Wendy Guerra en el blog del Hay Festival Zacatecas 2010. Fotografía: Daniel Mordzinski.

Iván Thays es escritor peruano (Lima, 1968) autor de las novelas "El viaje interior" y "La disciplina de la vanidad". Premio Principe Claus 2000. Dirigió el programa literario de TV Vano Oficio por 7 años. Ha sido elegido como uno de los esccritores latinoamericanos más importantes menores de 39 años por el Hay Festival, organizador del Bogotá39. Finalista del Premio Herralde del 2008 con la novela "Un lugar llamado Oreja de perro".
Wendy Guerra en el blog del Hay Festival Zacatecas 2010. Fotografía: Daniel Mordzinski.
carátula del libro Una nota en La Nación sobre el desdoblamiento de JM Coetzee en Verano. Un libro espléndido, tremendo, la honestidad de un artificio, un cierre de vida, que espero puedan leer pronto como lo hice yo ayer, devorándome las páginas y preguntándome por mi propio verano. Dice la reseña:
La construcción es menos complicada de lo que parece: los apuntes del comienzo siembran la suficiente incertidumbre como para alentar la curiosidad del lector. Vamos en busca del personaje cuya biografía se intenta componer, y las cinco entrevistas que se suceden suministran otros tantos retratos parciales, siempre subjetivos y, en cierta medida coincidentes, pero al mismo tiempo nos proponen otras historias que enriquecen el relato: las propias, las que han vivido cuando se relacionaron con Coetzee (y antes, o después), y las que permiten al autor extender su mirada hasta abarcar una llamativa variedad de cuestiones, desde el desarraigo, la culpa y la precariedad de los afectos hasta el aislamiento sudafricano, la complejidad de su realidad social o la naturaleza de la novela. En ese sentido, gracias a la agudeza y la sabiduría del autor, el libro es de una riqueza poco común. Como lo son sus personajes, en cuya interioridad se sumerge para revelarlos sin retórica, sólo y nítidamente a través de sus acciones o sus palabras. En cierto momento, se pregunta si no es inmoral que por causa de la fama exista más interés en su vida personal que, por ejemplo, en la de un refugiado brasileño (el marido de una de las entrevistadas) que trabajaba en un depósito de Ciudad del Cabo como guardia de seguridad y terminó muerto de un hachazo por una banda de asaltantes. Historias como ésa, la del padre enfermo con el que convive, la de la prima que fue su noviecita de infancia y aún guarda cierta ternura hacia su memoria, la de la mujer casada que fue su amante y lo define como un hombre frío, reprimido en el sentido más amplio, ajeno a la realidad e incapaz de conectarse de verdad con otro ser, o las de los restantes personajes que entran en escena confieren al relato vitalidad y vibración humana y revelan en todo su esplendor la maestría narrativa de Coetzee (no hay que olvidar que es él quien habla por boca de todos los personajes), así como la implacable honestidad con que ha emprendido su ejercicio de introspección. Con este artificio del desdoblamiento, que ya ha empleado en otras oportunidades (piénsese en Elizabeth Costello), puede ser a la vez el autor y el personaje, dialogar y discutir, depositar en uno las confesiones que el otro necesita descargar. Sólo que aquí Coetzee es el doble de Coetzee. Si el ejercicio de la confesión persigue, antes que nada decirse la verdad a uno mismo, se puede imaginar que Verano es otro tramo del diálogo que el autor sudafricano ha venido sosteniendo con sus dobles. Pero también puede ser que ni el autor ni su criatura estén demasiado seguros de esa verdad y apuesten a que ella se revele , o al menos se deje percibir, en el transcurso del diálogo, es decir, como fruto de la ficción misma.
