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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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Reinserción de pasarela

El paisaje carcelario madrileño se agita. Unos entran y otros salen. Los once fiadores de Ignacio González, que en menos de 24 horas reunieron los 400.000 euros que le permitieran salir de Soto Real, demostraron que no todos los gerifaltes destronados están solos. Eso sí que es crowdfunding sobrado. Pero la comunicación verbal no engaña: a González se le nota el impacto del trullo en la piel, menos vitaminada, y en el surco nasogeniano, más socavado. No hubo declaraciones. Cómo iba a regalar cuatro chismorreos a los informadores que, micro en mano, aguantaban los primeros vientos fríos del otoño. 202 días pasó el ex presidente de la Comunidad de Madrid en Soto, pero no de la Moraleja o del Encinar, donde moran los pijos, sino del Real, a los pies de la Sierra de Guadarrama: uno de suyos ramales principales de conoce como la Cuerda Larga, demostrando una vez más que los nombres originales a menudo son afines al contexto.
González pudo celebrar en libertad la festividad de la Almudena, ese nombre que, acaso por la asociación de algodones y magdalenas, nos suena mullido y dominguero, el mismo día que al Ayuntamiento de Madrid le llegaba su particular 155. Sí, Hacienda llamó a capítulo al consistorio declarando que quedaba intervenido, y que cada semana les supervisarían las cuentas porque son unos manirrotos. La alcaldesa y los suyos consideraron tremendamente “injusta y discriminatoria” la medida, ya que, aducen, hay más de 600 ayuntamientos que incumplen la regla de gasto. Manuela Carmena celebró la decisión del ministro peor valorado de España, Cristóbal Montoro, acudiendo a un desfile en la Residencia de Francia. Sí, un desfile, con modelos altísimas, tapices picassianos de fondo, y sombreros oníricos del sevillano Tolentino. Pero era un desfile con truco: De ropa en desuso a obra de arte es el lema de esta acción promovida por la Fundación Fomento para el Desarrollo y la Integración (FDI). El proyecto ha contado con la iniciativa artística de Fashion Art Institute, dirigido por el factótum Manuel Fernández, un creador comprometido e imparable. La primera fase consistió en realizar 24 trajes en el taller de costura de la cárcel de Alcalá Meco con un grupo de presas, del cual ya informamos en estas páginas. Sobre las faldas y los abrigos donados por mujeres tan diversas como Soledad Lorenzo, Ainhoa Arteta o Rosario Flores, se realizaron trajes disruptivos. Una vez la embajada francesa conoció el proyecto, se ofreció a que artistas galos alojados en la Casa de Velázquez, además de otros españoles, intervinieran las piezas. Y así, Charles Villeneuve y Juliette Le Roux, además Rafael Canogar, Adolfo Barnatán o Pilar Albarracín estampan su huella en unos trajes que se expondrán –y venderán– en la Real Fábrica de Tapices el próximo febrero, coincidiendo con ARCO. Los beneficios se destinarán a los proyectos de reinserción presas promovidos por la FDI. Carmena, acompañada de su marido, Eduarda Leira, se mostraba entusiasmada con el resultado: “fue un desfile originalísimo, precioso. Los trajes y los tocados eran extraordinarios, y todo ello apoyado en una idea muy buena y basada en la solidaridad de artistas de toda índole, que piensan en la gente que más lo necesita” , nos dijo. No en vano, ella ha apoyado la reinserción, y no solo con palabras. Carmena impulsó una tienda de ropa infantil solidaria que se llama Zapatelas, -en pleno corazón del hipsterismo malasañero-donde se venden prendas confeccionada por reclusas de Alcalá Meco y Aranjuez.
Este otoño los grandes almacenes apuestan por hombres maduros que parecen suscribir aquella recomendación de Thomas Mann: "pensad como hombres de acción, actuad como hombres pensantes". Y si El Corte Inglés ha elegido al mismísimo Don Draper, Jon Hamm, como imagen de marca, Cortefiel no le ha ido a la zaga al confiar en José Coronado, otro que estrena esta semana, "Oro", la aventura colonial de Agustín Díaz Yanes y Arturo Pérez Reverte. Su representante desde hace treinta años, Majós Martínez, asegura que no se ha quedado con miedo tras el infarto y que vive un momento dorado, que se pasea por la vida como “oro puro”. Carlos Boyero presentó los estrenos de la semana donde Francino, y además de “Oro” habló de “La librería” de Coixet. Y la bestia negra de la crítica cinematográfica nos dejó sorprendidos con su comentario sobre el film: “me ha dejado tocado por los cuatro costaos” dijo, reconciliado con la intensidad de la cineasta y su mirada intimista. Coixet se rompió un brazo, recogió los piropos madrileños, y volvió a demostrar que a pesar de no ser francesa, sus películas siempre tienen ese je ne sais quoi, el estilo coixetesco.
