. También de frivolización de una bohemia que causaría estragos. Nico se erigió en una contradicción permanente, compleja hasta en sus propias mentiras, que acababa creyéndose. Esa belleza vikinga y un sorprendente desparpajo de veinteañera, una mezcla entre Brigitte Bardot y Kate Moss, le valió las portadas de Harper´s Bazaar o Vogue. Pero ella siempre necesitaba algo más excitante. De la mano de Fellini, siempre dispuesto a celebrar la belleza femenina, hizo un cameo en la mítica Dolce vita. Y a mitad de los sesenta empezó a cantar persiguiendo el recuerdo de los discos de Zarah Leander que le ponía su madre. Su muerte en Ibiza cayó igual que un blues entre trágico y absurdo: se despeñó cuando bajaba en bicicleta al pueblo para comprar marihuana. Antes de salir de casa se arrolló el pañuelo a la cabeza, muy cuidadosamente, según contó su hijo. No la volvería a ver. Un taxista la encontró medio muerta en Ses Figueretes. Intentó que la salvaran en cuatro hospitales pero en tres fue rechazada por extranjera y por colgada. En el cuarto una enfermera le diagnosticó una insolación. Murió de hemorragia cerebral tras una larga agonía. Sus amigos le dijeron al biógrafo que la moraleja de la vida de Nico era ?No te pongas enfermo en España?. No fue un final romántico para quien cantaba: ?Las encantadoras huellas plateadas emborronan mis páginas en blanco?. Pero permanece su voz existencialista como un cubo de hielo y nailon. Delicatessen / Sybilla
Conservo el honor de haberle hecho una de sus primeras entrevistas, gracias a Pepa Domingo, que con su tienda de Lleida se adelantó dos décadas a la moda. Era tan tímida que hablamos frente a un espejo en lugar de hacerlo cara a cara. Sus prendas son filosofía y botánica. Hasta mañana tiene una tienda efímera en el taller de Nani Marquina. Quiere sentirse ?como una compañía de titiriteros que llega a una ciudad, abre sus baúles durante unos días y luego se va a otra?. La gran Sybilla. Puro siglo XXI / Irene Escolar
Tiene un porte distinguido y su mirada absorbe la vida. Une talento y belleza con radicalidad y desborda con su inquietud por las letras. Irene Escolar, hija y nieta de una histórica estirpe teatral, pasea estos días la mención especial del jurado que acaba de obtener en San Sebastián. Es una rara avis, que alterna el teatro con la biblioteca, cuya versatilidad no entiende de tablas o pantallas, de personajes de época o personajes en busca de autor. Sátira y libertad / Martin Amis
El Holocausto es un asunto resbaladizo si se enfoca desde la comedia. Por eso Martin Amis, desmarcándose de la polémica que ha acompañado a su nueva novela, La zona de interés (Anagrama), insiste en que ?la risa no siempre entraña felicidad, te puedes reír por desdeño, por desprecio, y ahí entramos en la sátira, que no es más que una ironía militante con la que quieres destruir lo que te produce la risa?. Este es el brillante matiz de un novelista virtuoso y osado. (La Vanguardia)

Hubo un tiempo en que se propagó una leyenda urbana que pudo llegar a hacer mucho daño a la cultura, me refiero a la poca destreza sexual de los intelectuales. El hombre insuflado de saber no tenía buen currículum en la cama, más bien todo lo contrario: era un presunto acto fallido en sí mismo. Se les suponía demasiado ensimismados para aplicarse en las artes eróticas, aparte de su exceso de narcisismo, que les impedía entregarse a los placeres de otro cuerpo. El caso es que la idea de los intelectuales como pésimos amantes ?con gran maledicencia se daba por hecho que la tenían pequeña? se extendió entre las mujeres y estas empezaron a mirar con suspicacia a los mismos que antaño habían ocupado el Olimpo de sus fantasías. Fue así como el modelo de profesor torturado, aquel que leía poemas de Auden con voz ronca pero besaba como si en lugar de lengua tuviera un embudo, entró en franco retroceso. Además de su fama de malos folladores, aquellos tipos capaces de traducir a Goethe o sintetizar a Kant también eran pobres como ratas. Futbolistas, actores, mecánicos hipster, top models o bomberos encumbraron un nuevo ideal erótico que se fue perpetuando en calendarios y anuncios. El último revuelo procede de Francia, donde unos deportistas hipermusculados salen desnudos en un calendario, y parecen absolutamente