Lo que se viene Se viene, se viene, se viene? Amazon anuncia que vende más libros digitales que en tapa dura. Se viene. Y nadie puede estar más contento que yo con la noticia. Todas las novedades al alcance de un iPad o un Kindle. ¿Se imaginan? Aunque los distribuidores se resistan a saldar los libros en bodega. Aunque sigan diciendo que no quieren ?botar? los precios. Aunque sigan olfateando cómo se honguea el papel en las librerías con libros que no se venderán? Se viene y entonces todo será muy tarde?
Era una cuestión de tiempo: Amazon ya vende más libros digitales que en tapa dura, aunque estos también siguen incrementando. El responsable de la firma, Jeffrey P. Bezos, ha detallado en un comunicado que Amazon lleva 15 años vendiendo libros convencionales y ?tan sólo 33 meses? ofreciendo libros para el Kindle. La compañía señala que, en los últimos tres meses, por cada cien libros tradicionales vendidos en Amazon.com, la compañía ha vendido 143 electrónicos, una cifra que aumenta cuando se tienen en cuenta los datos de sólo el último mes, cuando por cada cien libros físicos, excluyendo los de bolsillo, se compraron 180 ejemplares para el Kindle. El pasado día de Navidad fue la primera vez que los clientes de Amazon compraron en un sólo día más libros digitales que libros físicos. Las ventas en Amazon se ven claramente beneficiadas por un contexto de expansión del libro electrónico. Según los datos ofrecidos por el sector y recogidos por The New York Times, las ventas de libros se han multiplicado por cuatro hasta mayo en EE UU. Tampoco le va mal al libro de papel en tapa dura, el formato tradicional en el que se publican las novedades, y que según estas mismas cifras ha vendido un 22% más en lo que va de año. En cualquier caso, estos datos no incluyen los casi dos millones de libros electrónicos que son gratis en el lector de Amazon porque al haber sido publicados antes de 1923 no tienen derechos de reproducción. (?) La buena marcha del lector electrónico de Amazon se manifiesta en el mismo período en el que iPad de Apple, que funciona también como lector electrónico, se ha hecho un hueco importante en el sector. Los inversores están pendientes de conocer el jueves los resultados del segundo trimestre de Amazon, que dará a conocer tras el cierre del mercado de valores neoyorquino unas cuentas que algunos analistas han previsto que reflejen un aumento de sus ventas en un 41 por ciento y una ganancia neta por acción de 55 centavos.
criterion Confirmo en la reseña de NYT al libro Hamlet´s Blacberry (A Practical Philosophy for Building a Good Life in the Digital Age), de Williams Power, lo que siempre sospeché: soy absolutamente anacrónico.
Powers spends too much time describing the techno bind that we find ourselves in today and that we already know so well. But for the most part his ruminations are penetrating, his language clear and strong, and his historical references are restorative. As a salve for those who are perhaps prematurely mourning the death of paper, Powers writes of his preference for jotting down ideas in a Moleskine notebook, a ?seemingly anachronistic tool? that he feels is essential to his well-being. Most writers still love paper. Some things are irreplaceable, and Powers explains why. His notebook allows him to ?pull ideas not only out of my mind but out of the ethereal digital dimension and give them material presence and stability. Yes, you exist,? the notebook reminds us, ?you are worthy of this world.?
Pero también tengo un iPhone.
