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Escrito por

Iván Thays

Iván Thays es escritor peruano (Lima, 1968) autor de las novelas "El viaje interior" y "La disciplina de la vanidad". Premio Principe Claus 2000. Dirigió el programa literario de TV Vano Oficio por 7 años. Ha sido elegido como uno de los esccritores latinoamericanos más importantes menores de 39 años por el Hay Festival, organizador del Bogotá39. Finalista del Premio Herralde del 2008 con la novela "Un lugar llamado Oreja de perro".

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Vok, Vila Matas y Colombia

Enrique Vila Matas y la familia Auster, protagonistas de Dublinescas Mientras cada vez se corre más la voz en los blogs de que el verdadero autor de Dublinescas (Seix Barral) es Vilem Vok, probable heterónimo de Enrique Vila Matas, me envían desde la revista Arcadia en Colombia una extensa nota de la presentación del narrador español en el Festival El Malpensante. Nadie se ha referido aun, por cierto, al detalle de que la elegante punta roja que sobresale de su saco oscuro no es un pañuelo rojo, como podría creerse, sino una de las puntas de unos RayBan Wayfarer rojos.  Ahí podemos leer el resumen de algunas de sus ideas  recogidas por el periodista y narrador Stanislau Bhor. Dice:

Me ubico en la segunda hilera del teatro. Cuando empieza la entrevista, parece tímido. Posee una voz paciente que espera al pensamiento mientras acaba de configurarse la idea. Los hombros enjutos, las manos empalmadas y aferradas al micrófono como si fuera un revólver y estuviese a punto de darse un tiro. A mi lado pasa un señor de bigote oscuro y pelo encanecido cuyo perfil me parece familiar. Vila-Matas saluda a Álvaro Mutis que está dentro del público. El anuncio cae como una bomba (pero de confeti). La gente busca a Mutis. Yo busco la mirada de Vila-Matas y veo que apunta al viejito que se ha sentado a mi lado. El moderador desmiente que sea Álvaro Mutis y sugiere que es otra distorsión de la realidad muy al estilo de Vila-Matas. La tensión perturba el rostro del escritor. Ahora menos que nunca parece una estrella de rock, o de cualquier constelación. Se requeriría de un punto de giro brutal (como los que cambian los argumentos de sus novelas a mitad del libro) para limpiar el ambiente. En El mal de Montano hay un momento en que el narrador, Rosario Girondo, le dice al lector que todo lo narrado es mentira, que el viaje a Chile nunca ocurrió, que uno de los mejores personajes del libro no existe y otras cosas así que causan un cortocircuito en la memoria del lector. El momento exige algo como eso para echar a andar la entrevista. Vila-Matas está abochornado, incómodo en una silla demasiado estrecha para su volumen y en un escenario tan grande y desnudo y con un reflector tan ofensivo haciéndole ver a Mutis donde sólo hay canas. Entonces pasa: Oscar Collazos sufre un lapsus, un desliz del habla, una traición de la memoria, y confunde el nombre del entrevistado con el de otro escritor doméstico al que quizá le entusiasmaría aun más entrevistar. Lo llama ?García Márquez? a Vila-Matas. Una vieja adoración del entrevistador, que también es periodista, además de columnista en un periódico. La gente ríe. Vila-Matas ríe. Su risa es convulsiva, refrescante. Es un sinsentido revitalizador, un momento ferdydurke, como los que amaba Gombrowicz, tan caro a Vila-Matas. Es el gesto que exigía la mente de Vila-Matas para movilizar su infantería. Ahora fluyen las ideas. Los temas afines y esenciales en él: vidas falsificadas, escritores que dejan de escribir, vanguardias estéticas (y estáticas), literatura y realidad, literatura y enfermedad, comienzo del fin de los libros, coincidencias librescas, Joyce, Beckett, Walser, citas falsas? Cualquiera que se haya apasionado por sus libros sabe que está repitiendo lo que ya ha escrito muchas veces. ¿A qué vino la mayoría de gente que está en este auditorio? No lo sé. ¿A qué viniste tú?, me pregunto. A oír tal vez esta historia que narra ahora con magnífico cinismo: ?Yo empecé queriendo ser un escritor raro al estilo ?me dije- al estilo de Gombrowicz. Me había hecho a una fotografía de Gombrowicz en Polonia, y me gustaba como vestía, su actitud; y me empecé a imaginar qué era lo que escribía, la naturaleza de ese escritor. Durante años estuve imitando a Gombrowicz sin haberlo leído. Un día, cuando ya había publicado bastantes libros, me encontré con un libro de Gombrowicz y quedé sorprendido porque no tenía nada que ver con lo que tenía en mente. Pero entonces, una vez maestro, había adquirido un discurso propio, tratando de copiar al otro?. Sí, Gombrowicz no es más Vila-Matas.

