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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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El príncipe y el sapo

Pervive un estilo de adulación muy zalamero en la capital de España, que suele arrancar por el paladar, elogiando un buen rebozado, y termina en la punta de los zapatos, debido a que abunda la creencia de que la elegancia hay que empezar a vestirla por los pies. La sociabilidad castiza suele incluir algún signo, siempre audaz, que define el carácter del otro como condición del destino. Se trata de poner de relieve un detalle que pueda encandilar al interlocutor, de extraer algún sentimiento oculto para hacerle sentir por un instante una mina de talento, gracia o conocimiento. Reconozco que a mí se me ha pegado ese decir gozoso al admirar los aciertos ajenos. Y no me refiero al halago empalagoso, sino al cumplido. Cuando detectas una virtud, un brillo que te ofrece el otro, callarlo se me antoja una forma de tacañería y a la vez de inseguridad. El halago acostumbra a ser interesado, busca el propio provecho, mientras que el cumplido es más físico y pretende engrasar los rodamientos de la confianza además de reconocer los méritos del otro. El problema surge cuando se realizan como transacciones sociales y provocan la obligación de devolver el elogio o resignarse a cierto sentimiento de culpabilidad (pues sentirse en deuda es parte de su lógica). Un halago, en el fondo, es casi como un regalo, pero no una ofrenda de cariño sino de compromiso. Recibir un presente, como explicó Derrida, puede hacer que uno se sienta un deudor atrapado en un ciclo de intercambio. Aunque los hay que se crecen ante todo lo contrario: los puñales son lo que importa, se dicen, el más elevado símbolo de reconocimiento. Julio Camba escribió en su día una memorable columna titulada ?Los admiradores son un peligro? en la que ironizaba con su habitual destreza sobre el asunto: ?Hay un señor que me llama animal y otro que me anuncia un garrotazo en la cabeza. Creo que el éxito no admite dudas?. La muy halagada Ada Colau, a quien sus socios de Podemos le han dedicado perlas enamoradas como estas: ?Barcelona se merece una alcaldesa de la gente, una alcaldesa valiente como Ada Colau?, se ha sincerado en el libro Ada, la rebelión democrática, de Joan Serra. Y lanza un gancho en un momento estratégico ?en la segunda parte de la prórroga postelectoral?, acusando de arrogancia a los mandarines podemistas. Los tuits de sutil rectificación ya han circulado, matizando el revés. Aunque, en verdad, quien pone de manifiesto su arrogancia es la propia alcaldesa, juzgando a sus ?hermanos políticos? a fin de redefinirse por oposición a ellos. Las púas abiertas no entienden de lealtades; ocurre con el amor: cuando se desgasta, todos nos convertimos en sapos.

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23 de marzo de 2016
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El efecto gurú

