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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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Bolsos y cacos

Salimos de cenar y bajamos por el paseo de Gràcia con el apretado convencimiento de que hay lunas de escaparates que de noche lucen mejor. En la entrada de la boutique Chanel, bajo el soportal, permanecía atrincherado un guarda de seguridad con gorra y barba rala acompañado de un gran perro con bozal. Nos preguntamos cuál podía ser la razón por la que uno de los templos del lujo hubiera customizado ferozmente su entrada como nunca se ha visto en Nueva York ni en París, y retrocedimos. Bien sé yo que no hay que guardarse las preguntas aunque se queden sin respuesta. El perro no ladra, el guarda sí: ?No le voy a responder por qué estoy aquí, señora?. Los porteros del Majestic, magníficos y eficaces, nos cuentan el verdadero motivo: hace unos meses hubo un alunizaje en el que reventaron los cristales del escaparate para llevarse la colección de bolsos acolchados. Hace treinta años, los joyeros tenían un revólver en el cajón. El suyo era un oficio temerario hasta que empezaron a descargar su alma en profesionales mejor armados que ellos. La joya era sinónimo de oro al peso, de botín en la reventa. Nada que ver con la manera en que hoy se entiende el lujo: no importa tanto el material como el logo, ni el objeto como el aura que inviste a su portador. El lujo, como fórmula de autoafirmación mediante el goce, ha expandido sus tentáculos. Sus efectos crean un sentimiento de seguridad a su portador como si perteneciera a un club privado. Desde que estalló la crisis, en la pasarela se han prodigado los dorados y los strass en una especie de acto de resistencia. Lejos de someterse a una sobriedad aséptica, lo deslumbrante ha ocupado el foco entendiendo la moda no sólo como una posición hedonista, sino como antidepresivo. caso por ello se multiplican los ladrones de guante fino especializados en el lujo. En Versace ?hace una semana, la noche antes de su inauguración en Madrid?, en Louis Vuitton, en el taller de Lorenzo Caprile: boutiques y ateliers sofisticados que se descomponen al amanecer con sus maniquíes inusitadamente desnudos. Esos botines sofisticados se liquidan en mercados negros que parecen blancos. Me cuentan que en Rumanía nunca se habían casado tantas novias con trajes Made in Spain ni novios de Dolce & Gabbana. En la Diagonal, a media tarde, un italiano saluda a un conductor que aparca: ?Te conozco. ¿No te acuerdas de mí? ¿Verdad que eres médico??. El hombre asiente y busca un relámpago de memoria que lo identifique. ?Ven ?le dice atrayéndolo hasta su maletero?. Mira: un abrigo de Armani, y un traje, te los regalo porque me caes bien… Y un bolso Vuitton para tu mujer. Dame lo que quieras para comprarle un perfume a la mía?. El médico sale corriendo. No se trata de robar para comer, ni siquiera para enriquecerse: pura gula que demuestra hasta qué extremos el lujo corrompe. (La Vanguardia)

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21 de octubre de 2015
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El síndrome del bufet