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18 de julio de 2010
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La parodia de Gibbons

carátula de la novela Cold Comfort Farm (traducida al español por Impedimenta como La hija de Robert Poste) es una novela de la británica Stella Gibbons, publicada en 1932, y que parodia las novelas rurales y eróticas inglesas al estilo DH Lawrence, tan de moda en esos años (y que tan mal han envejecido, al parecer). El hecho de ser una parodia y el agudo sentido del humor, sin embargo, le da a la novela de Gibbons un aire distinto. Mercedes Monmany hace la reseña para el reducido (al menos en versión on line) ABCD de las Letras:

Se trata de seres o, más bien, de inhóspitos espectros, apenas «presunciones de humanidad», como pronto comprueba la muy correcta y esnob Flora. Cada componente de la asilvestrada familia Starkadder procede de algún tipo de enajenamiento o terca pasión más allá de lo racional. Con nombres bíblicos que parecen sacados de una oscura secta de fanáticos pertenecientes a alguna iglesia marginal e indescriptible, cada uno de ellos se ve adornado por febriles amasijos de paranoias y delirios: el obcecado predicador de los tormentos del infierno, Amos; la prima Judith, que, con doscientas fotografías de su hijo Seth repartidas por su mohoso dormitorio, apenas disimula la pasión ciega por su fiero vástago, un lujurioso semental cuya obsesión, en realidad, no son las jóvenes campesinas del lugar, sino el cine; el viejo criado, Adam, que conversa a diario con sus animales más de lo que gruñe de forma incomprensible cuando está junto a los humanos; la abuela loca, que encarna otro más de los clichés románticos, encerrada en el ático; o el brutalizado primo Reuben, que se enorgullece de cientos de surcos arados por minuto, no se sabe bien si con ayuda de una bestia o sin ayuda de ella.El catálogo de parodias llevado a cabo por Gibbons, incluidas las continuas bromas metaliterarias y los incesantes juegos de palabras, es prácticamente inagotable. De una aguda inteligencia y mordaz capacidad crítica, disfrazada de sofisticados e irrelevantes comentarios naifs dejados caer aquí y allá a lo largo de la historia, su ración de ofendidos tampoco se hizo esperar. Por ejemplo, su jocosa defensa de los más elementales métodos anticonceptivos predicados por la joven liberal a Meriam, la criada que acostumbra a quedarse preñada cada año del señorito Seth, fue una de las escenas más provocadoramente sarcástica de esta novela. Su desopilante burla sería muy mal recibida por la sociedad biempensante de la época y en la República de Irlanda se prohibió la publicación del libro.

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18 de julio de 2010
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Arturo Fontaine, novela política

carátula de la novela El escritor chileno Arturo Fontaine no quiso hacerme caso y ponerle a su nueva novela, El asalto de los jabalíes hambrientos desde el sur. E hizo bien. Su título, más preciso, menos aparatoso, es La vida doble. Ha aparecido con Tusquets luego de largos años de trabajo, de pulir y corregir. Y la novela, como no podía ser de otra manera, ya está dando que hablar. Fietta Jarque adelantó algo en una reseña en Babelia:

La nueva novela de Arturo Fontaine (Santiago de Chile, 1952) hurga en los sótanos oscuros de la tortura bajo el régimen de Pinochet. Y no solo lo hace desde el que sufre el dolor y la humillación, el que ve degradado su cuerpo y su mente al nivel más animal, asombrado a su vez por la bajeza y ensañamiento inhumano de los verdugos, sino que se sitúa del lado de ellos, de los que persiguen y torturan a los que consideran peligrosos asesinos falsamente idealistas. Y todo a través del mismo personaje. La vida doble es, en realidad, cuádruple. Lorena, o Irene, o la Cubanita, es una adolescente algo ingenua, madre soltera. Después, una combatiente de Hacha Roja. Y, tras un crítico momento de inflexión, traiciona, se convierte. Al final huye de Chile y se esconde de su pasado en Estocolmo. No resulta casual ese último lugar de destino para una torturada convertida a la causa de sus enemigos. Hay un famoso síndrome con ese nombre. Al contar esto no revelo el suspenso de la trama, todo queda establecido desde las primeras páginas. Porque esta novela lo cuenta todo a la vez y, sin embargo, crea el deseo de seguir leyendo, de adentrarse en los detalles que faltan. Que faltarán siempre. Las preguntas se suceden, se multiplican. Las respuestas van aflorando de manera velada. Las verdades, ¿cuáles son las verdades? La novela de Fontaine es la confesión de alguien que encontró su objetivo en el delgado placer de la delación. De la condena. En el poder letal del secreto.

También en Babelia, ahora es Carlos Fuentes quien anuncia la urgencia de la novela de Fontaine.

Fontaine, con las armas del novelista, que son las letras, va al centro del asunto. Un orden viejo, por más estertores que dé, cede el lugar a un orden nuevo. Pero ¿en qué consiste este? Entre otras cosas, en su escritura. Pero ¿quién es el escritor? Es una primera y es una tercera persona que miran a la sociedad y la privacidad con lente de aumento, dirigiéndose a un lector que es el cocreador del libro. El libro es una partitura a la cual el lector le da vida. La lectura es la sonoridad del libro. Hay un poderoso fervor quijotesco en Arturo Fontaine: él quiere poner en fuga a las telenovelas o confiar en que haya al fin un Cervantes telenovelero que las transforme, como Don Quijote a las novelas de caballería. Glorioso empeño cuya derrota sería, sin embargo, una victoria. Porque la novela es, en sí misma, la victoria de la ambigüedad. Una ambigüedad que se propone como palabra e imaginación, lenguaje y memoria, habla y propósito. Entonces, ¿para qué sirve una novela en el mundo de la comunicación moderna: la comunicación instantánea del suceso comunicado? En un régimen totalitario, dice mi amigo Philip Roth, el novelista es llevado a un campo de concentración. En un régimen democrático -continúa- es llevado a un estudio de televisión. Lo cierto es que tras cada asalto, político o tecnológico, la novela-Fénix resucita para decirnos lo que no puede decirse de otra manera. Leer a Fontaine, por todo lo anterior, es importante en el momento político de Chile. El vigor de la democracia chilena, sus caídas ocasionales, su renovación actual, los avatares de la tradición y la complejidad de la sociedad requieren la lectura atenta de las novelas de Arturo Fontaine. En ellas encontramos el trasfondo y el sedimento de la noticia política. 