RESEÑAS SIN PLUMAS por Iván Thays UN LUGAR CON LIMITES Desde hace muchos años, la familia Donoso ha sido informante de ?primera mano? de lo que fue el Boom Literario Latinoamericano, ya sea con Historia personal del Boom de José Donoso, y su posterior añadido El Boom Doméstico de su esposa María del Pilar, como por un libro olvidado llamado Los de entonces también de María del Pilar. Dos imágenes me quedaron grabadas de esas lecturas anecdóticas. La primera, la del padre de José Donoso vendiendo ejemplares del primer libro de su hijo (dedicado entonces a pastor de ganado para poder leer a Proust completo) en los salones de algún Club de la Unión. Y la de las fiestas palaciegas y fastos de la juventud africana de María del Pilar, hija de diplomáticos y amiga de realezas de cuento de hadas, mundo irreal que se vino abajo con el matrimonio. Así, la idea que me formé de los Donoso fue la de una pareja de esposos provenientes familias aristocráticas y que, por seguir el destino literario del marido, ahora habían abandonado la casta y se habían convertido en poco menos que gitanos. La primera confirmación luego de leer Correr el tupido velo es que, al menos en lo que respecta a José Donoso, al parecer su familia nunca fue tan aristocrática sino más bien una familia tradicional, pero ya empobrecida, cuya casas familiar era vestigio o testimonio de tiempos mejores. Una imagen mucho más certera para entender la obra de un autor como Este Domingo o El obsceno pájaro de la noche, desde luego. La segunda confirmación es que Pilar Donoso, la hija adoptiva de los Donoso, ha intentado correr un tupido velo pero sin exponer demasiado a sus padres. Como ver cambiar el color de un velo o tender una cama con nuevas sábanas. Hay un momento en el que puede observarse lo que hay debajo, un breve flash de exposición, y luego otra vez el manto que cubre todo. El descubrimiento de las diarios y la correspondencia de Donoso en una universidad norteamericana, años después de su muerte, trajo consigo el chisme la posible homosexualidad (no se sabe si efectiva o solo imaginaria; tampoco queda aclarado ese tema en este libro) del narrador chileno. Cuando supe que Pilar Donoso iba a expurgar esas cartas y exponerlas en un libro, pensé que el caso sería debatido y me interesó mucho. No solo porque, como ya he dicho, he leído otros libros de memorias de la familia Donoso, así que podía llenar piezas en el rompecabezas, sino porque la homofobia en el Boom Literario siempre ha sido un tema que me llamó la atención. Los narradores del Boom se presentan, ante la prensa y los lectores, como modelos de lo que debe ser el escritor latinoamericano, y ese modelo implica el profesionalismo, el compromiso literario y el político, el cosmopolitismo, los idiomas y los países recorridos, las ediciones publicadas, los premios consagratorios, los proyectos comunes, las broncas entre ellos, lo lúdico y lo anecdótico, pero siempre bajo la imagen de una familia incorruptible donde los escritores eran los ?machos?, los padres de familia, detrás de los cuales siempre asoman ideas muy machistas y latinoamericanas, también, aunque no necesariamente ficticias, del matrimonio y aquella gran mujer que sostiene por detrás al gran hombre. Los hijos, en este retrato, eran convidados de piedra. Conocer luego de la muerte desgraciada de los hijos de Carlos Fuentes; o las aventuras etíopes adolescentes del segundo de los hijos de Vargas Llosa, o los arrebatos liberales del primero; o del embarazo a los 19 años de la hija de Donoso, fue la primera expresión de que quizá el ambiente familiar del Boom no era tan propicio para esa ilusión de solidez patriarcal. Pero descubrir que en el seno de este retrato de grupo (del cual se ha excluido siempre la figura incómoda de Manuel Puig, declaradamente gay) había un personaje encerrado en un closet era, para mí, una revelación más que interesante. En ese sentido, la lectura de Correr el tupido velo me confirma que, en efecto, el machismo del Boom era una realidad no solo en la forma