Me desperté a media noche, revolviéndome contra los tres entonces que se colaron en mi último runrún publicado en este periódico. ¿Cómo había podido pasarlos por alto? ¿Qué descuidada había sido mi edición, sin podar debidamente las palabras ante la exasperación del sufrido lector? No era ninguna excusa que hubiera mandado el artículo desde el aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid, concretamente del baño reservado para las sillas de ruedas ?con la puerta abierta por si alguien requería sus servicios?, una vez el ordenador portátil resucitó lentamente gracias a la corriente eléctrica. Aquello más bien era una consecuencia del atropello diario, de un nomadismo disparatado que se ha convertido en habitual y que debes de sobrellevar sin melifluidades. De poco vale que te digas, que te digan, que equivocarse es humano. Es consolación de tontos, sobre todo cuando no has hecho bien tu trabajo y al terminar de escribir has incumplido aquel sabio mandato de Coco Chanel: ?Antes de salir de casa, mírate al espejo y quítate algo?. Somerset Maugham, autor de El filo de la navaja, advirtió que tan difícil es escribir con sencillez como hacerlo bien. Podar, mover, encajar, buscar el sentido y el oído. Ignacio Martínez de Pisón me contaba que al corregir se siente como un artesano, igual que un sastre rectificando una manga. La palabra escrita exige un tiempo calmo apaciguado por el amor al trabajo bien hecho, como el del ebanista o la bordadora. En el polo opuesto, se hallan los especuladores del lenguaje, que lo enaltecen oscureciéndolo y, aunque carezca de sustancia lo que tratan de expresar, provocan el llamado efecto gurú. Así denominó Dan Sperber la tendencia a juzgar profundo lo que no se ha logrado comprender. Enmarañar el lenguaje no es sólo patrimonio de esos oradores que juegan con las palabras como si fueran pegajosas nubes de algodón de azúcar. Algunos académicos son especialistas en vomitar un discurso impenetrable y a menudo irreproducible: ninguna frase permanece. El profesor Michael Billig ?conocido por su participación en experimentos relacionados con el paradigma del grupo mínimo? publicó el año pasado un ensayo titulado Aprender a escribir mal: cómo tener éxito en las ciencias sociales, en el que realizaba una virulenta crítica de algunos de los pilares de su propio campo. La política de palabras vagas también ha sido todo un clásico, a fin de ejercer el escapismo con una colección de sinsentidos. Ahí está el tan comentado tuit de Íñigo Errejón, en el ojo del huracán estos días: ?La hegemonía se mueve en la tensión entre el núcleo irradiador y la seducción de los sectores aliados laterales. Afirmación-apertura?. Y acaso una parte del electorado se sienta atrapada por tan elevadas expresiones, transportada incluso a un ágora soñada; mientras otros se preguntarán, una sola vez, ?¿Y, entonces??. (La Vanguardia)

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21 de marzo de 2016
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Lucidez sin adjetivos

Natalia Ginzburg cumpliría cien años el próximo mes de julio, pero su voz sigue regresando no solo a los catálogos editoriales ?Lumen reedita tres de sus títulos fundamentales: su autobiografía Léxico familiar; Todos nuestros ayeres, la versión ficcionada, y Las tareas de casa y otros ensayos? sino a la memoria que dejó tejida con fortaleza y seda. Fue una intelectual que nunca se dio importancia, capaz de transformar ideas procedentes del desorden del mundo en razonamientos luminosos nunca afectados ni petulantes. Testigo de excepción del auge del fascismo y la Segunda Guerra Mundial, mamó la política ya de bien joven, cuando su padre tronaba contra los conocidos que se habían rendido a Mussollini: ?¡Bellacos!?, vociferaba el doctor Levi, resoplando sin pudor alguno. El pulso literario de Ginzburg se apropió de una claridad refulgente. ?La memoria es débil, y los libros que se basan en la realidad son con frecuencia pequeños atisbos y fragmentos de cuanto vivimos y oímos? escribe en el prólogo de Léxico familiar, donde rehace el mundo del que procedía y que conformó: de las palurdeces que describía su padre, genio y figura, tan severo como refinado, que instruyó a sus hijos en la lectura, la naturaleza y la decencia moral, al frío que tan profundamente sentía su madre al trasladarse de Palermo a Turín. ?Mi padre apreciaba y admiraba el socialismo, Inglaterra, las novelas de Zola, la fundación Rockefeller, la montaña y los guías del valle de Aosta. Mi madre amaba el socialismo, la poesía de Paul Verlaine y la música, sobre todo Lohengrin que nos solía cantar cada noche después de cenar?. Educada en casa por tutores y maestros particulares, pues su padre estaba convencido de que en las escuelas podía contraer microbios, Ginzburg desarrolló en cambio, tempranamente, la bacteria que germinaría en el síndrome melancólico que su madre denomina ?sentimiento hebraico? de la escritura, alimentada por las lecturas a escondidas ?a pesar de la educación en valores y libros, ni su padre ni su madre la dejaban leer determinadas obras? de Proust o Colette. Su literatura trata de las pequeñas cosas, de los asuntos familiares, y sin embargo no puede estar más lejos de la pequeñez literaria. Ella se despoja de adornos para llegar a la médula de forma diáfana, sopesando melancolía y esperanza. Como los grandes, no solo ve aquello que los demás no vemos, sino que logra mostrárnoslo. En parte porque disecciona la tristeza ?no es extraño, experiencias vitales como dos hermanos muertos por su militancia antifascista y un marido torturado hasta morir hicieron saltar por los aires su mundo?, un tema con el que pocos (escritores y lectores) se atreven. Su vida, tanto literaria como política, fue de primera magnitud. Codo con codo con sus compañeras Elsa Morante o Dacia Maraini confraternizó con los Cesare Pavese, Italo Calvino, Carlo Levi o Alberto Moravia; la mítica editorial Einaudi le abrió sus puertas; ganó los premios más prestigiosos del país y tradujo a Flaubert, Maupassant o su querido Proust. Y en 1983 fue elegida parlamentaria por el Partido Comunista italiano y dedicó sus últimos años a la política activa. Sus ensayos están tamizados por esa luz modesta y a la vez valiente que siempre la acompañó: ?No llegaremos a ser ni sabios ni serenos, además nunca hemos amado la sabiduría ni la serenidad, en cambio siempre hemos amado la sed y la fiebre, las búsquedas inquietas y los errores?. Ahora, en su centenario, su aliento vivificador impulsa una poética realista que nos invita a vivir sin anestesia, con palpitante nervio. (La Vanguardia)