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17 de julio de 2010
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Un cerca

Ilustración: Barnett Newman TE ALEJAS HACIA MITe desprendes hacia un lejosque es (de país en paísal alcance de mi manode mi gritode mis ojosde mi solo sueño) un cercaUlalume González de Léon

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16 de julio de 2010
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Kanikosen en castellano

carátula de la novela El clásico japonés Kanikosen: el pesquero, novela breve de Takiji Kobayashi (escritor japonés asesinado en 1933) ha sido publicado en castellano en España por Atico de los Libros. Además, pronto se podrá ver la nueva versión fílmica de esta novela proletaria sobre un barco cangrejero. En Radar Libros Guillermo Saccomanno hace una estupenda y extensa reseña:

La tensión que produce la lectura de Kanikosen exige que, al comentarla uno tiente alguna distancia, ser ligeramente crítico y, mediante una supuesta objetividad, argumentar por qué esta novela, no más larga que Humillados y ofendidos de Dostoievski, contundente como Hambre del noruego de Knut Hamsun, lo vuelve a uno, desde el comienzo, lector incondicional. Su potencia es tanta en su tiempo como hoy. Especialmente en Japón, donde se ha convertido en un auténtico fenómeno. Tiene una explicación obvia: los jóvenes nipones obligados a trabajar contratos temporales en situaciones concentracionarias con salarios bajos, temerosos de perder su empleo, en la crisis económica, se identifican con esta ?ficción? impiadosa sobre los pesqueros del pasado. Sus lectores: 1.600.000 ejemplares. Es sabido: no es la cantidad de lectores que comprende un boom lo que garantiza la calidad de un relato. Excepcionalmente, en este caso, lo masivo y la calidad van juntas. (?) Kanikosen refiere una historia siniestra y despellejada. El Hakku Maru contiene entre sus cuatrocientos tripulantes, pescadores veteranos y brutales en su mayoría, apestando a sake, muertos de hambre empujados a esta faena por la necesidad, y también numerosos estudiantes pobres y chicos inexpertos que irán padeciendo los rigores del terror y la vejación. Porque a bordo, extrañando una mujer, los chicos son el consuelo sexual de estos hombres animalizados que provienen del campo, de las minas, de las fábricas. Están condenados a jornadas sin descanso. También, a todos sin excepción, los amenazan el castigo y la enfermedad. Violencia desquiciada, mentes aturdidas. La paliza y el encierro en un retrete en caso de desobediencia. El beri beri como consecuencia del debilitamiento extremo. Por la noche el patrón, alumbrándose con una linterna, armado con un garrote, avanza entre las cuchetas, aparta las cabezas como calabazas. Nadie despierta así lo pateen. El patrón, se dan cuenta los sometidos, sabe de los límites de su resistencia. ?Fíjate en La casa de los muertos de Dostoievski?, le dice un estudiante a un compañero de desgracia. ?Si lo piensas, ahora que conoces esto, no parece nada del otro mundo?. (?) Puestos a buscarle filiaciones, influencias y también una genealogía, habría que situar Kanikosen en un arco que comprende al Víctor Hugo de Los trabajadores del mar y al Joseph Conrad de Tifón, pero más cerca, como hermano de sangre está London. Un dato: Kanikosen fue comparada con La jungla, novela de Upton Sinclair, que narra la explotación de los obreros de la carne. Desde una óptica cool de lectores sushi podría leerse Kanikosen como relato de aventuras marinas, pero quien se incline a su lectura con esta intención pronto resultará chasqueado por una historia cuya turbulencia remitirá, como a los jóvenes japoneses de hoy, a una realidad concreta que los sobrepasa. Novela coral, no hay personajes que se sobreimpriman unos a otros. Apenas maniquea, en su crudeza legitima la polaridad en función de un planteo clasista que viene a cobrar vigencia en un tiempo donde el trabajo se vuelve otra vez tema literario. Sin duda, Kanikosen no es una lectura que se preste a la fruición de la pelusa en el ombligo. Lo que viene a plantear qué sentido tiene escribir y para qué sirve la literatura. ¿Vuelta de la novela proletaria?, cabe preguntarse. La respuesta está en la misma novela. Y en la vida de su autor. Hija de la necesidad, Kanikosen es la novela de un iracundo que supo narrar con frialdad una temática que se pensaba agotada. La sucinta biografía de Kobayashi informa que nació en Odate, Akita, en 1903 y creció en Otaru, Hokkaido. En su época de estudiante integró el comité de redacción de una revista y publicó sus primeros relatos. Después de graduarse en estudios de comercio fue empleado bancario. Apretado por la estrechez económica, durante la recesión se afilió al proscripto Partido Comunista y se dedicó a compartir la militancia con la escritura. Al publicarse Kanikosen Kobayashi ganó una popularidad instantánea que llamó la atención de la policía. La novela pronto tuvo una adaptación teatral con el título Al norte de los 50 de latitud norte. El joven Kobayashi publicó después un ensayo, El terrateniente, que motivó su despido del banco. Vigilado por la policía, fue arrestado bajo la acusación de financiar el PC. Fue dejado en libertad por un tiempo corto. Dos años después fue detenido nuevamente. Consiguió salir con una fianza. Pero en 1933 intervino clandestino en una reunión del PC y, alcahueteado por un espía, fue arrestado otra vez. Desnudo, expuesto al frío del invierno, fue apaleado. Cuando la policía lo entregó a un hospital a las 7.45 del día siguiente estaba muerto. Había fallecido de un ataque al corazón, declaró la policía. Los hospitales, por miedo, rehusaron hacer su autopsia. Una nota incluida por su editor estadounidense en su primera edición en lengua inglesa apenas meses después de su asesinato informa que ?en su cuello había moretones causados por una cuerda afilada. En las muñecas, una de las cuales estaba rota, quedaban las marcas de las esposas. Toda la espalda abrasada y, desde las rodillas a las ingles, la carne estaba hinchada y púrpura a causa de las hemorragias internas. 