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13 de noviembre de 2017
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No es una moda

Toca recordar el caso Nevenka. Sucedió hace dieciséis años, en una España donde la igualdad entre hombres y mujeres aún se tomaba a cachondeo y, en el mejor de los casos, con una letal condescendencia. La concejal Nevenka se enfrentó a Fuenteovejuna porque, tras mantener una breve relación con el alcalde de Ponferrada, Ismael Álvarez, ella quiso cortarla, aunque este se negara de muchas formas, todas ellas deleznables. He repasado el caso en la hemeroteca. El fiscal la trató con humillaciones del tipo: “¿Quién se cree que es usted, una cajera de Hipercor que se deja tocar el culo para mantener a sus hijos?”. Fue apartado del proceso, pero hubo más afrentas: las palabras elogiosas de Ana Botella hacia el “impecable” regidor, la opinión popular a favor de ese padre padrone que se dedicaba a negocios nocturnos además de empuñar la vara de alcalde. Nevenka Fernández ganó el juicio contra todo pronóstico. La suya fue la primera tipificación de un acoso sexual en la escena política española. No le serviría de mucho: tuvo que irse no sólo del pueblo, sino de España, para poder vivir en paz, sin mofas, ni vacíos. Lejos de un clima de opinión que intercambiaba papeles convirtiéndola a ella en la perversa.
Quien fue fugaz directora de The New York Times, Jill Abramson, cubrió en 1991 el caso de la abogada Anita Hill contra el entonces candidato a la Corte Suprema de EE.UU. Clarence Thomas. Por primera vez en la historia se creaba jurisprudencia en torno a la figura del acoso sexual, nunca antes reconocido. Abramson le confesó a su colega Mau­reen Dowd que lo más escandaloso había sido constatar cómo hombres poderosos empleaban recursos públicos para socavar la credibilidad de una mujer que nunca tuvo el menor deseo de convertirse en el centro de la atención política.
Entonces, la conciencia social era más afín a la virilidad opaca del acosador que a la credibilidad de la acosada. Las que dieron el paso se morían de vergüenza primero, después de soledad. Al papel de víctima había que sumarle la es­tigmatización. La denuncia, muy lejos de sumar, restaba. Han tenido que pasar 26 años para que –gracias a las Anita Hill y a las Nevenka, además de­ ­aquellas y aquellos que han creado un marco de tolerancia cero a los depre­dadores– las mujeres hayan podido confesar en multitud. No es una, sino miles de voces, que se apoyan las unas en las otras para certificar que la aleación ­poder-sexo no consentido es devasta­dora. Hasta los partidos británicos se han unido para combatir la avalancha de denuncias de abusos en el Parlamento. No querían que las mujeres hablaran, y ahí lo tienen. Por supuesto algunos varones, tan irritados como cínicos, dirán que es una moda.
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8 de noviembre de 2017
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Presidio

En Alcalá Meco I se enseña a hacer pan. Una gitana rumana me contó que por fin había aprendido un oficio, que antes de enchironarla no sabía hacer nada, tan sólo afanar carteras. De todas las cosas que se pueden aprender en una prisión, la de amasar harina, agua, levadura y sal y hornear la mezcla se me antoja como encantadoramente perversa. ¿O es que hay otro olor a seguridad, a día limpio, que el del pan recién hecho? Ya de niños, cuando salíamos del colegio a mediodía, agarrábamos la barra caliente bajo el brazo y nos comíamos la punta antes de llegar a casa: la miga blanda y la corteza crujiente se correspondían a nuestra religión particular. Pienso ahora en las conselleras Meritxell Borràs y Dolors Bassa, y en la posibilidad de que se crucen con las presas que conocí en un taller de costura este verano. Esa es otra profesión que enseñan en la cárcel, la de coser y bordar, una manera tradicional de hilvanar las penas. ¿Qué harán las políticas catalanas en su nueva vida entre rejas? Las presas me contaron que lo peor es la entrada y la salida, un miedo turbador apisona la respiración. Tal vez las veteranas les cuenten sus experiencias como mulas; la maleta forrada de cocaína, los hijos bien lejos, la desgracia derramada en litros. Vi el patio, los talleres, el polideportivo, duro de pelar, donde mujeres con mallas de colores chillones levantaban pesas con rabia. Los paisajes dejan huella, no sólo en nuestra retina, también en nuestro interior. “Los instantes en que, tras un chaparrón, se desvela de pronto el gris celeste del cielo, permanecen en nosotros, igual que los instantes en que cae en silencio la nieve”, escribe Adam Zagajewski. No hay peor pesadilla que la de soñarte encarcelada, privada de libertad: puede que te hagas cínica y desdeñes el futuro para siempre, o todo lo contrario, que alimentes la fe en lo invisible. Ardua tarea la de sobrevivir junto a aquellos que han sobrepasado los límites, y, por tanto, son personas temerarias, excesivas, inconscientes o ingenuas… a pesar de que estos sean atributos tan humanos como sus contrarios.