cómodos con su anatomía. Uno de ellos, Sylvain Potard, campeón de artes marciales, ha recibido incluso la atención de la exministra de Sanidad, que ha venido a decir: ?Oh la là… ¡qué bendición!?. El señor Potard aparece sentado sobre unas dunas con una mirada serena, ajena a la pujanza con la que emerge su pene. ?No hay ningún retoque?, ha tenido que afirmar, saliendo al paso de las acusaciones de Photoshop. Pero con los nuevos códigos de este mundo hipersexualizado triunfa una nueva etiqueta social, la del sapiosexual, que, según el estudio de la Universidad de Maryland, acaba de un plumazo con la idea de que el intelecto está reñido con Venus. Todo lo contrario: demuestra que la actividad sexual estimula el crecimiento de nuevas células cerebrales mejorando nuestro ejercicio cognitivo. Aquellas personas provistas de ingenio, humor y empatía resultan más irresistibles y duraderas como amantes que los Míster Bíceps. Incluso el mítico calendario Pirelli ?una sofisticada versión del almanaque para camioneros? ha decidido sustituir este año a las modelos ligeras de ropa por señoras de cabezas burbujeantes, y ahí están, retratadas por Annie Leibovitz, Patti Smith, Yoko Ono o Amy Schumer, cuyo atractivo no reside tanto en sus tetas, sino en su cerebro, órgano gracias al cual se lo han pasado estupendamente bien en la vida. (La Vanguardia)

Resaca es una de las palabras más curiosas del español: no proviene del latín sino del francés, y su origen escrito se remonta al descubrimiento de América, para referirse al retroceso de las olas desde el punto máximo que alcanzan en la orilla, así como su reflujo. Debió de ser un poeta borracho quien utilizó por primera vez este término para atrapar el malestar que invade cuerpo y mente la mañana después de una ingesta de alcohol, cuando los restos de la noche permanecen dejando al descubierto un andar pesante, un mirar borroso y un estado de miserable penalidad invadido de las toxinas que afloran a la luz del sol. Catalunya despierta hoy lunes con resaca, tanto unos como otros. Los que dirán que han llegado a puerto, y los que opinan que todo acaba de empezar. Han sido meses de deseo exultante para unos, y de fastidio cansino para otros. La tensión emocional ha emulado la de una final futbolística, en la que las gradas se muestran exultantes antes de conseguir la victoria, mientras los cantos apocalípticos anuncian el choque de trenes, cristales, jarrones y mapas. Qué poca atención ha merecido ese estado de pensar lento y melancólico por parte de la comunidad científica. Y no me refiero únicamente a la resaca fisiológica, sino, sobre todo, a la existencial. A la forma en que se liberan los demonios que tan arduamente habrá que enterrar al día siguiente. Mientras escribo estas líneas, Catalunya vota, superando todos los índices de participación. La épica ha vestido la jornada de ayer con el traje largo de la historia, extendiendo la urgencia de decidir el futuro. Kingsley Amis fue un aplicado bebedor, práctico y teórico, que escribió desternillantes ensayos sobre el estado metafísico de la resaca ?reunidos en un volumen titulado Sobrebeber por la editorial Malpaso?. Su descripción de la misma es antológica: ?Cuando esa mezcla inefable de depresión, tristeza (no son lo mismo), angustia, desprecio de uno mismo, sensación de fracaso y miedo al futuro empiece a imponerse, recuerda que lo que tienes es resaca. No te estás poniendo enfermo, no has sufrido una leve lesión cerebral, no haces tan mal tu trabajo, tu familia y tus amigos no han tramado una conspiración de silencio a tu alrededor para que no descubras que eres un mierda, no estás viendo por fin cómo es realmente la vida y no hay por qué llorar por la leche derramada?. La gran resaca con la que hoy despierta Catalunya será sin duda una excelente oportunidad para el autoconocimiento: con tanto trago dialéctico corto y largo, tanta doble y triple nacionalidad, y tanto amor declarado por esos buenos españoles que quieren catalanizar España, hoy Catalunya amanecerá despacio, igual que después de un funeral o una boda cuando la rutina regresa a sorbos. No habrá más remedio que, como con una resaca, suavizar los efectos de la catarsis: bastará con interrumpir la sobriedad para recordar lo bien que hemos bailado. (La Vanguardia)