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16 de julio de 2010
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Leonardo Valencia en Lima

Leonardo Valencia entrevistando a Julio Ramón Ribeyro El próximo jueves 20 de julio se inicia la FIL LIMA 2010, con Ecuador como país invitado de honor, esta vez en una sede inédita en Jesús María. Todos tenemos los dedos cruzados para que le vaya a la FIL bien en una sede tan extraña. Entre las presentaciones de autores, una que no puedo dejar de recomendar es la de Leonardo Valencia. Leonardo vivió en Lima durante unos años, donde escribió su libro de cuentos La luna nómada y su primera novela, El desterrado. Luego ha publicado en España El libro flotante de Caytran Dölphin (2008) y en Argentina Kazbek (Eterna Cadencia, 2009). Elegido como uno de los dos ecuatorianos en la lista de Bogotá39 (la otra es Gabriela Alemán, quien también vendrá a la FIL), actualmente vive en Barcelona. Lo entrevistan en El Peruano:

¿Cómo mezcla usted el cosmopolitismo muy marcado con la nostalgia del exilio en sus novelas??No me considero un exiliado nostálgico. Yo elegí marcharme. Nadie se marcha por completo y mucha gente, aunque se queda en su país, parece no vivir en él. Lo que escribo transcurre entre mi país y el resto del mundo con muchos vasos comunicantes entre sí.Sus ensayos reflexionan sobre los clásicos de la literatura ecuatoriana. ¿Cómo encuentra la escena actual de su país??Hay una producción y una internacionalización mayor. Curiosamente, este rigor lo encuentro entre quienes han superado lo que yo llamé en un libro ?el síndrome de Falcón?, ese deseo voluntarioso de hacer literatura que represente al país, como quien pinta estampitas patrióticas. Justo cuando estábamos superando esto, empezamos a tener la injerencia del gobierno donde a la crítica al país  se la pone al margen. Eso sí, no ha podido con los periodistas y su labor crítica.¿Cómo evalúa el resultado de la antología de cuento McOndo, en la que usted participó hace década y media? ¿Se trató del manifiesto de una generación??Nunca fue un manifiesto, simplemente invitaron a varios autores. Yo, al menos, nunca supe que el propósito de la antología era hacer una declaración de intenciones, pero también es cierto que fue una antología reveladora de lo que ha venido después.¿Cómo surgió y cómo resultó su proyecto en internet alrededor de su novela El libro flotante de Caytran Dölphin??Cuando casi tenía concluida la novela, me di cuenta de que se podría expandir con un libro paralelo en internet. La web www.libroflotante.net recurriría al mismo procedimiento del narrador de la novela, la distorsión y el plagio creativo. Me animaba la idea de que los lectores pudieran rebatir la versión del narrador protagonista. A fin de cuentas, si hay un único narrador, solo hay una historia, la que él defiende.

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16 de julio de 2010
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Bryce en España

Alfredo Bryce Echenique acompañado de Daniel Mordzinski ?Nunca está de más conocer el sabor ingrato de la patria? dice Alfredo Bryce Echenique en una entrevista en El Cultural. El narrador peruano habla de la relación difícil que ha ocurrido con el Perú luego de que saltó a los diarios el tema -muy mediáticamente tratado, pero sin mayor profundidad- del plagio. Al respecto, dice Bryce:

Pues esto es lo que se llama exactamente la ingratitud de la patria. Te odian porque bebes tus negronis en el Country Club y conduces un Mini Cooper con asientos de cuero de cerdo de bellota y le negaste la máxima condecoración a Fujimori y tú sigues libre y él, pues? Y te odian sobre todo cuando ganas uno de esos juicios de plagio o porque, humorista hasta la muerte, citas a Borges, a pesar de que ganas tu juicio: ?El plagio es un homenaje?. Entonces te abren otro juicio pero sin siquiera avisarte. Claro que pierdes pero entonces tu abogado apela al Tribunal Constitucional y te odian más, siempre los ex fujimoristas y la prensa del odio como noticia diaria. En cambio, la gente de la calle no te deja pagar una cuenta ni en el mejor restaurante. Ayer me pasó, sí, comida y cena. Pero, en fin, lo mío no es nada al lado de quien siempre estuvo a mi lado: a Vargas Llosa lo acusaron de trata de blancas? Conservo su carta y me siento un enano al lado de él, créame: la eterna ingratitud de la patria: Lo malo y lo bueno, claro, es que la patria mía está también en Grecia o en la Italia en que empecé a escribir. O en Cartagena de Indias, donde Gabo me invitó al cine que tiene en su casa, con butacas de platea y todo, y al irte te dice, desmemoriado como anda: ?Peruano, no sólo te sigo queriendo sino que te sigo leyendo?? y Cochabamba, Bolivia, luego, Puerto Rico enseguida? And so far?  

Luego, hablará de La esposa del rey de las curvas, el libro de cuentos que ha publicado en España (editorial Anagrama) inspirado en algunas imágenes de su pubertad. Dice respecto al libro:

Hay mucho de autobiográfico en los relatos de La esposa del Rey de las Curvas? - Definitivamente mi mamá jamás estuvo casada con el rey de las curvas (un famoso automovilista peruano), más bien sí con el rey del Banco Internacional del Perú, que también fue sumamente curvilíneo en la historia del Perú, pero que hoy, ya multinacional, por fin, se llama Interbank y no me aceptaría a mí ni de portero. Sí, pero ¿cómo nació la historia que da título al volumen, de verdad no se soñó jamás el hijo ?del rey de las curvas??  -En mi primer libro de cuentos, Huerto cerrado, hay un relato que todos han considerado hasta hoy profundamente autobiográfico y que se llama ?Yo soy el rey?. Lo malo, en este caso, es que transcurre en un burdel de quinta categoría. Pero como le dije que dijo Graham Greene: ?Los personajes empiezan a hacer y decir lo que les da la gana?. ¿Tampoco le ha prestado nada al protagonista de ?Un viaje corto y final?, ni siquiera su visión de la revolución cubana? -Este cuento, le juro, nació de mi necesidad de inventarle un relato a mi familia para no tenerlos que llevar donde ?De ayer ya nada queda, ni el canto de sirenas?? ¿Qué sueños le quedan del autor que emigró en su juventud a París, y qué certezas ha tenido que ir cambiando con el tiempo y los desengaños? -Sigo emigrando en mi juventud aunque ahora a muchos otros sitios, además de París, pero nunca he tenido certezas porque mi vida se basó siempre en los amigos y no en las certezas. Y lo escribí en No me esperen en abril: ?A los amigos hay que perdonarles todo, aunque joda?. Menos a uno que no me jodió nada y entonces para qué perdonarle nada tampoco? 

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16 de julio de 2010
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Anagrama en e-Books

El libro digital empieza a entrar con fuerza en España Una nueva noticia estupenda sobre los e-Books en castellano. La editorial Anagrama ha decidido ofrecer libros de su catálogo, además de novedades, para e-book. ¡No tener que esperas cuatro o cinco meses para leer una novedad, es genial! Lo que estaba esperando hace años! Lo primero que haré es tratar de conseguirme el libro de Marcos Giralt Torrente sobre su padre. Lo que no me queda claro es el sistema de venta, por que no lo conozco, a través de la plataforma Libranda, que ha recibido muchas críticas en el FB de Anagrama. Me pregunto, además, si podré comprarlos para el iPad (o el Kindle) o solo para los e-Books convencionales. Ya averiguaré más. Por lo pronto, es una gran noticia el primer paso. Aquí hay un video que intenta explicar cómo se vende en Libranda:

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15 de julio de 2010
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SEÑALES QUE PRECEDERAN AL FIN DEL MUNDO por Yuri Herrera