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19 de marzo de 2016
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Fuera de lo normal

Lo excepcional, único y original sigue habitando las casillas de las aspiraciones sublimes. Digamos que nadie sueña con transformarse en lo que acostumbramos a llamar un ?ciudadano de a pie? o ?la vecina de al lado? sino que prefiere soñarse como héroe o incluso ángel, o, al menos, poseer cierta virtud que lo distinga del resto. Estándar le decimos a lo que se iguala y se repite, a lo conocido, a lo normal, mientras deluxe o premium identifican una categoría superior, como ocurre con las habitaciones de hotel. Hubo décadas que premiaron la diferencia, e incluso hoy los cánones estéticos se han ablandado en la pasarela: si tienes algo raro puedes ser una estrella, parece rezar el nuevo eslogan. Pero, al mismo tiempo, nunca la normalidad se había propuesto llegar tan lejos. Mientras escribo esto, la prensa recoge una encuesta que concluye que a los trabajadores españoles les gustaría tener de jefe a personas normales, como Bertín Osborne o Dani Rovira. Lo que ocurre es que se trata de una falsa percepción, porque ¿de verdad cree usted que son personas normales? Aunque su capacidad para transmitir bonhomía ?cada uno a su manera? sea aplaudida, es absurdo suponer que ambos personajes con sus vidas detrás de platós ?donde casi nada es normal y casi todo está preparado? representen al ?hombre normal?. Si hoy en día tenemos claras nociones como la de ?estatura normal? o ?salario medio? se debe, en buena medida, a que un belga llamado Adolphe Quetelet decidió cambiar las matemáticas por una disciplina entonces naciente: el comportamiento social. Europa experimentaba entonces lo que desde nuestro punto de vista 3.0 podríamos denominar una primera ola de big data: los estados creaban y engrasaban sus maquinarias burocráticas, y entonces comenzaron a recogerse y analizarse todo tipo de datos acerca de sus contornos a fin de hallar el punto medio. En el otro extremo de lo normal, se encuentra lo raro, inútil y a menudo bello que se adhiere al concepto de exclusividad. De la moda a la poesía, se crean universos que nos hacen sentir un pellizco de emoción que nada tiene que ver con lo común y anodino. ?El poeta besa el pico de un pavo real / y cree que al hacerlo vuela / el ave se burla de su ingenuidad / pero el poeta ya se encuentra / a tres metros sobre tierra?. Son versos de Carla Badillo, premio de poesía Fundación Loewe a la creación joven. Decía Badillo en la entrega de unos galardones que se han convertido en una especie de Planeta de la poesía que en todo riesgo existe una poética, y es cierto. Cada vez que salimos de la zona trillada y gris de la normalidad y cruzamos una avenida que nos es ajena nos abrimos al descubrimiento, del que tanto necesita nuestra rutina. (La Vanguardia)

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16 de marzo de 2016
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Repulsión