Hay personajes que se muestran ufanos con la entrada de los consellers y conselleras en chirona, parece que les haya tocado una rifa. Berrean agitando banderas, aguardan en aeropuertos y juzgados, condenan a los detenidos exhalando venganza. ¿Cómo serán estos individuos que dedican su tiempo más preciado a ese tipo de escraches? El odio es irracional y disforme, aunque también militante. Aunque resulta una anomalía que tras esta cadena de congojas que ha significado el procés algunos españoles respiren tranquilos y aplaudan el encarcelamiento de estos políticos cuyos ideales derraparon, anduvieron on the wild side, sí, pero sin robar, violentar, estafar ni hacer urdangarinadas ni rodrigoratadas hoy duermen en una celda de los llamados pabellones de respeto donde las rejas chirrían de la misma forma que el profundo desamor entre Catalunya y España.
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6 de noviembre de 2017
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Otoño de caza

Desflorece el otoño por fin, caen las primeras hojas ocres que alfombran el parque de El Capricho, y los machos hispánicos más poderosos que algún día le dieron una zurra a una mujer que no era la suya empiezan a temblar. En Madrid –en redacciones, gobiernos y empresas– están bien identificados los pichas locas. La confesión pública es imparable en Hollywood y en las cortes: hasta el ministro británico de defensa que ha dimitido por ponerle la mano en la rodilla a una periodista –¡en la rodilla, sí! con los carros y carretas que han aguantado muchas periodistas españolas por parte de besucones salivosos–. Recuerdo a una azafata que aún con el susto en el cuerpo, me contó que su directivísimo insistió en acompañarla a casa y, como en las malas pesadillas, el coche acabó en un descampado donde él intentó campar a sus anchas También tengo en mente a aquel político que recibía en albornoz, o a un reportero intrépido que en mitad de la nada le pedía a su compañero de fatigas que se tumbara en la cama porque quería masturbarse mirándolo. A casi todas las mujeres nos han puesto una mano el culo cuando menos lo esperábamos. Algunas contestábamos con una bofetada, otras con una peligrosa risita falsa. Muchos truhanes de la llamada alta sociedad han paseado dos morales: la privada y la pública. He conocido a Ceos que tenían la amante en París, y en verano le ponían piso en Marbella para tenerlo todo cerca. El fin del derecho de pernada es el tema del día, además del look tintinero de Puigdemont, convertido hoy en cómic. Con qué facilidad pasamos de la preocupación al esperpento. El asunto catalán es tratado ahora en este Madrid donde permanecen en los balcones las banderas españolas igual que en un libreto zarzuelero. Ahí es donde hay que pisar para entender la ciudad, el Teatro de la Zarzuela, ese viva la Pepa aplaudido por las espectadoras castizas fieles al cardado y la laca Elnett. Tercera edad hiperventilada y público gay con pluma, sin duda los dos sectores de la población más animosos, despidieron a Rossy de Palma, a quien todos se rifan, en la opereta El cantor de México. A final de mes, se espera allí Silvia Pérez Cruz, que presentará su disco Vestida de nit. La cantante entusiasma a los madrileños por su voz y su belleza que resultan tan exóticas como familiares. Ella no hace de la lengua un género, sino que hace música con el cuerpo entero y en cualquier lengua: portugués, inglés, catalán, castellano…

El rancio abolengo abre la temporada de caza, mientras que las fincas para bodas y bautizos se renuevan a fin de sacudirse la caspa y el verde loden. La Hacienda Campoamor, donde se casan las familias del pijerío mesetario, ha sido renovada por el maestro de decoradores Pascua Ortega. Dorados y espejos, tan en tendencia; vibrantes colores de campo ilustrado; lo clásico –hasta algún tapiz en la pared– y moderno (como plantas colgantes aquí y allá) hermanados y, de fondo, un espíritu rustic chic en busca de filtros de luz. Para la inauguración, hubo un cóctel en un primer salón, donde las etiquetas que reposaban sobre las mesas sentaban a grandes personajes ya fallecidos. Las señoras botoxomizadas buscaban desesperadamente su nombre, aunque solo hallaban los de Sara Montiel, Marlon Brando, Pablo Picasso o Edgar Allan Poe. El segundo salón sí era para cenar: gazpacho, sardinas –ahora manjar de ricos– y solomillo. Allí ser reunieron el cirujano de las vips, Enrique Monereo, Roberto Torretta y su mujer, Carmen Echevarría –los casi consuegros de Amancio Ortega–, Ana García Siñeriz, Antonio Escámez, las hermanas Blanca y María Suelves, la condesa de Carvajal, el empresario catalán Juan Mata, que se autopresenta “exiliado en Madrid”. Hoy, todo el mundo que sale en televisión y en redes pretende ser celebrity full time job. Según los relaciones públicas de la villa y corte, los vips más preciados e icónicos para las fiestas siguen siendo Isabel Preysler y su entorno. “Son las que mejor lo han hecho” me dicen los relaciones públicas: han sabido exponerse sin quemarse. Tamara Falcó felicitó en su Instagram el día Todos los Santos reivindicando “nuestra fiesta cristiana”. Otro nombre cada vez má solicitado es el de Alejandra Silva, novia de Richard Gere, empresaria de éxito muy involucrada en Fundación Rais, que vive entre Madrid y Nueva York. De ella dicen sus íntimos que es “una persona íntegra, solidaria y muy espiritual”. Los apellidos reales ya no venden, excepto los de la Infanta Elena y sus hijos. Es tiempo de cachorros de la alta sociedad, almas budistas y conciencias delatoras.