RESEÑAS SIN PLUMAS Luis Hernán Castañeda ?¿Vas a cruzar??              ?Estoy muerta, se dijo Makina?: así empieza la historia, que ofrece desde su primera escena una poderosa imagen sobre la relación entre el cambio y la permanencia ?su coexistencia, su simultaneidad. Makina, la joven y dura heroína que protagoniza ?Señales que precederán al fin del mundo?, brinca como un felino y se salva de ser tragada por la tierra durante un evento de ?locura telúrica?, mezcla enrarecida de terremoto y hundimiento de suelo que desaparece sectores enteros de la Ciudadcita en un santiamén, subrayando así, a través de la fragilidad radical del instante ?su peligrosidad a punto de derrumbe? una multisecular historia de abusos, expoliaciones y violencia contra los seres humanos y su hábitat. La razón de la locura telúrica es tanto humana como subterránea y, al tiempo que se muestra a pleno sol en las relaciones sociales y económicas, se esconde en canales profundos como lombrices de la muerte: el hecho irreparable, que vincula lo natural y lo moral a través del lirismo áspero, discreto y enternecido, de la prosa de Yuri Herrera, es que ?la Ciudadcita está cosida a tiros y túneles horadados por cinco siglos de voracidad platera?.              La Ciudadcita, urbe imaginaria por la que Makina pasa en su camino hacia el norte, es un lugar dinámico sometido a transformaciones imprevisibles y rotundas: una ciudad en reacomodo violento, relampagueante, siempre al borde del descalabro que todo lo cambia. Algo así les sucede a los personajes de esta novela, cuyas identidades son presa de accidentes y terremotos que hacen su trabajo y, también, cumplen con el rol de los humanos: destruyen y reedifican, arrancan lo de aquí y lo transplantan por allá. La segunda obra del escritor mexicano Yuri Herrera tiene una trama simple y prístina, imbuida de una actualidad político-cultural punzante, a la vez sólidamente enraizada en la tradición literaria de su país y portadora de resonancias míticas. Makina es empleada de una centralita telefónica en un pueblo que no se nombra, situado en un México transfigurado por un tamiz ficcional con eficaz pretensión de autonomía; Makina, una mujer con una misión, debe cruzar la frontera y llegar a los Estados Unidos para traer de vuelta a su hermano perdido, que viajó al país del norte ilusionado por la promesa de un terrenito ?triste aventura del desencanto? y dejando en su tierra natal a su hermana y a su madre, la Cora. Tras entrevistarse con los ?duros?, tres capos cuyas misteriosas iniciales ?los señores Hache, Dobleú y Q? gatillan el mundo de referencias de las películas de acción y pelea (y por qué no también, el de los videojuegos y sus ?bosses?), Makina logra emprender su viaje terrestre con el deseo implacable, la pasión única, de volver con su hermano para cumplir los anhelos de la Cora. En su camino sorteará ríos, tiroteos, persecuciones, largas caminatas y soledades desconocidas, que la llevarán a descubrir la peculiar ambigüedad de la frontera, auténtica galaxia con sus leyes propias. ?Su madre la Cora la había llamado y le había dicho Vaya, lleve este papel a su hermano, no me gusta mandarla, muchacha, pero a quién se lo voy a confiar ¿a un hombre? Luego la abrazó y la tuvo ahí, en su regazo, sin dramatismo ni lágrimas, nomás porque eso es lo que hacía la Cora: aunque uno estuviera a dos pasos de ella era siempre como estar en su regazo, entre sus tetas morenas, a la sombra de su cuello ancho y gordo, bastaba que a uno le dirigiera la palabra para sentirse guarecido. Y le había dicho vaya a la Ciudadcita, acérquese a los duros, ofrézcales servirles, yái que le echen la mano con el viaje?. La ambigüedad de la frontera está en su carácter abierto y cerrado al mismo tiempo, en su condición de lugar híbrido de tránsitos infinitos que, sin embargo, no deja de proponer, en su momento sombrío y epifánico, la guadaña que separa el ?aquí? del ?allá?, el ?nosotros? de los ?otros?, con virulencia de bloques compactos. En otras palabras, la frontera puede ser el paraíso azaroso, tornasolado, de la sutileza de lo indefinido y lo proteico ?rasgos sugeridos por la pluma refinada, sensitiva de Herrera?, pero es también el puente sin retorno, la cárcel donde triunfan los límites y las limitaciones, las desigualdades, las jerarquías. En el mundo de la frontera es posible experimentar, con los ojos del observador cultural y en la carne propia del viajero, los avatares de lo gris, aquella utopía de creación sin ataduras que, cuando menos uno lo espera, depara el ?cruce? al otro lado, aquel umbral definitivo que divide el cosmos entre propios y extraños, revelando la calamidad de las diferencias y vociferando, en el alma del forastero, la aguda ?terrible, súbita, tal vez gozosa, como un terremoto? conciencia de la extranjería. El universo ficcional de ?Señales que precederán al fin del mundo? no es un espacio, es una travesía con dos alternativas: por un lado, el suave deslizamiento; por otro, el cruce, el salto mortal. Aquí los lugares y los personajes, lo interior y lo exterior, la trama y la estructura, la lengua misma, se desplazan y mutan, se fugan de sí mismos, son irreconocibles en su familiaridad, porque el fundamento sobre el cual están edificados es una cámara de túneles, pasajes, caminos bajo tierra: se está siempre ?al otro lado?. La imagen convocada es la de una zona porosa regida por las dinámicas enfrentadas de la creación de una cultura nueva, fruto de múltiples influencias, y la violencia más sórdida, esa que divide, deshumaniza, alteriza, y que en la frontera golpea con fuerza. Uno de los temás más ásperos de la novela es el dolor de quien se ve reflejado y deformado en la pupila ajena, temerosa y atrincherada en certezas que son prejuicios y