Un servicio de bufet es una invitación a la abundancia a precio cerrado. Los hay que distribuyen sus viandas por orden cronológico, mientras que otros alternan con el recurso temático del lunes italiano oel jueves oriental. Ahí está el surtido de panes para el que se necesita traductor e intérprete, además del abanico multicolor de salsas y un mueble destinado a la bollería industrial (a pesar de su mensaje implícito: ?el azúcar blanco mata dulcemente?). Da igual si la pasta está recocida o el estofado se ha endurecido, lo que importa es la variedad, la rapidez y la cantidad. Pero lo que más cotiza del bufet, el factor que lo ha universalizado en todas las culturas, es su carácter retroactivo: nunca te arrepentirás de haber elegido mal. Si algo no te gusta, puedes aparcar el plato e ir a por otro desprovisto del sentimiento de frustración que suele embargarte al pensar que te has perdido lo que más valía la pena de la carta. He visto a personas obesas sentadas en el rincón del comedor con unos platos que parecían construcciones de Lego y, lejos de manifestar euforia, parecían abrumados, acaso como respuesta a la llamada ?sobrecarga de la elección?. El mecanismo ?tanto en la comida como en la ropa, las fotos de Instagram o el modelo de coche? es el mismo: cuando no se cumplen nuestras expectativas nos culpabilizamos. El psicólogo Barry Schwartz, que tuvo mucho éxito hace una década con las teorías que volcó en La paradoja de elegir, vuelve a la actualidad para explicar el llamado FoMO (fear of missing out), el miedo obsesivo a perdernos cosas que suceden a nuestro alrededor, y la ansiedad que produce la creencia de que los demás realizan muchísimas actividades y proyectos. Y es que, a medida que la calidad de vida mejora y las expectativas crecen, nos acecha aquello que los científicos sociales denominan ?la maldición del discernimiento?. (La Vanguardia)

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19 de octubre de 2015
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Diana de Vreeland, divina y excéntrica

Nunca he estado en una oficina ni me he vestido antes del mediodía? le respondió Diana Vreeland a la directora de Harper?s Bazaar, Carmel Show, cuando la entrevistó por teléfono para ficharla como editora de moda. Era 1936, y Diana, nacida en París, había vivido en Londres y paseado en góndola por Venecia con su amado marido Reed ?que, como estos días recuerda la enorme Carme Elias en el Teatro Español, se planchaba hasta los cordones de los zapatos?. Su vida había sido digna de una novela de Francis Scott Fitzerald: dinero y alegría. Entonces, las neoyorquinas se contoneaban en los clubs nocturnos con boquitas de piñón y vertiginosos escotes en la espalda, inspiradas por aquel joven Balenciaga que triunfaba en París nutriéndose de los colores de Zurbarán. Snow se había quedado admirada la noche anterior ante aquella treinteañera vestida de Chanel blanco y con rosas en el pelo; al despedirse le insistió: ?llámeme mañana sin falta?. Diana, siempre dispuesta a engrandecer lo bello y a exaltar lo nuevo, se encontró con una oferta insólita para alguien que no había trabajado en serio ni un solo minuto de su vida. El argumento de Snow la convenció: ?pero pareces saber mucho de ropa…?. Pasó 26 años pontificando desde las páginas de Haper?s, donde haría mítica columna mensual Why don?t you…? (¿Por qué no…?), a medio camino entre el oráculo y la cátedra. Algunos de sus ?retos? más provocadores rezaban así: ?¿Por qué no…lavas el pelo rubio de tus hijos con champán para aclararlo, como hacen en Francia? ?, o ?