de abordar la sexualidad en sus libros, sino también en su forma de sociabilizar entre ellos. Es especialmente conmovedor el recuerdo de Pilar sobre una entrevista que le hicieron, como hija de famoso, ante la cual su padre le pidió que omita cualquier comentario sobre su gusto por la decoración. Y sí, en efecto, en sus cartas se nota que decorar era uno de los placeres de Donoso, al igual que el dictarle a su esposa exactamente qué ropa vestir. Dos hobbies intrascendentes que en el código machista latinoamericano podía leerse como homosexualidad, perdiendo el derecho de ciudadanía del Boom, cosa que sin duda José Donoso temía más incluso que a enfrentarse a sus propios demonios sexuales. Porque lo que leemos en este libro de memorias de Pilar, condimentadas con las cartas y los diarios, es antes que nada un rosario de quejas de Donoso ante el temor de no ser aceptado como parte del Boom. Su éxito literario en traducciones y ediciones siempre es subrayado con emoción, pero sus ventas (presumiblemente bajas en comparación con las de Vargas Llosa o García Márquez) son siempre motivos de disturbio y dudas. Su temor reverencial por Carmen Balcells es también sintomático. La ansiedad ante la falta de reconocimiento económico, así como sus dudas ante la posibilidad de no poder completar una obra sólida próximo a los 60 años, es lo que ocupa el mayor espacio del libro. La otra parte gira en torno a la familia disfuncional creada por los Donoso, con una hija adoptada por la que sienten, alternativamente, amor y odio, desconfianza y celo; una mujer (María del Pilar) con arranques depresivos y alcohólicos; y un José Donoso incómodo en cualquier lugar donde viva, que lo mismo compra un palacio rural en Calaicete para huir del ruido del Barcelona de los 70, como viaja a exilios dorados en universidades norteamericanas a dictar cátedras, o busca en Chile, luego de 20 años de exilio, la comodidad de una casa propia amparado en el éxito como escritor líder de su generación, el top de Chile, en que se había convertido. Esos viajes sin rumbo fijo, buscando una estabilidad domiciliaria que sabemos que no puede corresponderse sin una emocional, esos exilios interiores y exteriores, son sin duda lo más perturbador del libro. Tratándose este de un libro escrito por una hija adoptiva que se siente constantemente relegada ante los conflictos de su padres adoptivos (en el nacimiento de sus dos hijas no contó con el apoyo de su madre, por ejemplo, quien somatizaba enfermedades para rehuir su responsabilidad), y que además siente el deber de ponerse tras bambalinas en este libro, considerando que el personaje no puede ser ella; tratándose, además, de un libro sobre José Donoso cuyos temas recurrentes son el de las casas, las familias, el sentimiento tribal detrás de las convenciones sociales y, sobre todo, de las carencias de no sentirse parte de un lugar concreto o un linaje; resulta obvio que el tema principal es el de la filiación. ¿A dónde pertenezco? ¿Quién soy? Esas son las obsesiones en la mayoría de sus cartas y diarios. Una enorme inseguridad es el origen de no sentirse, por completo, parte de nada. Duda de todo y quiere reemplazar (inútilmente) todo con su patria. No es de extrañar que el exilio sea una constante en sus pensamientos, más allá de sus viajes reales. Y tampoco que sus amores y amistades más fieles hayan devenido, luego, en paranoia persecutoria. Donoso necesitaba tener una filiación con una entidad superior a él, y como esta filiación no pudo venir por parte de su padres (a los que acusaba de lejanos e incapaces de interesarse por él) ni de su familia adoptada (con la mujer con la que se casó, a la que jamás pudo entender o asumir, y Pilarcita), y menos aun de aceptar en pleno su sexualidad (si acaso lo que se califica como ?historias juveniles homosexuales? fue algo más que eso), intenta que esa filiación venga de parte de algo tan voluble o arbitrario como el éxito y la fama literaria (una carrera que incluso cuando está llena de victorias siempre son