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4 de noviembre de 2017
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La cama, esa isla

La cama ha desplazado al sofá. Acaso porque su invitación a la horizontalidad resulta más rotunda, pero sobre todo es su recogimiento el que atrae. No hay mayor símbolo de la propia intimidad que donde dejamos caer el cuerpo fatigado o la cabeza hirviendo. Un dormitorio siempre es portador de una atmósfera privada: las sábanas que ha rozado el cuerpo, la almohada que algunos contraen para abrazarla igual que los niños hacen con sus muñecos, la luz de la mesilla como un indicador de la penumbra que nos protege. Cada vez son más quienes leen, navegan, ven series, hablan por teléfono e incluso comen o beben en la cama. Los diseñadores han ampliado los chasis de los lechos, transfigurando el clásico marco rectangular alrededor del colchón en una verdadera isla que invita a la actividad en reposo. En la cama yo me siento a salvo. No hay mejor lugar para hablar con una misma y tratar de entenderse. Nunca he alardeado de dormir poco, aunque ha habido épocas, sobre todo durante los embarazos, en las que veía amanecer a diario. Hoy, en cambio, estoy abonada a las ocho horas de sueño y en cuanto puedo, me enredo más y más en sus hilos. En mis sueños, debo dar explicaciones a la policía por desprogramar un mando de televisión, o paseo con muertos que escriben sonetos. A menudo, las sobras del sueño permanecen en el ánimo del nuevo día y arañan el noos griego, esa parte elevada del alma.
Leo a Matthew Walker, profesor de neurociencia en la Universidad de California Berkeley y autor del ensayo ¿Por qué dormimos?, quien advierte sobre el desarrollo de un problema de salud pública debido a la reducción del descanso. E insiste en desterrar la idea que prevalece entre los hombres y mujeres de acción de que acumular horas despiertos es un signo de fortaleza mental, mientras que dormir equivale a flaqueza y falta de fibra moral. “Siempre me ha llamado la atención que Margaret Thatcher y Ronald Reagan, dos estadistas que alardearon orgullosos de dormir apenas cuatro o cinco horas, desarrollaran la enfermedad de Alzheimer”, escribe Walker, que añade: “El actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump, también un vociferante profeta del dormir sólo unas pocas horas cada noche, tal vez debería tomar nota de ello”. Esa fanfarronería del exceso de vigilia parece ya caduca. La ideología del bienestar impone una higiene de rutinas. Los españoles descansan una hora menos que la mayoría de los europeos; su necesi- dad de alargar el día robándole horas al sueño nace de la ilusión por vivir, aunque sea un espejismo. Y es que, excepto en la enfermedad, todo aquello que puede hacerse yaciendo en la cama responde al placer de sentirse vivo en posición horizontal.
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2 de noviembre de 2017
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Armarios roperos

Un amigo periodista, compartiendo confidencias con una copa de vino, me preguntó si a lo largo de mi trayectoria profesional me había liado con algún jefe, o si había tenido que espantar moscardones. He cometido muchos errores en mi vida, pero afortunadamente éste no, le respondí, añadiendo con cierta chulería que siempre había mantenido una distancia profiláctica entre trabajo y babas. En verdad he tenido jefes muy diversos, algunos de ellos grandes maestros y otros bien dudosos: recuerdo a aquel que maltrataba a su mujer, o a un tiburón que pertenecía a la especie manspreading –esos que siempre se sientan con las piernas abiertas–, y me bostezaba a la cara mientras le informaba de un asunto crucial. Siempre han pululado esos individuos que en la oficina te hablan mirándote el escote, a los que una sigue clavándoles los ojos con la mayor dureza posible. En verdad hubo un tiempo que sobre las mujeres que conquistaban algún escalafoncillo, caía la sospecha de que a quien se habían tirado. Parecía inexplicable que triunfaran por méritos propios.