¿Por qué no… pintas un mapamundi en las paredes de las habitaciones de tus hijos para que no crezcan con un punto de vista provinciano??. Y otra década en Vogue, inventando los sesenta, con Twiggy, Mick Jagger o Anjelica Huston encarnando su personal alegato por la belleza de lo diferente. También encumbró los tejanos (no ha habido mejor invento después de la góndola?). Si el mito de la directora de revista de moda ?femenina, como se las denomina hoy para convertirlas en propuestas globales? sigue extendiendo sus plumas de colores, su malditismo y sus filias y fobias, si Anna Wintour o Glenda Bailey poseen ese aura, es gracias a Diana Vreeland. Su madre le recordaba a diario que era ?una pena que tengas una hermana tan guapa y que tú seas en cambio tan extremadamente fea?, pero ella fue capaz de convertir su nariz y su frente sobredimensionadas en un signo de estilo que decoraba con las joyas lacadas de Tiffany?s. Con su personalidad despótica y subyugadora y con tanto ojo como gusto por el exceso, definió el estilo como la única contraseña en un mundo estandarizado y grosero: ?Te ayuda a bajar las escaleras?. El pasado jueves se estrenó en Madrid Al galope ?ya representado en Barcelona? un monólogo tan brillante y corrosivo como su protagonista. En un salón de terciopelo rojo, a Diana le encargan grandes exposiciones en el Metropolitan pero ella, adicta al cuché y al glamur, sigue empeñada en crear una nueva revista. Su nombre también ha resucitado, ¡treinta años después de muerta!, en forma de ocho misteriosas fragancias de la mano de su nieto Alexander. ?Uno solo puede pensar en siete u ocho mujeres realmente originales. En Estados Unidos hemos tenido muy pocas. Emily Dickinson fue una. Pero Mrs. Vreeland es una mujer extraordinariamente original. Ha contribuido más que nadie al gusto de las mujeres americanas en la forma en que visten, se mueven y piensan. Es un genio. Pero la clase de genio que muy poca gente reconocerá?. Truman Capote también podía equivocarse. Pienso luego? / Carlota Casiraghi La hija de Carolina ha superado su código genético. Portadora de la languidez parisina y del estilo made in Italy, se ha convertido en una defensora del uniforme ecuestre. Lo que hasta ahora escondía era su otro yo filosófico, el que ha sacado al inaugurar los Encuentros Filosóficos del principado, que versaban ?¿cómo no?? sobre el amor. Afirma que cuando estudiaba en la Sorbona, la asignatura ?cambió su vida?. Ya lo defendía Hobbes: ?El ocio es la madre de la filosofía?. Chet Baker y la edad de oro Es fácil recordar la imagen de un imberbe Chet Baker posando melancólico, como su voz arrastrada, trompeta en ristre, su rostro casi mineral, sentado en un escorzo rebelde; glorioso blanco y negro. La foto la tomó en 1960, Bob Willoughby, y forma parte de la exposición Jazz, jazz, jazz, que alberga hasta finales de enero el Círculo de Bellas Artes madrileño. Un icónico paseo, entre secciones rítmicas y volutas de humo. Un imperdible para los adictos a Almost blue. Siempre igual / Maradona La polémica es su eterna compañera de baile. ¿La última? Aceptar la presidencia de la fundación Football for Unity para Latinoamérica de manos, nada más y nada menos, que de la reina Isabel II. Da igual que hayan pasado ya treinta y tres años del fin de la guerra de las Malvinas; Argentina es un país de cultos y rencores eternos. Por eso, y aunque haya levantado una gran expectación en la Feria del Libro de Frankfurt, la biografía inédita de Daniel Arcucci, Diego Maradona, tocado por Dios, no puede ser la definitiva.