Hay libros que te desvirgan. Te acompañan en los ritos de pasaje, y al terminar de leerlos sientes que el tiempo ha pasado por encima de ti, que te has hecho mayor. Recuerdo cómo atrapé La campana de cristal de Sylvia Plath apenas cumplidos los veinte. Con un velo de clandestinidad y desafío, igual que una droga. No compartí con casi nadie mi descubrimiento, porque quería asumir aquella historia de autodestrucción sin escalofríos, algo que no lograría hasta que empecé a trabajar en revistas de moda y allí entendí lo que tuvo que suponer para Sylvia Plath su paso por Mademoiselle como redactora invitada. Aquella brillante estudiante del Smith College, una joven sensible y analítica, obsesivamente perfeccionista, aterrizó en una glamurosa redacción llena de inquinas y frustraciones y habitada por una fauna de relaciones públicas maledicentes, estilistas analfabetas y jefecillas de postín. En medio de aquella danza fatua, le organizaron un encuentro con un millonario peruano que intentó violarla y la insultó con desprecio. Elizabeth Winder, biógrafa de Plath, enumera la vestimenta que se compró para aquel stage: ?Blusas de auténtico nylon, faldas grises rectas, jerseis negros ceñidos y zapatos de tacón negros?. Tras su temporada en Mademoiselle tiró toda aquella ropa por la ventana, y empezó el colapso nervioso que dio lugar a todo lo que vendría. ?Algún dios me agarraba por las raíces del pelo?, escribió. Muchos más años, digamos que hasta hace cuatro días, me costó comprender el suicidio de Sylvia Plath, o mejor dicho, aceptar la oscuridad que invade la mente. Me preguntaba cómo una mujer preciosa y con estilo, una escritora enorme, madre de dos hijos pequeños podía ser capaz de auto aniquilarse. Las crónicas cuentan que el 11 de febrero de 1963, en el barrio londinense de Primrose Hill ?en la misma casa donde había vivido W.B. Yeats?, Sylvia se levantó de madrugada, como siempre ?solía escribir sus poemas muy temprano?, preparó el desayuno para sus hijos, Frieda y Nicholas, de tres y un años (una bandeja con pan, mantequilla y leche), se encerró en la cocina sellando los resquicios de la puerta con toallas y metió la cabeza en el horno. Tenía treinta años. Y lo mejor de su poesía aún no había sido publicado. Dos años después, en 1965, vería la luz su obra póstuma, Ariel, uno de los más grandes libros de poesía la segunda mitad del siglo XX. Pero lamentablemente a Plath se la conoce más por ser una bella e ilustre suicida que por sus versos soberbios: ?La perfección es terrible: no puede tener hijos. Fría como el aliento de la nieve, tapona la matriz?. Este año, y de momento sin revival alguno, se celebran cincuenta años de su publicación, pulido y censurado por Ted Hughes, su exmarido, que consumió su vida intentando descifrar los porqués del final una relación de la que ella contaría sus inicios, cuando él la besó violentamente en la boca y ella le mordió fuerte la mejilla hasta que brotó la sangre. Plath fue una heroína trágica ??mi gran tragedia es haber nacido mujer?? destruida por un mundo con el que no se entendió, acaso por la obsesión de colorear de pequeña sin salirse de la raya, aunque también por la inseguridad, el frío de la enfermedad, los tranquilizantes a los 19 años. No excluyó su fijación con la muerte: ?Morir es un arte, como todo. Yo lo hago excepcionalmente bien. Tan bien, que parece un infierno. Tan bien que parece de verdad. Supongo que cabría hablar de vocación?. Ya es hora que su enormidad como poeta transcienda al malditismo. ¡Por fin! / Jennifer Aniston A pesar de tener ?el mejor pelo de América? y de ser una de las actrices más taquilleras, Aniston arrastraba el gafe desde su traumática separación de Brad Pitt. Un maleficio que, tal y como anunció el mismo día de su boda con Justin Theroux, se romperá la próxima primavera, cuando nazcan sus gemelas Viola y Ava. Una feliz combinación de liberación y ciencia, después de largos años en que los periodistas indagaban acerca de su no maternidad como si fuera una autocondena. Contra la intemperie / Ricardo Piglia Ricardo Piglia es un exquisito tanto como lector ?fan de Faulkner, Kafka o Musil? como escritor: accesible y a la vez riguroso, intelectual pero accesible, fascinante y original. Por estos méritos, el autor de