estereotipos, de aquellos que se consideran principio absoluto del universo todo. Makina, pese a ser tan joven, es sensible y perceptiva, de manera que el lector obtiene un sustancioso registro de una experiencia de viaje que incluye el autoanálisis de las emociones y la observación precisa del entorno, observación muchas veces deslumbrada, lúdica, irónica, de las costumbres norteamericanas y de la inserción de lo mexicano en tierras no demasiado extrañas. ?La ciudad era un arreglo nervioso de partículas de cemento y pintura amarilla?:  Una vez que Makina, una bala encajada en su cuerpo, logra cruzar el río y entrar a Estados Unidos por primera vez, se pasea por calles que le dejan un sabor a desolación, preguntando siempre por su hermano sin tener otra brújula que sus caminatas sin rumbo. Mientras tanto, va recogiendo sus impresiones, hace una ?relación? como podría hacerla un recién llegado al Nuevo Mundo en el siglo XVI. Por ejemplo, le llama la atención, como algo nuevo, la intimidad existente entre la tristeza y el consumismo en las tiendas y los supermercados; constata, además, la omnipresencia silenciosa o silenciada de los suyos, dedicados en su mayor parte a trabajos pesados que los retienen en las calles ??en las esquinas, en los andamios, en la banqueta??, expuestos pero invisibles como un decorado, que sin embargo logra adquirir relieve en ciertas cuñas, como la comida mexicana. Makina avanza y obtiene la ayuda de sus compatriotas, a quienes percibe iguales a los residentes del otro lado, aunque más opacos, taciturnos. La colaboración entre compatriotas asume la cara positiva de la solidaridad, pero también produce asociaciones ilícitas, usos verticales del otro, riesgos de alto precio: el modo en que Makina ha logrado el beneplácito de los ?duros? de la Ciudadcita para cruzar ha sido comprometiéndose a pasar un paquete, cuyo contenido no se aclara, pero que le permite conectarse con un submundo delincuencial de negocios fronterizos. De modo singular y bastante perspicaz, el lugar donde Makina entrega su paquete no es la sórdida cueva de los criminales, sino un luminoso estadio de béisbol cuya descripción, bellamente estetizada por la sorpresa y la admiración de la viajera que ingresa en él, nos sugiere la profunda complicidad entre la legalidad y la ilegidad, lo abierto y lo clandestino, el aquí y el allá del negocio en cuestión, que invoca además la imagen inicial de la explotación minera: ?Al fondo, de súbito se le vino encima una hondonada de hermosuras rivales: la sima un inmenso diamante verde que ondulaba en su propio reflejo; arriba, abrazándolo, decenas de miles de asientos negros plegados, como un cerro de obsidiana erizado de pedernales, reluciente y afilado?. La voz del narrador en tercera persona es comprensiva y parca, aunque firme en sus convicciones. Por un lado, nos cuenta una historia situada en un ámbito complejo y extremo, reconociéndole estas características sin realizar juicios maniqueos; por otra parte, sin desatender el desarrollo de la narración y el impacto de los hechos en la conciencia de Makina, cuya perspectiva es la dominante, se juzga a través de dicha atención la crueldad imperante en el medio y se postula, no únicamente a través de la afirmación tajante y lírica sino, en especial, mediante la meta-realización de un proyecto lingüístico-estilístico, una encarnación deseable para el mundo de la frontera, un futuro que podría ser construido gracias a las mismas fuerzas en conflicto que hacen de la frontera un espacio complejo y extremo, tanto en su violencia como en sus posibilidades creativas y recreadoras. La frontera que el narrador imagina no es la realidad disociada y terrible que ofrece la novela. Hay una vocación de armonía y síntesis en la voz del narrador, en sus palabras. El mismo personaje de Makina descubre, en su construcción mixta, esa vocación. Makina y su hermano recogen, sin duda, los ecos dejados por los pasos de un célebre peregrino de la novelística mexicana, quien como ellos persigue la reunión familiar y vive rodeado por muertos en vida: Juan Preciado, el hijo que busca a su padre en ?Pedro Páramo?. Makina busca a su hermano, él busca una parcela de tierra, como Preciado. Pero, además de ello, en su búsqueda Makina se comporta como una férrea heroína extraída del cine de acción, o de artes marciales: su destreza física, su resistencia al dolor, la fortaleza de su espíritu, su pasión única, remiten, por citar un ejemplo, a Beatrix Kiddo, la protagonista de la cinta ?Kill Bill? de Tarantino. Así, los referentes literarios y cinematográficos, mexicanos y norteamericanos, clásicos y contemporáneos, conviven, dialogan, se enriquecen mutuamente, se trenzan en la construcción de Makina.     Una lógica análoga es la que se presenta, en el plano lingüístico, cuando la novela reflexiona sobre la aventura cultural de los migrantes mexicanos y los chicanos y, autorreflexivamente, sobre la propia variante del español en que ella está escrita, una síntesis de lirismo y coloquialismo, de mexicanismos y neologismos; en el crisol de un estilo que armoniza la tradición y la creación, lo ?paisano? (lo mexicano) y lo ?gabacho? (lo norteamericano), se pone en escena el gran proyecto híbrido que desencadenan todos los hablantes transplantados ?la posibilidad de inclusión es central: no se alude sólo a los mexicanos (tal vez, ni siquiera sólo a los hispanohablantes)?, y que está esbozado en las siguientes líneas: ?Más que un punto medio entre lo paisano y lo gabacho su lengua es una franja difusa entre lo que desaparece y lo que no ha nacido. Pero no una hecatombe. Makina no percibe en su lengua ninguna ausencia súbita sino una metamorfosis sagaz, una mudanza en defensa propia. Pueden estar hablando en perfecta lengua