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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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Herida abierta

Vidas despedazadas. Chicas de melena suelta y mochila de nailon a quienes la carretera les arrebató una vida por delante con todo lo que cabe en ella a los veinte años: sus noches de insomnio y sus fantasías amorosas, los libros y los amigos nuevos, las dudas metafísicas, el vértigo de pensar que algún día podrían ser madres. Vivían el prólogo de su libertad adulta, conscientes del goce y las incógnitas. Pero no pudieron pasar página. Sus padres las soñarán durante años; acaso se despertarán algún día y medio adormilados pensarán que todo ha sido una pesadilla hasta que la luz de la mañana los sacuda con violencia. Y de nuevo se dirán que todas las promesas puestas en ellas se desvanecieron en aquel quiebro de volante, una madrugada lechosa. Bélgica y los atentados. Jóvenes y adultos desnortados, aturdidos, heridos. Hemos visto sus fotos en los periódicos durante esta Semana Santa mientras se escuchaban, de fondo, los tambores y cornetas de los armados. El rito cristiano de la muerte de Jesucristo ha acompañado en el tiempo al funeral de esta Europa amenazada que sangra por los costados. El dolor no entiende de lógicas: su naturaleza es imperialista cuando invade un cuerpo, un autocar de madrugada, un aeropuerto, la ciudad de Bruselas, los sentimientos de sus ciudadanos. El dolor conecta con la médula de la soledad y aísla a quien lo padece. Fractura el tiempo, las horas carecen de sentido pero a la vez son las únicas aliadas para algún día poder recuperar el sosiego. Todos ansiamos ser fuertes. Recomponernos. Sacar pecho. Resiliencia ?la capacidad de sobreponerse a la adversidad? es uno de esos términos que hace apenas una década la mayoría de la población desconocía, excepto los psicólogos, por mucho que el ser humano se haya esforzado desde el principio de los tiempos por superar los embates del destino, anestesiando el sentimiento de que la vida es imprevisible, arbitraria e incluso ridícula. El desastre nuclear de Fukushima marcó un punto y aparte, y brotó de nuevo el término que ha servido para hablar del abismo de la crisis, la sinrazón de los atentados terroristas o los accidentes. Una sociedad resiliente es una sociedad de futuro, nos dijimos. Pero no nos resulta fácil sobreponernos a los reveses, aunque la teoría y los ejemplos heroicos de los que han superado cornadas sean ejemplares. Nuevos estudios ponen en duda que la resiliencia sea la respuesta más común en el ser humano. Lo escribía una lectora que había perdido a su hija en la sección de cartas de este periódico: esos padres tendrán que buscar la mejor forma de sobrevivir. Morir en la carretera. Morir en el metro en manos de fanáticos que extienden el terror fascista: azar o destino. ¡Cómo vamos a apelar a la resiliencia, al coraje o a la valentía! El duelo requiere tiempo, memoria y amor. También poder dejarse de preguntar: ¿por qué? Ninguna respuesta es válida. (La Vanguardia)

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28 de marzo de 2016
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Las palabras de cada día