Las jóvenes han emprendido hoy una cruzada de la que no fue capaz mi generación, bien por vulnerabilidad, bien, sobre todo, por intimidación. El miedo a que no te crean o a que digan que te lo buscaste siempre ha estado presente, y no solo en el cine, que ahora vive el denominado "efecto Weinstein" –ese productor mastodóntico que ejercía inmune su derecho de pernada–. Una sociedad cada vez más madura respecto a la igualdad debe de tener un nivel de tolerancia cero ante el acoso sexual. Por ello, hemos aplaudido esta salida al armario del #yotambién como demostración de la inexorabilidad de la justicia –ya lo advirtió el poeta latino: "la justicia, aunque anda cojeando, rara vez deja de alcanzar al criminal en su carrera"–, que ojalá, de ser probadas las acusaciones, se complete en los tribunales. Y en este contexto, el fotógrafo Terry Richardson, uno de los mejor pagados del mundo, acaba de ser vetado por Condé Nast Internacional. Hace tres años, tras ser señalado por seis modelos, Richardson escribió una carta al Huffington Post en la que negaba sus acusaciones. Y desde entonces ha repetido el argumento del consentimiento invariablemente cada vez que aparecía un nuevo titular con su nombre. Eso sí, mientras se forraba y publicaba libros pornográficos con chicas que desconocían el fin de sus shootings. Modelos como Coco Rocha, Rie Rasmussen o Charlotte Watters, que en su día hicieran público su depredador comportamiento, acaban con esa protectora pátina de cinismo que asegura que nadie hizo nada que no quisiera. Aunque la lacra de la violencia sexual en el mundo de la moda es mucho mayor que el narcisismo machista de Richardson. La también modelo Cameron Russell ha animado a sus colegas a denunciar los abusos sufridos en el trabajo. Sororidad instagrameada que ya ha reunido testimonios sobrecogedores, muchos de ellos de chicas de 16, 17, 18, 19 años que relatan cómo fueron tocadas, engañadas, humilladas, drogadas y en algunos casos violadas por bookers, fotógrafos y hasta chóferes. Hay tops muy jóvenes que quieren mantener el anonimato, junto a grandes nombres como los de Anja Rubik, Amber Valetta, Doutzen Kroes, Saskia de Braw, Sara Sampaio o Lily Aldrige, que se han sumado al “yo también”.
Recuerdo cuando despuntaron las tops españolas en los 90 y viajaban a Milán o a Nueva York para sesiones de fotos. Judit Mascó, Martina Klein o Nieves Álvarez, chicas cautas, me contaban entonces cómo una tenía que saber rechazar ciertas invitaciones. “En Nueva York, me pedían que fuera a fiestas, y yo preguntaba si podía ir con mi novio. Me respondían que no, y entonces decía que prefería no ir. Siempre he tenido mucha cabeza, y es probable que haya perdido muchas oportunidades por no ser la más divertida… Considero que el desnudo es un arte, pero en ocasiones he dicho “esto no lo hago”. Jamás he tenido problemas, pero me parece muy valiente y necesario lo que están sacando a la luz tantas actrices y modelos” me explica Álvarez.
El empoderamiento femenino es transversal, y acelera velocidades para derribar ese techo de cristal fosilizado. “Avanzar en la igualdad es mejorar el mundo” dijo el pasado miércoles Ana Bujaldón, presidenta de la Federación de Mujeres Directivas, Ejecutivas, Profesionales y Empresarias (FEDEPE), en la entrega de sus premios, celebrada el en Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid. María Escario fue reconocida por su “comunicación comprometida con la mujer”, además de Fuencisla Clemares, directora general Google España y Portugal, la diseñadora Purificación García, la heroica Selección Española Femenina de Baloncesto y otras mujeres fuera de serie. Cualquiera de ellas, de las que han llegado intactas al vértice de la pirámide del poder, no debería desentenderse de las razones por las que tantas otras no lo han conseguido.