pírricas) en medio, además, de ese maretazo irregular que significó el Boom Literario. Desde esa perspectiva, participar de una Feria de Libro en Buenos Aires y firmar libros en olor a multitud, o sospechar que el hotel en Cornell donde fue recibido un año fue peor al que le pusieron a Mario Vargas Llosa en iguales condiciones, terminan siendo las batallas que Donoso lucha en su vida doméstica mientras se hunde en la desesperación de no tener un lugar auténtico, una habitación propia, de la cual sentirse parte. No queda mucho más que decir sobre el libro, salvo quizá que extrañamos el desarrollo de algunas claves trazados en su correspondencia y no resueltos en el libro (no era este el lugar, tampoco) como el tema de la fealdad y la belleza, o la interesantísima identificación que siente un Donoso de 50 años con la obra de un explorador (homosexual, por cierto) como Bruce Chatwin. Correr el tupido velo queda, entonces, como un anecdotario más que alimenta las historias míticas en torno al Boom Literario Latinoamericano, que subraya nombres conocidos, que sobrevuela sobre temas trascendentales en la vida de un narrador considerable en lengua castellana como fue Donoso y que, finalmente, nos muestra una vida llena de contradicciones, falta de afecto y vacíos por ser llenados. Como muchas. Y con esa vida no me refiero exclusivamente a la del protagonista José Donoso sino sobre todo a la de hija y autora Pilar, el personaje que ella misma apenas deja que percibamos tras el velo tupido de sus propias inseguridades que no logran ocultar el deseo o reclamo, una vez más, por la falta de atención de sus padres adoptivos, rechazando la imagen de la chica ?guapa pero dura? con que la definió Carlos Fuentes. Así, el mejor personaje de todos, la muchacha que descubre a sus padres, se quedó otra vez tras el tupido velo de su familia famosa. Pero el perfil está ahí, ahora, más claro. Y puede aflorar.
Correr el tupido velo Pilar Donoso Alfaguara, 2010
Snoopy En todos los talleres se anuncia que la primera frase de una novela, o cuento, es fundamental. Y se recuerda, además, la peor primera frase de la historia literaria (aunque conozco peores) ?Era una noche oscura y tormentosa?, de la novela Paul Clifford de Edward George Bulwer-Lytton (la frase, por cierto, siempre es contemplada como posible titulo para el libro inacabado de Snoopy). El nombre de Edward George Bulwer-Lytton también ha dado origen a un Premio Literario que busca destacar el peor arranque probabable de una novela. El 2010 Bulwer-Lytton ha dado ya su ganadora: Molly Ringle, de Seattle. La terrible frase que envió al concurso es la siguiente:
For the first month of Ricardo and Felicity?s affair, they greeted one another at every stolen rendezvous with a kiss ? a lengthy, ravenous kiss, Ricardo lapping and sucking at Felicity?s mouth as if she were a giant cage-mounted water bottle and he were the world?s thirstiest gerbil.?
Lo que no entiendo es por qué no se hace este concurso con novelas reales. Encontraríamos, sin duda, cosas más premiables incluso.
Tapa de Página12 dedicada al crítico y narrador Noe Jitrik A punto de ser homenajeado como Doctor Honoris Causa de la Universidad de la República, en Uruguay, Noe Jitrik aprovecha la entrevista de Silvina Freira (en Página12) para, a la hora del desayuno y ante el olor del café recién pasado, levantar las alas oscuras de las desdichas literarias contemporáneas. El éxito literario, los premios, el marketing, el dinero, ya se sabe, todas esas cosas que ?antes? no importaban según dicen algunos (algunos que no han leído la biografía de Balzac, las especulaciones moneterias de Tolstoi, las angurrientas cartas de Dovstoievski o los carnets de Chejov, por ejemplo, obsesionados con el tema de los honorarios, los préstamos y el éxito literario de los demás). Dice Jitrik:
?Quiero problematizar lo que podría ser la desdicha de la literatura. Está la idea del éxito y la atribución de valores muy efímeros, de tal manera que el descubrimiento literario se ha cerrado, y la lectura es más bien aquello que hay que leer porque alguien dice que hay que leer. Y los suplementos literarios así lo muestran y se hacen cargo de la desdicha de la literatura, sin creer que sea una desdicha, sino el mejor de los mundos posibles. (?) Me da la impresión de que hay un giro que va del culto al modelo de literatura occidental europea, francesa sobre todo, a la literatura sajona, especialmente norteamericana, que promete el éxito y la felicidad. Escribir es una decisión monacal en cierto sentido, muy individual y de renuncia. El que escribe se sustrae al paso del tiempo; pero es una condena más que una felicidad, porque la gente vive felizmente en el transcurso del tiempo. Esto subsiste y todo escritor está en eso, lo cual condena también a la pobreza, a la austeridad, a la honestidad. Lo condena además al pedido, a la solicitud; escritores que después de esforzarse y de hacer algo que creen que es bueno y quieren que se comunique se encuentran con los criterios editoriales, con la noción del éxito. La paradoja es que en medio de ese panorama hay escritores que ganan fortunas y cambian de categoría social y económica. Y es una paradoja sobre todo si se compara con la historia de la literatura. Ninguno de los grandes escritores, que son todavía los que dan la pauta de lo que es la literatura, ha tenido un sólo instante de felicidad económica. Nunca. ¿Dostoievski tenía dinero? ¿Stendhal tenía dinero? Proust estaba metido en una cama tratando de aliviarse del asma. ¿Quién? Esa es la literatura que siento que es literatura; muchas de las otras cosas que obtienen esa fortuna económica son transaccionales, de un día, una semana. Se puede verificar en los premios de las grandes editoriales, que prácticamente desaparecen en dos semanas.?
Vicente Luis Mora Alba Cromm (Seix Barral, 2010)
Juan Francisco Ferré Providence (Anagrama, 2009)
Julio César Vega Adiós, Guernica (Casatomada, 2010)
Matrimonio gay aceptado legalmente en Argentina ?Tenemos matrimonio gay pero, ¿tenemos una literatura gay?? es la pregunta que se hace, desde Argentina, Claudio Zeiger en Radar Libros. Dice:
Ahora, en la Argentina, hay matrimonio gay y aún no estamos del todo seguros de que haya habido y vaya a haber ?literatura gay?. De alguna manera si se quiere inconsciente, no dicha, se la considera una categoría ?foránea?, una especialidad de la literatura norteamericana, donde ostenta una tradición robusta. A decir verdad, no es un género en ninguna literatura del mundo; la literatura gay es una categoría política, de identidad maleable y cambiante, inclusive para muchos teóricos superada por lo queer, término que también empieza a caer en crisis. Como sea, ?literatura gay? sigue siendo algo que transmite un sentido preciso, se entiende lo que quiere decir. Probablemente su campo siga siendo el de la diferencia, pero también, esa tradición ?foránea? ya ha incursionado en el terreno de la igualdad, es decir, las vidas más o menos estabilizadas en problemáticas más clásicas como los celos, la infidelidad, la convivencia, las nuevas familias. Hay en ella, sí, una literatura gay ?normal?. Y también, beneficio secundario pero no menor, siempre aporta una veta testimonial, de documento acerca de costumbres, estilos y formas de vida, aporte que no suele hacer la literatura pretenciosamente formalista. Ese espinel, en la literatura argentina, lo han recorrido desde David Viñas en Dar la cara, Carlos Correas, Villordo, entre otros, y por poner un ejemplo rioplatense, El diablo en el pelo de Roberto Echavarren, singular catastro de estilos micropolíticos de minorías, no sólo sexuales. Si algo puede anticiparse es que toda esa literatura novelera, novelesca y aventurera no tiene por qué desaparecer pero sí ?en la consideración crítica, en la visión de los lectores? podría aliviarse de la presión política del presente para dedicarse a una constructiva reconstrucción histórica, el armado de una genealogía, del nacimiento y desarrollo de una conciencia colectiva amasada sobre capas y capas de