Me recibe en zapatillas de cuadros destaconadas junto a su mujer, María José, treinta años juntos y dos hijos mayores. Ella es alta y flaca, profesora, la primera en leer los originales de las 16 novelas que ha publicado Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960). Desde que he iniciado esta serie es la primera vez que entra en escena la pareja del escritor, sin duda un asunto muy interesante. Desprenden una cordialidad natural; la atmósfera es de piso de estudiantes. El escritorio ocupa un extremo de la casa y sus ventanales recortan una esquina del Eixample. Una escalera metálica de bricolaje se apoya entre los libros. Le pregunto si está allí para alcanzar los más altos :?No, no sabemos donde dejarla ?. El ordenador, un HP, está conectado aun disco duro externo. El miedo a perder sólo se combate actualizando la copia de seguridad: hace dos diarias. Escribe un folio todos los días del año. Se pone horario para no perder el tiempo en internet: de 14.30 a 18.00. Más le agota .?No le puedo pedir nada más a la vida: me dedico a escribir y a leer. Puedo despertarme tarde, leer tres horas cada noche, ir al cine, tomarme el tiempo de leer tres periódicos en los bares del barrio, escuchar conversaciones??. Se compara con un arte sano que cepilla la madera cuando revisa los párrafos ,?soy muy tiquismiquis, pero lo más bonito es corregir, rectificar como el sastre ?. Pisón se ha apropiado de un tiempo descomprimido :?Hay que tener horas tontas para poder dedicarte a escribir. Los personajes tienen que vivir en tu cabeza, no sólo cuando estás escribiendo; necesitas que pase mucho tiempo para que la historia crezca por sí mima?. Pisoncito le llamaban los mayores, Vila-Matas o Fernández Cubas, cuando ya era un autor exitoso con 36 años y sus Carreteras secundarias. Pronto dejó de ser ?un joven escritor que se buscaba a sí mismo?. ?Leer y escribir son dos placeres que están comunicados. Qué maravilla pensar que mi vida consiste en eso. Lo que me gusta es lo que me da el pan?. Cuando termina un novela ?cada tres años? no se queda vacío ,?me faltan días ?. En casa no fuma ni bebe, sólo en la calle, algo que se prohibió así mismo y le resulta fácil :?No se trata de voluntad, es un hábito, porque el hábito permanece, en cambio la voluntad puede fallar. El hábito es como el abrigo que te pones?. Martínez de Pisón se parece a su escritura: no le sobra ninguna palabra. Le pregunto si tiene manías léxicas .?Las palabras son gratis, pero algunas parecen caras y otras pura bisutería. La gente que no sabe escribir abusa de las caras. No me gustan los que creen que la literatura tiene que enaltecer la realidad. Hay palabras cursis que no forman parte de la vida real. Jamás me verás utilizar estío; me gustan las palabras de todos los días ?, afirma. El autor define un buen texto como aquel que desprende un conocimiento del alma humana poniendo en juego un oído fino, una característica que cree que guarda relación con el estilo en el vestir: ?Llevar muchas pulseras o pañuelos en la solapa es como si te pusieras muchos adjetivos?. Detesta los pero sin embargo y los yes que. No usa emociones porque ?es infantil?. Afirma que escribir bien es difícil: ?Hay prosas pedregosas y otras naturales, que permiten deslizarse por encima ?. Ignacio Martínez Pisón habla rápido y pregunta mucho. Enfoca su curiosidad. También reflexiona sobre el bypass al que fue sometida la tradición de la narrativa realista .?La literatura es una buena herramienta para interrogarnos sobre la época que nos ha tocado vivir ?. Por si acaso, él sigue leyendo los breves de los periódicos locales que traen historias de riñas de bar y timadores tristes.

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27 de marzo de 2016
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Johan Cruyff catorce