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31 de octubre de 2017
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Surrealismo procesal

"A veces me pregunto qué pensaría de todo esto Dalí si estuviera vivo”, dice Oscar Tusquets ante un plato de alcachofas y setas de la cocina de Ramon Freixa. El día anterior, jueves, había recibido el premio Honorífico de la revista Interiores, en su tercera edición, en el hotel Palace de Madrid. Lo recogió remarcando la catalanidad de su árbol genealógico, para terminar diciendo: “No nos abandonéis”. Llegó a la mesa emocionado, el público en pie. Y una corriente melancólica pasaba de mesa en mesa, un pellizco de espanto al contemplar a un artista, a un creador que ha tocado altísimos techos, desnudo de certidumbre y con los ojos brillantes.
Dalí aseguraba que la revolución surrealista era ante todo una revolución moral. En un libro que he rescatado durante estos días de surrealismo ciudadano, Literatura catalana d’avantguarda (1916-1938) (Joaquim Molas), releo una conferencia suya en la que afirma: “Que los que persistan en la amoralidad de las ideas decentes y razonables tengan la cara cubierta de mi berberecho”. De los infinitos chistes virales, hay uno bien hallado: “Ha sido desenterrar a Dalí y volverse todo surrealista”. Y, en verdad, el devenir de la república independiente tiene algo de cadavre exquis: esos ejercicios poéticos con agregación de versos y sin otra unión que el libre albedrío. Breton, Desnos, Tzara, Éluard y compañía creían en la creación grupal, espontánea, irracional e incluso automática, adjetivos que describen a la perfección la crisis catalana. El procés ha fracturado la lógica, la secuencia del tiempo: del sí pero no, al ahora no, ahora sí, ahora te cito, te pospongo, me sublevo, te fulmino. Un gobierno central inflexible, un presidente incapaz de hallar una tercera vía y que quiere salir fortalecido de esta debacle que se ha cocido a fuego lento, por un lado, y los gritos de “traidor” que tanta vergüenza nos producen, por otro, reflejan la profunda fractura de la razón en pos de los ideales. Nabokov detestaba el exceso de sentido común en la ficción, y en su Curso de literatura europea (RBA) afirmaba: “Es fundamentalmente inmoral, porque la moral natural de la humanidad es tan irracional como los ritos mágicos que se han ido desarrollando desde las oscuridades inmemoriales del tiempo. El sentido común, en el peor de los casos, es sentido hecho común; por tanto, todo cuanto entra en contacto con él queda devaluado”. Y lo ilustraba matizando que él se descubría ante al héroe que salvaba del fuego al hijo del vecino, pero que le estrecharía la mano si arriesgaba cinco minutos para salvar su juguete preferido.
Es un gran ejemplo, aunque válido únicamente para la literatura, dado que el peligro real poco entiende de peluches. La contienda no ha podido calibrar su impacto en las diferentes maneras de ser o sentirse catalán, o español. Porque no sólo hay dos. Estos días se ha escrito una gran crónica surrealista, en la que millones de ciudadanos han manifestado temor ante el abandono de la realidad por parte de sus represen­tantes.
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30 de octubre de 2017
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Alarmas que saltan

Se activan a horas intempestivas: un sábado por la tarde, justo cuando acabas de entrar en Babia, o al amanecer, cuando empieza a clarear en la ciudad pero las farolas permanecen encendidas. Es un estruendo agudo, machacón, muy distinto a la sirena ronca del barco que se des­hace en la lejanía. Te expulsa de la cápsula del sueño, pero lo más ridículo es que no intimida, sólo produce fastidio. Son horas demasiado rebuscadas, incluso para los ladrones, pero ¿qué se puede esperar de sensores que ignoran la primera luz del día y en cambio detectan el vuelo de un gorrión que ha entrado por el tragaluz? Su mecanismo de alerta consiste en aumentar progresivamente el volumen, igual que en las franjas de publicidad en radio y televisión, hasta que expira su primer ciclo. Pero a los cinco minutos reinician su histeria, que todo lo invade. Cuando suena una alarma, difícilmente puedes pensar en otra cosa que no sea en desactivarla. Y para ello tienes que ­probar tu inocencia, aunque pagues su cuota.
Se trata de sistemas de seguridad provistos de cámaras, detectores y conexión telefónica con la central, una especie de teléfono rojo que se acciona cuando salta alarma y te pide que te identifiques. La primera vez que lo hizo en mi casa sentí una sensación de descontrol mucho más inquietante que cuando se dispara la señal de incendio en la oficina y procedemos a desalojar el edificio según marca el protocolo, aunque sepamos que no hay fuego y acabemos aprovechando el rato para fumar un cigarro y charlar en la puerta. Fue como tener el enemigo dentro; buscaba torpemente la manera de silenciarla, hasta que una voz de centralita sonó en el salón y me pidió mi clave. Acababa de mudarme y sólo recordaba los códigos del ordenador. Tuve que buscar la carpeta de instrucciones. Resultó desconcertante sentirme sospechosa en mi propia vivienda.