(La Vanguardia)

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17 de octubre de 2015
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La culpa es del photoshop

Si quieres publicar en portada a una actriz que cotice, estás sujeto a la aprobación de la foto, y a menudo también del texto, por parte de sus agentes y/o publicistas que promocionan su última película y que suelen actuar como una apasionante cadena de obstáculos. Es habitual que se firmen documentos y se establezcan condiciones. Y que la estrella exija a su maquillador-peluquero para evitar inseguridades aunque a la revista le salga más caro de lo previsto. Hay agentes muy yanquis que dan indicaciones para el catering. Arreglan la hora de recogida en coche y, cuando el equipo del plató ha desayunado dos veces, aparece ella, encantadora, grácil, pidiendo disculpas por el atasco, dispuesta a darlo todo. Si a la estrella en cuestión no le gusta la ropa, el ambiente en el estudio se espesa y oscurece como un cielo a punto de llover. A más de una he visto yo parar una sesión cual madrastra de Cenicienta para mandar a la estilista ?a buscar algo decente?, o al mismísimo cuerno. Por fin todos los elementos armonizan: un secador de pelo hace de viento, una pinzas de tender ciñen el talle de la camisa y el estudio vuelve a cobrar el ánimo de las mañanas felices. ?¡Qué natural me veo!?. ?Ya me quitaréis esta lorza, ¿eh?… sed compasivos?, le dice con complicidad al fotógrafo. Todos asienten, complacidos, porque ella es tan voluble como seductora. Se va lanzando besos con la mano, custodiada por su corte y su chambelán, que revisa: ?Mandadme la foto enseguida?. Algunas luego se molestan con el resultado. Acusan al fotógrafo, un peón en la cadena, de querer tunearlas y arrebatarles su gesto y su carisma. En cambio, no suelen protestar si se les borran granos, pelos, manchas u otras irregularidades. Y casi nunca se quejan si se trata de una campaña de publicidad con una elevada remuneración de por medio. Jamás la fotografía de estudio ?un arte que en absoluto acaba con el disparo? había sido tan proclive a la cara lavada, buscando ese instante selfie. El photoshop no nació en la era del bótox, sino hace más de un siglo y medio, cuando se trataba la imagen con pincel y gouache blanco y se rasgaba el papel fotográfico. Así se consolidaron muchos iconos universales, desde los mitos de Hollywood hasta los líderes políticos. El retoque forma parte del proceso que busca la imagen pública, mientras que la cara lavada felizmente es hoy una tendencia que se inscribe en un cambio de paradigma, igual que esa política sin corbatas y sin pendientes, pero que no todo el mundo soporta. (La Vanguardia)

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14 de octubre de 2015
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Belleza divina

Los periódicos italianos siguen ventilando la fina tapicería vaticana manchada por el prelado Krzysztof Charamsa tras la revelación de su homosexualidad. De sus palabras en la entrevista realizada en La Vanguardia por Josep Playà Masset sobresale un mensaje que a buena hora nos es dado: ?Yo mismo elegí ser cura porque como homosexual tenía una sensibilidad, un sentido de la trascendencia, una espiritualidad que me acerca a lo religioso. Otra razón es que la corporación del clero es una sociedad de hombres??. Directo y al centro: una vida entre hombres como detonador de vocaciones. Algo parecido a afirmar que en la Iglesia hay casi tantos gays y misóginos como en la moda. Hubo un tiempo, en los pueblos de la Catalunya profunda, en que los curas recibían la constante visita de algunas parroquianas que iban a planchar los manteles del altar o a cambiar las flores de la capilla. Pero la ociosa represión del vecindario acababa en socarronería que exaltaba las intenciones de las beatas; y más de una hubo que se hizo católica platónica. El celibato siempre fue un hueso difícil de roer, para creyentes y ateos. Una sensación parecida a la que aprisiona al fumador, incapaz de explicarse como hay tanta gente que puede vivir sin fumar. Pero el éxtasis espiritual atraviesa hasta exprimir la verdadera felicidad. Hasta transformar la mística en erótica y exaltar la dicha con el lenguaje del cuerpo, como hacían san Juan y santa Teresa a golpe de versos. Se expone estos días en Florencia una portentosa antología que rinde culto al éxtasis de vírgenes y santos, de la Madonna de Munch a la Crucifixión blanca de Chagall. Se titula Bellezza divina, y abundan las miradas transidas, vacías de cualquier sensación terrenal, que nos trasladan a la expresión de la petite morte: ahí están esos rostros y cuerpos que experimentan el placer no del sexo sino del alma, aunque su estremecimiento confunda. En Sansepolcro, muy cerca de Asís, converso con el profesor Pier Luigi Rossi, una eminencia que ha revolucionado la alimentación con su nutrición molecular. Rossi imparte clases en la Universidad Católica del Sagrado Corazón. Comentamos la simpatía que sienten por el Papa tanto feligreses europeos como yanquis o comunistas cubanos, y de cómo podría afectarle la expulsión de Charamsa, después de haber dado tantos pasos para acercar la Iglesia a los que hasta ahora había esquinado. ?Existe un cambio de paradigma general que también afecta a la Iglesia. Pero este cambio debe sobrevivir a Francisco. El peligro de los líderes como él es que no haya tiempo para consolidar sus ideas, y más cuando aún hay tanta gente que teme perder poder. O lo que es lo mismo: perder las viejas ideas?, reflexiona Rossi. Porque la Iglesia también ha tenido que salir de su zona de confort ?esa expresión socorrida que ilustra a la perfección la necesidad de cambio?. Que la belleza divina inspire sus pasos. (La Vanguardia)