Ha muerto Johan Cruyff. Es mediodía, Jueves Santo, sol y pájaros en Madrid. Interrumpo la rutina, incluso esta serie de mujeres para dedicarle unas líneas apresuradas a quien forma parte de mi patrimonio sentimental y generacional. Porque Cruyff marcó época y estilo. Para tantos padres, como el mío, fue Dios. Le atraía su rebeldía, su libertad, su belleza en el juego y ese sex appeal que desprendía en una España estéticamente pacata (aunque a Cruyff siempre le incomodara reconocer su éxito entre las mujeres). Pocos días antes de morir de cáncer, un Viernes Santo, mi padre leía un libro sobre el holandés escrito por Sergi Pàmies. Y encontró una cita de una entrevista que le hice en 1992 para una revista femenina. Se le iluminaron los ojos, levantó los brazos, eufórico, y me abrazó. Fue nuestra última alegría compartida. Años más tarde, pude contárselo a Cruyff mientras asaba pescado en la barbacoa. Hablaba de forma suave. Decía quizás, con esa fonética suya tan personalísima como su carácter. Cruyff transcendió al fútbol. Fue un icono de estilo, con su flequillo rebelde y su juego rockero. De chaval, ya brillante, se plantó ante la Federación holandesa porque le obligaba a llevar una camiseta de Adidas y él pidió su parte: ?La camiseta es nuestra ?me dijeron?, pero mi cabeza es mía?, contestó. Junto a su suegro, Cor Coster, inventó el marketing en el campo y defendió a muerte los derechos del jugador. Pedía para él y para todo el vestuario. En las paredes de su fundación cuelga un cartel: ?Aspirar. Tener curiosidad. Crecer. Pensar?. Define su estilo. El del hombre que no podía vivir sin problemas y por ello se enganchó a los sudokus. Tenía mucha vida familiar, junto a Danny (la otra mitad de Cruyff). ?Danny piensa muy bien?, repetía. Los dos, de jóvenes, emprendieron labores sociales que siempre compartieron con los hijos. La suya es una familia holandesa, grande, bien avenida, con niños de pieles diferentes, parejas, ex parejas, todos muy concienciados socialmente. Cada navidad, él y Danny se iban a Zara Kids y compraban media tienda para niños de familias rotas e hijos de madres solteras en casas de acogida. Cruyff siempre quería aprender. No iba de sobrado aunque su independencia pudiera confundirse con soberbia. Recuerdo su forma de conmoverse al contar las historias de chavales que rescataban de la sordidez y los ponían a dar patadas a un balón. Hablaba con fervor de su progreso, de los campos que día a día construían en los barrios más desangelados del mundo, del fútbol como pegamento social. Fiel a sus orígenes, el hijo de la asistenta de la limpieza de Ajax arrojaba en esta causa la misma energía, convicción y optimismo que lo habían llevado hasta la cima del mundo. Su nombre es conocido por cuatro billones de personas. Decía que prefería no pensarlo. A los catorce, murió su padre. Hace dos años, en una larga entrevista para Icon me confesó que había hablado toda la vida con él. Que su muerte fue un gran problema, pero que acabó teniendo ?una relación perfecta aunque estuviera muerto?. Le pedía opinión sobre decisiones importantes. ?Un día le puse a prueba: yo creo que estás ahí pero muchos piensan que estoy loco, por qué no me lo demuestras y me paras el reloj. Me fui a dormir, y por la mañana el reloj no funcionaba?. Siempre hizo lo que quiso. Era apasionado. Rápido. Un sabio ingenuo. Sólo le tenía miedo a las alturas y al telesilla. Vivió sus últimos meses con el coraje de quienes disfrutan de la vida. Esperó a que llegara su hijo Jordi para irse con la paz de los que han amado. (La Vanguardia)

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26 de marzo de 2016
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El príncipe y el sapo

Pervive un estilo de adulación muy zalamero en la capital de España, que suele arrancar por el paladar, elogiando un buen rebozado, y termina en la punta de los zapatos, debido a que abunda la creencia de que la elegancia hay que empezar a vestirla por los pies. La sociabilidad castiza suele incluir algún signo, siempre audaz, que define el carácter del otro como condición del destino. Se trata de poner de relieve un detalle que pueda encandilar al interlocutor, de extraer algún sentimiento oculto para hacerle sentir por un instante una mina de talento, gracia o conocimiento. Reconozco que a mí se me ha pegado ese decir gozoso al admirar los aciertos ajenos. Y no me refiero al halago empalagoso, sino al cumplido. Cuando detectas una virtud, un brillo que te ofrece el otro, callarlo se me antoja una forma de tacañería y a la vez de inseguridad. El halago acostumbra a ser interesado, busca el propio provecho, mientras que el cumplido es más físico y pretende engrasar los rodamientos de la confianza además de reconocer los méritos del otro. El problema surge cuando se realizan como transacciones sociales y provocan la obligación de devolver el elogio o resignarse a cierto sentimiento de culpabilidad (pues sentirse en deuda es parte de su lógica). Un halago, en el fondo, es casi como un regalo, pero no una ofrenda de cariño sino de compromiso. Recibir un presente, como explicó Derrida, puede hacer que uno se sienta un deudor atrapado en un ciclo de intercambio. Aunque los hay que se crecen ante todo lo contrario: los puñales son lo que importa, se dicen, el más elevado símbolo de reconocimiento. Julio Camba escribió en su día una memorable columna titulada ?Los admiradores son un peligro? en la que ironizaba con su habitual destreza sobre el asunto: ?Hay un señor que me llama animal y otro que me anuncia un garrotazo en la cabeza. Creo que el éxito no admite dudas?. La muy halagada Ada Colau, a quien sus socios de Podemos le han dedicado perlas enamoradas como estas: ?Barcelona se merece una alcaldesa de la gente, una alcaldesa valiente como Ada Colau?, se ha sincerado en el libro Ada, la rebelión democrática, de Joan Serra. Y lanza un gancho en un momento estratégico ?en la segunda parte de la prórroga postelectoral?, acusando de arrogancia a los mandarines podemistas. Los tuits de sutil rectificación ya han circulado, matizando el revés. Aunque, en verdad, quien pone de manifiesto su arrogancia es la propia alcaldesa, juzgando a sus ?hermanos políticos? a fin de redefinirse por oposición a ellos. Las púas abiertas no entienden de lealtades; ocurre con el amor: cuando se desgasta, todos nos convertimos en sapos.