Ya no estamos hablando de la bronca política de siempre, amenizada por las bancadas pateando la tarima del Congreso, ni de las esgrimas dialécticas que requieren escupidero y acaban por empequeñecer más al matón que al conejo. Hoy, el clima de odio, de hostia seca y planchada, arrecia entre la clase política y el electorado más militante del tal forma que llega a resultar incómodo que los contrarios se sienten en una misma mesa, donde antes comían todos. La falta de entendimiento para gobernar se gesticula con brusquedad y plantones, elevando el volumen del insulto, enfrentando a hermanos políticos pero también a familias biológicas. Es el resultado de una radicalización de posiciones, de bandos territoriales e ideológicos desprovistos de voluntad de sutura, que desconsuela a aquellos que pretendemos que la vida sea más fácil porque al fin y al cabo todos moriremos. Los gatos más viejos permanecen atónitos ante la pelea, con la misma mirada que Luis de Guindos cuando lo del beso entre Iglesias y Domènech, y los primeras espadas sudan la camisa y tiran de coraje y mala baba. Todos dan calabazas a Sánchez y a Rivera, como si fueran cónyuges despechados que evitan hablarse. Y reproducen ese mal rollo de escena de dormitorio congelada y muda, cortada por cuchillos en el aire. La nueva izquierda le saca a los partidos sénior sus peores antepasados: manos manchadas frente a manos lavadas con Lux. En Barcelona, la alcaldesa Ada Colau se arroja a los militares en un escenario tan blanco como el Saló de l?Ensenyament y les pide que mejor se larguen con su stand. ?Ya sabes que nosotros como Ayuntamiento preferimos que no haya presencia militar en el salón?. El folklore izquierdista causa estragos y demuestra que no logra jubilar la idea de un ejército de otra época, aunque hoy sea la institución más valorada de la sociedad española y hace unos años le pasara revista una mujer embarazada. Buenos y malos, militares y civiles, rastafaris y casta, nos enfrentamos a un panorama desalentador para la convivencia, arremangado por ese costumbrismo de derechas que se pone muy mal educado y arrufa las narices ante el cambio. Las sacudidas del odio embrutecen pero a la vez mueven el mundo; algunas provocan salvajadas y otras logran auténticas heroicidades. La editorial Adriana Hidalgo acaba de publicar una antología de textos misántropos de grandes autores: Oda al odio, que compila y prologa Ariel Magnus. En su prólogo escribe: ?Preferir al misántropo puro, casi tautológico, ese que no tiene razones personales para su aversión, no debe impedirnos comprender que también otras causas, por muy individuales, y en este sentido, despreciables que sean, pueden gestar un odio sincero y bello?. Dicen que el odio puede ser una forma de expresar amor, pero nuestros líderes políticos demuestran que el suyo tan sólo es una forma de repulsión.

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14 de marzo de 2016
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Cortesana de Estado