En los medios ahora se anuncian a diario: “Protege a tu familia”, reza un eslogan, apelando directamente a los sentimientos más primarios. Alarma, contracción italiana all’arme, cuyo sentido literal no es otro que “a las armas”, un grito de aviso ante el enemigo para tomarlas y defenderse. Expresiones como saltar las alarmas o alarma pública demuestran que aunque el origen guerrero de la palabra sea remoto, permanece semánticamente inalterado. Si antes de la tensión entre Catalunya y España, la locución en la que más instalados vivíamos era la de falsa alarma, ahora nos hallamos en un estado de alarma continua, donde caceroladas, detenciones, cárceles, policías y políticos siguen subiendo los decibelios, conscientes de que crear alarma es en verdad hacer ruido, mientras que para pacificar el conflicto, lo primero que hay que hacer es bajar la voz.
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25 de octubre de 2017
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Mujeres que escriben

Hasta el Romanticismo, las mujeres sólo podían escribir si eran monjas o nobles. Únicamente desde la virtud o el poder se contrarrestaba la anomalía de su conducta. Las primeras corrientes de emancipación hicieron posible que algunas féminas de clase media iniciaran una carrera literaria, y que incluso aspirasen a premios, como el certamen de poesía del Liceo de Madrid, que en 1840 ganó Gertrudis Gómez Avellaneda. Tal fue el impacto, que en la siguiente edición se vetó la participación femenina. En La pluma como espada (Lumen), María Prado rescata el testimonio de Zorrilla sobre la poeta cubana, exaltando su “voz dulce, suave y femenil”, para concluir que “era una mujer, pero lo era sin duda por un error de la naturaleza, que había metido por distracción un alma de hombre en aquella envoltura femenina”. Porque Gómez Avellaneda, al igual que Carolina Coronado, Elena Fortún, Mercedes Cabello de Carbonera, Dolores Medio o Juana de Ibarbourou, fueron consideradas especies raras. De muchas de estas grandes autoras apenas se sabía nada, no integran el canon, y ahora sonroja descubrir su talento, como el de la recién recuperada Elena Garro. De ellas, además de Mercè Rodoreda, Víctor Català y Carmen Martín Gaite, se leyeron fragmentos el pasado lunes en la Biblioteca Nacional de Madrid, conmemorando el día de las Escritoras. ¿Que por qué se celebra tal día? Las cifras misérrimas de académicas, premiadas, publicadas y no digamos ya de canonizadas es marginal. Visibilizar el talento femenino en la literatura a través de esas “formidables máquinas quitanieves que abrieron el camino a generaciones venideras”, en palabras de la comisaria de la iniciativa, Anna Caballé, constituye uno de los objetivos.
Se da la circunstancia hoy de que una nueva generación ha declarado haber recibido humillaciones y acosos varios, de la postergación de la calidad de sus versos en favor de la de sus tetas a recomendaciones de posar desnudas para la foto de portada, pasando por insinuaciones, chantajes de diverso tipo y juicios sumarios por su opción sexual. No es infrecuente oír a maledicentes decir que una autora está loca, acaso porque no es dócil ni previsible. Es una forma de expulsarlas del vértice de la pirámide, ignorando que los letraheridos rarunos son mayoría.
Esta misma semana se celebró en ­León un congreso de Columnismo, polémico ya desde su convocatoria: en el cartel todos eran nombres de señores. Desde los reverenciados popes, hasta los liberados y muy sueltos, inscritos en lo que Íñigo Lomana etiquetó como prosa “cipotuda”. En las redes hubo revuelo e indignación. Se tuitearon largos listados de mujeres que escriben en los medios. Muchas de ellas detestan las cuotas, pero no entienden por qué no son competentes para participar en un congreso leonés cuando todos los articulistas se deben a una acción sin género: sostener la columna. Escribir es ­explorar, podar y sufrir. Sin sexo que lo alivie.
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23 de octubre de 2017
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Lo mejor de lo mejor

Esta ha sido la semana de los Premios Ondas, que han galardonado muy oportunamente a un género en sí mismo, el de “comunicadores catalanes”: Àngels Barceló, Josep Cuní o Sussana Griso, además de las radios barcelonesas por la cobertura del atentado en las Ramblas. Hablo con la Gemio –que tras 40 años en el oficio se merece de sobra el artículo definido–, y me dice que ya no se lo esperaba: “Me llega ahora, a punto de cerrar una etapa radiofónica de 14 años, lo que hace más dulce la despedida. Es un feliz punto y aparte”.