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13 de octubre de 2015
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Cuando Agatha se volvió misterio

Los fans de Agatha Christie acudieron el pasado mes de septiembre en peregrinación a Torquay, al suroeste de Inglaterra, la ciudad costera donde nació hace 125 años la reina del misterio. Pocos cultos son comparables al que se le profesa a esta mujer que tras la placidez de un moño ordenado y una corpulencia domeñada por un traje chaqueta de sufragista sigue siendo la mayor best seller de todos los tiempos ?sólo superada en ediciones por la Biblia y Shakespeare?. Avezada viajera, amante de los cruceros de lujo y de los vagones del Orient Express, también resultó una investigadora obsesiva con formación química y años de laboratorio. Sus voluntariados en el hospital de Torquay y la farmacia del University College de Londres durante las dos guerras mundiales la familiarizaron de tal manera con el fósforo y el cianuro que años más tarde fue admirada por la comunidad científica debido a la exactitud de sus fórmulas. Aunque ha sido enmarcada entre los tejedores de misterios intuitivos, junto a Chesterton o Conan Doyle, más preocupados por el ambiente y los personajes que por la exactitud de los mecanismos, tendía pistas con mesura y audacia para que sus lectores pudieran resolver el misterio al tiempo que sus propios personajes. Algo que no ocurrió en su biografía, donde figuran unos puntos suspensivos que nunca se acabaron de cerrar. La experiencia está llena de giros que oscilan entre el infortunio y la suerte, el abandono y la gloria, y así le ocurrió a la prolífica autora aquella noche del 3 de diciembre de 1926 en la que su automóvil ?que palabra tan antigua parece? apareció abandonado junto al lago de Newlands Corner. Su abrigo de pieles tendido en el asiento del copiloto, el equipaje en el maletero y alguna pequeña mancha de sangre hicieron temer lo peor. La inexplicable desaparición provocó gran conmoción en la opinión pública. Más de mil policías, quince mil voluntarios y varios aviones rastrearon palmo a palmo la zona donde desapareció. Once días después era identificada como una huésped del Swan Hydropathic Hotel en Harrogate, un balneario donde se había registrado bajo el nombre de Teresa Neele. La escritora, que después alegaría una extraña amnesia, afirmó no reconocerse en las fotos que publicaba la prensa y tampoco fue capaz de identificar a su marido cuando llegó a su encuentro. Nunca explicó nada de lo que le sucedió en esos once vaporosos días. Hay quienes vieron el episodio como una suerte de venganza contra su marido Archibald, tras conocerse que pocos días antes de desaparecer le había confesado su amor por otra mujer, Nancy Neele ?el mismo apellido que utilizó en su rocambolesca aventura?, y pedido el divorcio. Unos dijeron que quería avergonzarle públicamente, otros afirmaron que trató de hacerle parecer culpable de su desaparición, como si de una de sus novelas se tratase. También hubo quienes, a costa del inmenso éxito de El asesinato de Rogelio Ackroyd, denunciaron una sofisticada campaña publicitaria. Incluso algún biógrafo ha tratado de demostrar que sufrió un padecimiento psicológico denominado ?estado de fuga? ante el shock de la infidelidad. Dos años después Agatha encontró al hombre de su vida, egiptólogo, Max Mallowan, con el que fue feliz? e incluso se afirma que dijo aquello que se non è vero, è ben trovato: para ser feliz cásate con un arqueólogo, cuanto más vieja te hagas, más encantadora te encontrará. Portentosa figura que, aún a día de hoy, mantiene la cabeza bien alta en las librerías y los anaqueles de mujeres ?pocas? que murieron exitosas, ricas y felices. Vuelta al sofá / Renée Zellweger Pero, ¿quién echaba de menos a Bridget Jones? Esa caricatura que se vendió como ?posfeminismo? y encarnó la crisis de las treintañeras a las que no les valía el éxito profesional si no triunfaban en el amor. Inseguras a pesar de sus cualidades, torpes, siempre a dieta, inmaduras y dependientes con los afectos. Helen Fielding se forró con el género chick lit, una mezcla de glamour y mala leche. Ahora, en su comeback, la tuneada Renée Zellweger demostrará si Bridget ha cambiado también. A lo Botticelli / Maria Grazia Chiruri Sobrevivir a Valentino, el modisto que enfundó en rojo a la mismísima alfombra roja, el modisto de realezas y prime donne, parecía un ejercicio ocioso. Pero quienes asumieron la dirección creativa de la firma en el 2008, Maria Grazia Chiruri y Pier Paolo Piccioli, se han erigido en virtuosos de la moda. Su último desfile parisino, inspirado en África, levantó aplausos y silencios admirativos. Esculpen una hiperfeminidad refinada: una especie de Botticelli en el café Costes. Adiós en ‘noir’ / Henning Mankell Cuando la editorial Tusquets nos descubrió al inspector Wallander los países nórdicos solo eran ejemplares en diseño y políticas sociales. Sin embargo, con cada nueva novela de Mankell, Suecia y noir se convertían en sinónimos. En el 2014 le diagnosticaron un tumor pulmonar con metástasis vertebral. ?Moriré de esta enfermedad?, dijo, y así ha sido. Se ha ido tan negro como siempre: bromeando acerca de que la vértebra delatora de su mal es la misma que se rompe cuando te ahorcan. (La Vanguardia)