tristeza, frenesí, desesperación y alegrías furtivas, muerte y enfermedad, discriminación y solidaridades sorpresivas, secreto y visibilidad. ¿Estará entrando, créase o no, la literatura gay argentina en los dominios de la novela histórica? Hay otra línea, otra tradición poco frecuentada en literaturas latinoamericanas, que ha encontrado en autores como David Leavitt y Michael Cunnigham sus expresiones más sólidas: una combinación sutil en su entretejido entre lo clásico y lo nuevo, la raíz y la ruptura. Esa línea inestable entre lo normal y lo ambiguo señalada más arriba. Empiezan a despuntar estas narrativas en los años ?80, y es casi seguro que su mejor expresión, su punto más alto, sea El lenguaje perdido de las grúas de Leavitt. Entre tantas escenas memorables y definitorias, hay una en que dos hombres maduros conversan en un boliche. Uno le cuenta al otro: ?La otra noche entró un muchacho y gritó ¡Papá! Vieras la de vasos que se cayeron al suelo?. Y otra vez: dando vueltas a la novela de Pombo, citando estas escenas ?familiares? de Leavitt y recordando las fuertes resistencias del máximo poeta gay argentino, Néstor Perlongher, a ser normalizado por las instituciones burguesas (?sólo queremos que nos deseen?, rezaba el manifiesto), llegamos a un para muchos inimaginable corte de la historia. En Argentina, en el mes de julio de 2010, la Historia de la sexualidad escribe un capítulo tremendo, enorme: nosotros los victorianos nos convertimos en nosotros los igualitarios. Y tenemos la sensación, más allá de las horas y días de debates, de la lucha paciente y constante de los organismos, que fue de un plumazo. Pepito Cibrián, una de las voces más bizarras ?como corresponde? y lúcidas que se escucharon por estos días, dijo que en definitiva esto sucedía porque Argentina es un país surrealista, por lo tanto impredecible, cambiante, un poco loco, y en este merengue surreal, la moneda cayó del lado del matrimonio igualitario. Puede ser. Pero también fue un país realista, algo poético y sensiblero, neobarroco en sus pliegues más ocultos y veleidoso por tradición (¿quién se resiste a ser el primer país latinoamericano en tenerlo, a entrar en el selecto grupo de los friendlys del mundo?) el que dio el sí. Hecha la igualdad, la literatura ?en su sentido más amplio e inclusivo? tiene mucho para decir en el terreno de la diferencia, el deseo y la intimidad profunda entre los seres humanos más diversos que, a no dudarlo, de eso y no del sexo a secas y ?natural?, se trata.
RESEÑAS SIN PLUMAS por Iván Thays DESDOBLAMIENTO Todas las historias cuentan siempre con espacios narrados y zonas en blanco. Las narraciones autobiográficas son especialmente pródigas en estos vacíos del recuerdo. La vida sexual de Catherine M., la exitosa autobiografía que publicó Catherine Millet hace unos años, tenía desde luego una contraparte. Y ahora se ha editado en castellano, por Anagrama, bajo el título e Celos (La otra vida de Catherine M.) El éxito inmediato que tuvo la primera autobiografía de Catherine Millet (traducida a 45 idiomas) está vinculado al intento desbaratador, y en cierto modo escandaloso, de contar la vida sexual adulta de una mujer. No se trata de una promiscuidad cabalgante ni tampoco de una historia de fidelidad. Simplemente, era una novela sobre el sexo donde el amor era una palabra apenas mencionada. El hecho de que Catherine Millet no haya sido una desconocida en el mundo del arte contemporáneo (es crítica de arte y directora del prestigioso Art Press) aumentó el morbo al libro. Las anécdotas, matizadas por los intentos de reflexión, dejaban ver una honestidad brutal que, al mismo tiempo, nos ayudaba a ingresar a un mundo sofisticado y frívolo. El mundo de las personas incapaces de salir de sí mismas y del papel que asumen en la realidad. Un mundo, como está visto, llenos de espacios vacíos cuando aparece en una novela o memorias. Celos se propone corregir o llenar algunos de esos espacios en blanco. Aquí, la protagonista en primera persona que ejerce con aplomo y seguridad su