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23 de marzo de 2016
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El efecto gurú

Me desperté a media noche, revolviéndome contra los tres entonces que se colaron en mi último runrún publicado en este periódico. ¿Cómo había podido pasarlos por alto? ¿Qué descuidada había sido mi edición, sin podar debidamente las palabras ante la exasperación del sufrido lector? No era ninguna excusa que hubiera mandado el artículo desde el aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid, concretamente del baño reservado para las sillas de ruedas ?con la puerta abierta por si alguien requería sus servicios?, una vez el ordenador portátil resucitó lentamente gracias a la corriente eléctrica. Aquello más bien era una consecuencia del atropello diario, de un nomadismo disparatado que se ha convertido en habitual y que debes de sobrellevar sin melifluidades. De poco vale que te digas, que te digan, que equivocarse es humano. Es consolación de tontos, sobre todo cuando no has hecho bien tu trabajo y al terminar de escribir has incumplido aquel sabio mandato de Coco Chanel: ?Antes de salir de casa, mírate al espejo y quítate algo?. Somerset Maugham, autor de El filo de la navaja, advirtió que tan difícil es escribir con sencillez como hacerlo bien. Podar, mover, encajar, buscar el sentido y el oído. Ignacio Martínez de Pisón me contaba que al corregir se siente como un artesano, igual que un sastre rectificando una manga. La palabra escrita exige un tiempo calmo apaciguado por el amor al trabajo bien hecho, como el del ebanista o la bordadora. En el polo opuesto, se hallan los especuladores del lenguaje, que lo enaltecen oscureciéndolo y, aunque carezca de sustancia lo que tratan de expresar, provocan el llamado efecto gurú. Así denominó Dan Sperber la tendencia a juzgar profundo lo que no se ha logrado comprender. Enmarañar el lenguaje no es sólo patrimonio de esos oradores que juegan con las palabras como si fueran pegajosas nubes de algodón de azúcar. Algunos académicos son especialistas en vomitar un discurso impenetrable y a menudo irreproducible: ninguna frase permanece. El profesor Michael Billig ?conocido por su participación en experimentos relacionados con el paradigma del grupo mínimo? publicó el año pasado un ensayo titulado Aprender a escribir mal: cómo tener éxito en las ciencias sociales, en el que realizaba una virulenta crítica de algunos de los pilares de su propio campo. La política de palabras vagas también ha sido todo un clásico, a fin de ejercer el escapismo con una colección de sinsentidos. Ahí está el tan comentado tuit de Íñigo Errejón, en el ojo del huracán estos días: ?La hegemonía se mueve en la tensión entre el núcleo irradiador y la seducción de los sectores aliados laterales. Afirmación-apertura?. Y acaso una parte del electorado se sienta atrapada por tan elevadas expresiones, transportada incluso a un ágora soñada; mientras otros se preguntarán, una sola vez, ?¿Y, entonces??. (La Vanguardia)