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10 de octubre de 2015
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La boda gay

No hay nada como una boda gay para soltar los demonios. Un paraíso habitado por la alegría de camisa abierta y caderas excitadas. Es asombrosa esa iconografía festiva con la que rinden tributo a lo hortera consiguiendo revertirlo. Porque ante todo prevalece el amor universal que descorchan cuando están en su salsa, borrando siglos de crueles persecuciones, de estigmas, de bulling, de baladas de la cárcel de Reading? De hipocresía y silencio. Por supuesto que persiste un sanbenito del gay divertido, igual que les ocurre a los andaluces: como si levantaran de la cama con la guitarra y los lunares puestos. Homosexuales taciturnos, melancólicos o aburridos los ha habido y los habrá siempre, como sevillanos deprimidos. Pero la gozosa desinhibición gay a menudo rompe muros de contención, y se contagia. Bien lo sabía Miquel Iceta cuando protagonizó el momento más “Priscilla, reina del desierto” de la campaña catalana haciendo temblar el entarimado con el “Don´t Stop Me Now” de Queen. Me confesó que le entró el subidón. Que se dejó ir, con la rumba suficiente en el cuerpo para no poder dejar de moverse, sorprendiendo a un Pedro Sánchez cuya transgresión frente a las cámaras incluye algún gin tonic y poco más. ?El listón está tan bajo que te sacan bailando en un mitin y haces el momento estelar de la campaña? comentaban en las redes. Nadie discute que el matrimonio gay, gracias al gobierno de Zapatero, es una realidad consumada, y un modelo de éxito que está siendo copiado en todo el mundo, barriendo un espantoso ridículo que ha confundido el amor con los pantalones y la dignidad humana con la identidad sexual. Hace unos días me encontré con Jesús, el viudo de Pedro Zerolo, y lo recordamos de la manera que se hace con aquellos que pasaron cerca nuestro como un ángel. Al despedirnos me dio su teléfono: “Jesús de Zerolo”, me dijo. Así se escribe la historia en minúsculas. Y luego están las escenificaciones. Que a veces resultan imprescindibles para exorcizar fantasmas recalcitrantes. Como el alegato de la historia del movimiento gay que por fin ha hecho suyo el PP, y su presidente, Mariano Rajoy, en la boda de Javier Maroto. Una nueva etapa. Un callar bocas. Un puñado de votos. Muchos hemos sido los ciudadanos que no hemos dejado de lamentar cuántas fatigas nos hubiéramos ahorrado si Javier Maroto y su ya marido se hubieran casado antes. Si hubieran anticipado unos años su fiesta eurovisiva, enfebrecida con el “Building Bridges” de Conchita Wurst, los clásicos de Abba, e incluso el “La, la, la” de la Masielona; la demostración de una realidad por fin aceptada por la derecha mainstream. Que en los medios sigan apareciendo listados de políticos gays, indica que aún hablamos de excepción. Pero su visibilidad, la tan manida salida del armario, ha conseguido su efecto benefactor. El último es Eric Fanning, homosexual declarado que ha sido nombrado por Obama como jefe del Ejército de Tierra de los EEUU; ahí es nada. La política no debería de dimitir de estos compromisos pendientes con la sociedad. Aunque en el caso de las lesbianas los armarios siguen llenos. ?Cada cual debe manifestarse como es. Y si está normalizado que, directa o