Respiración artificial ha merecido el premio Formentor ?en cuya nómina se encuentran nombres de la talla de Beckett o Saul Bellow?. Piglia, aquejado de ELA, no podrá recogerlo y ha delegado en su editor Jorge Herralde. Bajo el mítico pino, una cadena de afectos a sus pies. ‘Like a rolling stone’ / David Cameron Ya tenemos el Piggate: no todos los días se desayuna con la noticia de que un primer ministro conservador y oxfordiano, un líder global, introdujo sus partes íntimas en la boca de un cerdo muerto en no sé qué ceremonia de iniciación. Pero entre las revelaciones del vengativo lord Ashcroft, exvicepresidente de los tories, hay material aún más explosivo como las fiestas, ya en el cargo, entre evasores de impuestos y cocaína en bandejas de plata. (La Vanguardia)

Por fin un candidato que se perfuma con Nenuco, y que es muy de llorar. Porque Antonio Baños admite que le hace llorar prácticamente todo. Como buen hijo de la generación X, no solo ha alargado la adolescencia, sino que parece dispuesto a no perder la infancia; ahí donde, según el poeta, descansa la mejor idea de la patria. ?Mi infancia fue muy feliz, toda ella está llena de buenos recuerdos?. La acidez que exhibe estos días en campaña no excluye una emotividad que lo envuelve como capas de cebolla: sin impostura, fajador de mano en la cintura que a veces también se acaricia el cuello, al estilo Séneca. En los debates televisivos ha explicado igual que un psicólogo cognitivo el vínculo emocional entre España y Catalunya: ?La España que llevamos en la memoria y el corazón, la de las luchas y los afectos, es irrompible; pero el Estado español es inviable?. Confiesa, como buen hombre nenuco ?aunque en las redacciones aseguran que le privaba el olor a hombre?, que de niño quería ser antropólogo: ?Creo que imaginaba a un antropólogo como una especie de explorador/periodista/escritor?. Un poco más tarde fantaseaba con ser una estrella de rock, y, de hecho, ahí están sus pinitos sobre los escenarios con Los Carradine. Pero también le ha echado codos para escribir su Posteconomía. No va de puntillas por la vida y denuncia la rebelión de las élites que no sueltan sus yates en la Costa Azul ni sus esquís en Gstaad: ?Son unas élites irresponsables, que no pueden ser demócratas porque no se vinculan a una comunidad?. Le pido que defina a nuestra generación: ?En mitad de todo: mitad analógicos, mitad digitales; mitad 68 mitad antiglobalización; mitad punk, mitad grunge… Fuimos la primera generación precarizada, la primera criada con la televisión, Vimos caer el Muro y flipamos con el Spectrum. La primera decepcionada con la transición, testigo de todas las derrotas de la izquierda y el triunfo del neoliberalismo?. En verdad parece que Baños se lo pasa muy bien: tan solo lleva 57 días en política y afirma convencido en los debates que el día 28 comenzará una nueva república ?y no la de Ikea? y que lo cambiará todo. Con su corbata rosa y su chaleco negro, vestido a ratos como el mago Tamariz pero con un aire entre Umberto Eco y Fernando Arrabal, no hay que negarle sentido del humor, acaso el más destacado entre los candidatos del 27-S. No en vano su película favorita es La vida de Brian. En el cortometraje de campaña de la CUP, ?Anaven lents perque anaven lluny?, sus compañeros piden a Baños un gato para cambiar una rueda pinchada, y él aparece con un Maneki-neko, ese felino amuleto japonés. Poliédrico ?periodista y escritor, tertuliano, analista económico, músico y ahora político?, quienes le conocen dicen de él que es un buen tipo, que escribe muy bien, radical anticapitalista, coherente incluso en el vestir y que nunca llegaba a final de mes. Según sus propias palabras, de hombre sincero y enrollado que confiesa: ?En la vida de un servidor, un par de cosas le han traído problemas de forma persistente. Son los gin-tonics y el optimismo?. Su papel el 27-S podrá reducirse al de fiel escudero de Romeva y Junts pel Sí. Pero un escudero, como Sancho en El Quijote, con voluntad de arremangarse y hacer política. Sancho sorprende a propios y extraños al declarar que el objetivo de su gobierno en la Ínsula Barataria será ?limpiar esta ínsula de todo género de inmundicia?. Baños está empeñado en que el aburrimiento no acabe por matar a la identidad. (La Vanguardia)