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21 de marzo de 2016
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Lucidez sin adjetivos

Natalia Ginzburg cumpliría cien años el próximo mes de julio, pero su voz sigue regresando no solo a los catálogos editoriales ?Lumen reedita tres de sus títulos fundamentales: su autobiografía Léxico familiar; Todos nuestros ayeres, la versión ficcionada, y Las tareas de casa y otros ensayos? sino a la memoria que dejó tejida con fortaleza y seda. Fue una intelectual que nunca se dio importancia, capaz de transformar ideas procedentes del desorden del mundo en razonamientos luminosos nunca afectados ni petulantes. Testigo de excepción del auge del fascismo y la Segunda Guerra Mundial, mamó la política ya de bien joven, cuando su padre tronaba contra los conocidos que se habían rendido a Mussollini: ?¡Bellacos!?, vociferaba el doctor Levi, resoplando sin pudor alguno. El pulso literario de Ginzburg se apropió de una claridad refulgente. ?La memoria es débil, y los libros que se basan en la realidad son con frecuencia pequeños atisbos y fragmentos de cuanto vivimos y oímos? escribe en el prólogo de Léxico familiar, donde rehace el mundo del que procedía y que conformó: de las palurdeces que describía su padre, genio y figura, tan severo como refinado, que instruyó a sus hijos en la lectura, la naturaleza y la decencia moral, al frío que tan profundamente sentía su madre al trasladarse de Palermo a Turín. ?Mi padre apreciaba y admiraba el socialismo, Inglaterra, las novelas de Zola, la fundación Rockefeller, la montaña y los guías del valle de Aosta. Mi madre amaba el socialismo, la poesía de Paul Verlaine y la música, sobre todo Lohengrin que nos solía cantar cada noche después de cenar?. Educada en casa por tutores y maestros particulares, pues su padre estaba convencido de que en las escuelas podía contraer microbios, Ginzburg desarrolló en cambio, tempranamente, la bacteria que germinaría en el síndrome melancólico que su madre denomina ?sentimiento hebraico? de la escritura, alimentada por las lecturas a escondidas ?a pesar de la educación en valores y libros, ni su padre ni su madre la dejaban leer determinadas obras? de Proust o Colette. Su literatura trata de las pequeñas cosas, de los asuntos familiares, y sin embargo no puede estar más lejos de la pequeñez literaria. Ella se despoja de adornos para llegar a la médula de forma diáfana, sopesando melancolía y esperanza. Como los grandes, no solo ve aquello que los demás no vemos, sino que logra mostrárnoslo. En parte porque disecciona la tristeza ?no es extraño, experiencias vitales como dos hermanos muertos por su militancia antifascista y un marido torturado hasta morir hicieron saltar por los aires su mundo?, un tema con el que pocos (escritores y lectores) se atreven. Su vida, tanto literaria como política, fue de primera magnitud. Codo con codo con sus compañeras Elsa Morante o Dacia Maraini confraternizó con los Cesare Pavese, Italo Calvino, Carlo Levi o Alberto Moravia; la mítica editorial Einaudi le abrió sus puertas; ganó los premios más prestigiosos del país y tradujo a Flaubert, Maupassant o su querido Proust. Y en 1983 fue elegida parlamentaria por el Partido Comunista italiano y dedicó sus últimos años a la política activa. Sus ensayos están tamizados por esa luz modesta y a la vez valiente que siempre la acompañó: ?No llegaremos a ser ni sabios ni serenos, además nunca hemos amado la sabiduría ni la serenidad, en cambio siempre hemos amado la sed y la fiebre, las búsquedas inquietas y los errores?. Ahora, en su centenario, su aliento vivificador impulsa una poética realista que nos invita a vivir sin anestesia, con palpitante nervio. (La Vanguardia)

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19 de marzo de 2016
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Fuera de lo normal