Fue también una cortesana, no tan brillante y maligna como la Pompadour, que se impuso en Versalles, donde entretenía a Luis XV con sus insolencias y sus intrigas políticas. Aquella joven sonrosada, hija de un conductor de caballos, que ascendió en la corte por su belleza y sus pericias, fue odiada por el pueblo, llorada a su muerte por el rey y considerada por Voltaire una filósofa. ?Excepto la felicidad de estar con el rey, el resto no es más que un catálogo de maldades, mediocridades, de todas las miserias de las que los pobres humanos son capaces?, le escribió a su hermano. Un siglo después de que la Pompadour muriese de pulmonía, nacía en Pensilvania Bessie Wallis Warfield, hija de una pareja que aún no había tenido tiempo de casarse. Y, como la amante de Luis XV, llegó a infiltrarse en una corte que la temía y la maldecía a partes iguales; eso sí, no llegó a reina. Sería la primera duquesa de Windsor. Su padre murió joven y el ascensor burgués elevó socialmente a la madre con una segunda boda, mientras los abuelos le pagaban una buena escuela a Wallis. Enseguida se distinguió por su impertinencia y su carácter dominante. Siempre se ha escrito que no era guapa, para, a continuación, explicitarse que fue la más elegante, un símbolo de perfección estética. No tengo dudas de que el aire cortante que desprendía su presencia procedía de su insobornable seguridad, la de quien siempre miraba a la cámara elevando clavículas, barbilla y cejas. Tenía unos pómulos demasiado prominentes y una sonrisa invertida, como de clown, pero aún así logró ser admirada. Fue una fea que subvirtió los cánones en pos de su carisma y sus ambiciones. Su principal misión, a los 18 años, consistió en encontrar un marido rico. Se casó con un aviador que resultó ser alcohólico y celoso. Según no pocos de sus biógrafos, en China, donde se trasladó a vivir la pareja, frecuentó casas de apuestas y burdeles, estuvo implicada en tráfico de drogas y ejerció labores de espía. Uno de sus amantes, el conde Galezzano Ciano, yerno de Mussolini, la instruyó en el fascismo. Nada más divorciarse se casó de nuevo, con un inglés rico y refinado, Ernest Aldrich Simpson, quien la llevó a las fiestas de la campiña con el príncipe de Gales. Se enamoraron. No hubo vuelta atrás. Jaque mate a la flema inglesa: doblemente divorciada, filonazi, maquiavélica, amante del lujo, coleccionista de hombres. Y embobó al rey que abdicaría por amor, el que aseguró no poder asumir su responsabilidad sin el apoyo de la mujer a la que amaba. Se casaron en un castillo del valle del Loira y por supuesto nadie de la familia real británica fue a la boda. Para encender su popularidad, Cecil Beaton realizó un reportaje de Wallis en el castillo Candé, quien, para la ocasión, vistió de un traje de Schiaparelli de estilo neoclásico, pero con la langosta de Dalí estampada sobre la tela. La duquesa de Windsor paseaba temple y osadía, aunque sobre todo desprecio. Como del que haría gala tras la invasión alemana del norte de Francia y los primeros bombardeos sobre Gran Bretaña, en mayo de 1940, al declarar a un periodista: ?No puedo decir que sienta lástima por ellos?. La pareja escapó del conflicto y se instaló en Bahamas, donde Churchill había nombrado gobernador al duque; ella se consagró a las obras de la Cruz Roja, pero en su correspondencia no deja de menospreciar a la población local llamándoles ?negros perezosos?. Murió en fuga, demente, sola y triste desde la muerte de Edward. Ahora se cumplen 30 años de su muerte. Nunca sobresalió como alma caritativa, pero en su testamento sorprendió con la donación de su joyero, una vez subastado, al Instituto Pasteur. Recaudó 45 millones de dólares para la investigación, un final impredecible para una mujer tan elegante como venenosa. (La Vanguardia)

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12 de marzo de 2016
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Igualdad y estrategia

Desde hace una semana, el bombardeo acerca de la desigualdad de las mujeres nos llega por tierra, mar y aire. Desde la brecha salarial, tan difícil de equilibrar incluso en Islandia ?el país más igualitario del mundo, donde las mujeres también siguen cobrando un 20% menos?, hasta la bicha inmunda que empieza atacando con sutilezas y acaba con brutalidades: la violencia machista. Las penalidades que deben tragarse por el simple hecho de ser mujer son aún innumerables e irracionales. Pero ¿es conveniente comprimir en unos pocos días tantas informaciones aprovechando la percha del día internacional de la Mujer, sobre todo cuando a los españoles, según las encuestas del CIS, el asunto de la igualdad les interesa más bien poco? ¿Cuál será la reacción de la gente ante titulares, noticias o testimonios en los que se habla de la ?normalidad? del acoso, y no sólo en India sino en la misma acera de tu casa? El 43% de las jóvenes de Londres ha sufrido en sus calles algún tipo de asalto, en especial que le metan mano sin consentimiento. Recuerdo al detalle la vez en que, de adolescente, fui presa de un gracioso que me tocó el culo en una discoteca de Granada, así como mi reacción, que, muy lejos de la parálisis que puede embargarte por lo inesperado del abuso, cristalizó en una bofetada seca; puro instinto o al menos una respuesta equitativa a su molesta garra. Últimamente pienso que el marketing sobre la igualdad debería reformatear su estrategia. Es demasiado sincero, transparente, frontal, incluso ingenuo. En una sociedad arreada por depredadores y especuladores, las reivindicaciones de las mujeres vienen a ser como la fantasía del verano azul que tarda en llegar, y cuando por fin asoma la nariz lo hace a medias, con sus días de lluvia y su apartamento incómodo. No hay mayor capacidad de convicción que la que se extrae del dato empírico. Demostrar, por ejemplo, el tiempo que las mujeres entregan gratuitamente en su vida familiar y, como se dice ahora, ?monetizarlo?: es decir, calcularlo a diez euros ?lo que cobra una asistenta? la hora. O explicar qué ocurriría si abandonaran una profesión que copan, como la de enfermera, ¿quién las sustituiría? Aseguran las islandesas que la clave de su éxito ha sido una política de conciliación laboral: desde el 2003 poseen un sistema único de bajas parentales, ¡de nueve meses! Además de medidas de apoyo público a las familias. Así, es fácil alardear de ser los más fértiles de Europa, con una media de dos hijos por cabeza, pero también les ponen casitas a los huldufólk, esa especie de gnomos en los que creen ciegamente. Determinación y dulzura, estrategia y táctica, reivindicar convenciendo todos los días del año. (La Vanguardia)