indirectamente, las mujeres y hombres que se dedican a la política se manifiestan como heterosexuales, igual derecho tenemos los homosexuales, transexuales y bisexuales?, sostenía Zerolo. La ovación cerrada al matrimonio, y a la realidad homosexual, en la España de hoy se debe al activismo de hombres y mujeres resistentes a los prejuicios y a favor de la igualdad en todas sus variantes. Como Pedro Zerolo, pionero en la lucha, que sonreiría con su bondad universal al ver a Rajoy bailando la conga con el “YMCA”. (Icon)

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8 de octubre de 2015
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El miembro tabú

Estimado lector, si aún no ha desayunado le invito a que posponga esta lectura para más tarde: nada más lejos de mi intención que arrebatarle la suavidad de la mañana con asuntos proclives al sobresalto. Ayer me llamaron los amigos de La ventana de la Ser, Carles Francino acompañado por Álex Grijelmo y Benjamín Prado, para debatir en antena sobre las razones por las que los hombres son tan caros de ver completamente desnudos en la pantalla. De primeras llegamos a ese callejón sin salida que lo aglutina todo: el machismo, cuyas víctimas colaterales también son ellos. Pero, además, que sólo siete de cada cien directores de cine sean mujeres tiene mucho que ver: una herencia de casi 120 años de miradas masculinas ha deformado nuestra visión de lo erótico imponiendo el punto de vista del hombre. A lo largo de la historia, de la rotundidad de las venus primitivas al abuso del cuerpo desnudo como refuerzo del talento, el concepto estético de la belleza ha sido escenificado por mujeres. Recuerdo con qué grandilocuencia algunas actrices anunciaban aquello de que se desnudarían ?siempre que lo exija el guión?, y así los libretos, más forzados que nunca, corrían a extenderles alfombras a sus deshabillés. Pero, a estas alturas de la liberación universal ¿dónde están los penes? ¿Por qué el cuerpo de la mujer se muestra sin remilgos y el desnudo frontal de los varones puede llegar a ser considerado, como dijo Sam Taylor-Wood, la directora de Cincuenta sombras de Grey, como algo ?asqueroso?? Por supuesto que hay desnudos puros, estéticos y libidinosos, también los hay grotescos: los que suelen mostrar los Full Monty de turno, culos peludos tratados con socarronería y desplante, como si la belleza masculina fuera también tabú para ellos. Un pequeño diálogo entre Gilbert & George lo ilustra a la perfección: ?Es raro: una mujer desnuda es hermosa; dos mujeres desnudas, muy interesante; pero dos hombres desnudos? uno es un estudio del cuerpo masculino; más de uno… Bueno, eso es ya algo serio?. A Francino y compañía les recordé uno de mis primeros aprendizajes como directora de revistas: ?Sexo sí, pero sin pelo?, me inculcaron unas editoras francesas, marcando el límite de lo conveniente en las partes despobladas de vello. Claro que hoy esta máxima no funcionaría, cuando la depilación genital se ha convertido en un mantra estético y erótico. En cambio, permanece el gran tabú ?a excepción de películas dirigidas por cineastas homosexuales, desde Pasolini hasta Almodóvar, o Steve McQueen y su generosa Shame? del desnudo integral masculino, como si el de las mujeres fuera puro erotismo y el de los hombres pornografía dura. (La Vanguardia)