Lo excepcional, único y original sigue habitando las casillas de las aspiraciones sublimes. Digamos que nadie sueña con transformarse en lo que acostumbramos a llamar un ?ciudadano de a pie? o ?la vecina de al lado? sino que prefiere soñarse como héroe o incluso ángel, o, al menos, poseer cierta virtud que lo distinga del resto. Estándar le decimos a lo que se iguala y se repite, a lo conocido, a lo normal, mientras deluxe o premium identifican una categoría superior, como ocurre con las habitaciones de hotel. Hubo décadas que premiaron la diferencia, e incluso hoy los cánones estéticos se han ablandado en la pasarela: si tienes algo raro puedes ser una estrella, parece rezar el nuevo eslogan. Pero, al mismo tiempo, nunca la normalidad se había propuesto llegar tan lejos. Mientras escribo esto, la prensa recoge una encuesta que concluye que a los trabajadores españoles les gustaría tener de jefe a personas normales, como Bertín Osborne o Dani Rovira. Lo que ocurre es que se trata de una falsa percepción, porque ¿de verdad cree usted que son personas normales? Aunque su capacidad para transmitir bonhomía ?cada uno a su manera? sea aplaudida, es absurdo suponer que ambos personajes con sus vidas detrás de platós ?donde casi nada es normal y casi todo está preparado? representen al ?hombre normal?. Si hoy en día tenemos claras nociones como la de ?estatura normal? o ?salario medio? se debe, en buena medida, a que un belga llamado Adolphe Quetelet decidió cambiar las matemáticas por una disciplina entonces naciente: el comportamiento social. Europa experimentaba entonces lo que desde nuestro punto de vista 3.0 podríamos denominar una primera ola de big data: los estados creaban y engrasaban sus maquinarias burocráticas, y entonces comenzaron a recogerse y analizarse todo tipo de datos acerca de sus contornos a fin de hallar el punto medio. En el otro extremo de lo normal, se encuentra lo raro, inútil y a menudo bello que se adhiere al concepto de exclusividad. De la moda a la poesía, se crean universos que nos hacen sentir un pellizco de emoción que nada tiene que ver con lo común y anodino. ?El poeta besa el pico de un pavo real / y cree que al hacerlo vuela / el ave se burla de su ingenuidad / pero el poeta ya se encuentra / a tres metros sobre tierra?. Son versos de Carla Badillo, premio de poesía Fundación Loewe a la creación joven. Decía Badillo en la entrega de unos galardones que se han convertido en una especie de Planeta de la poesía que en todo riesgo existe una poética, y es cierto. Cada vez que salimos de la zona trillada y gris de la normalidad y cruzamos una avenida que nos es ajena nos abrimos al descubrimiento, del que tanto necesita nuestra rutina. (La Vanguardia)

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16 de marzo de 2016
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Repulsión

Ya no estamos hablando de la bronca política de siempre, amenizada por las bancadas pateando la tarima del Congreso, ni de las esgrimas dialécticas que requieren escupidero y acaban por empequeñecer más al matón que al conejo. Hoy, el clima de odio, de hostia seca y planchada, arrecia entre la clase política y el electorado más militante del tal forma que llega a resultar incómodo que los contrarios se sienten en una misma mesa, donde antes comían todos. La falta de entendimiento para gobernar se gesticula con brusquedad y plantones, elevando el volumen del insulto, enfrentando a hermanos políticos pero también a familias biológicas. Es el resultado de una radicalización de posiciones, de bandos territoriales e ideológicos desprovistos de voluntad de sutura, que desconsuela a aquellos que pretendemos que la vida sea más fácil porque al fin y al cabo todos moriremos. Los gatos más viejos permanecen atónitos ante la pelea, con la misma mirada que Luis de Guindos cuando lo del beso entre Iglesias y Domènech, y los primeras espadas sudan la camisa y tiran de coraje y mala baba. Todos dan calabazas a Sánchez y a Rivera, como si fueran cónyuges despechados que evitan hablarse. Y reproducen ese mal rollo de escena de dormitorio congelada y muda, cortada por cuchillos en el aire. La nueva izquierda le saca a los partidos sénior sus peores antepasados: manos manchadas frente a manos lavadas con Lux. En Barcelona, la alcaldesa Ada Colau se arroja a los militares en un escenario tan blanco como el Saló de l?Ensenyament y les pide que mejor se larguen con su stand. ?Ya sabes que nosotros como Ayuntamiento preferimos que no haya presencia militar en el salón?. El folklore izquierdista causa estragos y demuestra que no logra jubilar la idea de un ejército de otra época, aunque hoy sea la institución más valorada de la sociedad española y hace unos años le pasara revista una mujer embarazada. Buenos y malos, militares y civiles, rastafaris y casta, nos enfrentamos a un panorama desalentador para la convivencia, arremangado por ese costumbrismo de derechas que se pone muy mal educado y arrufa las narices ante el cambio. Las sacudidas del odio embrutecen pero a la vez mueven el mundo; algunas provocan salvajadas y otras logran auténticas heroicidades. La editorial Adriana Hidalgo acaba de publicar una antología de textos misántropos de grandes autores: Oda al odio, que compila y prologa Ariel Magnus. En su prólogo escribe: ?Preferir al misántropo puro, casi tautológico, ese que no tiene razones personales para su aversión, no debe impedirnos comprender que también otras causas, por muy individuales, y en este sentido, despreciables que sean, pueden gestar un odio sincero y bello?. Dicen que el odio puede ser una forma de expresar amor, pero nuestros líderes políticos demuestran que el suyo tan sólo es una forma de repulsión.