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9 de marzo de 2016
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La estafa romántica

El regreso pop de los noventa hace estragos en las colecciones de Calvin Klein, con sus pantalones bajos de cintura y sus blancos nucleares, o de Céline, monocromáticas y calzadas planas. Es un retro que huele fresco, porque los noventa aún están en el descansillo de la memoria, jaleados por este revival que evoca el aerobic de Cindy Crawford y las series de televisión cosidas de chistes blancos sobre los enredos de la vida familiar, como Madres forzosas ?secuela femenina de aquellos Padres forzosos que emite Netflix y es un filón?. Aunque fueran años divertidos, algo sonámbulos, buenos jinetes de la tecnología, drogatas sofisticados, estetas a ritmo del Freedom de George Michael, si algo relamió de verdad esa época fue la apología de un romanticismo inspirado de la forma más perversa posible en la factoría Disney. No podía ser de otra forma, Pretty woman se estrenó en 1990: la Cenicienta se convertía en putilla, y el príncipe era un yuppie Richard Gere que consumía sexo de pago, instruía a la chica asalvajada y, cada vez más entregado a su escort, le daba la tarjeta para ir de compras por Beverly Hills. Una secuencia inolvidable porque le ponía rostro a un vil deseo que, secretamente, sentían muchas mujeres. Las comedias románticas han ensuciado, un poco más si cabe, los paños del amor. Mientras se hincha la burbuja del love coaching ?psicólogos que te ayudan a preparar una cita o a no cometer los mismos errores con una y otra pareja?, leo un interesante artículo en The Atlantic sobre cómo muchas comedias románticas, aparte de tontas y cursis, acaban dando lecciones emocionalmente dañinas. Y de forma más exacerbada para las mujeres, cuyo disco duro aún mantiene intacto el ideal del amor de película. No sólo emborronan la realidad sino que llegan incluso a normalizar comportamientos como el acecho o los celos, primeros signos del maltrato, haciéndolos parecer una etapa habitual del romance. Así se desprende de un estudio realizado por Julia Lippman, de la Universidad de Michigan. A un grupo de 426 mujeres se les proyectaron los resúmenes de seis comedias románticas, con hombres que persiguen a una mujer, a los que se representa de manera encantadora, como en Algo pasa con Mary (1998), o amantes que logran aterrorizar a la protagonista, tipo Durmiendo con su enemigo (1991). A las cobayas humanas del estudio les parecieron estupendas: les tocaron emocionalmente. Tanto que acabaron aprobando el mito y aceptando que el enamorado sea un psicópata. No se puede condenar moralmente la ficción, ni siquiera la mala, pero cabría cuestionarse los motivos de la oferta y demanda de ese romanticismo noventero que perpetúa roles sexuales y eleva el nivel de tolerancia ante una serie de tics dudosos entre dos que se quieren: aquello que muchas jóvenes siguen confundiendo con amor y no es nada más que control. (La Vanguardia)

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7 de marzo de 2016
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Elegancia insumisa