latina y sin prevenir a nadie empiezan a hablar en perfecta lengua gabacha y así pueden mantenerse, entre cosa que se cree perfecta y cosa que se cree perfecta, transfigurándose entre dos animales hasta que por descuido o por clarísima intención de pronto dejan de alternar lenguas y hablan en esa otra. En ella brota la nostalgia de la tierra que dejaron o no conocieron, cuando usan las palabras con las que se nombran objetos; las acciones las mientan usando un verbo gabacho que es ejecutado a la manera latina, con la colita sonora de allá?. La presencia de Rulfo se manifiesta de otro modo. Si en ?Pedro Páramo? encontramos una estilización lírica de ciertas formas del habla popular mexicana, después de leer a Herrera no cabe la menor duda de que su proyecto lingüístico discurre por el mismo sendero. No hay aquí una intención de representar con fidelidad un determinado dialecto, porque la mímesis léxica tiende  hacia el interior, no hacia lo exterior: un ejemplo claro tendría que ser la palabra ?jarchar?, usada de manera consistente con el significado de ?salir? o ?marcharse?. Por ejemplo, Makina se entrevista con uno de los ?duros?, y el narrador en tercera persona cuenta así su despedida: ?Dio las gracias, el señor Dobleú dio el de qué mi niña, y jarchó?. Es admirable la sonoridad de ?jarchar?, con su fuerza y su aspereza; ¿en qué lugar de México usarían ese verbo tan expresivo? Algunos días después de leer la novela, entro a un diccionario online y llego, por casualidad, a un foro de discusión donde otro lector de Yuri Herrera se pregunta por ?jarchar?, y da un paso que yo no di: le escribe al autor para preguntarle. La siguiente es su respuesta: ?Lo que trato de hacer es, sí, una mezcla de inclusión de lenguaje popular con innovación. (?) Jarcha, jarchar, es una palabra que he derivado de la palabra que se usa para designar ciertos fragmentos de poemas escritos en el siglo XIII, que son el ejemplo más lejano de lo que luego sería el español, y que utilicé porque la palabra podía simbolizar algunas cosas importantes para mi novela: era una ?salida? del poema, era una voz femenina, era melancólica y, sobre todo, era una lengua en transición?.  La palabra ?jarchar? entraña, entonces, una muestra de hibridez entre lo extranjero y lo propio, entre lo arcaico y lo nuevo, entre el mundo y el texto. De manera que ?jarchar? no es un caso de mímesis léxica sino de renovación con un pie en el pasado más remoto de la tradición de la lengua, y el otro en un presente de transición, de contacto cultural y de intercambio lingüístico: la lengua ?gabacha? y la lengua ?latina?. La ?jarcha?, la canción final con que cierran sus composiciones los poetas andalusíes, es signo y testimonio de la historia en tránsito continuo, pero también es síntoma de batallas y asimetrías, de luchas por el reconocimiento y la prosperidad de un mundo nuevo. De alguna manera, el proyecto de ?Señales que precederán al fin del mundo? implica imaginar la posibilidad de lo que no existe aún, y como un segundo paso, anticipar variantes de su plasmación. No estamos ante una novela donde el lenguaje sea únicamente el instrumento para contar una historia: Yuri Herrera diseña una prosa inteligente, una lengua que pone en escena una aventura imaginaria y cultural, poética y política. Lo engañoso de la tersura y fluidez de su estilo está, precisamente, en enmascarar bajo un velo de facilidad el tremendo esfuerzo de la gestación.     Es curiosa la polisemia de ?jarchar?: significa, además de lo mencionado, acostarse con otra persona. El afecto y la separación, la unión y la ruptura, son, parece decirnos la novela, indesligables. La estación de los encuentros es la misma estación de las despedidas. Las fuerzas que mueven la trama de esta novela son la separación y la sed de reunión, la partida, el reencuentro, el desencuentro: un viaje que nunca se detiene. Un hermano se va, se pierde; una hermana deja a su madre para buscar a su carnal; una novia abandona a su novio, sin promesas de volver; la operadora de la centralita telefónica se aleja de su comunidad; dos personas que se atraen se cruzan sin tocarse; la maternal dueña de un restaurant ve desfilar un río de migrantes; los pasajeros de un autobús fantasmal se observan y desaparecen, sin despedirse, para nunca volverse a ver. No se estropea el final de la novela si se le revela al lector que Makina logra cumplir con su misión y, sin que sea contradictorio, también fracasa. Consigue ver a su hermano perdido, pero no lo encuentra, quizá porque todos nosotros somos irrecuperables: nuestras identidades del pasado han emprendido su viaje, aunque a veces consiga capturarlas, por breves instantes, la malla de la memoria. El reencuentro decepciona a los que soñaban con una fusión, una vuelta al territorio intacto de los recuerdos disfrazados de esperanzas. Makina aprende, en su entrevista con un espectro, que los otros nunca son ellos mismos, que hay un adiós camuflado en cada encuentro, sobre todo si hablamos de una historia de la frontera, la zona de todos los ?pasaderos?. Pasaderos y pasajeros son, y en realidad siempre lo fueron, los íntimos a los que creíamos permanentes y nuestros, sólo por contarlos en las filas de la familia; ella también se ve sometida y desgarrada por la ley implacable de la frontera. La misma Makina, devastada por la pérdida, tendrá que decirse adiós a sí misma, dejarse ir como a un fantasma de toda la vida. El maravilloso final ambiguo de la novela, su apretado manojo de sensaciones, transmite como pocos el peligro eufórico de los nuevos comienzos.

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13 de julio de 2010
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El Boomeran(g)
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