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14 de marzo de 2016
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Cortesana de Estado

Fue también una cortesana, no tan brillante y maligna como la Pompadour, que se impuso en Versalles, donde entretenía a Luis XV con sus insolencias y sus intrigas políticas. Aquella joven sonrosada, hija de un conductor de caballos, que ascendió en la corte por su belleza y sus pericias, fue odiada por el pueblo, llorada a su muerte por el rey y considerada por Voltaire una filósofa. ?Excepto la felicidad de estar con el rey, el resto no es más que un catálogo de maldades, mediocridades, de todas las miserias de las que los pobres humanos son capaces?, le escribió a su hermano. Un siglo después de que la Pompadour muriese de pulmonía, nacía en Pensilvania Bessie Wallis Warfield, hija de una pareja que aún no había tenido tiempo de casarse. Y, como la amante de Luis XV, llegó a infiltrarse en una corte que la temía y la maldecía a partes iguales; eso sí, no llegó a reina. Sería la primera duquesa de Windsor. Su padre murió joven y el ascensor burgués elevó socialmente a la madre con una segunda boda, mientras los abuelos le pagaban una buena escuela a Wallis. Enseguida se distinguió por su impertinencia y su carácter dominante. Siempre se ha escrito que no era guapa, para, a continuación, explicitarse que fue la más elegante, un símbolo de perfección estética. No tengo dudas de que el aire cortante que desprendía su presencia procedía de su insobornable seguridad, la de quien siempre miraba a la cámara elevando clavículas, barbilla y cejas. Tenía unos pómulos demasiado prominentes y una sonrisa invertida, como de clown, pero aún así logró ser admirada. Fue una fea que subvirtió los cánones en pos de su carisma y sus ambiciones. Su principal misión, a los 18 años, consistió en encontrar un marido rico. Se casó con un aviador que resultó ser alcohólico y celoso. Según no pocos de sus biógrafos, en China, donde se trasladó a vivir la pareja, frecuentó casas de apuestas y burdeles, estuvo implicada en tráfico de drogas y ejerció labores de espía. Uno de sus amantes, el conde Galezzano Ciano, yerno de Mussolini, la instruyó en el fascismo. Nada más divorciarse se casó de nuevo, con un inglés rico y refinado, Ernest Aldrich Simpson, quien la llevó a las fiestas de la campiña con el príncipe de Gales. Se enamoraron. No hubo vuelta atrás. Jaque mate a la flema inglesa: doblemente divorciada, filonazi, maquiavélica, amante del lujo, coleccionista de hombres. Y embobó al rey que abdicaría por amor, el que aseguró no poder asumir su responsabilidad sin el apoyo de la mujer a la que amaba. Se casaron en un castillo del valle del Loira y por supuesto nadie de la familia real británica fue a la boda. Para encender su popularidad, Cecil Beaton realizó un reportaje de Wallis en el castillo Candé, quien, para la ocasión, vistió de un traje de Schiaparelli de estilo neoclásico, pero con la langosta de Dalí estampada sobre la tela. La duquesa de Windsor paseaba temple y osadía, aunque sobre todo desprecio. Como del que haría gala tras la invasión alemana del norte de Francia y los primeros bombardeos sobre Gran Bretaña, en mayo de 1940, al declarar a un periodista: ?No puedo decir que sienta lástima por ellos?. La pareja escapó del conflicto y se instaló en Bahamas, donde Churchill había nombrado gobernador al duque; ella se consagró a las obras de la Cruz Roja, pero en su correspondencia no deja de menospreciar a la población local llamándoles ?negros perezosos?. Murió en fuga, demente, sola y triste desde la muerte de Edward. Ahora se cumplen 30 años de su muerte. Nunca sobresalió como alma caritativa, pero en su testamento sorprendió con la donación de su joyero, una vez subastado, al Instituto Pasteur. Recaudó 45 millones de dólares para la investigación, un final impredecible para una mujer tan elegante como venenosa. (La Vanguardia)