El péndulo de la vida la llevó de las tierras minadas por las que trataban de huir los judíos y otros perseguidos por los nazis, donde salvó a un soldado moribundo y fue herida por las balas, hasta las exquisitas boiseries de los despachos con buena calefacción en los que gobernó como directora de Vogue Paris durante dieciséis años, inspiradora y visionaria de una moda a punto de parir a Saint Laurent y a Karl Lagerfeld. Acaso sea una manera sensacionalista de introducir la vida de esta periodista y escritora ?premio Goncourt 1966 y autora del libro más brillante sobre Chanel, L?irrégulière, ou mon itinéraire Chanel? que falleció hace un mes y medio con 95 años y una vida formidable. Porque en verdad Charles-Roux fue una revolucionaria con perlas que alternaba el lirismo con los tacos. De orígenes acomodados, de Neuilly-sur-Seine, la periferia más lamida de París, pertenecía a una familia de ricos fabricantes marselleses de jabones y aceites. Su padre, François Charles-Roux, diplomático y miembro del Instituto de Francia, fue también un próspero hombre de negocios (el último presidente de la compañía del Canal de Suez). Nada más estallar la Segunda Guerra Mundial, y aunque fuera un gaullista convencido, sirvió al régimen de Vichy durante unos dubitativos meses, hasta dimitir. Ella, idealista y justiciera, se enroló en la Resistencia. En Francia existe una indócil tradición de hijos que se revuelven contra sus orígenes patricios ?de Louis Malle a Hervé Bazin?, y la joven Edmonde fue un buen ejemplo en femenino. Recibió la Cruz de Guerra y la Legión de Honor en 1945, por su coraje como enfermera, pero al terminar la contienda las familias bien la miraban con un mohín precavido, como si apestara a cloroformo y comunismo. Pasó de repartir el correo en la redacción de la revista Elle a recibir la oferta de dirigir Vogue. Convocó a grandes fotógrafos y les instó a que utilizaran la moda como coartada para componer y crear historias visuales de gran calidad, desde Guy Bordin a Avedon, pasando por Irving Penn. Abundando en la tradición literaria de las revistas de moda o femeninas ?por las que pasaron J.L. Borges, Oscar Wilde, Stéphane Mallarmé o Sylvia Plath?, puso a escribir en las páginas de Vogue a Roland Petit o Colette, hasta erigirse en juez y parte de una corriente ética y estética que en los años sesenta empezaría a desnudar a las mujeres. Amiga de Coco Chanel o Isabelle Eberhardt, y tan contradictoria entre exquisitez e ideología, al estilo de Marguerite Duras, nunca quiso tener hijos y se sintió cómoda llevando la contraria, protegiendo su independencia sentimental e intelectual. ?Me convertí en una persona abominablemente libre?. En 1973, con 53 años, camino de una década después de su despido en Vogue ?por haber querido publicar en portada una modelo negra (algo que no sucedería hasta veinte años más tarde, con Naomi Campbell)? Edmonde se casó con Gaston Defferre, alcalde de Marsella y posteriormente ministro del Interior de Miterrand. ?Un político es un hombre de acción, por ello es tan útil y enriquecedor tener al lado a alguien que te invita a la reflexión, alguien intelectual, crítico, honesto?, decía Defferre a la televisión francesa sobre su mujer. Mitterrand se rindió ante ella, y la convirtió en una de sus máximas asesoras, sobre todo con su hierro literario. Dice de ella el académico Marc Lambon que no tenía frío en los ojos, que amaba La arlesiana de Bizet y los vestidos de Lacroix, que detentaba una fidelidad de estatua. Fue una pasajera de la gran vida ?presidenta de la Academia Goncourt desde 2002, recibió innumerables homenajes y el reconocimiento de sus compatriotas?, pero nunca dejó de sentirse como un polizón a bordo. Nueva chica Mango / Liu Wen Aún resuena la reivindicación de afroamericanos y latinos en la última gala de los Oscar a fin de conjurar el cánon ortodoxo, occidental y blanco, pero ¿y los asiáticos? A pesar de su ascendencia global, son pocos los nombres mediáticos y menos en la pasarela. En su creativa apuesta en hacer campaña de una tendencia cada mes, Mango reivindica en marzo el Soft Minimal que encarna su nueva modelo: una mujer de ojos rasgados y espíritu slow, la top oriental Liu Wen, tan dulce como magnética. Afrontar el cáncer / Gloria Vergés Desde que se creó la Fundación Ricardo Fisas ?el fundador de Natura Bissé?, enfocada a los tratamientos de estética oncológica, se ha atendido ya a más de 1.200.000 personas (en 3.500 hospitales de 24 países). Abordar los efectos de la quimioterapia forma parte de la misión que encabeza Gloria Vergés, viuda de Fisas, una mujer que desborda humanidad y carisma, y que consigue mejorar la vida de tantas mujeres sin recursos a base de un compromiso firme, y sin megáfonos. Visión y lujo / Enrique Loewe Knappe En España viven más de catorce mil centenarios, y Enrique Loewe Knappe, con sus 103 años, era uno de ellos. El hombre que impulsó uno de los pilares más lujosos de la marca España, el que apostó por la artesanía exquisita y los curtidos al acabar la Guerra Civil inaugurando la icónica tienda de la Gran Vía madrileña, ha fallecido esta semana. En los ochenta devolvió a España su nombre en la moda, aunque después sus herederos llevarían el made in Spain al holding de lujo de LVMH. Genio y figura. (La Vanguardia)