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7 de octubre de 2015
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La novela más mala

“¿No te dolió??, le pregunté a Ana Saiz, una joven y talentosa ilustradora a quien nunca había visto en shorts, bajo los cuales asomaba un florido tatuaje que ocupaba medio muslo. ?Es una especie de dolor estimulante, retador?, me dijo. Igual que ocurre con los tacones de aguja, puede más el deseo de elevarse con ellos que su tortura; son pequeñas pruebas del azote que nos hace transgredir delicadamente. Nos encontrábamos en las Conversaciones Literarias de Formentor, junto a un grupo de escritores, editores y periodistas mezclados hábilmente por el factótum del encuentro, Basilio Baltasar. El asunto que tratar era la maldad en la literatura en sus diversas facetas y roces: de la crueldad al espanto, de la perfidia a la infamia y el desprecio. Puro masoquismo el que se planteaba: hablar en uno de los paisajes más cotizados del Mediterráneo de cráneos de bebé estampados contra las rocas o de las torres aquel 11-S convertidas en una visión hipnótica, como subrayó la pynchoniana Marta Fernández. O la destrucción del amor ?desde la representación del amor mismo?, la razón de vivir de Valmont y la marquesa de Las amistades peligrosas que desglosó José Carlos Llop. ?En el interior de cada uno de nosotros hay una ventana que da al infierno?, aseguró Sònia Hernández, autora de Los Pissimboni. Porque la literatura condensa los encuentros del artista con el diablo y coloniza un espacio cedido para el mal, hasta el extremo de convertirlo en pedagogía. Qué lectura tan penetrante hizo Justo Navarro de los relatos de los Grimm, cuyas terribles historias obedecen la lógica de que los cuentos de hadas fueron el hogar de la ley, atribuyendo a la literatura un valor legislativo. ?Pero la ley tiene un poder de persuasión del que carece la literatura?, aseguró el poeta. Aún y así influye en la vida. ?La obligación del creador puro es entrar en el abismo con los ojos abiertos?, dijo Eduardo Lago citando a Bolaño. Y habló de Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, y de cómo quiso volver a esa vieja lectura que le cambió la vida como un ejercicio misterioso; una historia de soledad delirante en que ?la emoción no necesita apoyarse en palabras?. La rebelión del mal contra el bien sigue perturbando a la humanidad fuera de los libros. Asistimos cada día a una ración de crueldad televisada, y aun así no le ponemos rostro al mal. Por eso nos quedamos embobados ante las imágenes de los criminales que difunde la policía, intentando atisbar algún indicio de corrosión en su mirada. También somos capaces de asustarnos de nosotros mismos al aceptar la injusticia, la tortura y la excitación de adentrarse en las tinieblas. A indagar en el mal. ?Cuando el infierno y el cielo son lo mismo?, como señaló Victoria Cirlot en su magistral lectura de Cumbres borrascosas. Porque otra de las múltiples ventajas de la literatura es que nos sirve en bandeja la batalla del ser humano para acallar sus demonios. (La Vanguardia)

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5 de octubre de 2015
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