El pasado lunes, en el Sur de Madrid, en ese hangar de creatividad experimental que es el Matadero, se presentó la novela gráfica “Valerosas. Mujeres que solo hacen lo que ellas quieren” (Dibbuks), de Pénélope Bagieu, que en Francia ha vendido 200.000 ejemplares. Una de las convocadas, Andrea Levy, ahondaba con sorna en los motivos de la falta de presencia femenina en las tertulias políticas: “dicen que a primera hora las mujeres no pueden estar en la radio porque tienen mucho lío en casa…”. Googleas el nombre de esta política valerosa, joven y pepera, y destacan las entradas que se refieren a sus novios. Qué poco cuesta frivolizar a una mujer por sus tacones o sus hombres. Las edades de la mujer son siempre nefastas: o eres joven e inexperta o eres madura y estás de vuelta. Bagieu es una investigadora de perfiles femeninos fuera de lo común. Pero también es una chica pesimista que cree que la igualdad está peor ahora que hace diez años: dudo que si así fuera, hubiera logrado tal récord de ventas con sus historias de pioneras avant la lettre.
Otra Penélope, Cruz, ha tenido que posicionarse –aunque con mesura– en contra de uno de sus valedores en Hollywood, de la mano de quien conquistara Hollywood hace ya casi una década: Harvey Weinstein. De hecho, “Vicky Cristina Barcelona” le valió su Oscar, y, al año siguiente, el musical felliniano “Nine” supondría su confirmación en la Meca del cine. Antes, y pese a sus esfuerzos con el inglés y el divismo californiano, se hablaba más de sus escarceos con Tom Cruise o Matthew McConnaghey que de un puñado de cintas ya olvidadas. “Obviamente, yo no conocía esa parte de él. Hemos trabajado juntos en diferentes películas e incluso, aunque él ha sido respetuoso conmigo y personalmente nunca he sido testigo de este tipo de actitudes, necesito expresar mi apoyo a las mujeres que han tenido esas horribles experiencias”, escribía en sus redes sociales.
Carles Sans, que trabajó con ‘Pe’ en “El amor perjudica seriamente la salud”, recuerda que cuando ésta empezaba a salir con Javier Bardem, tan fan de Tricicle que incluso actuó por sorpresa con ellos en “Sit”, quedaron discretamente para ver unos de sus espectáculos aunque tuvieran que acabar huyendo ante la llegada de una marabunta de flashes. Los Tricicle llegaron a Madrid durante los años de la movida. “Una noche fría de invierno, con estalactitas en el aire, fuimos a una sesión golfa de cine, y a salir, los tres, con las manos en el bolsillo, fuimos detenidos por la policía que estaba buscando a un trío de delincuentes. Ese fue nuestro recibimiento madrileño”, explica. Joan Gràcia, por su parte, confiesa que en aquel tiempo, si no ligaba, no llegaba a casa antes de las 9 de la mañana. Él ha hecho un cálculo “de todas las temporadas en que hemos venido a actuar, y suman cinco años y medio, casi seis, viviendo en Madrid”. Paco Mir, tercera rueda, ha tenido unos vínculos laborales sólidos con el Teatro Lírico, donde ha dirigido diez grandes producciones. Los sobrinos del capitán Grant” es la única producción de la Zarzuela que se repuesto cinco veces; a Mir le engancha la idea del “espectáculo total”. A primeros de los ochenta, Tricile actuaba en la alternativa Sala Cadarso, y allí los descubrió Chicho Ibáñez Serrador, que les invitó al Un, dos, tres. Ellos no querían ir, “pero nos convenció con una cena en su casa, diciéndonos que esa noche nos vería más gente que en toda nuestra vida. Y así fue: 22 millones de personas. Un bombazo”, cuenta Sans.
El jueves estrenaron, en el Teatro de La Luz, su último montaje “Hits”, un greatest hits de esta mítica compañía que se nutre de la extrañeza y el absurdo, y enfoca las emociones desde una mirada lateral felizmente desviada del lugar común. Ignoran si la coyuntura política pasará factura, pero Sans cita a Jesús Sierra, flamante ganador del Premio Planeta, cuando dijo “el día en que se hable de literatura en el Parlamento, yo hablaré de política”. Los cielos de Madrid, los camareros profesionales que te llaman por tu nombre, Chueca y el Palacio Real, y amigos incondicionales como Santiago Segura, Roberto Torretta, Nieves Álvarez, Cayetana Guillén Cuervo, El Gran Wyoming, Jose Coronado o Boris Izaguirre, conforman el paisaje sentimental de Tricicle, además de ser el público VIP de “Hits”, lo mejor de lo mejor de lo mejor.
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23 de octubre de 2017
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El Boomeran(g)
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