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5 de marzo de 2016
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Los visones de Serrano

En Madrid sabes que ha llegado el frío cuando las mujeres de Serrano sacan el abrigo de visón una mañana de sábado. Los ves de lejos, pero hueles la naftalina e incluso sientes el tacto del plástico que protege su brillo mórbido e informa acerca de la excepcionalidad de su pelo, que tanto enfurece a los ecologistas (y de cuya manufactura se leen relatos verdaderamente cruentos, empezando por los 60 visones necesarios para confeccionar un modelo). Un aguijón anacrónico te atraviesa ante el desfile de esos buenos abrigos que florecieron en la España del pelotazo, la misma que se enjoyaba como los faraones en sus sarcófagos, aunque siempre haya sido de dudoso gusto ponerse el juego de pendientes, collar y pulsera completo, tanto como lucir diamantes antes de los cuarenta. El lujo añejo del visón mullido es rancio e incluso ridículo: son parduzcos, a menudo bicolores, no como los de la Benarroch, que llevan el pelo por dentro, igual que si fuera un secreto ?en aquellos inviernos socialistas los lucía la gauche de la bodeguilla, que se descocaba en Lucio con música de Julio Iglesias?. Hoy las pieles chocan estrepitosamente con la funcionalidad estética poscrisis. Algo parecido a lo que los anglosajones denominan overdressed: vestirse demasiado cuando tocaba ir informal, con capucha, plumón o parka. Pero, con todo, el acto de sacar el abrigo más caliente del armario da fe de un tiempo en el que los inviernos eran más largos y rigurosos. Cuando el frío de la infancia se representaba con una ráfaga de viento cortante que abría de golpe la ventana y nos apretaba dentro de las sábanas heladas. Hoy el frío, como el lujo, se ha desjerarquizado. En Navidad algunos llevaban manga corta, y ahora, a punto de descorchar la primavera, ya con las coreografías de los pájaros migrantes pintando el cielo, la nieve cae y los chicos la graban a cámara lenta, como en el cuento de Joyce. Las estaciones se alargan y el invierno tardío retrasa la venta de las nuevas colecciones. La atemporalidad se ha instalado en los ciclos del mercado, de la misma forma que la simplicidad ennoblecida por los buenos tejidos marca tendencia. Se impone una estética nórdica, limpia, sin cascabeles. Nos hemos ido quitando capas; ?de cebolla no, de alcachofa?, me dice mi amiga Silvia. En cuanto al lujo, su acepción contemporánea va más allá de la etiqueta y del valor para marcar la diferencia, porque la distinción se alcanza hoy con la experiencia. La ostentación se ha reconvertido en lujo efímero, transitorio: el que se ha quitado oro de encima, el que no tiene miedo ni tiempo a envejecer. Lo contrario al de esas señoras de Serrano, que en el Madrid de Carmena se ponen el visón y diez años encima. (La Vanguardia)

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2 de marzo de 2016
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El Boomeran(g)
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