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12 de marzo de 2016
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Igualdad y estrategia

Desde hace una semana, el bombardeo acerca de la desigualdad de las mujeres nos llega por tierra, mar y aire. Desde la brecha salarial, tan difícil de equilibrar incluso en Islandia ?el país más igualitario del mundo, donde las mujeres también siguen cobrando un 20% menos?, hasta la bicha inmunda que empieza atacando con sutilezas y acaba con brutalidades: la violencia machista. Las penalidades que deben tragarse por el simple hecho de ser mujer son aún innumerables e irracionales. Pero ¿es conveniente comprimir en unos pocos días tantas informaciones aprovechando la percha del día internacional de la Mujer, sobre todo cuando a los españoles, según las encuestas del CIS, el asunto de la igualdad les interesa más bien poco? ¿Cuál será la reacción de la gente ante titulares, noticias o testimonios en los que se habla de la ?normalidad? del acoso, y no sólo en India sino en la misma acera de tu casa? El 43% de las jóvenes de Londres ha sufrido en sus calles algún tipo de asalto, en especial que le metan mano sin consentimiento. Recuerdo al detalle la vez en que, de adolescente, fui presa de un gracioso que me tocó el culo en una discoteca de Granada, así como mi reacción, que, muy lejos de la parálisis que puede embargarte por lo inesperado del abuso, cristalizó en una bofetada seca; puro instinto o al menos una respuesta equitativa a su molesta garra. Últimamente pienso que el marketing sobre la igualdad debería reformatear su estrategia. Es demasiado sincero, transparente, frontal, incluso ingenuo. En una sociedad arreada por depredadores y especuladores, las reivindicaciones de las mujeres vienen a ser como la fantasía del verano azul que tarda en llegar, y cuando por fin asoma la nariz lo hace a medias, con sus días de lluvia y su apartamento incómodo. No hay mayor capacidad de convicción que la que se extrae del dato empírico. Demostrar, por ejemplo, el tiempo que las mujeres entregan gratuitamente en su vida familiar y, como se dice ahora, ?monetizarlo?: es decir, calcularlo a diez euros ?lo que cobra una asistenta? la hora. O explicar qué ocurriría si abandonaran una profesión que copan, como la de enfermera, ¿quién las sustituiría? Aseguran las islandesas que la clave de su éxito ha sido una política de conciliación laboral: desde el 2003 poseen un sistema único de bajas parentales, ¡de nueve meses! Además de medidas de apoyo público a las familias. Así, es fácil alardear de ser los más fértiles de Europa, con una media de dos hijos por cabeza, pero también les ponen casitas a los huldufólk, esa especie de gnomos en los que creen ciegamente. Determinación y dulzura, estrategia y táctica, reivindicar convenciendo todos los días del año. (La Vanguardia)

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9 de marzo de 2016
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El Boomeran(g)
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