papel de bacana sexual en la primera parte, parece retroceder y dudar. La palabra clave es ?desdoblamiento? y este empieza con la aceptación de que el sexo y el amor han sido, para ella, dos elementos vitales no necesariamente unidos. Su primera relación larga, con Claude, es una relación abierta donde ambos se descubren a sí mismos sus infidelidades. Los celos están aplacados ante la seguridad de que el deseo de Claude por otras mujeres es visible y se exterioriza. Pero cuando esa relación termina, y empieza una historia más seria aún con el escritor Jacques, Catherine M. vive una doble vida (como lo sabemos por su anterior libro). Ella tiene una serie de relaciones fuera de Jacques, que oculta a éste, convencida de que la fidelidad y el amor no son consecuencia. Sin embargo, jamás se pregunta si Jacques comparte esa misma idea hasta que, por azar, encuentra un diario suyo con una fotografía de una muchacha desnuda y embarazada. A partir de ahí, una llamada telefónica con no pocas explicaciones y la posterior purga de todos los diarios y cartas que Jacques guarda, la hacen enfrentarse al demonio de los celos. Jacques es un hombre de pocas palabras y de muchos secretos, que nunca intenta excusar sus relaciones con otras mujeres y tampoco se permite dudar de su relación con Catherine, más bien la trata con condescendencia. Eso quizá la vuelve más vulnerable ante sus celos, pero al mismo tiempo le hace entender que es un problema exclusivamente suyo, un tema que debe arreglar consigo misma. Para permitirse entender, Catherine habla también de la masturbación y el voyeur. No es un detalle para pasar por alto. La masturbación es un placer que expulsa al otro, es una negación de la otra persona, que es reemplazada por una fantasía que implica solo y siempre a uno mismo, en diversos estados. También el voyeurismo es una negación. Los celos de Millet son, en realidad, una extensión de esas fantasías masturbatorias. Le bastan una líneas del diario de Jacques o una mención a cualquier tema que tenga que ver con otra mujer, para dejar aflorar la imaginación y ver a su esposo en actos promiscuos que ella misma califica como ?escenas de vodevil?. Lo ve cogiendo con una mujer en el piso o masturbándose en los senos de otra, al mismo tiempo que contesta con nimiedades una llamada telefónica suya. Esas escenas contadas a sí mismas, y que son producto de su fantasía, son las que terminan por hacerle sentir el verdadero dolor de los celos. Es decir, descubrir que Jacques no es parte suya, no es una extensión de sus sueños, sino un verdadero ?otro?. Descubrir al otro implicará un trabajo de desdoblamiento. Verse a sí mismo, primero, como otro al que le suceden cosas que no puede controlar. Y luego ver a su pareja como una vida paralela o ajena, no inclusiva, dentro de las fantasías. En ese sentido, el final del libro, que nos remite a la lectura de una novela estupenda y olvidada de Marguerite Duras, El arrebato de Lol V. Stein, donde se habla de vidas desdobladas y del don de la observación, es quizá la parte más luminosa del libro. Celos es una autobiografía menos frívola que La vida sexual de Catherine M, aunque adolece de la misma enfermedad contemporánea: el narcisismo. Catherine Millet hace con valentía una nueva exploración hacia sí misma y sus zonas abisales, pero incluso en este trabajo de entenderse como una persona distinta y llenar los espacios en blanco de su propia vida (que nos conduce incluso al suicidio de su madre), no consigue salir de su propia atadura. No se trata de una obra de introspección, como querría creerse o como podría convencerse ella misma que lo ha intentado, sino de un regodeo en el yo más alejado del mundo real, enfrascado en sí mismo y su individualidad cabalgante, que por más que es interesante como discurso o como testimonio, jamás tendrá el valor altamente subversivo y esclarecedor que tiene el adentrarse al mundo donde, en realidad, nosotros siempre somos los demás.
Celos (La otra vida de Catherine M.) Catherine Millet. Anagrama, 2010.